Batido de ortigas
Activismo y vulnera(bi)lidad: mil pequeñas acciones
Hemos conseguido hablar con franqueza de la bifobia en lo queer sin sentirnos unas plastas y hacer hueco a la verbalización de ansiedades, culpas, inseguridades y dudas.
¡Bienvenide! ¿Traes lavanda y romero? Espárcelas bien por el umbral y pasa, pasa a esta sección que estreno hoy en Pikara Magazine, estoy deseando convertirla en una casita de madera y hojarasca. Este será un rincón en el que explorar todo un abanico de temas que guardo bien preparados, algunos serios y otros no tanto (aunque estos acaban siendo los más serios, ya sabemos). Navegaremos las aguas de reírnos de las desgracias y a la vez de ser capaces de adentrarnos en ellas. Solo hago un adelanto, y es que esto no será una sección sobre el activismo bisexual: estará presente, pero en segundo plano, porque tanto lo he analizado en los últimos años que creo que es hora de darle un merecido tiempo de barbecho. Dicho esto, y dando paso a la primera contradicción, no podía empezar con otro tema, y menos con todo lo que está pasando últimamente. Así que con este texto me permito una pequeña liturgia de cierre y comienzo de nueva etapa.
Lo dijo hace unos días Olivia Ávila en sus redes: está pasando. Las personas bis se están organizando. Ya no es solo Madrid, Barcelona y Bilbao. En los últimos meses han brotado, ante nuestro entusiasmo, proyectos, colectivos y espacios de encuentro bi en Euskal Herria, Alicante, Granada y Málaga. También desde las ConBivencias nos hemos organizado por segundo año consecutivo, celebrando las II Jornadas Estatales Autogestionadas sobre Bisexualidad y reuniendo a gente de todo el territorio español. Ya lo veníamos cantando: “Se están juntando, peligro, peligro”.
Y nos estamos juntando no solo para escribir manifiestos y bramar en las calles. También para intercambiar ideas con una infusión o un paseo. Cada vez me queda más claro que necesitamos esto también. Necesitamos la gasolina tanto como la manzanilla. La rabia tanto como el llanto. Bromeábamos al llegar a las ConBivencias con que, si nos registraran, las drogas que iban a encontrar en nuestras mochilas eran ansiolíticos. Y es que de ansiedad y autoduda sabemos les bis un rato. Conocemos bien esos mecanismos de camuflaje que nos fuerzan a endurecernos, y no precisamente para alcanzar algún privilegio, sino para no ser defenestradas al terreno de la burla en nuestros propios espacios. Por ejemplo: nombrarnos de otras maneras que suenan más políticas, justificarnos con frases tipo “tengo la desgracia de que me gusten los hombres” y, en definitiva, demostrar lo queer que somos cavando nuestro propio hoyo. Sabemos lo que es tratar de mostrarnos bien duras para hacernos impenetrables, cuando en realidad somos un caos, unas circas, unas intensas. Por eso, para mí uno de los gestos más políticos de las ConBivencias fue cuando, al final de la mesa redonda en la que participaba, La Furia se quitó las gafas de sol para permitirse mostrar sus lágrimas.
Unos días después escribió: “Me he reído tanto de mí misma que ya solo me queda llorarme”. Creo que esa frase nos acompaña a muches desde entonces.
Y es que la manera en la que la gente entra por primera vez al activismo bi es muy distinta a la manera en que se entra a otros activismos. En otras luchas se suele partir de la base de sentirte con legitimidad para estar ahí. Pero en los espacios bis, o lo tienes muy trabajado ya, o te acompaña la inseguridad, incluso la culpa de estar quitándole el sitio a “otra persona que se lo merece más“, con más puntos en el carné bisexual (¿quién es esa persona, por cierto, que yo no la conozco?). Compañera, elige una silla y únete que, aunque cada vez somos más, tampoco somos tantas todavía. Y entiendo de dónde viene, por eso lo ponemos en el centro: te ves tan desproviste de espacios donde no se te cuestionara, que ahora es como que no te lo crees mucho. A todo eso hemos tenido que hacerle hueco, recogerlo, reconocerlo. Creo que por eso en los espacios bis hay tanta necesidad no solo de acción pura y dura, sino también de vulnerabilidad.
En los espacios bis hay tanta necesidad no solo de acción pura y dura, sino también de vulnerabilidad.
Lo confieso: soy una persona algo escéptica cuando aparece en escena la palabra “vulnerabilidad”. Me suena a terapia conjunta, a hablar con diminutivos tipo Ned Flanders o a hacer el jipi agarrades de las manos. Que todas estas cosas pueden estar bien en otros contextos, pero creo que en los activismos tenemos herramientas de sobra para no quedarnos aquí, para no caer en el binomio agresivo/cuqui: algunas somos cínicas, ácidas, otras unas lloronas, otras tímidas, otras malhabladas y todas merecemos vulnerabilidad en su sentido más amplio. Se puede pasar a la acción y generar discurso sin abandonar la vulnerabilidad, porque esta no obedece a unos códigos dialécticos concretos, sino más bien a mil pequeñas acciones que hacen de un espacio un lugar amable y abiertamente imperfecto.
Creo con firmeza y orgullo que esta es una valiosa aportación de los activismos bis: la creación de espacios sostenidos por la vulnerabilidad, entendida de diversas formas. Eso fue lo que ocurrió en las ConBivencias, lo que estamos viviendo en esta oleada de activismo bi: conseguir hablar con franqueza de la bifobia en lo queer sin sentirnos unas plastas y dándole el peso que tiene; hacer hueco a la verbalización de ansiedades, culpas, dudas, inseguridades; reivindicarnos como zorras mientras descentralizamos la sexualización de los espacios de ocio (estallan carcajadas siempre que alguien cree que las ConBis son una gran orgía); una explosión de plumas tan diversas que nadie sienta que debe corregir su aspecto; respetar los tiempos y espacios de descanso, recoger todo al terminar; hacer hueco a la autocrítica con amabilidad, sin juicio; recibir la noticia de que iba a llover y que todo el mundo se pusiera a mirar qué dice su app del tiempo y otra persona fuera a preguntarle a Mamen, la cocinera, que seguro que es la que más sabe de estas cosas.
Amigues, me da mucho gusto empezar así mis andanzas en esta sección dentro de la casa virtual que es Pikara Magazine: poniendo en valor pasar la bayeta por la mesa al acabar de comer y despotricando un poco de esos discursos que nos exigen una perfección que solo existe (sorpresa, sorpresa) en el terreno de la dialéctica. Así lo dice Mar Gallego, que para estos asuntos es para mí la gran referenta: “Me sigue dando más esperanza un potaje compartío que mil palabras. La perfección dialéctica inhibe lo comunitario y encorseta lo poco y mucho que podemos hacer para sostenernos y para, tal vez, humildemente ir viviendo”.
El otro día una de las creadoras de Billa Biciosa (nuevo espacio bi de Málaga) compartía el proyecto con la frase: “No sabemos lo que estamos haciendo”. Y qué buena noticia, ¿no? Que lo importante sea que se esté haciendo, aun sin saber cómo, porque todavía nos faltan referentes que ya vamos encontrando. Me muero de ganas de verlo todo, tíes, me siento tan agradecida de poder vivirlo. Cris Lizarraga lleva un par de años diciéndome: “Eli, Eli, esta es la década de la bisexualidad”. Y, como siempre, tiene razón. Así que arremanguémonos, querides, porque lo mejor está por venir y aquí estaremos, tejiendo fuertes las redes para hacerlo posible.