Las surrealistas que arropó México

Las surrealistas que arropó México

Remedios Varo y Leonora Carrington fueron dos pintoras de referencia a las que juntó la guerra en Europa y unió el exilio en el país americano.

31/05/2023

Remedios Varo (izda.) y Leonora Carrington.

Mientras Europa estallaba en conflictos en la primera mitad del siglo XX, un próspero México liderado por el presidente Lázaro Cárdenas abría los brazos a quienes perdieron la guerra civil española y a intelectuales y artistas de un continente herido.

Miles de personas se asentaron en el país y ya no lo dejaron nunca. Remedios Varo (Anglés, España, 1908) y Leonora Carrington (Lancanshire, Inglaterra, 1917) huyeron de la Segunda Guerra Mundial en Europa y hallaron en ahí el remanso donde madurar como artistas y plasmar sus mundos interiores. A pesar del frío recibimiento de los intelectuales locales, liderados por Diego Rivera y Frida Kalho, formaron un grupo de apoyo mutuo, lúdico y creativo con otras personas refugiadas en Ciudad de México, un vivero de artistas y pensadoras.

Ellas son dos mujeres con una obra y unas vidas de vanguardia que merece la pena conocer.

Dos infancias opuestas, dos juventudes marcadas por la guerra 

Una mujer mira al infinito pensativa, sentada en una butaca en medio de un cuarto naranja con un vestido largo verde de manga larga. Mira al infinito y piensa tan concentrada que ella misma se va convirtiendo en el propio asiento: sus pies en patas, sus manos en reposabrazos, su rostro tapizado. De un armario al fondo salen nubes. La pata de una silla rebusca en un cajón y un gato se asoma por un agujero del suelo de madera. Es Mimetismo, obra pintada en 1960 por Varo.

Remedios Varo nació en 1908 en Anglés, Girona. Creció en Cataluña pero también en Cádiz, Marruecos y Madrid. Su infancia fue de veraneos en Donostia visitando a la familia materna, de novelas de aventuras y visitas frecuentes al Museo del Prado.

Casi una década después, nacía Leonora Carrington. Hija de un magnate de la alta sociedad, creció con nanas en castillos y en escuelas de señoritas de élite en Italia y Francia, de donde era repetidamente expulsada. Una jaula de oro como se ve en su autorretrato Inn of the dawn horse, en el que un caballo blanco corre libre en el exterior mientras otro de juguete se mantiene quieto dentro de la habitación junto a una mujer y una hiena.

Ambas se interesan por el arte y los círculos de artistas desde jóvenes. Varo se formó en la Escuela de Artes de San Fernando (donde era una de las pocas alumnas), en las tertulias de los cafés con otros aspirantes a artistas y en los encuentros en la Residencia de Estudiantes, ese criadero de vanguardias en los años previos a la Guerra Civil.

Se casó con su compañero de estudios, el artista navarro Gerardo Lizárraga, para salir de la casa familiar. Pero nunca renunció a su libertad. Al menos en dos ocasiones de su vida vivió con dos hombres al mismo tiempo. Primero con Lizárraga y su amante, el también pintor Esteban Francés, en Barcelona. Más tarde, con este y el poeta surrealista Benjamin Peret, en París. Con su esposo mantuvo una cercana amistad toda su vida. Varo consiguió sacarlo de un campo de refugiados de la Francia ocupada al reconocerlo en las imágenes de un documental, luego formaron parte del mismo grupo de amistades en México y los hijos de Lizárraga la llamaban tía.

En Barcelona, Lizárraga trabaja en publicidad y Varo entra en contacto con las vanguardias. Allí expone sus primeras obras surrealistas y en los momentos de mayor necesidad se dedica a falsificar la obra del italiano Giorgio de Chirico. Durante la guerra conoce a Peret, íntimo amigo de André Breton, y se marchan a París en 1937, cuna del surrealismo.

A París, llegó también Carrington, de la mano del pintor surrealista Max Ernst, de 47 años. Sus padres la desheredan, pero consigue entrar en los círculos surrealistas de París, dondeque la tratan con condescendencia, infantilizáandola. Tenía entonces 20 años.

“Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos”, declaró en una entrevista durante su vejez. Una de las pocas ya que no le gustaba tratar con periodistas.

Pero ella tenía bastante con haberse revelado contra su familia y su clase. Por eso, cuando Joan Miró le mandó a comprar cigarrillos, ella le contestó que fuera él mismo. Carrington calló bocas cuando, en esa época, vendió su primera obra a la visionaria coleccionista estadounidense Peggy Guggenheim.

La guerra acecha el continente. La Guerra Civil le hace huir a Varo de España y la Segunda Guerra Mundial, de Europa. Remedios es encarcelada en Francia, Hitler ocupa París y en 1941 se encuentran en Marsella un buen número de intelectuales antifascistas que después encontraron en México un destino seguro. A Leonora Carrington, el conflicto la entra en casa. Los nazis se llevan a Ernst a un campo de concentración y Leonora se descompensa. Sus padres la internan en un psiquiátrico en Santander, donde recibió tratamientos experimentales y la tenían atada a la cama. En un traslado a otro centro, aprovecha para huir. Seis meses de horror que ella recogerá después en su libro Memorias desde abajo donde relata ese viaje de ida y vuelta a la locura.

‘Mimetismo’, Remedios Varo.

Los años en México

Tras su fuga en 1941, Carrington conoce al escritor Renato Leduc en la Embajada de México en Lisboa. Se casan y viajan juntos a Nueva York, y de ahí a México. En 1944 conoce al que será su compañero el resto de su vida, el fotógrafo húngaro Emérico “Chiki” Weisz (asistente de Robert Capa), con quien tiene dos hijos. Con él, en México, encuentra la calma que le permite elaborar una obra más compleja y brillar por sí misma, lejos de la sombra de Ernst.

Una obra onírica, con mucho detalle, cuadros muy oscuros que vienen del subconsciente, con gran influencia celta, del misticismo y la cábala. La pintura se le quedó corta para su universo interior. En 1944 publica la obra de teatro Penélope, que el dramaturgo Alejandro Jodorowsky sube a las tablas en 1957 con escenografía y vestuario de la propia Carrington. Escribió cuentos que respondían a la misma lógica que sus cuadros: surrealistas y con un gran sentido del humor. En los años 80, se centró en la escultura. Máscaras y seres extraordinarios que emergen del cobre como Cómo hace el pequeño cocodrilo, colocada en el céntrico Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, inspirada en Alicia en el País de las Maravillas. Controlaba todo el proceso, yendo a la fundición y subiendo a andamios, cuenta su hijo Pablo en un documental.

Cuando Leonora Carrington y Remedios Varo se cruzaron en los círculos surrealistas de París en 1936, no podían pensar que su amistad se consolidaría en México. Vecinas de la colonia Roma, Remedios caminaba todas las mañanas las pocas cuadras que separaban su casa de la de Leonora. No cuesta imaginarlas hablando y fumando sin parar en la casa de Carrington.

Aunque todavía no está abierta al público, el espacio en el que vivió 60 años Leonora Carrington pertenece desde 2021 a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), vendida por uno de los hijos tras su fallecimiento para que mantuvieran su legado. En ella se puede ver el universo doméstico de la artista, sus fotos con amistades pegadas en los armarios de la cocina, su nutrida biblioteca, sus sencillos muebles que no sustituyó por décadas. Todo entre una vasta colección de esculturas de su última época. “Son los insumos de su creación. Tenía una vida creativa muy interesante, productiva, potente que volcaba hacia todos los espacios”, señala Yissel Arce, directora Cultural de la UAM.

Varo tardó un poco más que su amiga en volcarse por completo al arte. Cuando se asentó en su nuevo hogar en Ciudad de México, Remedios hizo diseño de muebles y de vestuarios. Pero lo que más dinero le reportaba era la publicidad. Elabora unas series para la farmacéutica Bayer en las que comienza a asomar todo su mundo. Varo es una artista fascinada por el mundo de la alquimia, de lo esotérico, pero también de lo científico. Con un gran dominio del dibujo y del detalle. Enigmática, poética, misteriosa. “Cada cuadro es una novela”, dice de ella la escritora cubana Zoé Valdés, que ficcionó su apasionante vida en el libro La cazadora de astros.

Al terminar la guerra mundial, Peret regresa a Francia y ella se va con un piloto francés 14 años menor a Venezuela, donde trabaja para la unidad contra la malaria firmando su obra con el apellido materno, Uranga. Los viajes la permitieron observar y dibujar insectos, selvas, paisajes, que más tarde integrará a su obra. Pero México es ahora su patria emocional así que regresa para abordar lo que sería su gran etapa creativa. “Llegué a México buscando la paz que no había encontrado ni en España (la de la Revolución), ni en Europa (la de la terrible contienda), para mí era imposible pintar entre tanta inquietud”, señalaba.

No fue hasta que se juntó con Walter Grauen, un refugiado austriaco propietario de una tienda de discos a quien conocía desde hacía años, cuando puede entregarse a la pintura. Dos décadas dedicadas en cuerpo y alma a su arte. En 1955 se convierte en la revelación de una muestra colectiva en la Ciudad de México. Un año después, vende en tres días todos los cuadros expuestos en una exposición individual. Su fama despegó. Tenía lista de espera de encargos y realizó dos exposiciones individuales más.

“Yo pensaba que para un creador lo importante es el crear y que el devenir de su obra era cuestión secundaria y que fama, admiración, curiosidad de la gente, etcétera eran más bien inevitables que cosas deseadas”, confesaba sobre su recién adquirido éxito.

‘Inn of the dawn horse’, de Leonora Carrington.

De todas formas, no pudo disfrutarlo mucho tiempo. Murió de un infarto en 1963, con tan solo 55 años, dejando tras de sí una pequeña pero importante obra, reconocida y solicitada en México pero todavía sin proyección internacional.

Walter Grauen, ya fallecido, relataba así ese momento: “Encontré a Remedios en la cama describiéndome con tranquilidad y términos de un médico lo que le dolía. Deduje inmediatamente que se trataba de un infarto. Poco después, estaba muerta”. Su última obra terminada se llamaba Naturaleza muerta resucitando.

Si bien la mayor parte de la obra de Varo se encuentra en manos particulares, su viudo donó en el año 2000 los cuadros que ella dejó al Museo de Arte Contemporáneo de la Ciudad de México. La sobrina de Remedios Varo, la también artista Beatriz Varo, apeló a la justicia reclamando ser la única heredera, con la intención de darla a conocer en su país de origen. Pero México considera la obra de Varo parte de su patrimonio nacional.

Su amiga la sobrevivió varias décadas, trabajó hasta el último momento y falleció en 2011, con 94 años. Aunque le correspondía recibir un homenaje público y masivo de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, máxima instancia cultural del país, su familia aseguró que ella dio instrucciones de que no fuera así. Aunque su obra alcanzó altísimos precios en vida, ella se lo tomaba a risa. La escritora Elena Poniatowska, autora de su biografía novelada Leonora y amiga de la artista decía de ella que tenía “mucho sentido del humor y mucha capacidad para encontrarle a los demás su estupidez. Simplemente no quiere hablar con nadie que no le pueda dar ninguna respuesta”. En su necrológica publicada en el periódico La Jornada la periodista Merry MacNasters la nombraba “rebelde y feminista precoz”. “Buena parte de su obra proviene de esa rebeldía, en ocasiones subversiva, contra la autoridad patriarcal”.

 


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