Entrevista
“Quiero mucho a mis hijos, pero también les temo”
La editora y escritora Mar García Puig ha tejido la historia de la salud mental materna con el hilo de lo personal, lo histórico y lo político.
Son las 10 de la mañana y Mar García Puig (Barcelona, 1977) aparece junto a la responsable de prensa de su editorial. Viste un vibrante traje verde y una sonrisa amplia. No hay atisbo de cansancio en su mirada, pienso que quizás ha dormido del tirón en uno de esos alojamientos en los que ha pasado los últimos ocho años como diputada. Ocho años en los que ha vivido a caballo entre Madrid y Barcelona y que podrían representar perfectamente la dicotomía entre lo político y lo personal. La esfera de lo productivo y lo reproductivo. El Congreso y sus hijos.
Trae un café en la mano, pero entramos en la cafetería que tenemos frente a la librería en la que se celebrará un desayuno con lectoras y prescriptoras para habar de La historia de los vertebrados (Penguin Random House, 2023), un libro que explica la historia de la salud mental materna a través de las vivencias de otras mujeres que se entrelazan con la vivencia de la propia autora. Todo surgió cuando, investigando sobre la hipocondría y la ansiedad que se había intensificado tras ser madre, encontró una fotografía de Emma Riches, una de las primeras mujeres diagnosticadas de locura puerperal. “Cuando arranqué la investigación encontré muchas coincidencias que se reproducían en mi propia vida”, dice. Y una podría quedarse a vivir en una conversación con García Puig sobre la locura de las madres.
Escribe varias veces a lo largo del libro que cuando nacieron sus hijos no era capaz de asumir la vulnerabilidad y la mortalidad, la propia y la de sus criaturas. ¿Hay un miedo más atroz que el que se conoce cuando una se convierte en madre?
Yo no he conocido otro miedo igual. Antes de ser madre sí que tuve algún episodio de ansiedad y de hipocondría muy puntuales. El miedo a la muerte siempre ha estado ahí, pero hasta que nacieron mis hijos era un miedo al que podía dar la espalda de forma más o menos sencilla y seguir. Fue quizás esto lo que más me sorprendió cuando me convertí en madre: la forma en la que entró la vida, pero también la muerte. La muerte y la culpa, que parece que son dos sentimientos que se despertaron a la vez y están muy relacionados. Quiero mucho a mis hijos, pero también les temo. Entendí que alguien pueda rechazar a sus hijos por miedo a mirarlos y ver que algo no va bien, que les pasa algo. Mis hijos son prematuros y cuando nacieron tenía que despertarles cada tres horas. Cada tres horas vivía un pánico atroz a que les pasara algo. El miedo es un sentimiento universal que creo que atraviesa a las madres. Lo que nos muestra ese miedo es la fragilidad de la vida, la imprevisibilidad, lo incontrolable. Es algo que tienes que aceptar cuando te conviertes en madre.
Ser madre también es aceptar que por mucho que tu amor sea muy fuerte, tiene unas limitaciones
Y no solo el miedo a que les pase algo a tus criaturas. Escribes: “Me perturba la salud de los niños, pero también la mía. Mi piel se convierte en un campo plagado de minas, y la visión de una mancha, un lunar o cualquier protuberancia puede hacer estallar el mundo en cualquier momento”. En Pequeñas labores, Rivka Galchen también habla de ese miedo: “Es verdad eso que dicen, que un bebé te da una razón para vivir. Pero también un bebé es una razón por la que no tienes permitido morirte. Hay días en los que esto no se siente bien”.
El libro me ha permitido conocer a muchas mujeres que me cuentan sus propias historias. Una librera me decía: tu libro me ha hecho tomar conciencia de que cuando mi hija atraviese su vejez, yo no voy a poder acompañarla en ese trance de su vida. En realidad, todas tenemos estos miedos, todas querríamos poder prometerles que siempre vamos a estar ahí. Cuando mis hijos me preguntan a veces que cuándo me voy a morir –que creo que es un miedo infantil que también está ahí–, a mí me encantaría poderles decir que nunca, que siempre voy a estar ahí. Ser madre también es aceptar que por mucho que tu amor sea muy fuerte, tiene unas limitaciones. A mí, en ese sentido, me ayuda mucho que mi hermana, que es un gran apoyo para mí, diga “mis sobrinos”. Ese “mis” me hace ubicarme en otro lugar y que no caiga todo el peso sobre mí. En la vida de mis hijos no solo estoy yo, sino que hay otras personas, una red que les sostiene.
“Culpamos a nuestras madres de todas las fuerzas que actúan sobre nosotras”
La maternidad a menudo te pone de frente a los fantasmas de tu propia infancia. También puede reconfigurar la relación con la propia madre. De tu madre dices que jamás le concediste el derecho al error. ¿Somos muy crueles con nuestras madres?
Mucho. Al final es lo que nos han enseñado. En la literatura siempre hay una madre opresiva o ausente, y la culpa siempre es materna. También está la matrofobia: culpamos a nuestras madres del mundo y de todas las fuerzas que actúan sobre nosotras. A los padres no les cargamos con esto, incluso llegan a ser heroicos: cuando se implican siempre se asume que tenemos suerte. ¿Qué yo sea una madre que pasa el 50 por ciento del tiempo con sus hijos no me atribuye ninguna singularidad y al padre, que se ocupa el otro 50 por ciento, sí? A la madre se le presupone ese deber, pero ellos son padrazos por hacer lo mismo que ya estás haciendo tú.
Quizás estamos todavía poco acostumbradas a la corresponsabilidad, es aún una rareza.
Totalmente. De hecho, estamos tan poco acostumbradas que es noticioso que se ejerza esa corresponsabilidad. Recuerdo que cuando estaba en el Congreso se dio el caso de un miembro de mi grupo que no se presentó porque se acababa de separar, tenía custodia compartida, y le resultaba muy complicado poder organizarse con su hija y estar en Madrid esos días. Esto salió en el periódico. Yo saldría en el periódico si no lo hago.
Se juzga mucho a las madres.
Somos juzgadas constantemente. Siempre hay una sombra de sospecha sobre nosotras. En mi caso soy la madre que se preocupa demasiado y la madre que no tiene autoridad. Cuando, por ejemplo, les elevo la voz a mis hijos, yo siempre les pido perdón. Eso se ve como una pérdida de autoridad.
En el libro narra su propia historia pero la entrelaza con las historias de mujeres que no tuvieron tanta “suerte” y terminaron encerradas de por vida o durante muchos períodos. No es casualidad que sea en la era victoriana cuando se produce esta “epidemia” de locura posparto. ¿Cree que puede estar relacionado con la consolidación del sistema económico y social?
Yo creo que sí. Cuando yo empecé a leer sobre todo esto, vi que en el siglo XIX confluyen muchas cosas: el nacimiento de la Psiquiatría moderna, la aparición del sistema económico dividido entre lo productivo –las llamadas dos esferas– y lo reproductivo y la idealización de la maternidad encarnada en la figura del ángel del hogar. También aparece la fotografía, y fue así como llegué a estas mujeres porque era a través de las fotografías que las diagnosticaban de locura puerperal. A partir de una imagen de Emma Riches arranqué la investigación en la que me encontraba muchas coincidencias que se reproducían en mi propia vida. Cuando me convertí en madre, también me convertí en diputada. La esfera pública y privada colisionaron de una forma brutal, pero además encontré otros paralelismos enormes entre las dos épocas: ya en el siglo XIX un psiquiatra hablaba de una epidemia de problemas de salud mental, algo que estamos viviendo justo en el momento actual. No creo que sea casualidad que el siglo XIX fuera un momento de muchos cambios (el tren, la electricidad, la industria), de una gran velocidad, y ahora estamos en este mismo escenario de cambios (la era digital, las redes sociales).
El feminismo tiene una relación problemática con la maternidad
La matrona Rachelle Garcia Selig planteaba que la epidemia de trastornos de salud mental relacionados con la maternidad no está en los “cuerpos” de las madres, sino que lo que les ocurre a las madres es el síntoma del desequilibrio que existe entre la forma en la que vivimos y nuestras necesidades más humanas. ¿Qué opina?
En las madres esto se exacerba, pero, en general, el sistema productivo no está pensado para el cuidado de una misma ni de los demás. Hay una cita de Jhon Hope que ya decía en el siglo XIX que vivimos a un ritmo que no podemos soportar. Esto ocurre ahora. Por suerte es cierto que en el feminismo ya se está hablando de esto, de la importancia de darle valor a los cuidados y de ponerlos realmente en el centro. Pero en la maternidad esto se dispara porque hay una cuestión física, pero también emocional. Se requiere una pausa, otro ritmo muy distinto, y esto el sistema no solo no lo permite, sino que cuando tus recursos te lo posibilitan, parece que te estás cargando los logros feministas. El feminismo tiene una relación problemática con la maternidad.
En la maternidad, el feminismo que se ha impuesto es quizás un feminismo neoliberal, que prima lo productivo sobre todo lo demás.
Sí, muchas dinámicas y discursos se dirigen a mujeres trabajadoras, con cierto nivel, empoderadas. Cuando se habla de conciliación, por ejemplo, que es un discurso muy habitual para hablar de maternidad desde el feminismo, para empezar no se tiene en cuenta a todas las mujeres. Hay mujeres para las que el concepto de conciliación ni siquiera entra en sus esquemas. Es un término muy clase media, media-alta. Yo lo veo con la generación de mi madre: tuvieron que salir a la calle, empoderarse, reclamar su espacio en el mercado laboral y en la vida pública, y eso suponía romper con muchas de las atribuciones que por el hecho de ser mujer se nos hacen. Entiendo la postura del feminismo con respecto a esta conquista. Bien, ahora yo quiero conquistar el espacio público, pero no al precio que se me exige ni cargando con la culpa de dilapidar lo avanzado por el feminismo. Deberíamos quizás pensar en cómo sostener los cuidados y todo lo demás, sin tener que sentir que son extremos opuestos.
Los permisos iguales e intransferibles siguen poniendo en el centro lo productivo.
Para mí ese es uno de los problemas de la PPINA y de muchas asociaciones. Entiendo cómo surgieron estos discursos, y era necesario, pero creo que debemos avanzar, ir un paso más allá, y salir de las dicotomías. No se trata de que adoptemos los roles masculinos, y eso es lo que se ha estado haciendo en todo momento. También en la política. No creo que haya un discurso político, por parte de ningún partido, que realmente rompa con esto. Son todo propuestas muy clase media y que ponen lo productivo en el centro. Es cierto que desde los feminismos se está empezando a pensar desde otro lugar, pero también lo es que hay feminismos que son el capitalismo con tacones.