Amamantar como activismo feminista

Amamantar como activismo feminista

Cuando el tiempo de permanencia con nuestra criatura se convierte en una opción individual, como si realmente pudiéramos elegir libremente, se está omitiendo la responsabilidad que tiene una sociedad que ignora el vínculo materno, la diada madre-bebé, los procesos sexuales de las mujeres, la crianza y la infancia.

25/10/2023

Ilustración de Olga Shevchenko (iStock).

La Semana Mundial de la Lactancia Materna se celebra en Europa en el mes de octubre para que no coincida en periodo vacacional (agosto) y tomando como referencia la semana 41 del año, fecha probable de parto. Este año, la WABA (World Alliance for Breastfeeding Action) ha elegido el lema “Facilitar la lactancia materna: marcando la diferencia para las madres y padres que trabajan”. La mayoría de grupos de apoyo a la lactancia materna han desarrollado en estos días fiestas, tetadas, conferencias y otras acciones para promocionar y visibilizar la lactancia materna, algunas de ellas centradas en los derechos laborales de las madres, pues la vuelta al empleo es una de las principales causas de abandono precoz de la lactancia materna.

En estos días, es muy frecuente escuchar los beneficios que aporta para la madre y la criatura el amamantamiento y la recomendación, por parte de los organismos internacionales y nacionales en materia de salud, de lactancia materna exclusiva hasta los seis meses de edad en materia de salud, aunque nuestro permiso de maternidad no llegue a los cuatro meses. Las madres citan toda la retahíla de evidencia científica pensando que quizás así puedan ser escuchadas. Pero la experiencia es suya, como madres lactantes. Por eso es imprescindible comenzar a escuchar a las verdaderas expertas.

Las madres no necesitamos recomendaciones más allá de nuestro propio cuerpo. Por eso, quienes nos rodeamos de estas expertas tenemos toda la evidencia al alcance de la mano. Reunión tras reunión del grupo de apoyo a la lactancia materna escuchamos sus desgarradores relatos. Muchas de ellas han tenido dificultades para la instauración de la lactancia materna ya que, este sistema que supuestamente defiende los beneficios de la leche materna, se olvida del acto de amamantar como proceso sexual de las mujeres. Cuando una mujer se convierte en madre se enfrenta a múltiples violencias: la violencia obstétrica, la falta de actualización de los y las profesionales, los mitos que existen alrededor de la lactancia materna, la cultura del biberón en la que aún estamos inmersas por negocios multinacionales, la invisibilización de nuestros procesos, la hipersexualización de nuestros pechos, la falta de derechos, la discriminación en espacios públicos y un largo etcétera.

Como consecuencia de esta violencia muchas madres presentan dificultades para establecer el vínculo con su criatura y para amamantar. Cuando, gracias a su gran fortaleza y al apoyo de las comadres, consiguen que sus lactancias sean placenteras, chocan con otra piedra en el camino: la separación de su criatura para volver a ser productivas en un mercado laboral patriarcal y masculinizado, que no tiene en cuenta su condición de madres lactantes. Así, muchas llegan al grupo para buscar soluciones, con una gran rabia que atraviesa su cuerpo y utilizan todos los resquicios que las leyes les permiten: tras agotar el escaso permiso de maternidad (ahora permiso por nacimiento) acceden al permiso de lactancia compactado (ahora permiso por cuidado del lactante), después unen las vacaciones, los días de asuntos propios, intentan acceder a un permiso por riesgo durante la lactancia, normalmente sin éxito. Muchas se plantean utilizar una excedencia por cuidado no remunerada, empobreciéndose y comenzando a ser dependientes económicamente, quizás por primera vez, de sus parejas, si las tienen.

Aquellas que no pueden acceder a todas estas medidas buscarán la forma de continuar con su lactancia: realizarán un banco de leche, aprendiendo la extracción, manipulación y conservación de la leche materna. Tendrán que extraerse leche en el empleo, generalmente en su periodo de descanso y sentadas sobre el inodoro, que guardarán en una pequeña nevera portátil. A muchas madres no les dejarán extraer esa leche que fluye y que, como acto fisiológico, no debe retenerse, a riesgo de generar malestar, dolor e incluso derivar en mastitis. La necesidad de extracción de leche no es diferente a la necesidad de ir al baño, sin embargo, de nuevo los procesos sexuales de las mujeres son ignorados. Cuando llegan a casa, sus bebés las esperan con ansiedad, a menudo tras huelgas de hambre por rechazar el biberón e incluso otros métodos de suplementación. Se prenden al pecho y no se separan, aumentando sus tomas nocturnas para compensar, lo que provoca una gran sobrecarga y cansancio en mujeres que deben rendir en su empleo como si la maternidad no las hubiera atravesado.

Las madres lloran. No comprenden por qué cuando por fin su lactancia está establecida, deben abandonarla. No comprenden por qué esta sociedad las empuja a separarse de sus criaturas, a quien las une un vínculo intenso que jamás antes habían experimentado. Cuando se incorporan al empleo las ambivalencias se intensifican: por un lado, la sociedad vuelve a considerarlas personas, porque el ámbito de la reproducción sigue estando denostado y relegado a lo doméstico y privado, invisible, sin valor. Ahora vuelven a ser productivas, situándose en una posición de privilegio dentro de una sociedad capitalista, incluso aunque el empleo sea precario. Esta recuperación de la visibilidad va unida a una gran tristeza y sentimiento de abandono, piensan que no están en el lugar donde deberían estar y aparece la culpa. La culpa como herramienta patriarcal para que nos sintamos responsables de nuestra propia falta de derechos. Cuando el tiempo de permanencia con nuestra criatura se convierte en una opción individual, como si realmente pudiéramos elegir libremente, se está omitiendo la responsabilidad que tiene una sociedad que ignora el vínculo materno, la diada madre-bebé, los procesos sexuales de las mujeres, la crianza y la infancia.

Amamantar es un derecho sexual de las mujeres, por eso el patriarcado actúa contra él: hoy podemos encontrar mujeres que pierden custodias o concesión de pernoctas con bebés lactantes; madres acusadas del falso SAP por amamantar demasiado tiempo y cuyos abogados o abogadas les advierten que hablar de lactancia materna en el juicio puede penalizarlas; madres ridiculizadas por extraerse leche en sus empleos o debiendo cubrirse para amamantar en público; madres vistas como degeneradas, incluso acusadas de abuso sexual, por amamantar a niños o niñas de mayor edad o lactar a dos (tándem); madres instadas a dejar de amamantar por sus propias parejas para estar sexualmente disponibles; madres a las que echan de los comercios en los que, al mismo tiempo, los pechos son usados como reclamo comercial.

Es imprescindible que desde los feminismos demos respuesta a la violencia que se está ejerciendo contra las madres. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, ciertos feminismos han preferido unirse al discurso patriarcal que nos invisibiliza y ceder cualquier posible proyecto político sobre la maternidad a la derecha. Las madres feministas se quedan huérfanas y deben buscar sus propios activismos, recuperando algunas herramientas feministas últimamente oxidadas, como el apoyo mutuo entre mujeres. Cuando una madre, en su grupo de apoyo, comenta “me salvasteis la vida” asistimos al comienzo de su despertar activista y la sororidad entre comadres. Cuando escuchamos en una reunión madre a madre “esto solo puedo contarlo aquí” nos da una idea del acuerparse feminista que transita estos grupos. Y cuando ese dolor, esa rabia y esa incomprensión se comparten, la fuerza para seguir transformando el mundo es enorme. Abandonemos el feminismo del metaverso para aprender de estos grupos que, desde la presencialidad, se escuchan sin juicios, creando espacios de seguridad y al mismo tiempo de contrainformación.

La única propuesta que se nos sigue ofreciendo es la externalización de las criaturas

A pesar de la lucha de estas mujeres, el apoyo es escaso. Por un lado, los sectores más reaccionarios las quieren calladas y sumisas, alabando la maternidad como un sacrificio y una renuncia, olvidándose del placer y del poder de las maternidades conscientes y libremente elegidas. Desde las instituciones sanitarias se nos suele reducir a leche, alabando los beneficios de la leche humana, como si fuésemos meros recipientes o teta-brick cuyo líquido blanco puede ser extraído y suministrado a las criaturas. Amamantar es un acto sexual de la mujer y no se puede reducir a un acto de nutrición. Dejemos a un lado los beneficios de la leche materna y comencemos a escuchar las experiencias de amamantamiento de las madres.

Desde sectores de izquierdas han decidido alabar la figura del padre, quizás pensando que si ocultan las necesidades de las madres estas desaparecerán y conseguiremos más igualdad en una sociedad patriarcal y capitalista, sin transformarla. El rechazo a la maternidad ha hecho que el movimiento de mujeres ponga por primera vez a un hombre en el centro. Los padres con bebés en brazos se cotizan bien en el mercado progresista, con un plus si portean o alimentan con biberón. Esta obsesión con el padre ha obviado, no solo a las mujeres y a las criaturas, sino también a los diversos modelos de familia que hoy existen.

Desde las instituciones utilizan la misma lógica, sean de izquierdas o de derechas, por ello siguen sin atender las demandas históricas de las madres, por ejemplo de ampliación del permiso de maternidad, congelado desde 1989. Son muchos los grupos de madres que llevan años luchando por conseguir derechos y recursos para maternar. Hoy esa lucha continua en estos grupos y en colectivos como PETRA Maternidades Feministas. Sin embargo, la única propuesta que se nos sigue ofreciendo es la externalización de las criaturas.

Las madres activistas encuentran su lugar en los feminismos de base, aquellos que contactan con la tierra, con las necesidades, con sus cuerpos. Los grupos de apoyo a la lactancia materna son un ejemplo de ello a través de su activismo diario: el apoyo mutuo, la contrainformación, crear de espacios de seguridad, promover prácticas de crianza respetuosas, enfrentarse cada día al sistema sanitario, sacar sus tetas-pancarta en cualquier espacio, sobrevivir a la ruptura generacional, visibilizar los derechos de la infancia, etc. El grupo de apoyo es, como me dijo hace poco una madre feminista, el espacio más revolucionario al que había pertenecido.

Después de todo esto, quizás comencemos a ver la Semana Mundial de la Lactancia Materna desde otra óptica. Organizando enormes tetadas, esas concentraciones que chocan con la necesidad de los bebés de alimentarse a demanda, pero necesarias para visibilizar el amamantamiento como un proceso sexual de las mujeres sobre el que se ejerce violencia y, por lo tanto, un acto político, subversivo y profundamente feminista.

 

Nota de la autora: este texto no hace referencia a los padres trans lactantes, tampoco a otras realidades que lo viven de forma distinta, como algunas madres racializadas lactantes, cuestión que la autora sí aborda en su tesis, que supone un trabajo más amplio.
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