Mujeres, arte y locura

Mujeres, arte y locura

Repasamos la trayectoria de algunas artistas locas para reinvindicar su trabajo y nos preguntamos qué relación hay entre la locura y el arte? En la misma época en que cambia radicalmente la idea del “artista” cambia también el abordaje de la “enfermedad mental”.

17/05/2023
Adaptación de la portada del monográfico de LOCURA que editamos en 2020.- Señora Milton

Adaptación de la portada del monográfico de LOCURA que editamos en 2020.

Escribe María del Río Diéguez, en su tesis doctoral ‘Creación artística y enfermedad mental’, que “la locura ha perdido su carácter patológico; la ‘locura’ ha dejado de ser expresión de la degeneración para convertirse en una condición de artista”. La idea del “artista loco” bebe mayormente de la época del Romanticismo. Del Río describe la “locura” como la “pérdida de la razón o exclusividad de la emoción”. No es coincidencia, por tanto, que en la misma época en que cambia radicalmente la idea del “artista”
cambie también profundamente el abordaje tradicional de la “enfermedad mental”, así como la concepción social de esta.

Desde ese momento se va fraguando la asociación entre los conceptos de “arte” y “locura”, asentándose esta relación en el siglo XX con las primeras vanguardias artísticas. Según la autora de la tesis citada, es la apertura a la “expresividad”, y no las meras obras realistas y por encargo institucional, lo que permite poner en valor creaciones artísticas firmadas por personas con diagnósticos psiquiátricos. El pintor Paul Klee manifestó que el arte “no reproduce lo visible, sino que lo hace visible”.

Locas y luchadoras: el carácter social de la locura

María José Ruiz Somavilla e Isabel Jiménez Lucena, en su análisis ‘Género, mujeres y psiquiatría: Una aproximación crítica’, no contemplan la carga social de la locura, que para muchas activistas locas sí es, en parte, una forma de rebeldía. Tanto la raíz de nuestro sufrimiento como las redes de apoyo mutuo que tejemos después tienen, por supuesto, un carácter social, si nos alejamos de las perspectivas biologicistas. Ambas autoras plantean, sin embargo, que “las mujeres que rechazaron la domesticidad o el dominio económico y sexual de los varones, así como las activistas políticas, optaron por transgredir los roles de género que se les habían asignado; no optaron por la locura”.

Hace falta preguntarnos si el hecho de que la locura como vía de escape no funcione como anhelamos a menudo las locas, invalida este intento de “desatarnos” de las imposiciones patriarcales. ¿Es la locura, en sí, rebeldía? ¿Sufrimiento? ¿O ambas? No se puede saber a ciencia cierta. Sin embargo, podemos intentar ser conscientes de esa raíz de violencia, de fuera hacia adentro, de la locura; legitimar al menos lo que hay detrás del intento de desinhibirse y expresarse visceralmente, tras siglos de silencio dictaminado e interiorizado.

Podemos elegir rendir un tributo a las vidas y experiencias en primera persona de aquellas artistas locas que nos precedieron. No solo por lo extraordinario o meritorio de sus obras, sino porque fueron mujeres afrontando un sistema patriarcal muy crudo. Entendemos, así, sus reacciones más “irracionales” o “románticas” como respuestas de rebeldía. Nos abrieron las puertas. No se trata de romantizar su sufrimiento, sino de ponerlo en valor. No se trata, tampoco, de idealizar su “desgarradura”; sí de defender con uñas y dientes la dignidad intrínseca al anhelo de expresarse. De sufrir en voz alta en vez de lavar, como se dice tradicionalmente, los trapos sucios en casa.

 

Y, precisamente porque las feministas llevamos siglos sacando los trapos sucios al patio, a la plaza, a la universidad y a todas partes, es necesario recuperar esa genealogía de artistas locas violentadas, censuradas, condenadas al posterior olvido. Nombres como el de Virginia Woolf son ya más conocidos y su obra también se empieza a valorar, por fin, como se merece. ¿Quiénes fueron otras artistas locas y qué tuvieron en común sus vidas y experiencias en primera persona?

Una genealogía de artistas locas

Camille Claudel fue una escultora blanca, de nacionalidad francesa, que nació en 1864 y murió en 1943. A los 17 años se marchó de casa para dedicarse a la escultura. Empezó una relación con Auguste Rodin cuando ella todavía era joven y él, en cambio, era adulto; el conocido artista estaba ya en una relación con Rose Beuret. El sufrimiento emocional de Camille fue escalando paralelamente a la violencia de Rodin, que la ninguneaba artísticamente y la maltrataba como pareja. Encerrada durante años en su casa, la artista terminó enloqueciendo. Llegaba a destruir sistemáticamente todas sus creaciones, entre ellas, una serie de bustos infantiles en los que podría haber enterrado su dolor por no haber llegado a ser madre. Años atrás, Rodin la había obligado a abortar.

La escultora también afirmaba que Rodin robaba sus ideas y lideró una conspiración para matarla. El diagnóstico oficial fue delirios de grandeza y manía persecutoria. Años después, se encontraron cartas que atestiguan los malos tratos y la manipulación vividas por Camille Claudel a manos de los hombres de su entorno. Se quedó en el psiquiátrico a pesar de la reticencia médica, ya que trataron de convencer a su familia de que no era necesario mantenerla allí; fueron su hermano Paul y otro médico quienes firmaron su admisión.

Así, volvamos a esos trapos sucios que nos negamos a seguir lavando en casa. Si hablamos de artistas a las que la sociedad patriarcal enloqueció, es de justicia feminista rendirle un tributo a Marilyn Monroe.

Marilyn Monroe fue una actriz de cine blanca, de nacionalidad estadounidense, que nació en 1926 y murió en circunstancias sospechosas en 1962. Más allá de ahondar en si se suicidó (hipótesis que nunca llegó a ser corroborada por la justicia) o se trató de un asesinato, es fundamental arrojar algo de luz también sobre la nula calidad de vida a la que a condenó el mundo de Hollywood.

Monroe fue superviviente de abusos sexuales y abandono familiar en su infancia. ¿Está en nuestra mano ahora profundizar en hasta qué punto estas vivencias tan difíciles configuraron su vida posterior, entrando en juego la adicción y el ingreso psiquiátrico? Lo que es innegable es que la condicionaron como habrían condicionado a cualquier criatura. Así, podemos plantearnos la violencia y la revictimización que supuso relegarla, cuando anhelaba ejercer como actriz al eterno rol de “sex symbol”. ¿Qué implica ser una “sex symbol” en una sociedad patriarcal en la que la sexualización, cosificación y violencia sexual más crueles están a la orden del día?

Racismo y patriarcado: el reflejo de las violencias en la vida de una artista

Al continuar desglosando vida y obra de artistas de cabecera, locas en primera persona, enseguida se evidencia el racismo, consciente o inconsciente, encubierto tras la imagen más extendida de la “enfermedad mental”, del sufrimiento emocional. Son cada vez más las mujeres racializadas y, sobre todo, negras que reivindican la necesidad de que el activismo en salud mental y, en general, la lucha contra el estigma social, dejen de ser vergonzosamente blancos. No se trata ya de que las dolencias emocionales no afecten solo a las personas blancas y europeas; se trata, de hecho, de que la mayor incidencia de la precariedad laboral, los abusos sexuales… y la propia opresión racista y colonial tienen un efecto directo sobre la salud emocional de las personas racializadas y del sur global.

Nina Simone fue una cantante, compositora y pianista afroestadounidense de música jazz, blues y soul; nació en 1933 y murió en 2003. Se la conoce con el sobrenombre de Alta Sacerdotisa del Soul. Fue (y es) célebre además de por su obra musical, por su compromiso fundamental con la lucha por los derechos civiles, por la dignidad y la liberación de las mujeres negras en Estados Unidos. Sin embargo, no es en absoluto igual de conocido el dolor de la artista ante el maltrato vivido a manos de su expareja, el policía Andy Straud, que, además, fue el responsable de explotar a Simone como su mánager y alejarla de su propia hija. Superviviente de violencia machista y abusos sexuales por parte de su marido, acabó escapando de Estados Unidos. Más adelante le diagnosticaron trastorno bipolar.

Podríamos haber hablado también de Zelda Sayre, Yoko Ono, Sylvia Plath; artistas locas que quedaron opacadas por su pareja, a menudo hombres maltratadores.

De Maya Angelou, Billie Holliday y muchas más artistas locas y supervivientes de esa misma violencia machista, en forma de maltrato, abusos sexuales o abandono familiar en la infancia o adolescencia.

De Ntozake Shange, Violeta Parra y otras tantas artistas locas comprometidas con luchas sociales, políticas y económicas, en cuyas historias de vida se entrelazan también la violencia y los diagnósticos psiquiátricos.

De una de las “malditas” más célebres de todas, la poeta Alejandra Pizarnik; tras cuya “fama” de mujer enloquecida por la poesía se oculta tantas veces un interés social y familiar por camuflar la violencia patriarcal que verdaderamente pudo haberla enloquecido. De la violencia, en este caso innegablemente directa, inherente a los encierros psiquiátricos, como el que vivió la artista loca Leonora Carrington y todas aquellas que no han pasado, siquiera, a los márgenes de la Historia.

 

Este texto ha sido publicado originalmente en el monográfico sobre LOCURA que editamos en 2020. Una de las principales apuestas de Pikara Magazine pasa por garantizar que todos nuestros contenidos estén en abierto. Por eso, a pesar de que el monográfico sigue disponible en .pdf, publicamos el texto en abierto. Suscríbete para que siga siendo posible.
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