Si hay dominación, no puede haber amor
En ‘El deseo de cambiar’ bell hooks profundiza en la necesidad de enseñar a los hombres “el arte de amar” y anima al feminismo a comprender las heridas de los hombres criados en el patriarcado para, así, abrir verdaderas grietas que destruyan la estructura de la opresión
La estructura de la dominación ha sido y aún es tan asfixiante que ha dejado huellas que nos impiden amar. Los hombres, expone bell hooks, deben ser capaces de abandonar el deseo de dominar, esto es, “deben poder elegir la vida sobre la muerte”. El hombre que se atreve a amar a una mujer, a amarla de veras, está traicionando los mandatos patriarcales que decretan la misoginia y la deshumanización de las mujeres. Si no nos ven como iguales, no hay amor. Pero tal vez nosotras no hemos entendido hasta qué punto nos cuesta amar de veras a un hombre, porque no podemos amar lo que tememos. Y, en las sociedades heteropatriarcales, las mujeres tememos a los hombres. Sin embargo, persiste el deseo de cambiar. Y la experiencia nos muestra, dice hooks, que cuando un solo hombre se atreve a transgredir las fronteras patriarcales para amar, mejora indudablemente la vida de mujeres, hombres y criaturas a su alrededor.
La autora de El feminismo es para todo el mundo pasó buena parte de su vida reclamando el feminismo para los hombres. En este libro profundiza en esa cuestión y, a contrapelo de quienes ridiculizan la pedagogía feminista dirigida a varones heterocis, plantea la necesidad estratégica, pero también ética, de que el feminismo asuma el reto de ayudar a cambiar a los hombres. Porque los hombres, insiste hooks, quieren cambiar; pero no pueden si no hay un plan para el cambio, así como “no pueden amar si no se les enseña el arte de amar”. Tampoco pueden amar si no están dispuestos a abandonar su lugar de dominación; y para ello tendrán que entender que dominación no es privilegio: que se hacen daño a sí mismos y a otras personas cuando ejercen, más o menos explícitamente, la dominación y el abuso. Pero si lo logran, si abandonan su posición de falso privilegio y se atreven a amarnos, dejarán de ser verdaderos “hombres” para la cultura patriarcal. Desobedecerán los mandatos y serán penalizados por ello. ¿Qué plan trazamos desde el feminismo para acogerlos y acompañarlos, entonces?
Tal vez nosotras no hemos entendido hasta qué punto nos cuesta amar de veras a un hombre, porque no podemos amar lo que tememos.
Para empezar, explica la autora, debemos entender el alcance del problema y cómo nos atraviesa a todes. A menudo, las feministas, sobre todo las mujeres heterosexuales, nos quejamos de que los hombres no manifiesten sus sentimientos y enunciamos que el patriarcado les impide que lloren; pero no es raro en los círculos feministas que, si un hombre se anima a intentar nombrar y exteriorizar sus dolores, corra el riesgo de ser etiquetado como un narcisista manipulador que intenta acaparar el escenario. Cuando culpan únicamente a los hombres de la perpetuación del sexismo, escribe hooks, estas mujeres están siendo leales al patriarcado, a su propio deseo de poder: enmascaran “su anhelo de dominar asumiendo la carga del victimismo”. Aún no nos hemos liberado, subraya la autora, de la “percepción errónea de que los hombres son el enemigo”.
Para corregir este error de percepción, hooks nos propone acercarnos a la experiencia de los niños y adolescentes. “El asalto patriarcal a la vida emocional de los chicos comienza en el momento de su nacimiento”, escribe. A lo largo de su infancia y su adolescencia se les enseña a creer que “la ira es el camino más fácil hacia la hombría”, y bajo esa ira se ocultan el miedo y el dolor. A menudo, los padres patriarcales los controlan con diversas técnicas de terrorismo psicológico; los tratan como “reclutas en formación” que deben endurecerse para así ser “hombres de verdad”, esto es, capaces de mantener el legado patriarcal. Pero es difícil estar a la altura del mandato; y “el miedo a no poder alcanzar el grado adecuado de hombría a menudo se traduce en rabia”. Rabia que se irá acumulando a la espera del momento de ser escuchada, pues “la ira es el camino fácil de regreso al reino de los sentimientos”. A día de hoy, en fin, los chicos siguen siendo sometidos a una violenta pedagogía que les enseña a faltar el respeto y a odiar a las mujeres. Y mientras esa cultura siga en pie, debemos crear subculturas-refugio donde los niños puedan a prender a ser quienes son sin verse obligados a subsumirse bajo los mandatos patriarcales.
“El primer acto de violencia que el patriarcado exige a los hombres no es la violencia hacia las mujeres. En su lugar, el patriarcado exige de todos los hombres que se impliquen en actos de mutilación psíquica, que maten las partes emocionales de sí mismos”, escribe hooks. Para ser leal al patriarcado, el varón debe traicionarse a sí mismo. Es un alto precio a pagar. Debe incluso desconectarse de su propia sexualidad; porque la libertad sexual que le vende el patriarcado al sujeto privilegiado de la dicotomía binaria de sexo-género es tramposa: se les insta a querer siempre sexo y se les autoriza a conseguirlo por la fuerza si así fuera necesario, pues, explica la autora, tras la “cultura de la violación” está la creencia de que, si los hombres no son sexualmente activos, se portarán mal o se volverán locos. Se nos enseña a ver el pene como un arma potencial; y se les enseña a ellos a creer que las mujeres son el enemigo cuando se trata de satisfacer su deseo sexual. Se supone que son el sujeto “libre” y autónomo sexualmente, que pueden hacer lo que quieran con sus cuerpos y con los nuestros; pero se les ha negado la posibilidad de pensar su propio cuerpo “como un lugar de belleza, placer, deseo y posibilidad humana”.
Si entendemos la violencia que el patriarcado ejerce también sobre los hombres, si comprendemos que la violencia que ellos ejercen sobre los demás suele ser reflejo de la que interiorizan hacia sí mismos, tal vez empecemos a cambiar el prisma con el que pensamos la opresión de género. Tal vez empecemos a entender que no se trata solo de otorgar a las niñas los mismos derechos que a los niños, sino también de otorgarles a ellos el derecho a elegir no participar en juegos agresivos a violentos, el derecho a jugar con muñecas, a disfrazarse o a usar ropa de todo tipo.bellhooks alienta al feminismo a debatir el lugar que ocupa en todo este enredo el sadismo maternal, cuando la madre explota la vulnerabilidad emocional del niño para subyugarlo: “Las mujeres no son intrínsecamente más cariñosas que los hombres. Las mujeres pueden cuidar y a la vez ser emocionalmente abusivas”, escribe. Del mismo modo, los hombres están habilitados para el cuidado y el amor.
Para ser leal al patriarcado, el varón debe traicionarse a sí mismo.
Los hombres, razona hooks, necesitan nuevos modelos de autoafirmación que no requieran de un “otro” enemigo, la mujer o lo femenino, contra el que definirse. Una masculinidad feminista ha de presuponer que los hombres tienen valor por el hecho de existir: no necesitan hacer o actuar para ser aceptados. Ofrecerles a los hombres un lugar alternativo en la sociedad implica necesariamente cambiar la estructura social, comenzando por reemplazar el modelo de dominación imperante por un modelo de asociación en que los seres se relacionen en interdependencia y no en competencia. Entonces podrán soltar la máscara que les impone la cultura patriarcal, que les impide mostrarse vulnerables y dejar salir el sufrimiento que esconde la rabia: ese es “el secreto mejor guardado” del patriarcado. Liberar el dolor es, cree hooks, el necesario viaje a los sentimientos que deben emprender los hombres. Pero “la curación no se produce de forma aislada”, concluye hooks. “Tenemos que apoyarlos, con el corazón y los brazos abiertos. Necesitamos estar listas para abrazarlos, ofreciéndoles un amor que pueda proteger a sus espíritus heridos mientras buscan encontrar el camino a casa”.
El deseo de cambiar. Hombres, masculinidad y amor, en su edición en castellano por Bellaterra, vio la luz en noviembre de 2021, un mes antes de la muerte de su autora. La tan recordada bell hooks, pensadora feminista afroestadounidense, nos dejó una obra tan iluminadora como accesible, y este último fragmento resulta indispensable para enfrentar algunos de los desafíos del feminismo hoy. Quisiera terminar esta reseña con la cita que abre el libro, de la psicológica Harriet Lerner: “En nuestra sociedad, que cambia tan rápidamente, solo podemos contar con dos cosas que nunca cambiarán. Lo que nunca cambiará es el deseo de cambiar y el miedo al cambio. Es el deseo de cambiar lo que nos lleva a buscar ayuda. Es el miedo al cambio lo que nos lleva a rechazar esa misma ayuda que buscamos”.