¿Llegó la hora de volver?

¿Llegó la hora de volver?

No sé si un gobierno de izquierda blanca derogará la ley de extranjería, pero sí sé que uno fascista dará alas a los agresores que ahora están agazapados.

12/07/2023

Ilustración: Daria Ustiugova.

Todos vuelven a la tierra en que nacieron

Al embrujo inconfundible de su sol

Y quien quiere ta’ comiendo mierda ‘e hielo

Cuando puede ‘tar bailando algo mejor.

Rita Indiana

La primera vez que pisé suelo europeo fue el 3 de octubre del 2003. Aterricé, después de 12 horas de vuelo trasatlántico, en una cola de inmigración larguísima en el aeropuerto Charles de Gaulle de París; pasaportes de la Unión Europea por un lado, resto de pasaportes por el otro. Primera frontera y declaración de intenciones: no eres de las nuestras y jamás te trataremos como a una igual. Venía persiguiendo el sueño académico que muchas latinoamericanas creemos que encontraremos de este lado del mundo, sueño que con el paso del tiempo se fue tornando en pesadilla.

Han pasado casi 20 años y, desde hace por lo menos una década, cada año me escucho decir: “El año que viene me vuelvo a México”. Pero eso nunca sucede, siempre pasa algo que me hace posponer la vuelta. No sé si es algo inconsciente o si es casualidad, pero mis planes de regreso siempre encuentran algún pretexto para no llevarse a cabo.

Y aquí sigo, en un Madrid que se ha vuelto invivible. Una ciudad hostil, cada vez más gris, en donde el asfalto sustituye a los árboles y la agresividad se respira en el transporte público. Madrid sin médicos, sin plazas en las escuelas infantiles, sin parques, sin ningún lugar en donde refugiarse de este calor de julio que no deja dormir, ni pensar. Madrid, en donde los trabajadores mueren a causa de un golpe de calor en mitad de la calle a las cinco de la tarde. Madrid, en donde cada semana, sin falta, hay alguien que me recuerda que esta no es mi casa: “Vuélvete a tu país” es la letanía que escucho desde que llegué.

A veces me pregunto si todas esas personas que a lo largo de mis ocho años aquí me han dicho “vuélvete a tu país” saben lo duro que es el desarraigo, si se les ocurre siquiera que las migrantes podamos estar divididas entre las ganas de volver y la necesidad de quedarnos en donde, inevitablemente, algunas hemos terminado por echar raíces, transterradas de un tiesto a otro. Nos extranjerizan una y otra vez, nos hacen ver que este no es nuestro país por mucho que algunas hayan nacido aquí, o que, como yo, llevemos más de la mitad de nuestra vida lejos de casa. Nos recuerdan que hay un lugar que siempre anhelamos, del que nunca terminamos de irnos pero al que no sabríamos volver. Hemos desaprendido sus códigos, desconocemos sus calles nuevas, vivimos congeladas en el momento en que nos fuimos. ¿Hay un lugar al que volver?

Hace unas semanas una amiga de origen ecuatoriano, pero que se ha criado aquí se me acercó en una fiesta y me preguntó: “Oye Tati, ¿tienes miedo de lo que va a pasar en las elecciones?”. Mi respuesta, casi en automático fue: “Sí, claro, tengo mucho miedo”. Cómo no tener miedo cuando amenazan nuestras vidas, nuestras familias, nuestro lugar en esta sociedad de la que les guste o no formamos parte y para con la cual cumplimos con todos los deberes ciudadanos, pero sin ningún tipo de derechos. Cómo no tener miedo si como bollera también me siento amenazada; cómo no tener miedo si hay todavía miles de personas a las que sus privilegios no les permiten ni tan siquiera intuir mi miedo.

 

Es verdad que, para las personas racializadas, toda la violencia que desde la derecha y ultraderecha se arenga no es nueva; nuestros cuerpos siempre están en peligro, nuestras vidas son frágiles en tanto que desechables por el capitalismo colonial. Vivimos la violencia racista institucional todos los días: redadas por perfil étnico, discriminación en los centros de salud a causa de estereotipos y prejuicios, los mismos que reproduce el profesorado en colegios e institutos empujando al estudiantado migrante y racializado al abandono escolar. Maltrato en las oficinas de extranjería y, la punta del iceberg, las torturas en los Centros de Internamiento para Extranjeros, cárceles en donde se encierra a las personas solo por migrar.

Las personas racializadas y migrantes no estamos viviendo con sorpresa el retroceso en derechos LGTBIQA+ en Italia, por ejemplo, o la censura de obras de teatro y otros productos culturales, porque para nosotras la interseccionalidad no es solo el género o solo la raza, la interseccionalidad es nuestra vida misma, nuestros cuerpos atravesados y marcados. Por eso sabemos que, mientras no se legisle con perspectiva antirracista, todos los derechos están amenazados. Sí, incluso los que las personas blancas creían conquistados. Esto es un problema estructural y de poco valen soluciones cosméticas, sin embargo, la legislación en materia de derechos, aunque sea insuficiente, hace nuestras vidas un poco más vivibles. Las de algunas más que las de otras, esto también hay que remarcarlo.

En el Reino de España no se ha legislado desde el antirracismo durante estos cuatro años. No se ha promulgado la ley integral contra el racismo, que lleva toda la legislatura en un cajón; tampoco se ha tocado la ley de extranjería, que amenaza la vida de cientos de miles de migrantes en las fronteras físicas y en todos los lugares que también son frontera, incluido en las calles. No se ha derogado la ley mordaza que permite las “devoluciones en caliente”. Se ha pasado por encima de decenas de cuerpos negros en Melilla sin que eso supusiera ni tan siquiera un pequeño contratiempo en la carrera política de Marlaska. Se nos ha lanzado el mensaje de que las vidas negras y las vidas migrantes no importan día tras día; pero entiendo y creo que la llegada a las instituciones de la extrema derecha supondrá una amenaza aún mayor para nosotras.

No tanto porque desde arriba se construyan políticas abiertamente racistas y xenófobas (que también es posible que suceda), sino porque la sola presencia de personajes como Abascal en el Gobierno del Reino de España supondría la legitimidad que le falta a todas esas personas de a pie, de los barrios, incluso de los barrios de clase trabajadora, para volver a dar palizas, para volver a viejas prácticas como la que le arrebató la vida a Lucrecia Pérez en aquel funesto 13 de noviembre de 1992.

Bastan unas pocas palabras: “Unos les abren las puertas, otros los financian y el pueblo los sufre” (Abascal dixit), para que todo el odio que han venido alimentando durante décadas nos explote en la cara. Porque hay algo que tengo claro y es que nos odian profundamente. Han intentado exterminarnos durante siglos y no sé si las redes y las comunidades de cuidados que hemos tejido aquí en la vieja y blanca Europa serán capaces de sostenernos como lo han hecho en nuestros lugares de origen, asolados por el colonialismo, pero en resistencia gracias a las prácticas comunitarias subalternas de autodefensa.

Hace unos días hablaba con mi compañero de piso marica y decíamos que quienes alguna vez hemos recibido una paliza, ya sea por maricón, por bollera, por negra o marrón, aprendimos a ver el mundo de otra manera, porque la vida nunca volvió a ser la misma y la inocencia, si es que alguna nos quedaba, se nos esfumó a hostias. No sé si eso nos convierte en pitonisas o si lo que sucede es que vemos a posibles agresores acechando agazapados en cada esquina, pero confieso que tengo miedo. Hacía muchos años que no sentía esta tensión en los músculos, este frío metálico en la sangre y este martilleo en las sienes que me mantiene con todos los sentidos alerta incluso cuando estoy en casa. Pensando constantemente en cómo crear redes entre migrantes, grupos de boxeo LGTBIQA+ o canales de comunicación que nos sirvan para activar la autodefensa en caso de que esto se ponga muy pero que muy feo.

Es verdad que nada espero de la izquierda blanca, pero me temo que conozco bien a los fachas de barrio, personajes resentidos y violentos, y sé de lo que son capaces porque conozco ese odio, viejo y profundo, tan viejo como la mismísima Europa. Es verdad que no sé si en caso de volver a salir electo un gobierno de izquierdas la situación de las comunidades racializadas y migra cambiaría, no sé si derogarán por fin la ley de extranjería o la ley mordaza, si habrá justicia y reparación en las masacres de Melilla y Tarajal, si cambiarán las condiciones de explotación y violencia sexual de las jornaleras de Huelva. Supongo que no. Insisto en que nada espero pero, como ya dije, no me quiero ver enfrentada a la violencia que puede desatar tener a la ultraderecha en el Gobierno.

Por todo esto no sé si el siguiente será por fin el año en que vuelva a México, no porque quiera, sino porque tenga que salir, con el privilegio que me da tener un lugar al que volver para salvar mi vida.


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