Rosa Berbel: “A las poetas jóvenes se nos trata como animalillos exóticos”

Rosa Berbel: “A las poetas jóvenes se nos trata como animalillos exóticos”

'Los planetas fantasma' (Tusquets, 2022), de la poeta granadina Rosa Berbel, presenta la posibilidad de imaginar mundos nuevos a través de la fantasía como alternativa al mundo que habitamos.

Rosa Berbel. | Foto: Cedida.

Rosa Berbel (Sevilla, España, 1997) saca segundo libro tras la gran ovación de su primer poemario Las niñas siempre dicen la verdad. Los planetas fantasma nos lleva a otros parajes para cuestionarlo todo e inaugurar otras formas, desde lo minúsculo hasta lo cósmico.

Fuiste laureada con apenas 21 años con tu primer libro de poemas Las niñas siempre dicen la verdad, galardonado con el XXI Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, el Premio Andalucía de la Crítica a la mejor Ópera Prima y el premio Ojo Crítico de Poesía 2019 de RNE. ¿Cómo has vivido estos reconocimientos?

Viví el reconocimiento con alegría y sorpresa, pues pasé de escribir de forma íntima y privada a de repente ver que mi libro estaba en las librerías, la gente lo leía, conectaba con otra sensibilidad, etc. Pero diría que ese tránsito da bastante vértigo. De repente, tuve que empezar a colocar muchas cosas, me volví autoconsciente de muchas cuestiones que tenían que ver con la escritura, como qué esperaba yo de la escritura o qué quería hacer con ella en el futuro. Una serie de preguntas que cualquier persona que escribe se pregunta, pero que a mí me llegaron de golpe y muy rápido y siendo muy joven. Siempre digo que viví también la contrapartida de esta alegría. Tenía la sensación de que se me trataba como una excepción o algo así, con extrañeza. Creo que esto tiene que ver, en parte, con la verticalidad y con el paternalismo evidentes que hay en todo, también en la poesía, y no solo a causa de mi edad sino también de mi género. A las poetas jóvenes en algunas ocasiones se nos trata como animalillos exóticos. Afortunadamente, yo creo que la poesía joven está en un momento magnífico, así como la poesía escrita por mujeres, por lo que esto quizá ya haya perdido fuerza. Pero sí, en ese momento sí que tenía esa sensación de ser tratada como rara avis a veces.

Entiendo que, en parte, también, por falta de visibilidad a esas mujeres jóvenes. Como tú misma has comentado hay muchas mujeres poetas escribiendo, pero hay una falta de visibilidad y de lo periférico de la poesía. Esto en parte va muy ligado a la figura del genio más típica más vinculada a los autores. 

Si miramos las últimas décadas de la poesía española ha habido mujeres jóvenes a las que se ha encumbrado muy rápido con este apelativo de genio y luego han desaparecido. Han sido tan violentamente elogiadas que era prácticamente imposible que estas expectativas se cumplieran. Estoy pensando en poetas como Blanca Andreu, Carmen Jodra, autoras que fueron muy relevantes siendo muy jóvenes, tuvieron un enorme reconocimiento y una atención inusitada y, de repente, por cuestiones particulares supongo, y también porque esas dinámicas son muy difíciles de soportar, o bien se han dedicado otra cosa o bien han terminado escribiendo desde un lugar más periférico, más libre al final. Creo que esto tiene que ver con esta dinámica de la excepción, con este de repente hacer de la poética de una mujer joven en un momento concreto algo que se sale de la norma, y con poner sobre ellas unas expectativas que tan solo pueden ser castradoras. Yo creo que esta idea del genio, que en el caso de la poesía sigue funcionando mucho más que en otras artes por el gran lastre romántico de la poesía, esta idea del genio sigue operando, por muy posmodernos que nos creamos y por muy deconstruidos que creamos que estamos. Además, esta proyección de genio tiene que ver con la mirada masculina, con la mirada patriarcal y con ciertas proyecciones que la mirada masculina hace sobre las mujeres. Ahí se alían ciertas relaciones de poder que lo hacen todo mucho más perverso.

En Las niñas siempre dicen la verdad haces crítica social sobre la generación anterior a la nuestra, que disponía de una forma de vivir y una comodidad ya extinguida junto con dosis de mucha ternura. Todo ello, desde una voz que se cuestiona y señala todo esto para dar paso a esta nueva realidad. ¿Cómo surge la voz de este poemario?

La voz de Las niñas siempre dice la verdad es una voz crítica, desde luego. Una voz preocupada, por ejemplo, por saber qué va a pasar con esa clase media aspiracional tan visible y tan relevante en los años 90 y que de un tiempo a esta parte está tan precarizada. Ese es el punto de partida de “Planes de futuro”. Esta voz también pretende saber o preguntarse qué es lo que pasa cuando las expectativas de unas y otras generaciones chocan, cuando la idea de futuro sale disparada por los aires y se vuelve mucho más enigmática e incierta que hace veinte o treinta años. Qué pasa también cuando esta idea del tiempo lineal y del progreso que tenían generaciones anteriores se deteriora por completo. No quería hacer ningún tipo de juicio moral ni pensar que las ideas de mi generación son mejores que las de mis padres, pero yo creo que ese esquema de la casa, los hijos, el matrimonio y el verano en la playa, ese pack de la institución familiar que parecía inquebrantable, ahora se ha fracturado para mi generación o al menos se aspira a flexibilizarlo. También me preocupaba ver cómo hay incluso cierta nostalgia por esos veranos que ya no serán, esos pisos en la costa que algún día ya no estarán por la situación medioambiental. Hay un elogio, también, a esos miedos felices que en ese momento se viven como miedos desgarradores, pero que vistos con perspectiva son incluso tiernos. Miedos del primer mundo.

¿Cómo se relacionan para ti la política y la poesía?

Siempre me ha obsesionado esta relación, aunque me asomo a ella sin tener ninguna respuesta clara. Creo que en cada poema esta relación se transforma. La única forma de acercarse a esta relación es desde la duda y desde la contradicción. En mi primer libro la relación entre poesía y política tenía que ver con la denuncia y con una crítica de corte más realista. Hablar de la situación de las niñas, de sus violencias específicas. Esa visión ha ido cambiando. Actualmente me interesa mucho menos la denuncia y me interesa más proyectar otras posibilidades más utópicas, así como me interesa menos escribir desde el realismo y más ver las posibilidades que ofrece lo abstracto. En cualquier caso, es una relación que siempre me ha parecido muy sugerente. Además, en la actualidad este vínculo también ha cambiado, puesto que la poesía política que se escribe ahora ha cambiado mucho con respecto a la poesía de los años 50 y, desde luego, responde a otras coordenadas.

En tu segundo y último poemario Los planetas fantasma la voz poética se va a otro lugar, es una voz que, como dices, busca inventar, imaginar, crear. También hay una visión política en este poemario, pero desde otro lugar fantástico. ¿Cómo surge este salto? 

En el momento de escribir sentía que mi visión de lo político estaba cambiando. Me empezó a interesar más un discurso de lo fantástico y lo insólito. De algún modo tuvo que ver con cómo se está practicando en la actualidad el terror en la literatura, y esta apertura política a lo insólito, a lo especulativo. Ahí mi poesía comenzó a dialogar con esta idea de lo fantástico. Me dejó de interesar la denuncia como tal y me empezó a interesar cómo inaugurar nuevas posibilidades en el poema. De este modo, podía encontrar mundos nuevos en los que reponerme y reponernos y no quedarme con esa sensación tan desasosegante de la poesía más realista. Por otro lado, la figura del fantasma en el libro también funciona con un cierto afán político, esta figura que quiere reivindicar las cosas que quedan en el medio y entre realidades diversas. Y luego lo ecológico está muy presente en el poemario. ¿Qué hacemos con la destrucción de nuestro mundo? Me parece la pregunta por excelencia de nuestro tiempo. Y, por otro lado, cómo sobreponernos a esta destrucción y cómo tratar de imaginar nuevas formas de regeneración y retorno a la vida desde el lenguaje poético.

¿Qué autoras despertaron en ti la pulsión de escribir?

Para mí esto tuvo que ver con descubrir la tradición hispanoamericana. Empecé siendo adolescente a leer autoras de Latinoamérica, autoras que han sido clave también para mi generación como Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni… Escritoras que para mí fueron muy determinantes a la hora de empezar a escribir y que han sido orilladas a lo largo de la historia y apartadas de los libros de texto. Para mí ese fue el punto de inflexión, dejar de pensar la literatura como algo limitado a las lecturas obligatorias y el currículum de secundaria, y empezar a pensar la poesía como una fuente de placer y de reconexión conmigo misma y con el mundo. Han sido muy importantes para mí a la hora de entender la poesía, de entender cómo me relacionaba yo con mi cuerpo y con mi subjetividad. Todas ellas tienen muy en el centro qué significa ser mujer y cómo esta es una experiencia extraña y desestabilizadora. Me vienen a la cabeza los poemas de Pizarnik y su subjetividad fragmentada, en sus poemas ser mujer y enfrentarse al mundo es siempre algo que genera una radical incertidumbre y disociación. Creo que esto luego se extendió más allá. Recuerdo toda mi fascinación por la poesía confesional norteamericana con Sylvia Plath y Anne Sexton, y cómo a medida que fui avanzando en mi escritura descubrí otras posibilidades. Otra cosa que me ha fascinado siempre son esas autoras que rompen con esta división típica patriarcal entre la escritura de mujeres como algo emocional y la escritura de hombres como algo intelectual y filosófico. Me interesan muchísimo las autoras que conjugan ambas en una poesía totalmente intelectual y abstracta sin renunciar al cuerpo ni a la sentimentalidad. Para mí fue muy importante descubrir a Chantal Maillard y a Olvido García Valdés. Son dos autoras que tienen una escritura muy filosófica. Del panorama actual, me quedo con Erika Martínez, por ejemplo, que también trata de subvertir esta lógica y esta división entre la razón y la emoción con una poesía intelectual y a su vez corporal. Y luego, para este último libro de Los planetas fantasma fue muy importante leer a Louis Glück. Leí El iris salvaje casi en el momento en que estaba empezando a escribir los primeros poemas en 2019, y para mí fue un antes y un después. Esa visión que ella tiene de la naturaleza y el paisaje como algo siempre recargado de afectividad y emoción, y a la vez la manera en que los poemas, aparentemente tiernos, de repente se abren hacia una reflexión filosófica imprevista. Esa línea de fuga que se crea en todos sus poemas me pareció sumamente inspiradora, y creo que en muchos poemas de Los planetas fantasma trataba de hacer eso, pasar de lo cotidiano a lo enigmático, de lo minúsculo a lo cósmico.

Me interesa esta dicotomía entre cuerpo e intelecto, ya que es algo que siempre se debate en la crítica feminista. Queremos apoderarnos del cuerpo y del intelecto, haciendo que sean uno. Esta cuestión va muy ligada, el tema del cuerpo, a la escritura de mujeres y a lo autobiográfico, que en muchas ocasiones se ha tomado desde la crítica literaria como un tema secundario. ¿Cómo vives tú la identidad y lo autobiográfico en tu escritura?

Para mí la distinción entre razón y emoción es algo que no tiene ningún tipo de relación con la realidad. El cuerpo es una entidad profundamente inteligente y abrumadora en sus razones y la inteligencia siempre está pasada por el filtro de lo corporal. Por otro lado, pienso que respecto a la literatura de mujeres y la autoficción ocurre algo similar desde la perspectiva patriarcal. Los autores llevan haciendo autoficción y autobiografías desde los albores de la literatura, pero de repente incomoda que las autoras escriban literatura en primera persona, simplemente porque las cuestiones que se plasman en sus obras son diferentes al relato hegemónico de la primera persona masculina a lo largo de la historia.

Yo diría que para mí la poesía siempre ha sido un discurso de ficción, a mí no me ha interesado tanto lo autobiográfico sino presentar lo vivencial de forma oblicua. Es decir, nunca he pretendido que la poesía fuera para mí un lugar de desahogo, pero sí que he aspirado siempre a que el juego entre la verdad y la mentira estuviera tematizado en el poema. Esto se aprecia sobre todo en mi primer poemario, donde trato de desestabilizar esta cuestión de la primera persona. Siempre me ha interesado este juego en la poesía. Luego, en el segundo libro traté de colectivizar el yo de algún modo. Usar un nosotros extraño que fuera indeterminado y radicalmente abierto, ya que me interesa mucho la poesía que sale del yo y deja a un lado ese narcisismo y ese solipsismo que tradicionalmente asociamos con la poesía. Al fin y al cabo es una apuesta política que pone en duda quién habla y desde qué posición lo hace.

¿Qué papel juega la verdad en la creación de tu poética?

Creo que la relación de la poesía y la verdad está mediada por la ficción, y esto para mí siempre ha sido una certeza. Por eso me han interesado los poemas que inauguran una verdad que puede corresponderse más o menos con la verdad empírica o fenomenológica del mundo, digamos, pero que por lo general no se corresponden. Me interesan estos poemas que tienen su propio estatuto de verdad, que la desdicen, la ponen en crisis, la cuestionan. Y esto me parece muy interesante, sobre todo en este momento en el que estamos, donde la verdad parece que es un territorio en disputa. Pensar que hay posibilidades en la ficción y en el arte de asomarnos a la verdad con otros ojos es muy poderoso. Y desde ahí he tratado de crear siempre. En el primer libro está muy tematizado. El título de Las niñas siempre dicen la verdad ya juega con la frontera de la verdad y la mentira. Pero me interesa mucho cómo la mentira puede funcionar socialmente como una forma de reparación o de oportunidad de entendimiento con los otros. Me interesa mucho la mentira como herramienta diplomática y, en última instancia, como herramienta afectiva. Todas esas mentiras que contamos para que los demás no se sientan mal e incluso para protegernos a nosotras mismas. La mentira obedece a infinidad de razones, algunas sociales, otras estéticas y políticas. El hecho de poder mentir me parece de un nivel tremendo de sofisticación e inteligencia. La verdad es mucho menos interesante y mucho más burda.

Te escuché hace unas semanas diciendo que la escritura era algo un tanto masoquista. Me gustaría que me contaras sobre este dolor placentero de escribir.

Siempre me han sorprendido los escritores que dicen que escriben porque se lo pasan muy bien. Quizá haya cierta posibilidad de divertimento en la escritura, pero es una posibilidad muy filtrada por la gestión terrible de la incertidumbre. La escritura es un territorio muy movedizo e inestable en el que tienes un pie en un lado, en tierra firme, y otro en el otro, en el abismo. Escribir te coloca en una posición problemática que te hace cuestionarte todo todo el tiempo. Esto es algo que nos hace estar todo el rato extrañando. Y creo que este extrañamiento genera sobre todo molestia e incomodidad. Seguramente tendría una vida más tranquila si no hubiera escrito nunca o si no escribiera, no sé. Claro que escribir aporta satisfacciones y de ahí este masoquismo que nos lleva a encontrar placer y goce en una actividad que se mueve todo el rato en torno a conflictos. No sé cómo lo viven los demás, pero yo siempre lo he vivido como un agente increíblemente desestabilizador de mi relación con el mundo, algo a lo que te acercas desde el inconformismo y desde la insatisfacción.


Leer más:

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba