Ser todas, ser canal

Ser todas, ser canal

Podríamos prestarnos a aquellas que eligen no aparecer, no constar, no nombrarse ni poner su cuerpo directamente. Ellas son un mensaje que es el de todas

20/09/2023

Ilustración de Denis Novikov para iStock.

Recibo el texto en mi buzón de mensajes de Instagram. Lo abro y lo leo. Doy las gracias. Veo cómo se puede recortar el mensaje para ofrecerlo en forma de imágenes. Hago las capturas de pantalla. Voy a mis “imágenes” del móvil. Las troceo para que quepan en el muro de la red. Cuido que no aparezca ninguno de sus datos ni la foto de perfil. La mayoría de las mujeres me piden explícitamente que sus relatos sean anónimos. Imagino que quienes no lo hacen es porque saben que desde el primero fue así. Entendí ya antes de empezar que no solo no darían los nombres de los agresores, sino que únicamente desde el anonimato hablarían las mujeres. Las cosas aún funcionan así. Las cosas no tienen prisa. Yo tampoco. Nosotras no deberíamos tener prisa en esto. Alguna me dice: “Tenemos que dar los nombres”. Otras apremian: “Tenemos que dar la cara”. Los avances tienen su ritmo, como el dolor. Cuando el daño aún sangra –y todos lo hacen, porque el silencio no cose–, no se le puede azuzar.

Imagino las manos de la mujer sobre el teclado. Sé de ese temblor. No es lo mismo sentir que saber, saber que contar, contar que escribirlo. Antes de sentarse a dejarlo por escrito, esa mujer ha tenido que contárselo a sí misma. Algunas ya lo han hecho tiempo antes. Muchas, muchísimas, es la primera vez que se sientan a relatar las agresiones sufridas. Aquello que permanece en la memoria, incluso lo que se ha olvidado, son imágenes. Hay que elegir las palabras. En las palabras que cada mujer elige están bordadas su vida, sus lecturas, sus costumbres, el lenguaje familiar. También su dolor y su rabia, su culpa. Todo está en las palabras, en la sintaxis. Tienen que ser las suyas. Nadie puede contar por ellas. Lo llamamos “primera persona”. Es la última también, la íntima y la orgánica. Pero a la vez, y por eso mismo, es la de todas.

Como sucede con las mujeres y sus relatos, con las violencias y las memorias, solo cabe darles espacio y acompañar

Trabajo con el teléfono. Lo llevo siempre encima. Aprovecho las horas del desayuno y la comida, los viajes en metro y bus, las pausas para descansar del trabajo, los minutos de publicidad en los platós de televisión. Vivo en esos mensajes. A veces de forma muy consciente, a veces entro en ellos, me enfrasco, puedo temblar con las letras de cada palabra elegida. No es lo mismo escribir coño que vulva, vulva que “dentro de las braguitas” o “ahí”. No es lo mismo decir “penetración anal” que “me folló el culo” o “por detrás”. Otras veces, no, solo los sobrevuelo. Resulta imprescindible permanecer entera. Romperse es algo que no podemos permitirnos. Conozco algunos mecanismos de protección y autocuidado. Recuerdo la época del #Cuéntalo. Se lanzó en 2018. Desde entonces hemos aprendido mucho, yo he aprendido casi todo lo que sé sobre esto desde entonces. Una nunca sabe cuánto sabe ni qué vendrá después. Como sucede con las mujeres y sus relatos, con las violencias y las memorias, solo cabe darles espacio y acompañar. Estar ahí, ayudar a que suceda.

No consiste en ser emisora ni receptora, exactamente. Consiste, creo, en ser canal. Recupero, para entenderme y construir, los rudimentos de la teoría de la comunicación. Respondo a la remitente con un beso y las gracias. A veces, muy pocas, necesito algo más, enviarle unas palabras. Otras, no sabría qué decir. No sé cómo contestar a la mujer cuyo marido le huele las bragas cuando las lleva mojadas de flujo para acusarla de haber follado. No quiero extenderme con aquellas que narran las agresiones sexuales en la infancia y adolescencia, que conozco bien. Rechazo la identificación, caer en eso. No es mi papel dialogar. Soy canal.

Eso es. Han faltado los canales. No hay ni ha habido dónde hacerlo. Hace algún tiempo, con la aparición de las redes, cundió la idea de que una es su propio medio de comunicación. Podría suceder un paso más. Se me ocurre que podríamos, además, ser canales de aquellas que eligen no aparecer, no constar, no nombrarse ni poner su cuerpo directamente. Ellas son un mensaje que es el de todas. Prestarnos como canales de sus relatos, construir un todas en narración. Sí, eso podría ser.

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