Grietas por las que el agua corra en libertad

Grietas por las que el agua corra en libertad

En mi juventud el río se desbordó sin control, el miedo me inundaba, me ahogaba. En todas partes encontraba odio hacia alguna parte de mí.

05/07/2023

En la barriada donde me he criado hay un canal que cruza de punta a punta las calles principales. Cuando era pequeña, jugaba con el resto de mis amigos y amigas a recorrer las calles del pueblo dentro del canal. Por su cauce, encontrábamos peces, tortugas, ramajes. Pasábamos debajo de puentes, subíamos pendientes, llegábamos a la parte donde estaban las huertas, aquí el canal ya no estaba bien encauzado y cementado y entrábamos a una parte en la que solo había barro y piedras. Esta barriada es donde reubicaron a la familia de mi madre cuando, en los años 70, el régimen franquista cubrió de agua el pueblo donde habían nacido y vivido hasta entonces, para crear uno de los embalses que dejaron tantos pueblos y recuerdos bajo el agua.

En el pueblo de mi padre, este y su familia, construyeron su primera casa; una choza de piedra, paja y adobe no muy lejos del río. Aquí, mi padre me enseñó a fabricar una caña de pescar con un poco de hilo que atábamos a un palo, un cebo y un trocito de pan cubierto de azafrán. Mis primos y yo nos pasábamos semanas enteras en el río. Llevábamos las tiendas, colchones, mantas y utensilios de cocina necesarios para no tener que volver al pueblo en esos días. Era nuestro paraíso. Jugábamos a tirarnos desde lo alto de una piedra enorme, buscábamos ranas y construíamos cabañas que se desmoronaban al instante por nuestras ansias de aventura. A entrar la tarde, mis tíos encendían una hoguera y alguien sacaba una guitarra y un cajón.

Mis recuerdos están ligados a dos cauces de agua. Con el tiempo el canal se fue llenando de basura que la gente de la barriada arrojaba y sigue arrojando. Los peces y tortugas desaparecieron y en su lugar un camino de plástico, latas oxidadas y musgo cubrió su recorrido. Sus aguas se volvieron turbias y cerca de la zona de los huertos, el canal se secó. En el río encontraron el cuerpo de una persona sin vida y la gente del pueblo comenzó a tener miedo de adentrarse entre los cañizos. Mi familia dejó de ir a pasar los días allí y nuestros juegos desaparecieron. Hoy el río sirve de camino para que algunos coches crucen de un lugar a otro del pueblo. Lo que para nosotros era una roca enorme que servía de trampolín, no era más que una piedra donde ahora se posa alguna que otra lagartija al sol y allí donde encendíamos el fuego, quedan hoy cenizas hechas de fotografías borrosas.

Dicen que nuestro cuerpo está hecho en un 80 por ciento de agua. Yo imagino que el agua de mi cuerpo salió de dos nacimientos, cristalinos, limpios, y que se cruzaron en algún momento de su camino para formar un solo caudal que recorriera cada parte de mi ser. Creo que el agua que nos inunda por dentro se alimenta de recuerdos y experiencias, y que estas van creando el curso de nuestro río interior. En mi adolescencia ese río se llenó con las historias que contaban de mí, con las palabras que aparecían detrás de las esquinas; “bollera”, “tortillera”, “la han visto del brazo de un gitano”, “marimacho”, “salvaje”, “gitana”, “mestiza”, “apayada”…. En mi juventud el río se desbordó sin control, el miedo me inundaba, me ahogaba. Vivencias que alimentaban su cauce a una rapidez descontrolada. Salir o no del armario, la muerte y enfermedad de mis abuelas a quienes nunca les pude confesar lo que era, que una de mis parejas no quisiera sentarse a comer en la mesa junto a mi familia y llegar a comprender que le daba asco comer en una casa de gitanos… La escuela, el instituto, la universidad, el trabajo, el ambiente… en todas partes encontraba odio hacia alguna parte de mí.

 

El agua se fue secando, pues dejé de alimentar su cauce. Cerré las compuertas y de pronto creé o crearon otro embalse.

Pero el agua siempre busca la grieta por la que escapar y un día, encontró un pequeño lago oculto en alguna parte cerca del corazón. En este lago se bañan primas, tías y abuelas llenas de poder, que trenzan sus pelos unas a otras y se cuentan historias de cuando eran pequeñas, amigas que recorren las calles de día, mostrando su amor sin miedo, hermanas, comadres, que han inundado el lago con lazos morados, gitanas que cada ocho de abril lanzan flores de todos los colores en sus aguas. En estas aguas es donde ahora nado, con ellas me limpio las heridas y con sorbos voy alimentando mi sabiduría. Podrán seguir construyendo muros, que nosotras seguiremos abriendo grietas por las que el agua corra en libertad.

 

 

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