La cárcel, una infraestructura androcéntrica

La cárcel, una infraestructura androcéntrica

Las cárceles son una infraestructura androcéntrica porque son espacios que han sido diseñados para cubrir las necesidades básicas de los hombres y se dan por universales. Esto conlleva una desigualdad de género en la propia estructura penitenciaria y una invisibilización de las particularidades de las mujeres y las personas trans.

04/10/2023

Imagen de los decorados de la serie ‘Vis a vis’.

Las primeras cárceles de mujeres se empiezan a documentar en el siglo XVII con la creación de las casas galeras, en manos de órdenes religiosas. Su función era la propia de un correccional, donde se aplicaba el castigo físico combinado con la disciplina moral y espiritual. Eran espacios cerrados con un único dormitorio común, salas colectivas para la actividad de encierro (capilla, taller, cocina, comedor) y también un calabozo para los castigos. Su función, que aún subyace en el sistema punitivo actual, era corregir el comportamiento y el rol de todas esas mujeres consideradas “desviadas”, esas que habían roto las normas sociales de su género. Con la creación de la Ordenanza General de Presidios Civiles de 1834 se institucionalizaron los correccionales y las prisiones militares pasaron a ser civiles. A principios del siglo XX, con el Reglamento del Servicio de Prisiones, se unificaron las tipologías penitenciarias, adjuntando la reclusión femenina en el sistema penitenciario español. La infraestructura carcelaria pensada a medida de los hombres se concebirá universal.

En enero de 2021, en el conjunto del Estado español había poco más de 4.000 mujeres presas y la mayoría, cerca del 67 por ciento, se concentraban en Andalucía, Madrid, Comunidad Valenciana y Cataluña. Dentro del mapa carcelario español podemos encontrar diferentes espacios de encierro destinados a mujeres. A grandes rasgos, diferenciamos cinco tipos de dependencias: prisiones de mujeres, pequeñas prisiones de mujeres dentro de grandes complejos penitenciarios, unidades de mujeres dentro de prisiones de hombres, módulos de madres y módulos de respeto. También hay módulos mixtos que pueden ser de régimen cerrado, de respeto, terapéuticos o de parejas.

Más del 70 por ciento de las mujeres presas están en cárceles de hombres

Más del 70 por ciento de las mujeres presas están en cárceles de hombres, así que muchos centros de reclusión masculinos se han visto obligados a habilitar partes del edificio para incluirlas. Esta adaptación se ha hecho como “añadidos” o “acomodos de ocasión” permanente, como dice Elisabet Almeda, socióloga especializada en ejecución penal. Esto conlleva que las mujeres ocupen un espacio muy reducido dentro de toda la estructura y sus condiciones de habitabilidad sean peores y desiguales.

Mapa carcelario actual

Las prisiones exclusivas para mujeres son muy pocas y tienen infraestructuras muy anticuadas, pero son las que disponen de más espacio y programas específicos estables ajustados a las necesidades de su población presa. En concreto existen cuatro prisiones de mujeres: Madrid I Mujeres (1978); Brieva, en Ávila (1989); Alcalá de Guadaira, en Sevilla (1991); y Wad Ras, en Barcelona (construida entre 1946-1978). Al ser pocas, la dispersión geográfica se amplifica.

Según el informe ‘La situación de la mujer privada de libertad en la Institución Penitenciaria’, de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias (SGIP) de 2021, solo 47 de los 97 recintos albergan mujeres. En Catalunya, de los 13 equipamientos que gestiona Serveis Penitenciaris de la Generalitat (SPG), solo cuatro integran mujeres. Esto supone una mayor dispersión en el territorio y una mayor distancia del entorno social de la presa. Al ser espacios generalmente invisibilizados por su ubicación alejada de las urbes, su acceso no es fácil y, sumado a las deficientes redes de transportes públicos, conlleva que las familias tengan que invertir más recursos vitales y económicos para poder mantener las visitas. Eso a la larga puede comportar la pérdida de estos lazos afectivos. Por otro lado, si una presa accede a un permiso de trabajo, tendrá menos oportunidades de lograr ocupación en un lugar desconocido y sin red social.

Módulos de mujeres dentro de las cárceles de hombres

La habilitación de unidades de mujeres en prisiones masculinas reduce la dispersión geográfica, pero, al mismo tiempo, las condiciones actuales de estas unidades o módulos pueden comportar una pena mucho más severa y limitada. Al tener menor espacio, se da con más frecuencia el hacinamiento de la población reclusa, cosa que provoca la imposibilidad de ejecutar una clasificación penitenciaria, uno de los principios del derecho penitenciario (artículo 16 de la Ley Orgánica General Penitenciaria) que permite ajustar los tratamientos y programas. Es decir, en un mismo módulo conviven mujeres de diferentes edades, grados, tipología de delitos o situaciones de salud.

La réplica de la arquitectura androcéntrica en los espacios de reclusión femeninos tiene un efecto amplificador del castigo. Esta es una de las observaciones dentro de la criminología feminista sobre la dureza desproporcionada del control espacial de vigilancia, teniendo en cuenta la tipología general delictiva de las presas. Cerca del 70 por ciento lo están por delitos por motivo económico en datos de 2021.

No hay, por otro lado, un reparto equitativo de los espacios, actividades y los tiempos de uso de los recursos. A pesar de haber un abanico más amplio de actividades y formaciones en las prisiones mixtas, la oferta es esporádica o se da con poca frecuencia, según un estudio de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias de 2021. Cecilia Montagut, directora del documental Cárceles bolleras, señalaba en 2019 en una entrevista para AmecoPress que hay espacios en los módulos de mujeres que son multifuncionales, “que lo mismo almuerzas ahí como haces clases de gimnasia”, cuando en la misma prisión los hombres tienen diferentes módulos y espacios que permiten más movilidad.

Los módulos de respeto funcionan con una férrea disciplina de conducta basada en normativas y en el sistema premio/castigo

Otro modelo carcelario donde hay presencia de mujeres son los módulos de respeto. Son de carácter voluntario y para su acceso hay que cumplir una serie de requisitos de buena conducta. Se trata de unidades separadas dentro de las cárceles que funcionan bajo un sistema de autocontrol y con una férrea disciplina de conducta basada en normativas y en el sistema premio/castigo. A pesar de que no hay un único modelo de módulo de respeto, entre las mujeres es una opción muy extendida. Si decide implementar en una cárcel dónde hay un único módulo de mujeres, no le quedará más remedio que aceptar el ingreso en este o irse a otra cárcel, según señala Ana Ballesteros en su tesis doctoral. Así pues, el principio de voluntariedad es relativo en estos casos y más sabiendo que en estos módulos hay beneficios penitenciarios de reducción de condena. Además, una vez dentro, los espacios, y cómo las presas los ocupan, se someten a la normativa creando una homogeneización. Según Ballesteros, prácticas como disponer de enseres o decoración personal en las celdas son objeto de sanción si no están dentro de las normas institucionalizadas. Por lo tanto, todas las áreas de socialización están reguladas y calculadas. Pero, como explica Paz Francés en su publicación ‘¿Módulos de Respeto o módulos de la vergüenza?’, existe una gran arbitrariedad en la puesta de negativos por malas conductas, ya que no hay un catálogo detallado de lo que no se puede hacer. Francés apunta que en el módulo de este tipo de Pamplona se han puesto negativos incluso por dejar un periódico en una mesa o “decir ‘que aproveche’ a las compañeras demasiado alto”. Lo mismo señala la socióloga Lucía Nieto en su trabajo ‘Mujeres encarceladas. Los Módulos de Respeto en Euskal Herria’.

Falta de equipamientos y recursos

Alrededor del 80 por ciento de las mujeres encarceladas son madres y es habitual que los y las niñas entren en la cárcel para realizar las comunicaciones semanales, los vis a vis familiares o las visitas de “convivencia” de seis horas. Colectivos de derechos humanos recomiendan que las visitas con infancia no se hagan en espacios cerrados sin contacto, con pantallas o barreras físicas. La profesora Carmen Navarro asegura en un estudio que los espacios de relación con la infancia no son adecuados (ya sea el espacio, el mobiliario, el patio, etcétera) y, en el caso de los locutorios de comunicaciones semanales, hay una excesiva separación, generando espacios fríos y poco saludables para el vínculo familiar. Las condiciones de los locutorios son calificadas de “nefastas”, ya que se escuchan más las otras conversaciones vecinas que las propias. Un ejemplo reciente es la denuncia del pésimo estado de los locutorios en la cárcel de Zaballa que ha hecho Shalaketa Araba.

En la mayoría de prisiones no existe la especialización ginecología y obstetricia

La falta de equipamientos sanitarios es una de las quejas más comunes. Los servicios más deficientes son los de ginecología, salud mental y odontología. En la mayoría de prisiones no existe la especialización ginecología y obstetricia. En el mejor de los casos, las cárceles derivan esta atención al sistema sanitario público, pero como alerta el informe sobre la situación de las mujeres presas de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA) de 2020, hay cárceles donde ni siquiera se hace derivación. En las unidades de madres, a pesar de que la normativa exige tener infraestructuras sanitarias adecuadas a sus particularidades, la atención obstétrica y también pediátrica se deriva en muchos casos a centros de salud u hospitales externos.

En relación con la salud mental, hay muy pocas unidades psiquiátricas para el conjunto de la población, cosa que provoca que proporcionalmente la atención a las mujeres sea aún más baja, a pesar de tener un índice de medicalización con psicofármacos más alto que los hombres. Las cárceles tampoco están adaptadas para personas con diversidad funcional. En 2019, el Colectivo de Apoyo a Mujeres Presas en Aragón (CAMPA) denunciaba públicamente la situación de una presa con ceguera y problemas de movilidad en la prisión de Zuera (Zaragoza).

Espacios compartidos e intimidad

El derecho a la intimidad –como derecho fundamental relacionado con la dignidad humana– se ve afectado en diferentes ámbitos de la vida: tener que exhibir el cuerpo desnudo, no tener intimidad para disfrutar de tu sexualidad, no poder estar sola para llorar o personalizar tu espacio y tus elementos personales. En la cárcel, el comedor, los patios, la biblioteca, las salas polivalentes, los talleres, la enfermería e incluso las propias celdas son espacios compartidos. Partiendo de la base de que más del 70 por ciento de mujeres que están en prisión han sufrido en algún momento de su vida violencia física y sexual, forzarles a exhibir el cuerpo desnudo en ciertos espacios compartidos, a pesar de estar entre mujeres, podría comportar una experiencia traumática. Las consecuencias de ello son profundas y en el caso de las mujeres e identidades de género diversas resultan especialmente discriminatorias. Las duchas compartidas, por ejemplo, son espacios donde se exponen los cuerpos desnudos y en las personas cuya genitalidad no se corresponde con el género percibido puede resultar trascendental. En el caso de las mujeres trans que aún están en prisiones de hombres, las duchas compartidas o otros espacios en los que existe un contacto directo y exposición corporal facilitan las condiciones para el acoso y la violencia sexual, como se devela la investigación ‘Trangresión entre rejas: factores de vulnerabilidad en el sistema penitenciario de Barcelona’ de David Urra.

El derecho penitenciario dice que cada persona disponga de una celda individual, pero la realidad es otra. El Consejo de Europa alertó en 2017 del uso habitual de las celdas compartidas en el Estado español. A pesar de haber bajado el número de población carcelaria en los últimos años y que ahora hay más celdas individuales, los módulos se constituyen, en general, por celdas para un mínimo de dos personas, salvo los módulos cerrados que son individuales.

La población presa en primer grado o las personas sancionadas son ubicadas en departamentos de régimen cerrado que cuentan con celdas individuales —donde pasan entre el 75 y 85 por ciento de su tiempo— y patios separados, con tamaños reducidos. Estas condiciones provocan profundos daños psicológicos y lo más preocupante es que en estos espacios “opacos” se producen gran parte de las muertes y tratos degradantes en prisión. Por ejemplo, el 50 por ciento de los suicidios que se han producido en los dos últimos años en Cataluña han sucedido en régimen de aislamiento y más del 35 por ciento de ellos en mujeres presas. Un dato preocupante, ya que la proporción de mujeres muertas en aislamiento es superior a la de hombres porque, a pesar de que solo representan el 7 por ciento de la población presa, representan más del 35 por ciento de los suicidios en estos últimos dos años.

Este texto fue publicado previamente en el monográfico de Cárceles. Puedes conseguir el monográfico completo aquí.
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