No es un beso, es un atentado contra la libertad sexual

No es un beso, es un atentado contra la libertad sexual

Los últimos meses hemos asistido a varios actos contra la libertad sexual de las mujeres en directo. El feminismo lleva años explicando que todo acto sin consentimiento es una agresión. Con la ley del solo sí es sí en vigor todos estos actos se reconocen ahora como agresión sexual en el Código Penal, con distintas penas en función de su gravedad. Algunas feministas entienden que la ley es pedagógica; otras, señalan el peligro de aplicar la vía penal como medida de defensa.

Imagen: Vane Julián
27/09/2023

Han pasado más de siete años desde el 7 de julio de 2016. Cinco desde aquella sentencia en la que se decía que la agresión sexual múltiple de Iruña que había tenido lugar en un portal una noche de San Fermín de 2016 no era una agresión, era un abuso, porque no había habido violencia. Cinco desde que se llenaron las calles, desde que un juez emitiera un voto particular diciendo que no veía ni siquiera abuso, sino jolgorio.

Hace cinco años gritamos que no era abuso, era violación. En realidad, tampoco era una violación, sino una agresión sexual. El delito de violación como tal había desaparecido del Código Penal en 1995, como explica la periodista y académica Maria Gorosarri, autora del libro Contra la banalización del feminismo. Según cuenta, la primera vez que el Estado español recoge la categoría de delitos de violencia sexual es en 1848 y lo hace “con base en el honor”: “Tenía que ver con la penetración que podía ser propia, vaginal, o impropia, el resto. Este esquema es el que mantiene la ley franquista en 1973 en el Código Penal y también es el esquema francés actual”.

El Código Penal español retira el concepto de honor del centro de los delitos de agresión sexual y empieza a hablar de libertad sexual en el año 95, un logro del movimiento feminista. La diferencia que se introdujo entonces fue “entre abuso y agresión en función de la violencia, como vimos con el caso de la manada”, dice Gorosarri. El grito que pusimos en el cielo hace cinco años decía que la clave estaba en el consentimiento, no en la mayor o menor violencia. Ha pasado poco más de un año desde ese agosto de 2022 en que los reclamos feministas se recogieron en la ley del solo sí es sí, poniendo en el centro el consentimiento y apuntalando así la idea de que lo punible es atentar contra la libertad sexual de las mujeres.

Hermoso ha sido tachada de exagerada, de niñata que llama agresión a lo que no lo es, a pesar de que hay mujeres que sí son, de verdad, agredidas.

El 20 de agosto de 2023 la selección de fútbol española ganaba el Mundial y el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, besaba sin consentimiento a la futbolista Jennifer Hermoso. El resto es historia reciente. La Fiscalía se querella contra Rubiales por agresión sexual y coacciones a Hermoso. La machistada se echa las manos a la cabeza: “¿Por un piquito?”, “¿por un beso robado?”. El análisis del caso se hace solo en los perfiles de redes sociales antifeministas: “Es una exagerada”, “quiere notoriedad”, “se están cargando el fútbol”, “Jenni ha recibido presiones del Gobierno para denunciar”, “le han pagado para que haga esto”, “se va a hundir ella sola”, “bien que se reía en el autobús. Ahora cambia de versión. Miente”. Hermoso se convierte así en una niñata que llama agresión a lo que no lo es, que lo hace a pesar de que hay mujeres que sí son, de verdad, agredidas; en una marioneta del poder y del feminismo.

Una vez más, la distinción entre la mujer buena y mala, entre la feminista buena y mala, entre la víctima correcta y la que no lo es. La reacción no sorprende. “La sociedad está construida sobre las estructuras contrarias a nuestra causa. Una de ellas es que el cuerpo de las mujeres es propiedad pública y de la masculinidad heterosexual”, dice la comunicadora y activista Irantzu Varela. Hemos naturalizado, matiza, las violencias “de baja intensidad”. En este sentido, según Varela, “por supuesto que es una agresión, y además es importante llamarlo así”. Nerea Barjola, activista y escritora, autora de Microfísica sexista del poder, coincide: “La teoría crítica feminista lleva años explicando que las agresiones se dan desde lo más pequeño a lo más grande, desde la simbólica a la más directa. La confusión entra cuando en vez de coger la teoría crítica feminista, cogemos el concepto penal”. De hecho, mientras los detractores de la ley pregonaban, contador mediante, cada excarcelación por la ley del solo sí es sí dando a entender que la norma era laxa, se olvidaban de lo fundamental: que antes, si nos tocaban el culo sin consentimiento y nos quejábamos, nos podían llamar exageradas, pero que hoy cualquier acto sexual no consentido puede ser un delito.

¿Es sexual un beso?

El 12 de septiembre con cámaras y también en directo un hombre tocó el culo a la periodista Isabel Balado del programa En Boca de Todos mientras estaba en antena. Horas después la policía se llevó al hombre detenido por agresión sexual y las cámaras captaron el momento.

Si la decisión de juzgar por agresión a Rubiales ya había provocado que algunas voces feministas cuestionaran recurrir a lo penal para estos casos, este nuevo acto sin consentimiento vino a alimentar la duda. “Comprendo el debate porque estamos en un momento incipiente de la autoconciencia de las agresiones y de denunciarlas. Cuando decimos agresión no estamos tipificando la pena, nadie piensa que el beso de Rubiales tenga que tener una pena muy severa, pero calificarlo como delito es imprescindible, porque nos permite visibilizar el continuum que constituye lo que el feminismo define como cultura de la violación”, dice Beatriz Gimeno, activista y escritora. La ley, en cambio, sí especifica la pena, de entre uno y cuatro años de prisión para estos casos, recogidos en el artículo 178, en los que no se ha manifestado libremente el consentimiento “mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”.

Para la filósofa Clara Serra, en ese “expresar de manera clara” el consentimiento está, en parte, la clave del tema: “Se está dando una deriva contractualista que es neoliberal y que implica que todo pase por el pacto y el contrato sin introducir el contexto: cómo la sociedad se comporta o cuáles son las costumbres. Si todo se basa en el consentimiento, no podemos presuponer nada ni tener en cuenta qué se da en un contexto o en otro. Y esto es preocupante”. La pensadora apunta a otros pactos sociales como los dos besos del saludo, que no considera que sean sexuales, y pone como ejemplo el saludo ruso con un beso en la boca entre hombres, fruto de una costumbre social que tampoco tiene un matiz sexual.

Clara Serra: “Se está dando una deriva contractualista en la que todo pasa por el pacto y el contrato, sin introducir el contexto”.

El problema radica en cómo hacer entender a los hombres criados en una sociedad patriarcal que los actos sexuales no consentidos no son costumbres legítimas, por muy acostumbrados que estén a ejecutarlos. De hecho, Barjola considera que es aquí donde hay que poner el acento, “en la dificultad que hay de entender qué son los actos sin consentimiento”. La escritora dice que Rubiales ha permitido poner esto sobre la mesa: ¿por qué besa a una jugadora cuando a un jugador no se lo hace? También señala las represalias que las campeonas de la selección están recibiendo y que permiten “un debate muy rico en el que hay que profundizar mucho más”. La nomenclatura, dice, es lo de menos: “Pregunto: si un beso no es consentido y alguien ha tenido acceso a tu cuerpo sin que quisieras, ¿cómo lo definirías? Lo llamas agresión”.

El problema radica en cómo hacer entender a los hombres criados en una sociedad patriarcal que los actos sexuales no consentidos no son costumbres legítimas, por muy acostumbrados que estén a ejecutarlos.

La abogada especializada en violencias machistas Laia Serra entiende, además, que en el caso de Hermoso ha tomado la vía penal porque la Federación no aplicó ninguna de las medidas previas que podían haberse tomado: “Hay pronunciamientos en la vía laboral o del acoso según los cuales un beso es una infracción. Y un beso es sexual, sobre todo si afecta a los labios, que son una zona erógena no como la mejilla. Hay jurisprudencia tanto laboral como penal antes de la ley del solo sí es sí”. En la tarea feminista de hacer respetar el consentimiento, Clara Serra reconoce el Código Penal “tiene un papel”, pero considera que hay vías alternativas. Para Gimeno la educación es una de ellas, pero entiende que “es fundamental poder denunciar cualquier acto”: “Si no conseguimos que se vea que no son casos aislados, entonces no comprenderemos la estructura que subyace en los casos más graves”. Apunta que “las leyes tienen una función social pedagógica de qué es o no legítimo, aunque no sean la solución”.

El pasado 18 de septiembre una mujer de 23 años fue declarada culpable de agresión sexual por agarrar el culo a otro joven en una discoteca. La sentencia: seis meses de cárcel, dos años de libertad vigilada, una compensación de 300 euros para la víctima y la inhabilitación para cualquier oficio o actividad con menores de edad, “como si fuera una violadora”, compara Clara Serra.  

Un beso no consentido no es un beso

Un beso no consentido no es un beso. El de Rubiales es “abuso de poder” para algunas como Clara Serra o una “agresión sexual” para otras como Nerea Barjola, pero no es un beso. Igual que las relaciones sexuales no consentidas no son relaciones sexuales, sino una agresión sexual como señala Gorosarri, quien defiende el uso de ese término en lugar del de violación. Laia Serra apuesta por “atentado contra la libertad sexual”: “No solo para el caso de Rubiales. Como ya hay tanta trayectoria jurídica sobre las agresiones vinculadas a lo físico, atentado me parece más claro si queremos encaminar el tema poniendo en relieve el concepto de libertades sexuales. Atentado está más vinculado en lo social a la libertad, al respeto, a la incolumidad en la persona físicamente, pero también moralmente”.

Más allá de la nomenclatura, lo esencial del atentado de Rubiales es lo que señala: una cultura machista que calla, que no frena los abusos, que permite que un hombre se crea con derecho a besar a una mujer en la boca sin que esta quiera y delante de todo el mundo. Un beso sin consentimiento no es un beso, a pesar de lo que piense la mujer que lo recibe. Como en otros casos contra la libertad sexual, el discurso contra Hermoso ha sido el de poner en duda su palabra y su gestión de los hechos: se reía, no estaba mal, no parecía muy afectada. Desde el feminismo se señala una y otra vez que no existe una víctima perfecta. De hecho, la ley del solo sí es sí trata la indemnización a la víctima al margen de la pena: “Hace una horquilla más amplia para el abuso y, además, tanto en la primera como en la segunda reforma recoge la indemnización personalizada a las víctimas según sus circunstancias. No es lo mismo que se dé la agresión de una manera u otra, no es lo mismo que la mujer esté deprimida que de baja. Y esto se refleja en la indemnización de la víctima, no en la pena de prisión”, explica Gorosarri.

La ley del solo sí es sí trata la indemnización a la víctima al margen de la pena que se aplique al delito.

Laura Macaya, activista feminista, entiende que las compensaciones económicas a las víctimas reproducen los modelos de leyes asistenciales de las socialdemocracias neoliberales, aunque sea una medida progresista. Por ello, considera un “exceso” presentar la ley del solo sí es sí como la máxima representación del feminismo, dado que las ayudas se dan a través del “control de los comportamientos de las personas” que las reciben de “la mano izquierda del Estado”. Las consecuencias, señala, no son lo solo el aumento de control, sino que “se reduce la imaginación política a los términos marcados por las vías parlamentarias, y esto es un tremendo desastre para los feminismos”.

El Derecho Penal es una venganza legal: en función del daño que ha hecho alguien, se le infringe un daño a él”, dice la abogada Pastora Filigrana, que lleva casos de agresiones sexuales. La letrada recoge que la idea del antipunitivismo sería lo restaurativo: “Hoy en día el Derecho Penal hace esto vía indemnizaciones, pero es complicado: ¿cómo se calcula una violación? Es un mundo. Una agredida necesitaba que él le pidiera perdón y reconociera los hechos públicamente, otra no volverle a ver…”.

Un beso no consentido es la punta del iceberg

“¿Le preocupan al Estado las mujeres? Diría que en todo caso las de clase alta, y ni eso. Mientras haya CIEs, ¿cuál es la agenda mediática que se hace eco de lo de Rubiales y no de la violencia que se está dando contra mujeres de otros lugares?”, se pregunta la artista visual Paloma Polo. A mediados de septiembre participó en una mesa del Festival Emmusikadas en Iruña y, ante la pregunta de la periodista Andrea Momoitio sobre si habían vivido situaciones similares a las de Hermoso en el trabajo, ella ponía el foco en por qué se habla tanto de unos casos y no de otros. “Nos estamos centrando en violencias físicas. Yo he pasado de todo, lo de Rubiales e incluso lo de Boaventura de Sousa. Pero también me he encontrado con ese artista político que se acerca, es tu amigo, te deja claro que quiere algo y si pones límites te deja de hablar dejando claro que no le interesaba tu trabajo sino follarte. Es una forma de despreciarte. Las formas de venganza pueden ser desde dejarte en ridículo a cerrarte puertas e incluso hacerte bullying en contextos donde tiene más poder que tú. ¿Cómo se denuncia y señala públicamente esto? ¿Cómo reparamos?”, pregunta. Polo reconoce en el beso de Rubiales un símbolo y que las jugadoras llevaban señalando comportamientos abusivos durante mucho tiempo. “En ese sentido estoy con ellas, ¿quién no?”, dice, pero considera que hay que mirar qué agenda política da más importancia a unos casos que a otros. Laia Serra entiende que el término agresión tiene unas connotaciones sociales que hacen que se lea como un término desproporcionado para actos como el de Rubiales, pero explica que se está orientando “más allá de la protección física sexual” y que se entiende como cualquier acto que atente contra la autonomía y la libertad sexual en casos que no impliquen violencia.

Paloma Polo: “Me he encontrado con ese artista político que se acerca, es tu amigo, te deja claro que quiere algo y si pones límites te deja de hablar dejando claro que no le interesaba tu trabajo sino follarte. Es una forma de despreciarte”.

Utilizar el término agresión para realidades distintas sirve, según Filigrana, para señalar las causas comunes que el feminismo apunta siempre y que van más allá del no beso, que se entrelazan y construyen el sistema patriarcal: “Se deshumaniza a la mujer, y esto está ligado también a un sistema económico que nos quiere así para que hagamos trabajo reproductivo sin que se nos reconozca, lo cual creo que es la causa de toda violencia contra la mujer”. En el lenguaje jurídico, sin embargo, la jurista entiende que hay que hilar más fino. Aun así, cree que utilizar el mismo calificativo de agresión para conductas dispares como la agresión con penetración o un beso sin consentimiento es legítimo siempre que se distinga muy bien el tipo de conducta. Para Macaya es precisamente la falta de matices lo que puede desembocar en situaciones desproporcionadas y considera que deberían entenderse bien las diferencias entre tocamientos no consentidos, que podrían denominarse como agresiones leves, y otras agresiones, de forma que se facilitara la comprensión social para mejorar la convivencia colectiva. Sobre todo, señala, “teniendo en cuenta las complejas configuraciones del poder clasista y racista” y “la reparación y transformación de quien agrede”. Filigrana coincide en que hay que valorar que muchas de estas conductas se pueden “reconducir”, como una tocada de culo: “Hay que hacer políticas públicas feministas de verdad, porque ya sabemos que los cursos de igualdad para la reinserción no funcionan muy bien”.

La excesiva confianza en el sistema penal y el Estado que señala Macaya se ve en ciertos comportamientos, como que se jaleara la detención grabada del hombre que tocó a Isabel Balado.

La excesiva confianza en el sistema penal y el Estado que señala Macaya se ve en ciertos comportamientos, como que se jaleara la detención grabada del hombre que tocó a Isabel Balado. Una detención que, como explica Clara Serra, no debería haber ocurrido: “Según nuestro ordenamiento, las detenciones de este tipo se dan por comisión de delitos graves o riesgo de fuga”. Pero, en un caso como este, lo habitual habría sido llamar al hombre a declarar. El endurecimiento de las represalias contra quien comete el hecho violento, además, tiene para Macaya el objetivo de castigar mejor para legitimar “el inflamiento de los códigos penales”. Ante el “júbilo punitivo que se aprecia en muchas feministas con cada nueva condena”, recuerda la necesidad de “producir cada vez menos espacios regulados y más empoderamiento comunitario a través de redistribución de rentas y derechos”. Explica que el derecho penal sanciona, controla a las clases sociales más pobres y a las personas racializadas pero, además, produce significados. La activista recuerda que “produce víctimas y verdugos, y una determinada manera de entender los conflictos”. También considera que, al entender cualquier acto sexual no consentido como agresión, se aumenta la victimización y la fragilidad sexual de las mujeres “al suponer que el Estado es necesario incluso para repeler una insinuación sexual reiterada”. Se ha llegado así a “denominar como agresión una mirada, un chiste, algo que empobrece nuestras propias herramientas feministas”, señala.

El 12 de septiembre de 2023 los medios publicaban que un policía que participó en el 1 de octubre de 2017 en Cataluña denunció a una manifestante por agresión sexual: durante el dispositivo para reprimir el voto en el referéndum, esta le agarró de las manos y le besó. Un beso que no fue un beso, quizá fue una forma de protesta.

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