La vida en el centro de la redacción
Dar espacio a los cuidados en el sector de la comunicación pasa por construir lugares en los que eso sea posible. Ponemos la vista en la arquitectura para analizar las posibilidades de la espacialidad a la hora de hacer periodismo feminista.
Poner la vida en el centro es una frase nacida en el seno de los movimientos feministas que utilizan hoy hasta algunos miembros del Gobierno. Hacer realidad lo que estas palabras proponen está costando un poco más. Dar espacio a los cuidados en el entorno laboral no es tarea fácil, son muchas las estrategias empresariales que intentan la comodidad de sus plantillas, pero con la vista más puesta en generar apego al trabajo que en ofrecer unas condiciones de empleo en las que todas las personas partícipes se sientan bien. Hacerlo en el empleo periodístico, incluso en aquellos proyectos independientes, feministas, posicionados en discursos más susceptibles de dar importancia a estas necesidades, tampoco se está consiguiendo. Redactar, investigar, fotografiar, editar, entrevistar ya sabemos. Conocemos la redacción periodística en todos sus formatos, pero queda mucho por averiguar sobre el espacio en el que la llevamos a cabo. Construir lugares de trabajo más amables, en los que los cuidados tengan sitio o sean protagonistas, pasa por buscar un consenso previo sobre qué es una redacción.
La RAE dice que ‘redacción’ es: acción y efecto de redactar; lugar y oficina donde se redacta; conjunto de redactores de una publicación periódica; y escrito redactado como ejercicio. Es algo pobre, podemos dar con algo más cercano a la realidad. La arquitecta Zaida Muxí explicaba en una entrevista para Pikara Magazine que “hay que pensar cómo incorporamos nuestros cuerpos, con todo”, en los lugares en los que desarrollamos nuestros trabajos, ya que son sitios en los que pasamos gran parte de nuestro tiempo vital. “Necesitamos lugares más amables y tener espacios de cuidados”, apuntaba. Muxí hace hincapié en la necesidad de descansar, de escuchar al cuerpo, y recordaba sus años de trabajo en el Ayuntamiento de Barcelona, en los que le fue imposible, entre otras cosas, comer de forma saludable: “Acabas comprando una ensalada en el supermercado o comiendo en una cantina, que al final es caro y poco saludable”. La arquitecta, en el libro Perspectivas de género en la arquitectura, remarcaba que “las tareas de cuidados, asignadas al género femenino, son muy importantes porque no es posible ninguna actividad sin ellas, es decir, no puede haber producción si no hay cuidados”. Atendiendo a esta premisa, y teniendo en cuenta que la arquitectura, como dice, así como “el urbanismo, por sí solo, no cambia nada”, podemos extraer que definir cualquier lugar de trabajo en general, y la redacción periodística en particular sin tener en cuenta los cuidados, no tiene sentido. Tendríamos que comprender, entonces, la redacción como el espacio en el que, en condiciones de amabilidad emocional, arquitectónica y ambiental, profesionales de varias disciplinas como el periodismo, la comunicación, el diseño y la administración hacen posible la publicación periódica de contenido. Es ya una lectura más justa con lo que debería reflejar la realidad.
¿Cómo podríamos inyectarle sentido a esa definición? ¿Qué son las condiciones de amabilidad? ¿De qué manera lograrlas? Atender a la arquitectura de las redacciones, desde lo puramente espacial y físico hasta las relaciones interpersonales, los roles, resulta interesante. El arquitecto italiano Antonio Martire publicó en 2017 una tesis doctoral sobre la transformación de los espacios de aprendizaje en la educación secundaria. Analizaba la relación entre espacio y educación recordando algunas metodologías pedagógicas, como el enfoque del pedagogo Magaluzzi que “hablaba del espacio como de un tercer educador” y decía que “el entorno físico (…) se convierte en un elemento central en el proceso y se presenta como un conjunto de diferentes espacios nested (anidados), que se caracterizan por su visibilidad continua, su transparencia, su adaptabilidad y su flexibilidad”.
¿Y qué tiene que ver la enseñanza con el periodismo? Los centros educativos son lugares que grandes grupos de personas utilizan para desarrollar actividades intelectuales, escribir, pensar, construir creativa y científicamente y satisfacer algunas necesidades básicas. Lo mismo ocurre en otros centros de trabajo. Un grupo diverso de personas confluyen para sacar adelante un proyecto común, compartiendo un espacio físico y temporal suficiente como para que suponga un condicionamiento vital de importancia. Martire dedica parte de su tesis a la flexibilidad y la oposición entre espacio formal e informal, y afirma que “se ha evidenciado la necesidad de considerar el proceso de adquisición de conocimientos como un proceso continuo que no está confinado en espacios y tiempos fijos”. Es algo que las periodistas sabemos fundamental: que en la redacción haya espacios donde mantener la concentración y zonas para el descanso donde cultivar las relaciones informales con las compañeras es imprescindible.
Zaida Muxí, en su visita a la redacción de Pikara Magazine, puso en valor su carácter diáfano, que permitía dar diferentes usos al mismo espacio, transformar espacios formales en informales y viceversa o combinarlos manteniendo la diferenciación. Aunque no todo se resuelve poniendo la vista en las formas: la redacción de Pikara Magazine es amplia y bonita, pero también es fría y algunas tareas básicas necesarias, como la limpieza, se amontonan junto al contador de la bandeja de entrada del correo. Preocupa además cómo el espacio físico puede condicionar o construir relaciones de poder entre compañeras o entre los diferentes ejes del organigrama de los medios de comunicación. Hay que pensar en el diseño y la construcción de la redacción, así como en la organización de los espacios, para incorporar nuestros cuerpos y vidas en ella en condiciones amables. Contemplar espacios de encuentro, de reunión, de relajación. Pensar cómo se ponen las mesas, qué dimensiones tienen; cuánta luz y cómo entra, qué temperatura es la oportuna y el resto de elementos que serán claves en el desarrollo de las rutinas de trabajo. Y, con ello, dar reconocimiento a la necesidad de parar, abrir procesos de reflexión colectiva sobre cómo se está trabajando, cuánto, a costa de qué, y generar herramientas para conseguir que el empleo, una actividad casi insalvable para la gran mayoría social, deje de ser aquello que resta calidad de vida. O que lo sea un poco menos. Para algunos proyectos periodísticos, sobre todo para aquellos que tratan de desarrollar un periodismo más amable en lo que se refiere al buen vivir, lo más urgente es revisar las prioridades, bajar el ritmo, asumir que no es posible abarcarlo todo y que ajustarse a los recursos que se tienen es lo más saludable.
Escribía la periodista Andrea Momoitio para el diario Público en 2017 que el periodismo en el que ella cree “comparte, cuida, teje redes de apoyo”, “se cuestiona a sí mismo, busca el equilibrio entre la vida y el empleo, respeta los horarios y el descanso de los y las periodistas” y “se posiciona, se moja, se duele al verse tan poco periodismo, tan poco crítico, tan poco de verdad”. Imaginemos que el sistema público de transporte nos permite acceder con facilidad a nuestros lugares de trabajo. Imaginemos que nuestras redacciones se encuentran lo suficientemente cerca de los barrios como para que jamás se nos olvide por qué, para qué y para quién escribimos y quiénes son las protagonistas de las historias que contamos. Imaginemos que, al entrar, el espacio es diáfano, está iluminado con luz natural, hay diferentes zonas: para el descanso, para el desfogue, para satisfacer nuestras necesidades fisiológicas básicas, para el cuidado, para el trabajo. Imaginemos que nuestro lugar de trabajo no es una celda diminuta sino una isla amplia compartida con otras compañeras con las que compartimos área, temática, responsabilidades o afinidad. Imaginemos que nuestras condiciones laborales nos permiten descansar cuando lo necesitemos, acudir a citas médicas y otros requerimientos de importancia sin tener que justificarnos, sin sentir que estamos fallando o siendo malas trabajadoras. Imaginemos que la temperatura de la redacción no nos provoca fatiga ni escalofríos, que tenemos a nuestra disposición alimentos saludables, que el aire es limpio y renovado. Imaginemos que el rato de comer nunca más es frente al ordenador en el que estábamos trabajando y que no comemos mientras revisamos que los tweets están bien programados, mientras transcribimos una entrevista o a ratos entre llamadas, sino que lo hacemos en un espacio habilitado para ello, un buen plato de comida y libre de tareas. Imaginemos que podemos acudir a trabajar visiblemente angustiadas por algún problema personal y que nuestras compañeras de trabajo le dan espacio a nuestro sentir para que no sea dolorosa la jornada. Imaginemos que una vecina nos visita en la redacción y podemos sentarnos con ella a tomar una infusión. El periodismo será “de verdad” cuando nuestras necesidades vitales estén por encima de la producción de contenidos en las redacciones y cuando nuestros sentires cotidianos puedan acompañarnos en la hermosa tarea de contar historias. El periodismo en el que yo creo pone la vida en el centro.
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