Ministras a la hoguera
Las instituciones se convierten para las feministas en una fogata al más puro estilo de la quema de brujas. La historia se repite: el sacrificio de Irene Montero que piden algunos por “el bien de La Izquierda” rememora lo que le hicieron a Bibiana Aído hace ahora más de una década.
Dicen de Irene Montero que su figura está “muy quemada” y no se me ocurre metáfora más precisa que ilustre lo que le están haciendo a la todavía Ministra de Igualdad. Porque lo suyo ha sido, desde el primer momento y en toda su literalidad, una caza de brujas digna de otros tiempos. Una estrategia mediática y política desesperada por conseguir abrasarla en medio de la plaza pública, frente a los ojos de toda la ciudadanía, hasta lograr reducirla a cenizas.
Me comentaba una amiga hace un par de días que otra colega suya le había reconocido que a ella “Irene no le gustaba”, aunque tampoco “sabía explicar muy bien por qué”. Y es que las derechas antifeministas llevan años arando la opinión pública desde todos los frentes posibles y sembrando el odio descarnado -el miedo, incluso- hacia la representante. La han vilipendiado, tachado de inútil, de “mujer de”. Incluso de pederasta. La han demonizado hasta la extenuación.
Con esa violencia política nos habíamos acostumbrado a convivir casi cada día -qué grave me resuena esto conforme lo voy escribiendo- y ya no era algo que sorprendiese a nadie. Que las feministas siempre han sido para las derechas el perfecto caballo de Troya a través del cual minar la imagen de los partidos de la izquierda es bien conocido por todas. Si querían acabar con Podemos, la salida más obvia era ir a por sus feministas. Y así lo han hecho durante estos últimos años.
El verdadero girito de guion se ha desencadenado estos días, cuando a los ataques contra la Ministra de Igualdad han empezado a sumarse también ciertas voces pretendidamente progresistas.
Primero, los medios generalistas empezaron a abonar las semillas ya sembradas, dando altavoz a los rumores que decían que la presencia de Montero era un veto para Sumar a la hora de poder alcanzar un posible acuerdo de coalición junto a Podemos.
Poco después, las columnas de opinión de algunos hombres de la progresía -a quienes nada les gusta más que sentir que llevan razón a base de dársela incesantemente los unos a los otros, al más puro estilo timón holandés- han continuado regándolas a conciencia. Ahora, recogemos la cosecha en forma de centenares de tuits y opinología varia en las calles y los bares pidiendo la cabeza de Irene Montero “por el bien de la izquierda”.
Pero esto no va de Irene Montero. Va de cargarse el feminismo o, al menos, de disimular el feminismo. Que, por lo que sea, no resulta electoralmente muy atractivo ni rentable. “Es verdad que Irene ha hecho muchas cosas y que lo ha hecho muy bien, pero es que a la gente no le gusta y ahora resta más que suma”, llegan a decir algunos por ahí. Y yo respondo: pues claro que a la gente no le gusta. ¿Desde cuándo es atractiva en términos de hegemonía una feminista que trasciende el ruido de las calles, cuyas consignas dejan de ser capitalizables en forma de camiseta, que da el salto a las instituciones y se pone a legislar en serio todas esas chorraditas de chavalas indignadas? No podemos olvidar que el mensaje que se manda si claudicamos es que, si eres feminista, lo mejor es que no te metas en política, porque nada de lo que hagas será nunca suficiente. No es que no vayan a agradecértelo, no. Es que, directamente, te van a destrozar. Hoy, son las instituciones a las feministas lo que antaño las hogueras a las brujas. Pero es que si el feminismo fuese algo rentable, jamás habría hecho falta feminismo.
Y lo más escalofriante es ver cómo la historia se repite. Con Aído todo esto ya pasó. El 14 de abril del año 2008, Bibiana Aído tomaba posesión del cargo de Ministra de Igualdad dentro de un Gobierno que, por primera vez en la historia de nuestra democracia, estaba compuesto por más mujeres que hombres. Aquel Gobierno “demasiado rosa” por el cual un tal Silvio Berlusconi “regañó con mucha simpatía a Zapatero”, en sus propias palabras, al dejarle en mal lugar ya que en Italia no creía que algo así fuese a ser materalizable. “No es tan fácil tener mujeres protagonistas preparadas para una actividad de gobierno”, declaraba alegremente hace apenas quince años el emperador mediático.
El 13 de abril de 2008, Antonio Burgos se despachaba bien a gusto en su polémica columna publicada en ABC ‘El Batallón de Modistillas de ZP’, donde afirmaba que, de entre “muchos Ministerios absurdos”, el más “superfluo de todos es el nuevo de Igualdad”. “¿Qué más igualdad quieren ustedes que esto de que haya más ministras que ministros? Pues no. Hay que crear un Ministerio de Igualdad, para que lo ocupe Bibiana Aído, símbolo máximo del Batallón de Modistillas que ZP pasea por Madrid”, escribía el influencer conservador de los dosmiles. Y no fue el único. En aquel tiempo, comenzaron a proliferar los ataques mediáticos contra la recién estrenada cartera de Igualdad y su representante, ocupando páginas y páginas de los medios de comunicación más leídos en nuestro país. El Partido Popular llegó a eludir durante meses dirigir preguntas en la Sesión de Control del Congreso a la ministra con el fin de obviarla por completo para demostrar que su cartera no tenía ninguna razón de ser.
Los insultos contra Aído fueron incesantes: por joven, por mujer, por feminista. Que si era una inútil y no estaba lo suficientemente preparada. Que si el puesto al frente de la cartera se lo habían dado por su padre. Que si era una asesina que atentaba contra la vida e iba en contra de lo natural al haber sacado adelante la ley del aborto. Que si “miembras”… ¿Alguno de estos argumentos os resulta, casualmente, familiar? Os invito a hacer la prueba: sustituid “Bibiana” por “Irene”; “padre” por “pareja”; “vida” por “mujeres”; “ley del aborto” por “ley trans” y “miembras” por “todes”.
Pero el colofón definitivo llegaba en el año 2010, cuando a raíz de la crisis se empezaba a implantar el mantra colectivo de la necesidad de “austeridad”, antesala de muchos años de recortes austericidas. Prácticamente la primera decisión que tomó el expresidente Zapatero -poco sospechoso de ir en contra de los derechos de las mujeres- fue una remodelación de su Ejecutivo, que incluía la eliminación de dos ministerios. Sorpresa: Vivienda e Igualdad. Este último quedaría integrado en el Ministerio de Sanidad y Aído pasaba de ser ministra a Secretaria de Estado.
Sin embargo, aquella decisión drástica no pasó de ser pura cosmética. Ni siquiera el ahorro que suponía a las arcas del Estado podía justificarla: se quedó en un irrisorio 0,9 por ciento menos de gasto público. De hecho, el bajo presupuesto destinado a la financiación del Ministerio era uno de los argumentos repetidos para justificar su existencia frente a sus detractores. Pero era importante dar la sensación de que se estaba haciendo algo y, sobre todo, de que las instituciones se estaban apretando el cinturón.
Vistas las ampollas levantadas durante esta última legislatura, en la que se ha destinado el mayor presupuesto de la historia, entre otras cosas, a la erradicación de las violencias machistas, está claro que efectivamente invertir dinero en defender las vidas de las mujeres no era, ni entonces ni ahora, un buen reclamo electoral.
Así, la historia se repite hasta el final. Tanto a Irene como a Bibiana, al principio, buscaron desestimarlas tratándolas de tontas. Luego vieron que iban en serio, que aquello no estaba siendo lo suficientemente disuasorio y empezaron a tacharlas de locas. Y el argumento último, aquel que pueden entornar también con voz propia y sin complejos muchos hombres de la izquierda, es ahora el mismo que en el año 2010 resultó definitivo: “El feminismo debe hacer un sacrificio necesario en aras del Bien Superior de La Izquierda”. Porque siempre somos lo primero prescindible, lo inútil, lo secundario, las que debemos echarnos a un lado, no vaya a ser que ocupemos el espacio que corresponde a “las cosas más importantes”.
O a lo mejor es que resultamos demasiado incómodas. A lo mejor es que cuando las modistillas demuestran que su política es de Alta Costura y empiezan a dar puntadas a diestro y siniestro contra los privilegios del patriarcado -de derechas, pero también de izquierdas- en forma de ley, a algunos nuestra presencia en posiciones de poder deja de hacerles tanta gracia. Como guinda de todo este pastel, ayer mismo el líder nacional del PP, Alberto Núñez Feijóo, no dudaba en aprovechar el clima de misoginia generalizado, que aunque personalizado en Irene Montero va mucho más allá, para decir que pretendía volver a eliminar el Ministerio de Igualdad en caso de llegar a la Moncloa. Pero ya lo dijo Aído tres lustros atrás: “Quiero ser y seré la mosca cojonera del Gobierno”. Así que toca ser las moscas cojoneras, si no nos dejan otra. Y por mucho que les pese, ignífugas y con la memoria histórica feminista bien candente.
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