Vasectomía, un termómetro de la masculinidad patriarcal
La vasectomía es una técnica para evitar la concepción menos invasiva que el DIU o la píldora. En el Estado dobla a la ligadura de trompas, pero ambos métodos son residuales. Al parecer, pocos la hacen por motivos antipatriarcales.
“Vasectomízate”. “Me hice la vasectomía: hay que deconstruir al macho inseminador”. “‘No quita la hombría’ ¿Hay machismo en el temor a la vasectomía?”. Son los titulares de tres reportajes publicados en los últimos cinco años en revistas latinoamericanas (Anfibia, Infobae y Espejo, respectivamente). Parten de datos como que en 2017 se hicieron en Argentina 102 ligaduras de trompas por cada vasectomía, y contrastan esa realidad con la de Estados Unidos, donde la esterilización de los hombres es el segundo método contraceptivo en parejas heterosexuales. La realidad en el Estado español está a medio camino: atendiendo a distintas clasificaciones de los métodos anticonceptivos más usados por las mujeres españolas (encabezadas por el condón y la píldora), la vasectomía dobla a la ligadura de trompas, pero el peso de ambos métodos definitivos es residual.
Sin embargo, los medios de comunicación españoles llevan décadas dando una imagen de normalización. Ya en 1984, El País publicó un reportaje titulado Las parejas españolas prefieren la vasectomía como método de esterilización. Tres décadas después, ¿qué discursos afloran en torno a esta práctica? Hemos preguntado a hombres vasectomizados, a expertos en masculinidades y a una uróloga.
El fantasma de la castración
José Ángel Lozoya es sexólogo jubilado y uno de los impulsores del movimiento de hombres por la igualdad. Cofundó la emblemática clínica sevillana Los Naranjos, que empezó a practicar vasectomías en 1983. Tenían referencias previas en Valencia y en A Coruña, donde un médico había vasectomizado a doscientos trabajadores de los astilleros de Ferrol. Cuenta que, al principio, los hombres llegaban a cuentagotas y asustados: “¿Se me seguirá levantando? ¿Saldrá semen cuando me corra? ¿Me dejarán de gustar las mujeres o me empezarán a gustar los hombres? ¿Engordaré y me volveré manso, como los bueyes? ¿Tendré la voz como un castratti? Todos hacían las mismas preguntas, algunos con un lenguaje más culto y otros más llano”.
El movimiento feminista de entonces era escéptico ante la acogida de ese prometedor método, mucho más rápido, sencillo e inocuo que la ligadura de trompas: “Compartíamos la idea de que a los hombres les costaría aceptar que les tocasen los testículos; que lo vivirían como una castración”, dice Lozoya. Sin embargo, los más avezados comprobaron que dolía menos que sacarse una muela y emepezron a recomendarla: “Dos años después, cada vasectomizado nos mandaba a tres amigos”.
Lozoya atendía a los hombres en la revisión previa, en la posterior, y les acompañaba durante la operación. Colaba en el proceso pildoritas de educación sexual: “La intervención duraba diez minutos y la explicación previa una hora. Les hablaba de la anatomía de la respuesta sexual, de la composición del semen eyaculado… Les decía que no iba a cambiar su orientación sexual, ¡a no ser que les sirviera como excusa para salir del armario!”.
Hasta 2006, la sanidad pública española solo cubría las esterilizaciones por indicación médica, algo que se daba fundamentalmente en mujeres (por haber tenido abortos espontáneos o presentar miomas en el útero, por ejemplo). En Los Naranjos promocionaron la vasectomía, además del diafragma y el preservativo: “Les dábamos un folleto a todas las mujeres que venían, para sus maridos o sus amigos”.
“Eso no se toca”
En la cuadrilla de Unai, la mitad de hombres están vasectomizados. “Hablamos de ello entre risas, no le damos importancia”, dice. Cumplen con el perfil habitual: varones casados, con dos o más criaturas. Cuando él fue al ambulatorio, le sorprendió la afluencia: “Ese día fui el quinto que entró a operarse, y había otros tres hombres detrás de mí. Eso que para ti es importante, en realidad es muy rutinario”. A su pareja no le habían sentado bien ni la píldora ni el DIU así que, después de que naciera la segunda criatura, estuvieron de acuerdo en que preferían la vasectomía a seguir con el preservativo: “No hay que verlo como un sacrificio. Favorece la espontaneidad en la vida sexual”.
La historia de Ander es similar, pero con varios añadidos: su mujer pasó dos embarazos difíciles (el segundo de gemelos), dos partos prematuros y traumáticos. Ella mencionó la vasectomía en alguna conversación pero, de entrada, Ander no se mostró por la labor: “Le dije en tono de broma que soy un cagado para lo médico y que prefería seguir con el condón. No me daba cuenta de lo relevante que era esa conversación para ella. Un día me dijo que los condones fallan y que le aterrorizaba la idea de quedarse embarazada. Al día siguiente, llamé para pedir cita”.
Unai y Ander ven superados en su entorno miedos como que cortar los conductos por los que los espermatozoides viajan de los testículos a la uretra afecte a las erecciones o provoque cambios hormonales. Por el contrario, creen que el hecho de que la intervención no esté más generalizada se debe al miedo al dolor y a la vergüenza: “El apuro de desnudarte en la consulta y someterte a una exploración es un anatema para los hombres. Ahí sí se nota el patriarcado”, opina Ander. “Cuando he sacado el tema, algún padre me ha respodido que eso no se toca. ¡Como si hablase de un cetro dorado!”, cuenta Unai.
Ambos atribuyen esas reacciones a una cultura androcéntrica y falocéntrica. “Algunos no entienden ni la parte anatómica; les tienes que aclarar que esto no va de penes sino de testículos”, ironiza Ander, y añade: “Si consiguiéramos desmitificar el pene y la sexualidad masculina, sería más sencillo promover la vasectomía”.
Lore Agirreazaldegi, uróloga en el Hospital de Mendaro (Gipuzkoa), confirma que pocos hombres le han expresado miedos sobre si la vasectomía afectará a su sexualidad. “Me preguntan sobre el posoperatorio inmediato, cuándo van a poder volver a hacer deporte…”. Sin embargo, matiza que muchos de sus pacientes han accedido a vasectomizarse “porque las mujeres han dicho basta” después de años usando el DIU o anticonceptivos hormonales. “La vasectomía es mucho menos invasiva, y es definitiva. Apenas hay complicaciones y son leves: infecciones o hematomas. Es una manera de que los hombres asuman su responsabilidad en cuanto a la reproducción”, concluye.
Arrepentimiento fugaz
Cuando Ander le dijo a su urólogo que quería vasectomizarse, el médico le cuestionó con un ‘¿Por qué?’ impertinente. También le preguntó qué pasaría si cambiaba de pareja y esta quisiera ser madre. “Le contesté que no tenía que darle explicaciones y que me lo había planteado todo, porque soy un adulto. Insistió mucho en el arrepentimiento y en que la reversibilidad es relativa”. El cuestionamiento es mayor cuando el hombre interesado en esterilizarse no tiene criaturas, según cuenta David (nombre ficticio): “El urólogo me preguntó si lo había pensado bien, que yo todavía era válido para la sociedad”.
Agirreazaldegi confirma que, al menos en Osakidetza (el sistema vasco de salud) no hay restricciones por edad, no se exige haber tenido criaturas y tampoco hay un protocolo que imponga un periodo de reflexión, como pasa con el aborto. La uróloga tiene claro que no hay justificación legal para cuestionar la decisión de un adulto, tenga la edad o la motivación que tenga: “Nos sorprende porque asumimos que todo el mundo quiere tener hijos. No es nuestro papel convencer de nada. Ya firman un consentimiento en el que pone que es un método irreversible”.
Lozoya recuerda enfrentamientos con médicos de su equipo por haber accedido a esterilizar a veinteañeros sin hijos. Ha conocido a hombres que se intentaron recanalizar los conductos deferentes o adoptaron criaturas, pero no le parece un drama: “Son decisiones que uno toma, y los profesionales de la salud no debemos ejercer de jueces morales”.
David nunca ha querido ser padre. Accedió a intentar dejar embarazada a su novia de entonces y, finalmente, se operó como forma de reafirmarse en su ausencia de deseo. No le dio miedo arrepentirse en el futuro: “Los espermatozoides no pintan tanto como los óvulos, y la ciencia avanza tanto…”. Tanto que, además de la cirugía de reconexión (llamada vasovasostomía), existe la posibilidad de realizar una punción testicular para obtener espermatozoides y usarlos para una fecundación in vitro. Esto último es lo que aceptó hacer con su pareja actual: “Hicimos un intento y no salió. Ella ha decidido seguir adelante; yo me he bajado del barco”.
El caso de Soren es especialmente llamativo: este alemán se vasectomizó con solo 21 años. Después de recibir la negativa de seis o siete médicos, se hizo pasar por un amigo mayor, y coló. “Estaba en una fase de politización en la que quería romper con todo, incluida la familia nuclear. La referencia de mis padres era nefasta”. 25 años después, siguen teniendo sentido para él las mismas motivaciones que entonces, que van desde el feminismo a un antinatalismo reforzado por la pandemia.
Soren reconoce que ha sentido un “arrepentimiento fugaz”, cuando se ha visto rodeado de criaturas, de amigas embarazadas, o cuando ha salido con mujeres que querían ser madres: “Tuve una pareja que quería tener una criatura ‘de los dos’, y eso motivó nuestra ruptura. Llegué a informarme sobre la cirugía de reconexión, pero costaba 3.000 euros, tenías que esperar un año hasta que funcionara y la tasa de éxito era del 50 por ciento. No me convenció. Me parecía más lógico buscar otro tipo de parentesco fuera del marco tradicional”.
Lo intentó en dos ocasiones: por un lado, acompañó en el parto y la crianza a su mejor amiga hasta que esta se mudó a otra ciudad. Por otro lado, su última pareja accedió a buscar un embarazo con donante de semen: “Le dije que no me identificaba con la figura de padre, pero que estaría con ella y asumiría un papel. Al final no se dio, por otros motivos”. Ahora, con 46 años, se declara en paz con no tener criaturas, aunque no descarta la acogida temporal.
¿Por equidad o para no usar condón?
Soren es el único de los entrevistados que enmarca su vasectomía en un compromiso antipatriarcal. En Alemania estaba de moda entre las feministas y hombres antisexistas un libro de 1978: La esterilización masculina, el menor de los males, de Norbert Ney. Le sirvió de asidero teórico para confirmar lo que le pedían las tripas: “Había acompañado a algunas amigas a abortar y me impactó mucho. Yo no quería que ninguna compañera pasase por eso”. Añade que el hecho de no tener una sexualidad heteronormativa ayudó: “La polla o la eyaculación no eran símbolos centrales para mí; experimentaba con otras cosas”. Un cuarto de siglo después, lamenta que la idea de la vasectomía como práctica feminista no haya calado, y que tampoco se hayan comercializado aún los anticonceptivos hormonales para varones: “Soy crítico con estos fármacos, pero ahora les toca a los hombres”.
Lozoya acudió en los ochenta a un congreso mundial de anticoncepción en el que una empresa china anunció una píldora anticonceptiva para hombres con una eficacia similar a la femenina. “Los efectos secundarios eran menores, pero los laboratorios no tuvieron interés”. Desde la consultoría Masculinidades Beta también hacen referencia a esa promesa eterna: “¿Qué pasa con la píldora masculina que nunca termina de salir al mercado?”. Según recoge Infobae, la falta de voluntarios para los ensayos clínicos ha retrasado a 2023 el lanzamiento del primer gel inyectable: “La negativa de los varones a someterse a los efectos secundarios —que padecen las mujeres de manera clínica y socialmente aceptada— parece ser otro freno”.
Con esos precedentes, los expertos consultados no ven que los varones estén pensando en la vasectomía en clave antipatriarcal, ni tan siquiera en los grupos de hombres por la igualdad. Al contrario, creen que una de las principales motivaciones es eludir el uso del condón. “Los hombres siempre han tenido mucha resistencia a hacer concesiones en términos de placer y espontaneidad en las relaciones con penetración”, dice Lozoya. Masculinidades Beta da un paso más en ese razonamiento: “La vasectomía puede propiciar que algunos presionen a las mujeres para tener relaciones sexuales sin protección ante las infecciones de transmisión sexual”.
Raúl, impulsor de la cuenta en redes sociales Masculinidades Subversivas, relaciona esas resistencias al condón con “una construcción cerrada de la sexualidad en la que los hombres tienen miedo al gatillazo porque sienten que les invalida; un ideario que también es capacitista”.
Como planteaba Ander, Raúl aboga por promover una educación sexual que rompa con el coitocentrismo y que “no se enfoque en el peligro, sino en las mil maneras en las que se puede explorar el cuerpo”. En la misma línea, desde Masculinidades Beta defienden que la promoción de la vasectomía solo tiene sentido si se enmarca en políticas de educación sexual de calidad para la población joven y adulta: “Es la gran asignatura pendiente; la única vía de generar un cambio social”.
Este reportaje fue publicado inicialmente en la edición en papel del El Salto.
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