“No temblé cuando arreglé cuentas con esos dos cerdos”
El libro ‘Mujeres de armas tomar’, de Mathieu Menegaux, cuenta la historia de Mathilde Collignon, la que “no tembló” al vengarse de sus violadores. Ya lleva tres años en la cárcel. Ellos son libres.
Es 2023, pero si se dijera que es 1985, las mujeres estarían haciendo frente a los mismos problemas: la poca credibilidad que se da a su testimonio frente a una agresión sexual y el posicionamiento de la sociedad cuando esta se defiende. En esos momentos, la voz de los hombres se sigue oyendo más alto, las mujeres deben presentar pruebas que, a menudo, se ignoran. Las leyes no las cuidan, pero tampoco dejan que ellas se protejan solas. Unen sus voces para hacer justicia por todas, las vivas, las muertas y las muertas en vida. En Mujeres de armas tomar se cuenta la historia de Mathilde Collignon, pero podría ser la de cualquiera. Ella es una de nosotras. Nosotras somos ella. Y tal vez por eso el libro duele tanto y provoca rabia, enciende la ira y hierve la sangre, porque se plantea un problema ético en el que el público lector debe ponerse a favor o en contra de que Collignon, una víctima de violación múltiple, se haya tomado la justicia por su mano.
Mathieu Menegaux (París, 1967) es un escritor que ha obtenido bastantes premios. Lo logró con su primera novela Je me suis tue (Estoy callado). Es conocido por sus obras en el género de la ficción y el thriller psicológico. Una de las más destacadas es Mujeres de armas tomar, publicada en 2017. Varios de sus escritos se han adaptado a la televisión y otros están en proceso, como la novela que nos ocupa. La historia de la protagonista, explica el autor, está inspirada en un caso real, en el que una joven checoslovaca fue violada por dos camioneros cuando hacía autoestop. Ella vuelve a quedar con ellos haciéndoles creer que es para un encuentro sexual, pero los droga y les mutila los genitales.
Collignon vive una situación similar. No denunció la agresión sexual porque recordó cómo a una de sus pacientes (ella es ginecóloga) la ignoraron en comisaría y no quería pasar por lo mismo. No le parecía justo. Ella fue consciente de que iban a tener en cuenta factores que debían obviar, como que quedó con uno de esos chicos mediante una aplicación de ligar y que dijo, en voz alta, que le gustaba el sexo.
“Cuando pienso que en este juicio soy la acusada y esos dos las partes civiles me da vergüenza y las heridas del juicio escuecen. Quisiera poner las cosas en su sitio: yo soy la víctima y ellos son los verdugos. Me gusta el sexo lo confieso, pero no sabía que semejante declaración autorizara cualquier abuso. Estoy esperando el veredicto de un jurado porque una noche de soledad me entraron ganas de follar. Y en vista de que lo había escrito, cambiar de parecer a mitad de camino no era una opción”, explica Collignon.
“Cuando pienso que en este juicio soy la acusada y esos dos las partes civiles me da vergüenza y las heridas del juicio escuecen”
Ella dijo que no, gritó que no, suplicó que pararan, pero había dicho que le gustaba el sexo y esas palabras tuvieron más poder para sus violadores y para la policía que el hecho de que ella no diera su consentimiento. Se vengó. Sí. No lo negó en ningún momento: “Nunca negué ni disimulé mis actos. Contesté a las preguntas del tribunal sin resentimiento, sin odio, sin ocultar la violencia que sufrí ni la que ejercí. Y me acusaron de ser un monstruo frío, calculador, incapaz de arrepentimiento y sin conciencia”, señala la protagonista.
En Mujeres de armas tomar los miembros del jurado deben deliberar en el Palacio de Justicia de Rennes, para decidir el futuro de Mathilde Collignon, una mujer que es culpable de la venganza, pero inocente del motivo que la provocó. Son nueve personas las que decidirán su suerte, las que deben responder a la pregunta de que, si ser víctima justifica convertirse en verdugo, al no tener fe en lo que la justicia iba a hacer con su declaración. Algo en lo que acertó, cuando los violadores no pisaron la cárcel ni un día. Lleva tres años encerrada, 1.095 días sin ver a sus hijas.
“Hasta ahora solo me he expresado en interrogatorios formales. He narrado los hechos, pero ahora necesito transmitir mis sentimientos. Por los demás. Por mí. Para vencer la angustia que me atenaza desde que he oído esas dos palabras: 20 años. Tengo miedo. Por primera vez desde que me agredieron, he sentido miedo. Sin embargo, no temblé cuando arreglé cuentas con esos dos cerdos ni cuando los policías llamaron a mi puerta ni cuando el fiscal decidió mi enjuiciamiento. Lloré de rabia cuando me enteré de que a mis dos agresores no los iban a enjuiciar, pero no me derrumbé. Ha habido un crimen y merezco un castigo. Pero 20 años no. Mi vida no. Por segunda vez no, porque ellos ya me la quitaron ese día”, escribe Collignon en su diario mientras espera el veredicto.
El ambiente entre los miembros del jurado está caldeado. Hay una clara distinción entre lo que piensan las mujeres y los hombres sobre los actos cometidos por la “acusada”, argumentaciones totalmente contrarias. Algunas mujeres del jurado afirman: “Collignon no está loca”, “obró de manera racional”, “no tardó en darse cuenta de que no podía confiar en la justicia para obtener reparación”, “ella es una víctima y no una criminal”, “las agresiones no fueron en legítima defensa, pero sí que fueron defensa legítima” o que lo que Collignon ha hecho ha sido “proteger a otras mujeres”. Y que ahora les toca a ellos, como jurado, decidir si condenarla, sabiendo que eso es “aceptar la sociedad tal y como es” o absolverla, para “hacer que el miedo cambie de bando”. Otros hombres del jurado ponen en duda que la acusada haya sido violada y enfadados gritan: “Ahora todos los hombres somos unos violadores”, “no vamos a poder acostarnos con nadie sin ser acusados de acoso o agresión sexual” y que, por supuesto, nadie puede olvidar que ella fue a la casa del agresor voluntariamente porque tenía ganas de sexo, por lo que no puede decir que la violaron.
El libro menciona cómo decenas de mujeres se agolpan a las puertas del juzgado o hablan desde diferentes altavoces, igual que asociaciones y medios de comunicación para comentar “el caso del siglo”. La sociedad está dividida, pero se oyen los gritos desgarradores de las “hermanas y compañeras” que acompañan a Collignon en su lucha. Ahora es el turno del jurado: toca ser clemente o severo. Aplicar la ley literalmente o adaptarla. ¿Qué destino le espera a Collignon? ¿Libertad o pena de cárcel?
Leer más: