“Somos seres humanos y necesitamos contacto”

“Somos seres humanos y necesitamos contacto”

La relación entre el colectivo LGTBI y el tema de las infecciones de transmisión sexual ha sido impuesta por la sociedad durante años y hoy en día sigue habiendo mucho tabú, ignorancia, clichés y criminalización.

24/05/2023

La explicación en sí misma parece sencilla: los seres humanos tenemos, en general, tendencia a relacionarnos y el contacto entre personas forma parte de lo cotidiano. La propagación de enfermedades e infecciones es a menudo consecuencia de ello. Pero en el caso de las infecciones de transmisión sexual —en adelante ITSs—, la lista de preguntas suele ser eternamente larga y ardua, y no sólo para saber si ha habido una práctica calificada como peligrosa: las profesionales del sistema sanitario les preguntan con quién se han acostado, dentro de qué modelo relacional, con qué prácticas concretas, cuál ha sido su orientación del deseo. Las cinco personas que participan en este reportaje consideran, además, que a quienes son heterosexuales no se les somete a un interrogatorio tan minucioso. El tema tiene, por lo tanto, tintes de deshumanización, estigma y criminalización hacia el colectivo LGTBIQA+. Ainhoa, que ha pasado por una experiencia como esta, pide que se trate con normalidad el tema: “Somos seres humanos y tenemos contacto”.

Ainhoa (nombre ficticio) es una deportista de élite; dice que le gustan las personas, sin ninguna distinción ni etiqueta. Le detectaron el Virus del Papiloma Humano (VPH) cuando tenía una relación de pareja con una mujer. En 2020 estuvo 132 días sin la menstruación y fue derivada a una clínica privada de Gipuzkoa por el médico del club en el que compite. Le diagnosticaron el VPH tras varias pruebas y lo recuerda con angustia: “No sabía lo que era, sabía que estábamos vacunadas y de todos modos lo había contraído. La ginecóloga me dijo que se podía transmitir por vía sexual y me preguntó si tenía pareja, sin especificar si era chico o chica. Se lo agradezco en ese sentido”. Sin embargo, sintió malestar porque no sabía dónde había contraído el virus ni sabía qué tipo de relaciones sexuales podía mantener con su pareja. Medio avergonzada, decidió preguntar estas dudas a la ginecóloga, que le contestó que lo mejor era hacer una prueba y saber si su pareja también tenía o no el virus y, si no, utilizar las medidas higiénicas más estrictas posibles: que utilizasen juguetes sexuales y que los lavasen bien. Su pareja, sin embargo, tuvo que esperar un año para hacerse la prueba: fue nerviosa al médico, pensando que podía tener el virus, pero le dijeron que no podía hacerse la prueba porque se había hecho la citología un par de meses atrás. “Y mientras tanto nosotras sin follar o inventando nuevas formas de hacerlo. ¿Solo acariciándonos? Joe… Ya sé que hay mil cosas por explorar pero las caricias no eran suficientes. Tuvimos un parón por esa ignorancia”.

El caso de la pareja de Ainhoa no es único en el sistema público. Otras tres personas entrevistadas han tenido un diagnóstico o atención tardía: Beñat, Izar y Mikel (nombres también ficticios). Los dos primeros en Gipuzkoa y el tercero en Bizkaia. Beñat es marika y ha tenido una experiencia similar en dos ocasiones. La primera vez, en tiempos pandémicos, detectó en su ano una especie de almorrana. Sin consulta presencial, estuvo dos meses tratando el grano como si lo fuera. Al cabo de un tiempo, lo vio el médico de guardia y no le cambió el diagnóstico. Al final se le infectó y fue a urgencias. Tres médicos le vieron y le preguntaron si había mantenido relaciones sexuales en los últimos tiempos. Para ello, la amiga que fue a ayudarle fue expulsada de la consulta:
“‘Esto va a ser muy violento’, me dijo el médico, que, acto seguido me preguntó si había tenido relaciones sexuales últimamente. Al médico le daba vergüenza preguntarme si había tenido sexo anal y dio muchas vueltas hasta preguntarme lo que quería: si había tenido relaciones con un hombre y si me habían penetrado por el ano. Por cierto, esta formulación es tránsfoba”. Le dijeron que probablemente habría contraído alguna ITS, y así comenzó el sinfín de pruebas. Le dieron cita en infecciosos al de una semana, pero ese día fue atendido en la unidad de gastrointestinales, donde le dijeron que tenía el papiloma humano.

Izar es une trans no binarie. Se infectó de sífilis el año pasado durante una relación sexual que mantuvo en un viaje por Sudamérica. Sin embargo, estuvo casi medio año sin saber lo que tenía: “Cuando volví al País Vasco me di cuenta de que me dolía mucho la cabeza, y que a la hora de girar el cuello me mareaba. Al principio, como era verano y había mucho sol, pensé que era eso. Un mes después, vi que al orinar me hacía daño el pene y que el contorno del glande estaba blanco. Era domingo y fui a urgencias. Allí me dijeron que eran hongos”. El tratamiento no le hizo ningún efecto y regresó a las dos semanas a su centro de salud, esta vez con el glande hinchado. La médica le dijo lo mismo; que eran hongos. Al cabo de unas semanas aparecieron unas manchas rojas en sus manos y pies y volvió al médico: “‘¿Qué tienes ahora?’, me dijo, como si estuviese exagerado. Le enseñé las manchas y vi en su rostro que no sabía lo que tenía. Empezó a fotografiarme con una cámara vieja para enviarle las fotos a la dermatóloga”. Al día siguiente la especialista le llamó para comunicarle que padecía sífilis y que había sido le habían derivado a microbiología.

“Ignorancia”, es lo que subraya también Mikel. Se trata de un chico bisexual que acudió a urgencias en busca de antiretrovirales sospechando que la noche anterior había tenido prácticas “peligrosas” con una persona posiblemente infectada por el Virus de Inmunodeficiencia Humana —en adelante VIH—. El médico que le atendió no conocía ese sistema de contención —esta medida de emergencia se llama profilaxis post-exposición y, si se empieza con el tratamiento en un intervalo de 72 horas, las posibilidades de desarrollar la infección se reducen considerablemente— y tras buscar en Google le dijo que ahí no tenían ese medicamento y que tenía que ir a Bonbero Etxaniz, centro de referencia para las ITS en Bizkaia. Como estaba cerrado el domingo, volvió el lunes al salir de trabajar, pero le dijeron que a partir del mediodía estaba cerrado. Regresó el martes por la mañana y desde allí fue derivado al hospital. Estuvo en la sala de espera de urgencias durante diez horas. Pasaron las 72 horas cautelares cuando llevaba allí ya cinco, pero el enfermero le dijo que ese límite de plazo era orientativo. Le dieron la medicina a las 20:30 de la noche.

El periodista y actor Xabin Fernández tiene VIH y, tras diez años de silencio, ha hecho pública su situación a través de una obra de teatro. Siendo de un pueblo pequeño y homosexual, dice que ya ha salido del armario con anterioridad, pero esta vez ha sido diferente porque han pasado diez años desde que se infectó. Sin embargo, ha querido hacerlo de una manera natural a través del teatro. Comparte escenario con la actriz Intza Alkain y la obra está dirigida por Aitziber Garmendia. En ella cuenta que el diagnóstico fue muy distinto para él. Donó sangre y poco después recibió una llamada diciendo que en la muestra de sangre habían encontrado el VIH. Tenía 27 años.

Las otras personas entrevistadas también tienen la misma edad: entre 25 y 30 años. El hecho de ser jóvenes influye en sus relatos: dicen que hay desconocimiento sobre tema, que se les ha tomado por promiscuas, que han buscado información en la red, que creen que entre la gente joven se cree que es algo inusual, o al contrario, hablan con sus amigas la necesidad de superar tabúes. Otra de las cuestiones que les une es el trato recibido en el sistema sanitario: empezando desde los lugares aislados donde se encuentran las unidades de ITS hasta haber tenido que sufrir desprecio por parte del personal sanitario.

 

Esto no es un interrogatorio en un sótano. ¿O sí?

No todes han tenido una mala experiencia con el personal que les ha atendido. Ainhoa, Xabin e Izar, por ejemplo, agradecen el trato cercano que han tenido las profesionales. Sin embargo, reconocen que también les ha parecido fría, en general, la relación del sistema sanitario respecto al tema. En la clínica privada no, pero con el médico del club Ainhoa tuvo una mala experiencia: “A mí me derivó a la privada el médico del equipo porque soy una deportista de alto rendimiento y no tenía la menstruación. Pero una vez volví con el diagnóstico, me explicó de que la dolencia no tenía nada que ver con mi trabajo, por lo que el seguro no incluía este seguimiento. Trabajo con mi cuerpo, claro que sí que tenía que ver”.  Recurrió entonces a la sanidad pública, aprovechando que debía someterse a la citología de los 25 años. Si no fuese por ello, tendría que haber empezado desde cero.

Por su parte, Izar, Beñat, Xabin y Mikel han explicado que las unidades de los hospitales de microbiología e infecciosos están escondidas y separadas del resto de zonas. La del edificio Bonbero Etxaniz, por ejemplo, no tiene ninguna relación con el centro de salud que tiene debajo, y en el Hospital Donostia también están alejadas del resto de zonas. Eso convierte a dichos lugares en hostiles, como si hubiera algo que ocultar o que fuera tabú. Xabin, por ejemplo, fue bien atendido cuando por primera vez llegó a la consulta y le dijeron que era seropositivo, pero tiene clavada la recomendación del médico de no tener prisa en contárselo a la gente: “Yo decía que tenía que contarlo y que no sabía qué pasos dar. Se lo pregunté al médico. Me dijo que lo pensara bien, que no tuviera demasiada prisa, y con eso me asusté un poco. Él me decía que tuviera paciencia. No me dijo que no lo contase, pero me dijo que tuviera paciencia, y yo no lo gestioné bien. Y sigo un poco con ese mensaje en la cabeza. Me parece que la sociedad nos está diciendo que está muy bien que lo contemos, pero bueno, que lo hagamos con cuidado”. No recuerda exactamente cuáles fueron las preguntas que le hicieron, pero recuerda que no le faltaron al respeto: “A ver si tenía pareja, si sabía cuál podría ser la práctica de riesgo que tuve…”. Matiza, sin embargo que, desde su perspectiva actual, cree que hoy sí se le encendería alguna que otra alarma.

En efecto, tanto Beñat como Mikel han tenido que estar en alerta cuando han acudido a consulta. A Mikel le han preguntado de todo: “Entiendo que hay que poner cierta información en el informe, pero ¿todo? ¿Qué aporta preguntarme si la práctica sexual es con una mujer o con un hombre? ¿Por qué me preguntan cómo ha sido dicho encuentro? Le pedí que pusiera solo la información básica. Al final, lo hizo como se lo pedí. Pero antes también tuve una experiencia mala, cuando pedí los análisis de las ITS, el médico me insistió mucho en por qué quería hacerlas. Le dije que era porque hacía mucho tiempo que no las hacía y me preguntó si tenía muchas relaciones sexuales”.

La vivencia de Beñat es parecida. Primero le operaron para extirparle el supuesto papiloma. Pero después de hacerle las pruebas le dijeron que tenía clamidia y sífilis. Desde allí fue enviado a la unidad de microbiología para asegurarse de que no tenía ninguna otra infección. Y allí le dieron la penicilina para que se la pusieran en el centro de salud de su pueblo. En el pueblo nadie estaba especializado en el tema. El problema del estigma, explica, se produce fuera de la unidad de microbiología, como cuando fue a pasar revisión a la unidad donde fue operado: “Se pasaron muchísimo”, recuerda, “me dijo que a ver cómo se me ocurría follar sin condón, siendo tan joven y poniendo mi vida en peligro. Le dije que era educador sexual y que ya lo sabía, y entonces me contestó que le parecía aún peor. ¿Cómo juzgan tan pronto? No sabe si me han violado, si me han abusado y, sin embargo, me echó semejante bronca. Le pedí por favor que se callara, y que, si no, me iría”.

Un año después le pasó lo de la giardia. Se trata de una infección intestinal causada por un parásito que puede transmitirse, entre otras cosas, por vía sexual. En este caso, un compañero sexual de Beñat lo tenía, en concreto, por practicar sexo oral en el ano a otra persona. Beñat insiste mucho es que estas infecciones no solo se transmiten con penetración y que hace falta más educación sexual sobre estos temas. Por eso, y por precaución, su amigo le pidió que también él se hiciera la prueba. La enfermera que le atendió le preguntó bruscamente por qué quería ese análisis específico. Beñat le explicó cuál era la situación y, de nuevo, la enfermera, desde el desconocimiento, le dijo que era imposible pasar la bacteria por vía sexual, hasta que Beñat le dijo que en el ano se puede hacer sexo oral: “Me cansa andar así cuando lo que necesito son antibióticos y sé que se los darían fácilmente a cualquier otra persona, cagando en un bote”. La enfermera, de repente abrió el historial de Beñat y le preguntó si la persona que le había pasado la sífilis era la misma que le había pasado la giardia: “¿Pero qué pregunta es esa? Le dije que no, pero entonces tuve que explicarle, además, que el tercero que tenía la giardia era la pareja de mi compañero sexual”. La enfermera no entendía nada. Finalmente dio positivo en el parásito y se le administró el medicamento necesario, pero el estigma no cesa. Hace poco ha hecho las pruebas habituales de cada año y para conseguirlas también ha tenido que pasar por un interrogatorio: “La enfermera no quería darme cita, me preguntó si tenía las pruebas pautadas, le dije que era por salud sexual, pero me preguntaba constantemente si sospechaba de algo. Y yo le decía que no y que no”.

Su cuerpo sigue dando positivo en anticuerpos de sífilis — a Izar le ocurre lo mismo —, el médico no le aclaraba nada, porque no sabía del tema — esa dejadez la han denunciado también Mikel e Izar — y ha acabado acudiendo a la unidad de infecciosos. También ahí ha tenido que pasar otro interrogatorio riguroso: si folla con mujeres o hombres, cuántos compañeros sexuales ha tenido durante el último año… “Ahí vi claro que tienes que esconderte en la monogamia si no quieres hacerte pruebas adicionales”. Esto indica, por lo tanto, la variedad de estigmas y prejuicios existentes hacia el colectivo LGTBIQA+, entre ellos el de la promiscuidad.

Culpa, tabú y estigma

“Es evidente que si tienes una relación cerrada también puede ocurrir algo así, pero si tuviera relaciones diferentes me sentiría más culpable. Follar con alguien de fiesta y… ¿Por qué tengo que sentirme culpable?”. Es la reflexión de Ainhoa, que sabe que contrajo la VPH cuando tenía una relación cerrada y que no ha tenido que enfrentarse a la criminalización de las no-monogamias. Izar también reflexiona al respecto: “Cuando digo que le puede pasar a cualquiera, hablo en serio. No tenía relaciones habitualmente y contraje la sífilis en la única relación sexual que he tenido en dos años. Estadísticamente las parejas monógamas heterosexuales se relacionan más, así que, ¿por qué nos criminalizan a nosotres?”. Beñat también lo ha vivido en su piel: “Me daba rabia decir que sólo había tenido una relación sexual, como si así me perdonasen el ‘descuido’”.

El estigma sobre el colectivo LGTBIQA+, y en concreto sobre las relaciones sexuales entre pene y ano, ha sido constante a lo largo de la historia. En los últimos tiempos también ha resurgido esta sospecha social con la viruela del mono. Ha sido el SIDA, sobre todo, quien ha soportado la carga de este desprecio a lo largo de estos años. Precisamente, Xabin ha convivido con esa mochila durante una década y por eso ha llevado el hecho de ser seropositivo de forma clandestina: “He estado en un estado de alerta constante. He cambiado mi manera de relacionarme con la gente, estaba hablando, pero por si acaso estaba preparado para largarme ante cualquier pregunta incómoda. He estado asustado y tengo un capítulo muy grabado. Cuando trabajaba de reportero en la televisión, el Día Contra el Sida se les ocurrió enviar a una periodista a una farmacia y hacerle una prueba en directo. Yo no sabía dónde meterme ese día. Estaba asustado y entré en el baño para no salir y para que no me llamasen para hacerlo”.

La sombra del VIH — y del SIDA que se puede desarrollar— sigue siendo densa, incluso en aquellas personas a las que no se les ha diagnosticado. Mikel, por ejemplo, estuvo nervioso haciendo la cuenta atrás de las 72 horas que tenía para tomar el antirretroviral: “Ese medicamento podía cambiar mi vida y sentía ese peso”. Algo parecido comenta Izar: “Desde que me hicieron las pruebas hasta que me dijeron que no tenía nada más que sífilis no estuve dando vueltas sobre lo que tenía, pero cuando me dijeron en la consulta que no tenía el VIH, me sentí aliviado. Me di cuenta de que mi subconsciente estaba preocupado”. Beñat añade: “He trabajado en este campo, sé que puedes convivir con el VIH, conozco gente que tiene más de 60 años y es seropositiva, y sin embargo tenía ese punto de nerviosismo”.

Precisamente, esto indica la aversión e ignorancia que sigue existiendo sobre el virus. Xabin, por ejemplo, choca con las lecturas alarmistas que se hacen sobre la enfermedad: “No tiene nada que ver cómo se trataba el virus en los años ochenta o en la actualidad. Hoy en día mi virus es indetectable e intransmisible. Y sin embargo nos dicen que no levantemos demasiado la voz”. Además de moralmente, los afectados por el virus tienen en la actualidad algunas limitaciones materiales: en algunos países no pueden realizar trabajos concretos, y no pueden viajar a varios lugares del mundo. Ante ello, Xabin exige educación y poder hablar con tranquilidad. De hecho, tanto en el caso del VIH como en el del resto de ITSS, los participantes de este reportaje creen que hoy en día aún hay tabú.

Las cinco personas entrevistadas son jóvenes y, en general, tienen un entorno seguro para contar lo que les ha pasado. Sin embargo, Izar y Beñat se lo tuvieron que contar a sus progenitores porque el proceso de diagnóstico se alargó mucho: “He pedido a Osakidetza que me quite el teléfono de mi madre, en adelante no quiero que sepa todo lo que me pasa”, dice Izar. Ainhoa también reconoce que en el club deportivo no dijo nada por miedo a que le marginasen. Por ello, ha contado que durante meses anduvo muy atenta y con cuidado en la ducha. Ambas han coincidido en que hace falta más educación, tanto en la sociedad como entre el personal sanitario.

Educación para las calles y las consultas

Xabin estrenó el pasado mes de marzo la obra Kanpora Sartu, para hablar en euskera sobre el tema y para normalizarlo. Bromea diciendo que el VIH es euskaldun berri (así se le llama a quienes están aprendiendo euskera y no es su lengua materna) porque se ha hablado poco de ello en euskera. No lo ha hecho solo para el público, también para él ha sido un gran proceso de empoderamiento y proceso terapéutico, ya que el trabajo es muy autobiográfico. Precisamente, Izar ha agradecido la honestidad y valentía de Xabin y ha aplaudido la obra. Ainhoa también ha visto el espectáculo y ha querido dar las gracias al actor: “A veces pienso que yo también debería dar un paso al frente y salir del anonimato. El trabajo que han realizado es muy educativo”.

Beñat también ha pedido que se imparta una educación sexual sin estigma ni criminalización, y a esas exigencias se le ha unido Izar: “Las reivindicaciones son las reivindicaciones clásicas del colectivo. No es algo que nos pase solo a nosotres. No se trata de que la gente piense que hemos contraído la infección porque somos del colectivo y ya está. Hay que cambiar eso. Además, propondría hacer chequeos regularmente. Si tienes una red profesional seria, te atenderán bien. Pero para ello, por supuesto, se necesitan profesionales comprometides”.

Precisamente, eso es lo que ha pedido Mikel, que quienes trabajan en el sistema sanitario tengan más conocimiento y empatía. Ha puesto una queja en los servicios de atención de Osakidetza y a la espera de que le respondan le ha llegado la propuesta de participar en este reportaje. Ainhoa, Beñat, Izar y Xabin también accedieron rápidamente, con la intención de poner en el centro este tema aún oculto y silenciado, dispuestas a poner fin a creencias falsas que  aún hoy en día criminalizan al colectivo. Señal de que quieren romper esas barreras que aún se les quieren imponer.

 

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