Ser trans sin permiso de la psiquiatría
El modelo médico de atención a la transexualidad se ha basado en la patologización y en la exclusión de las personas con diagnósticos psiquiátricos. Las conexiones entre el activismo loco y trans señalan la violencia del diagnóstico y animan a revisar el cuerdismo en el activismo queer.
Una mujer trans habla a la cámara: “Esperaba encontrar a una profesional que me entendiera, que me apoyara, que me tranquilizara…”. “Lo que me encontré fue que no paraba de cuestionar mi identidad”, completa otra. Son dos de las voces de un documental realizado por la Plataforma Trans*forma la Salut que recoge testimonios sobre el trato patologizante que recibieron en la Unidad de Identidad de Género de Barcelona. “Pasar por las entrevistas del psicólogo y el psiquiatra es muy humillante: ¿Doy la talla como trans?”, ilustra otra de las entrevistadas, rubia, guapa, delgada, muy femenina. “Pasé los tests, patéticos, horrorosos, denigrantes. Me hizo mucha ilusión ser disfórica. Porque pasaba a la segunda fase: terapia de grupo y hormonación”, ironiza. Una mujer mayor, gorda, con voz grave y sombra de barba cuenta que no pasó el casting: “Me dijo que yo era travesti fetichista”.
Euforia de género
En 1990, la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud eliminó la consideración de la homosexualidad como una enfermedad mental al tiempo que incluía la transexualidad. Su homólogo, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), de la Asociación Americana de Psiquiatría, también recogía el trastorno de la identidad sexual. Siguiendo su doctrina, legislaciones como la española de 2007 exigen conseguir un diagnóstico de disforia de género para la rectificación registral del sexo. Los protocolos sanitarios derivados plantean un único itinerario, asumiendo que todas las personas trans sufren aversión hacia su cuerpo y quieren modificarlo.
La campaña internacional por la despatologización de las identidades trans STP 2012 se movilizó en 40 países reivindicando que no son los cuerpos sino las miradas cisexistas las que están equivocadas. En el Estado español, la Red por la Despatologización Trans del Estado nace en 2008, fundada entre otros colectivos por el transfeminista Guerrilla Travolaka, recordada por sus icónicas fotografías de cuerpos trans con lemas como “No quiero pedirle permisoa la psiquiatría” o “Diagnóstico: Euforia de género”. Pese a que, de entrada, a un sector del activismo
trans le preocupaba que la despsiquiatrización fuera incompatible con el acceso a tratamientos médicos en la sanidad pública, la Federación Española de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB) se adhirió en 2009 a la STP 2012. La presión internacional logró sendas resoluciones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y del Parlamento Europeo instando a desarrollar legislaciones como la argentina, basada en la autodeterminación de género. Ocho comunidades autónomas del Estado español han aprobado leyes que prometen que ninguna persona trans será obligada a someterse a tratamientos o exámenes psicológicos para recibir reconocimiento administrativo a su identidad o la atención médica que demanden. Aunque sus Unidades de Trastornos de Identidad de Género (UTIG) han perdido la T de ‘trastornos’, los protocolos siguen siendo enrígidos y el psiquiatra autoriza o deniega el acceso a tratamientos.
El DSM-5 y la CIE-11 han sacado las identidades trans del epígrafe de “Trastornos mentales y del comportamiento”, pero “en la práctica sigue todo igual; siguen hablando [en otros capítulos] de disforia de género y de incongruencia de género”, lamenta la activista Iris Domínguez en el documental sobre locura, cuerpos y feminismo Zauria(k)/Herida(s). Por si fuera poco, el DSM-5 ha incorporado otra modalidad de disforia de género relativa a las personas intersexuales.
¿No estamos locas?
La ley estatal de 2007 limita la rectificación registral a las personas de nacionalidad española, mayores de edad y “con capacidad suficiente”. Los colectivos trans denunciaron desde su aprobación la discriminación hacia las personas migradas y las menores de edad. Pero fue menos contestado su capacitismo y que el artículo 4 plantee como requisito “la ausencia de trastornos de personalidad que pudieran influir, de forma determinante, en la existencia de la disonancia”. Es decir, la ley excluye a las personas con ciertos diagnósticos psiquiátricos, obviando que en muchos casos el sufrimiento psíquico es consecuencia de vivir en un entorno tránsfobo.
El movimiento de despatologización de la transexualidad incurre en el cuerdismo cuando emplea lemas como “No estamos locos”. El Manifiesto del Colectivo Queer para el Orgullo Loco Madrid 2019 recordó que algunas personas LGTBI “sí son o están locas” y reclamó reconocimiento a la existencia de personas trans con trastornos de la personalidad, personas del espectro autista así como personas con discapacidad intelectual.
Nac estuvo yendo a psicológos y psiquiatras desde los 12 años: “Mi cuerpo, mi familia y mi colegio se aliaron para imponerme un género en el que no me sentía a gusto”. Le ignoraban cuando mencionaba su inconformidad de género. Después de pasar por diferentes diagnósticos, se decidieron por una depresión endógena, en vez de entenderla como “una respuesta sana a un conflicto grave: el rechazo familiar y social en un periodo crítico del desarrollo”, considera. Le prescribieron ansiolíticos, antidepresivos, pastillas para dormir. No le funcionaban, le sentaban mal, las escupía. A los 22 optó por “otro tipo de sustancias al menos más divertidas” y a los 40 años inició la transición de género. En la UTIG de Barcelona no mencionó su historial
psiquiátrico. Ahora es activista de Trans*forma la Salut. Las personas trans no binarias topan con un plus de invisibilidad y exclusión, dado que los discursos médicos y jurídicos solo conciben tránsitos en clave binaria. Math y Hele son dos activistas trans no binaries y neurodivergentes que utilizan Instagram para concienciar contra la transfobia, la enefobia (discriminación hacia las personas de género no binario), el cuerdismo y el capacitismo. Su entorno cuestiona su autodeterminación de género por considerarla como parte de su locura. Relatan que la transfobia y la enefobia afectan a su paz psíquica, en forma de ataques de ira o episodios de depresión. “Al final del día tengo un nivel de ansiedad muy elevado que acaba trasladándose en mucho estrés, agresividad y pasividad que el resto utiliza como excusa para seguir negando mi identidad y mi capacidad de razonar”, cuenta Hele. “Es difícil crearse una coraza que evite que te afecte, porque todo lo vivo con la máxima intensidad… y, lamentablemente, la transfobia y el binarismo duelen demasiado”, completa Math.
Math ha pasado por profesionales de salud mental de la Seguridad Social y el trato “ha dejado mucho que desear”, hasta el punto de que ocultó su identidad trans no binaria “porque no se generó la suficiente seguridad o confianza”. Sin embargo, en la actualidad le atiende una psiquiatra que “se ha formado por su cuenta para aprender sobre una realidad que le era totalmente ajena”. En el caso de Hele, su único contacto con profesionales de salud mental fue una breve y negativa experiencia de psicoterapia en la que no se respetó ni su nombre elegido: “Me tocó una psicóloga muy capacitista. Fue una relación de poder, no me hizo caso y no fue a la raíz del problema.
El diagnóstico como violencia
La literatura psiquiátrica patologizante se ha centrado en dar pautas para que los profesionales ejerzan de peritos del género y reconozcan a “los verdaderos transexuales”. En su estrecho marco no se entiende que una mujer trans sea lesbiana o que un chico joven quiera realizarse una mastectomía pero no quiera tomar testosterona. Lo explica Iris Domínguez en Zauria(k)/ Herida(s), basándose en su paso por la UTIG de Navarra: “Los médicos buscan que encajes en la norma y no te salgas. El ejemplo más grave es que te empujan a castrarte”.
Así, las personas trans han empleado como estrategia responder lo que se espera de ellas, demostrando más conocimiento sobre los profesionales en salud mental del que tienen ellos sobre la diversidad sexogenérica. “El engaño ha sido una herramienta de resistencia para las personas trans”, sostiene Dau, activista e investigador feminista especializado en las violencias contra quienes se alejan del dualismo sexual y coautor del blog Lokapedia. Recuerda la historia colectiva de encierros psiquiátricos, terapias de conversión y electroshock que arrastra la comunidad LGTBI —especialmente la pobre, la que cuando se deprimía o brotaba no tenía dinero para terapia y fármacos—. Nac señala que la consecuencia de esa adaptación es que muchas personas que han pasado por las UTIG “han construido sus narrativas de vida en respuesta a las expectativas de los médicos”. Aunque en las últimas clasificaciones médicas, los diagnósticos psiquiátricos ya no se plantean como excluyentes para diagnosticar disforia, “los profesionales siguen con la inercia de descartar ‘trastorno mental’ antes de dar el diagnóstico de ‘disforia de género’”, señala un artículo de la Lokapedia. Esto implica que se trata a toda la población trans “como sospechosa de sufrir una enfermedad mental”, critica Nac.
Más aún, algunas personas trans han recibido diagnósticos de esquizofrenia o Trastorno Límite de la Personalidad por parte de psiquiatras influidos por esa tradición psicoanalítica que entendía la transexualidad como una forma de delirio psicótico. Por su parte, las personas trans que tienen síntomas asociados a esos diagnósticos pueden vercuestionada su identidad de género o no contar con un acompañamiento formado sobre aspectos como las interferencias entre hormonación y psicofármacos.
Los protocolos provocan sufrimiento psíquico a quienes transitan ese vía crucis y lo agravan en el caso de las personas neurodivergentes. Nac conoce a personas que han entrado en “depresiones profundas al ser rechazadas y humilladas en unidades de género. Muchas de ellas ya venían del rechazo familiar y estaban solas”. Hele añade que la relación entre terapeuta y paciente está marcada hasta en el mejor de los casos por unas dinámicas de poder y que, además, tienen una carga de clase: “La terapia es un privilegio y es sometimiento de las locas”, sentencia.
El Centro de Estudios Locos de Chile celebró en 2019 el Orgullo LGTBI con una cita de la activista Shaindl Diamond sobre por qué no basta con sacar las identidades trans del DSM sino que hay que cuestionar el modelo psiquiátrico de raíz: “En lugar de ser personas trans que sobreviven creativamente a la transfobia, somos personas trans con trastornos de ansiedad, trastornos de
ira, trastornos bipolares, esquizofrenia. Nuestras identidades básicas se consideran cada vez menos una ‘enfermedad mental’, pero nuestras estrategias para sobrevivir están siendo sacadas de contexto e individualizadas como ‘enfermedades mentales’”.
Menos terapia y más activismo
El modelo psiquiátrico que patologiza las identidades trans es el hegemónico, pero no es el único. En la última década se ha extendido la terapia afirmativa LGTB, en la que los profesionales en salud mental acompañan de forma respetuosa a las personas en sus procesos de aceptación, en sus tránsitos y en su confrontación con lo que denominan estrés de minoría: el que sufren las personas pertenecientes a minorías raciales o sexuales, entre otras, provocado tanto por experiencias de violencia y discriminación como por el estigma. Este las sitúa en un estado constante de alerta, provoca sentimientos de vergüenza o de culpa y desencadena síntomas de depresión y ansiedad, de estrés postraumático complejo, trastornos de alimentación, episodios de autolesiones, ideas de suicidio y abuso de sustancias.
Dau es crítico también hacia ese modelo, que enmarca en “toda una cultura terapéutica que interviene a nivel psicológico sobre malestares de las mujeres y las personas LGTBI que son producto de una violencia social”. El foco sigue puesto en quien sufre la discriminación. Él estudió Psicología y, en parte por eso, nunca ha ido a terapia: “He sentido mucha presión para que fuera al psicólogo, pero lo que yo necesitaba era que mi entorno me apoyara”. Llama a cuestionar que el único marco para intervenir ante las violencias tránsfobas sea el de la salud mental, “muy profesionalizado e institucionalizado”. “Para cambiar las violencias, me parece mejor el activismo que la terapia”, sentencia.
Para ello, los puentes entre el activismo trans y el loco resultan estratégicos: ambos luchan contra la patologización, la medicalización y la tutela psiquiátrica, al tiempo que reclaman el acceso a recursos y derechos desdela autodeterminación. Las personas trans neurodivergentes son una valiosa bisagra para hacer posible esa alianza, señalando la transfobia en el activismo loco y el cuerdismo en el trans.
Ser una persona trans y loca no es solo doble opresión, también es doble resistencia creativa. Math cuenta que ser neurodivergente le dio libertad para explorar los límites de su género: “Vale, no encajo en lo normal, ¡pues vamos a jugar!”
*Bibliografía usada y recomendada: los capítulos de Dau García Dauder y Marina de la Hermosa Lorenci del libro Transpsiquiatría. Abordajes queer en salud mental.