‘Sex Education’: no la verás en las aulas
En esta última temporada, la temática central es la identidad y el instituto Cavendish parece representar la esencia de la serie.
Acaba de empezar el curso en el instituto Moordale y un brote de ladillas hace saltar las alarmas. El centro reacciona. “Una clase de biología ahora es una clase de emergencia sobre educación sexual”, dice el profesor Hendricks (Jim Howick). El alumnado debe ponerse por parejas. A Maeve (Emma Mackey), una chica con toda la pinta de ser suscriptora de Pikara Magazine, le toca con Otis (Asa Butterfield) un chaval más bien… invisible. Otis es incapaz de colocar el preservativo a un pene de plástico (por lo menos no es un plátano) y, sin embargo, parece saberlo todo sobre la anatomía de la vulva. Maeve no sabe que poco después se dará cuenta de que este chaval es lo que necesita el instituto. Y es que, a pesar de contar con una asignatura de educación sexual (ya nos gustaría), lo que el centro propone no es suficiente. El alumnado necesita un espacio para hablar de sus malestares en torno a la sexualidad, hablar con naturalidad del tema. Necesitan a alguien que les escuche, que no les juzgue. Alguien que filtre el bombardeo de información que hay en internet. Alguien que les proporcione alternativas, mensajes de tranquilidad y apoyo. Otis es el candidato perfecto. Ella gestionará la agenda y la pasta, y él pasará consulta sexológica en los baños abandonados.
Sex Education llegó a nuestras pantallas en 2019 y este otoño se ha despedido con su cuarta temporada. A lo largo de sus 32 capítulos nos adentramos en la vida sexual, sentimental y familiar de Maeve, Otis y sus colegas. Y ahí hemos visto de todo: sexo torpe, natural, responsabilidad afectiva, fetichismo, vaginismo, anatomía sexual, anorgasmia masculina, autoconocimiento sexual, consentimiento, juego de roles, sexting, adolescencia trans, asexualidad, pansexualidad, sexo gay, sexo lésbico, no binarismo, aborto, violencia sexual y de género, LGTBIfobia, abuso, precariedad, discapacidad, diversidad corporal, representación cultural, activismo, feminismo, sororidad… Mucha gente ha podido aprender de todo ello gracias a Sex Education. Lo que no nos dejan hacer en el aula lo ha conseguido su creadora, Laurie Nunn, de la mano Netflix. Pero, ¿qué nos dice la serie sobre educación sexual?
Por un lado, y creo que con bastante acierto, pone de manifiesto que cuando hablamos de educación sexual tenemos que tener en cuenta muchas variables. Y, sobre todo, tenemos que atener a la diversidad. Diversidad de cuerpos, diversidad funcional, diversidad relacional, diversidad sexual y de género, diversidad de modelos familiares, diversidad de prácticas, etcétera.
En cuanto al papel que a veces tiene la educación sexual en los institutos, Sex Education nos muestra algunos ejemplos. Spoiler: si esperas encontrar un modelo de buenas prácticas que poder aplicar en nuestros centros, aquí no lo vas a encontrar.
Desde el principio de la serie vemos que la chavalada, ante la falta de educación sexual de calidad, busca consejo e información en sus iguales y en internet. Las alternativas que ofrece el centro no conectan el alumnado. Sin embargo, encuentran una valiosa oportunidad: la pseudoterapia de Otis, que es hijo de una terapeuta sexual (aaaamiga, ahora entendemos de dónde le viene esta facilidad para apoyar a sus colegas). Pero quizá eso de que un chaval de 16 años haga terapia sexual tiene sus lagunillas. Por eso Jean (Gillian Anderson), la madre de Otis, tenía que entrar en el instituto. Al ser contratada para evaluar el programa de educación sexual, observa que el planteamiento es deficiente y que, por muy buena intención que tenga el profesor Hendricks, los contenidos no son del todo acertados ni se adaptan a las necesidades y las realidades de las, les y los adolescentes.
Algo muy interesante de la presencia de Jean en el instituto es que pone de manifiesto que existe una especialización profesional. Vamos, que tu madre sea sexóloga y te haya hablado abiertamente de sexualidad y de gestión emocional no significa que eso te convierta terapeuta. Poner en valor nuestra profesión y hablar de la seriedad y la responsabilidad que supone es algo que eché en falta al inicio y que agradecí en la segunda temporada.
¿Y qué pasa luego? Pues que hay gente a la que la libertad sexual les da miedo. ¡Sorpresa! ¿Que una adolescente versiona Romeo y Julieta en un musical con banda sonora, coreografías, vestuario y atrezo dignos de Broadway? Pues las familias e inversores del instituto prefieren centrase en que aparecían en escena representaciones de vulvas y penes y el elenco emitía una serie de gemiditos acompasados. Para colmo, otra infección de transmisión sexual alarma al instituto. Quienes mandan piensan que la situación se les está yendo de las manos. ¿Qué hacen entonces? Cortar por lo sano y cambiar la dirección del centro. El anterior director, Michael Groff (Alistair Petrie), hombre blanco heterosexual en plena crisis de masculinidad y al que parece darle alergia decir en público vagina o menstruación, es destituido. Toma el relevo Hope (Jemima Kirke), que viene a ser la Dolores Ubbridge de Moordale.
La serie no aprovecha la gran cantidad de oportunidades que tiene para mostrar prácticas sexuales en las que la penetración no sea la protagonista
Entre otros cambios, Hope, que en su presentación parece una tía moderna y enrollada, propone la vuelta a un modelo de educación sexual retrógrado, binario, centrado en la capacidad reproductiva y basado en el miedo. Ver el proceso de transformación del instituto, simplemente, da pavor. Nos recuerda que tenemos que estar atentas. Empiezan por cambiar los colores, por usar otras palabras, aparentemente amables, y terminan por hacernos dudar de nuestra identidad y enfrentarnos.
En la última temporada asistimos a cambios de escenario. Ante el cierre del instituto Moordale, muchos personajes principales se cambian a Cavendish. En esta última temporada, la temática central es la identidad y Cavendish parece representar la esencia de Sex Education. Es un centro muy diferente, colorido y con gran representación de realidades. Donde la voz de las, les y los adolescentes está en el centro. Donde cada une puede ser quien es. Donde la amistad, los cuidados y la comunicación están más que presentes.
Pero, al igual que Cavendish tiene que pulir algunas cositas, la serie también tiene sus fallas. La principal: no aprovecha la gran cantidad de oportunidades que tiene para mostrar prácticas sexuales en las que la penetración no sea la protagonista. La serie está plagada de escenas sexuales explícitas, de hecho, cada capítulo empieza con una y en la mayoría alguien o algo está penetrando a otro alguien. Sí, hay una escena deliciosa en la que dos personas experimentan la excitación y el placer acariciando y besando diferentes partes de sus cuerpos. Una de ellas tiene discapacidad. ¿Casualidad? Vale, Isaac (George Robinson) no puede sentir por debajo de su lesión, y eso excluye el pene. ¿Era la oportunidad perfecta para presentarnos este tipo de práctica? Sí, pero ojo: ni ese es un modo de follar reservado para “casos especiales” donde los genitales no sienten, ni las personas con discapacidad solo pueden follar así, de una manera dulce y delicada.
La serie en sí misma, no obstante, es material educativo. He celebrado la naturalidad con la que tanta representación de realidades (también en el reparto) se ha colado en nuestras pantallas. Y me he emocionado. Sobre todo, me he emocionado con las muestras de sororidad y su poder. ¿Pero ahora qué? Vivimos una realidad en la que, como leímos en el reportaje de Ana María Bosch Pla, el porno mainstream se está convirtiendo en una de las principales fuentes de “aprendizaje” sobre sexo. Un sexo distorsionado, sesgado, heteropatriarcal y violento. Habrá chavalada de 13 años consuma porno, pero a la no les dejen ver Sex Education. Vivimos una realidad en la se censuran, cancelan o ignoran las propuestas de educación sexual en los centros educativos. Pero que quede claro: que conozcamos cómo funciona la sexualidad no va a hacer que iniciemos antes nuestras experiencias sexuales, sino que cuando lo hagamos sea de una manera más libre y disfrutona. La prohibición, el peligro y el miedo no son aliados. Y hasta el que mensaje cale, seguiremos ahí, reflexionado juntas, buscándonos las mañas y aprovechando cada oportunidad que nos permita divulgar educación sexual de calidad.