Pelo azul y pronombres
Entender los ataques de la derecha tradicional a las estéticas feministas y disidentes es clave para replantearnos una politización consciente: detrás de la expresión abierta de nuestras identidades sociales se encuentra la llave para desnaturalizar el sistema dominante.
Estas últimas décadas se ha ido proyectando cada vez más una imagen muy particular sobre ciertos grupos de personas cuya estética podríamos encasillar bajo el concepto “pelo azul y pronombres”. Esta incluye tanto teñirse el pelo de colores fantasía como no depilarse o no vestirse acorde a lo que la sociedad ha dictado por tu género y clase social.
Una estética considerada, a fecha de hoy, hasta cierto punto descalificativa. Algo que, depende de en qué círculos te muevas, es mejor no ser. Una parodia de la parodia de personas individualistas que se preocupan por los problemas más nimios mientras fuera hay guerras y hambre. Modernas urbanitas que viven en una burbuja de privilegios en contraposición a las clases obreras “de verdad”.
La polarización y el rechazo hacia expresiones de identidad de género y sexualidad que desafían las normas sociales establecidas han cobrado un impulso significativo en las últimas décadas. Algunas personas pueden pensar que esta reacción se debe en gran parte al crecimiento de movimientos sociales disruptivos con el sistema como los feministas. Sin embargo, si echamos un vistazo rápido a otros movimientos y grupos sociales históricos, vemos que estos también estaban asociados a una estética particular. Echando una ojeada atrás nos encontramos fácilmente con el movimiento hippie y sus colores vivos y pelos largos, las luchas por los derechos civiles junto a las chaquetas de cuero negras de las Panteras Negras o los años de la revolución sexual, el destape y La Movida en España. Estos grupos también rechazaban, cada uno a su manera y en sus propios términos, las estéticas homogéneas al statu quo, rompiendo en muchas ocasiones, además, con los valores tradicionales y expectativas sociales en relación al género, clase social, discapacidad y raza.
La identidad resumida como “pelo azul y pronombres” debe ser eliminada, convertida en algo paródico y repelente.
Tanto antes como ahora el papel para el que sirven los uniformes ornamentales sobre los que se construye nuestra identidad social parece es el mismo: identificarnos dentro de un grupo social haciéndonos partícipes de este, influyendo en nuestro propio autoconcepto y valores, creando a su vez una distinción con el resto de grupos. La diferencia en la respuesta recibida en este caso actual viene marcada por la reivindicación tradicionalista y conservadora declarada por el sistema neoliberal dominante.
En este contexto, puesto que la estética disidente sobre la que se construye la identidad ya mencionada de “pelo azul y pronombres” desafía las normas hegemónicas y representa una ruptura con la homogeneización cultural de la que debemos formar parte, debe ser eliminada, siendo la mejor forma de hacerlo convirtiéndola en algo paródico y repelente para que nadie pueda tomarla en serio ni acercarse a ella.
Detrás de estos ataques se esconden promesas rotas sobre prosperidad económica usadas como arma arrojadiza legitimada por los populismos de derechas. Desde estos se hace uso del resentimiento y la frustración por la pérdida de estatus social debido a razones económicas de cierta clase obrera y clase media, predominantemente blanca y cisheterosexual que encuentra seguridad y legitimidad en las estructuras tradicionales.
A las personas que conforman estos grupos el sistema capitalista les ha estado prometiendo estabilidad, seguridad y libertad si se mantenían en la línea pre-estructurada para ellas. Estudiar, tener un trabajo, formar una familia, abrir una empresa, irse de vacaciones a la playa, comprarse una casa o un coche son algunas de las ideas que se inculcan a las personas que crecen dentro de este sistema como metas alcanzables mediante un comportamiento adecuado, esfuerzo y voluntad.
Las estéticas disidentes como amenaza
A finales del siglo pasado se destruye el Estado del bienestar en el norte global, y el neoliberalismo, con su carácter hipersubjetivista y omnipresente, pasa a consolidarse a nivel mundial, empezando a determinar de esa forma la configuración de nuestra existencia. Es así cómo se ha construido el relato y la ilusión sobre que el destino de cada persona individual estaba plenamente bajo su control. Que, si te esfuerzas y quieres, puedes prosperar y tener ese coche, ese apartamento, esa vacación en la playa, ese empleo y familia estable. La realidad ha acabado siendo más bien otra, y es que a fecha de hoy todos estos relatos y promesas no pueden ya sino evitar desmoronarse ante nuestros propios ojos.
Así, la respuesta reaccionaria ante las estéticas disidentes no ha aparecido de la nada. Es una respuesta al impacto de la neoliberalización en la vida cotidiana de los sujetos. Algunos grupos de individuos que solían percibir ventajas en el sistema han pasado a preocuparse por la posible pérdida de valores y posesiones que antes consideraban asegurados por las estructuras tradicionales. Son estas personas quienes se sienten cada vez más indignadas hacia quienes se salen de la ficción tradicional que ha sido impuesta e interiorizada como la norma, como aspiración.
Para que el sistema se mantenga ha sido necesario presentar como una potencial amenaza para la seguridad cualquier factor que pueda dinamitar las alternativas posibles a un contexto capitalista dirigido por el mercado. Esto pasa por ver y entender como enemigas a aquellas personas que se reconocen abiertamente como atravesadas desfavorablemente por cuestiones de origen sistémico como raza, clase social o género. Por todo ello, el rechazo a lo que puede encajarse en de la identidad social expuesta dentro de la categoría “pelo azul con pronombres” no deja de ser odio provocado por una herida sistémica que trata de curarse con venganza irracional ante agentes imaginados, señalando como culpables a quienes se salen o son excluidos de la homogeneidad tradicional presentada originalmente (y falsamente) como segura.
Los populismos de derechas se aprovechen de quienes o son incapaces de ver posibilidades ajenas al sistema productivo.
Esta etapa del capitalismo tardío nos está dejando crisis recurrentes que vivimos al momento a nivel global por la naturaleza del propio neoliberalismo. La pérdida de derechos logrados anteriormente, como los derechos laborales, mientras a escala social las minorías y otredades tratamos de conseguir otros derechos, como los LGBTIQA+ y feministas, ha creado el caldo de cultivo perfecto para que los populismos de derechas se aprovechen de quienes no quieren o son incapaces de ver posibilidades ajenas al sistema productivo y de consumo en el que vivimos. Así, esas derechas buscan que parte de la clase obrera se enfrente a narrativas inventadas, creando un otro –de pelo azul y pronombres– e impidiendo así que se creen los lazos necesarios para una transformación global de la que nos beneficiaríamos como sociedad.
Mientras estos enfrentamientos entre sujetos tradicionales y sujetos caricaturizados se dan, el sistema neoliberal tardocapitalista está destruyendo nuestra identidad social gracias a la nueva volatilidad y fragilidad de nuestras estructuras sociales, comunidades e instituciones. La lógica subjetivista del neoliberalismo hace a su vez imposible salir de todo esto sin pasar primero por la autoconcienciación crítica de dónde nos hallamos ahora y la alienación que nos acontece.
Hace falta un replanteamiento desde los diversos movimientos sociales de cómo nuestra identidad está siendo construida y destruida al mismo tiempo por un sistema que nos está llevando al cataclismo. Quienes nos encontramos dentro de todos estos maremotos tampoco podemos quedarnos en señalar a los culpables y entender las motivaciones detrás de los actos, ya que todo esto es más serio que lo planteado.
Ya décadas atrás, las feministas radicales empezaron a plantear la idea sobre que lo personal era político, y esta no deja de ser, hoy en día, una idea recurrente en nuestras cabezas activistas. Quizá teñirse el pelo azul, reconocerse con pronombres ante personas desconocidas, no depilarse o presentarse de forma disruptiva con lo establecido no sea revolucionario más allá de lo cotidiano, pero es dar un paso adelante a la hora de desnaturalizar el sistema hegemónico dominante. Al afirmar nuestra presencia de forma consciente mientras resistimos al sistema, abrimos la puerta a que nuevos debates y posiciones más avanzadas aparezcan. La politización detrás de ciertas estéticas disruptivas es más evidente ahora que nunca. Es ahora cuando tenemos el poder de convertirlas en herramientas de concienciación para cambiarlo todo.