Todas atamos, todas desatamos

Todas atamos, todas desatamos

Podemos expandir el feminismo al orgullo loco, abrirnos, explorar desde la locura como apertura y no como diagnóstico final, desentrañar los entramados que acentúan el sufrimiento psíquico, aceptar que la cordura tampoco es tan sana.

Texto: Patricia Rey
08/11/2023
Adaptación de la portada del monográfico de LOCURA que editamos en 2020.- Señora Milton

Adaptación de la portada del monográfico de LOCURA que editamos en 2020.

Sobre locura y saber me mostraron hace años una cita cuya autoría ignoro: “La locura es la madre de todas las sabidurías”. A pesar de los históricos debates que la preceden, me chocó tanto riesgo, osadía y rotundidad. Di por seguro que era una afirmación de una persona consensuadamente cuerda. Atreverse hasta ese punto, para una mujer psiquiatrizada bajo “criterio diagnóstico”, podía suponer que el aserto, tal determinación, terminara figurando como síntoma entrecomillado en cualquier informe clínico del montón. Y ya sabemos: síntoma =diagnóstico=tratar, medicar, reducir, acallar. Ninguna razón. Más allá del contexto psiquiátrico, que obtuviera escucha, validación, respuesta y el resto de consecuencias, dependerían, como casi todo, de sus privilegios, posición, poder… Hay que tener mucho cuidado con lo que piensa y dice una.

Descartando cualquier interpretación capacitista en relación a la inteligencia, o las traídas y llevadas “genialidad” o “lucidez”, escuchar a la locura sin filtros y abiertamente, es entender que en sí misma ofrece una extensa y rica cartografía de lo insalubre, un tratado amplio sobre las fuentes de la salud y lo psíquicamente saludable (salud que decimos anteponer a todo), y muy a menudo un manual de sensatez. Me expreso hoy en estos términos y en acuerdo con aquella cita, porque he querido escuchar y he escuchado a la locura, además de a la mía propia. Creo que es todo lo que se precisa para llegar a tal conclusión.

Pero también debo poder decirlo, sin demasiado temor a la consecuencia porque en este caso, irá en letra de imprenta, que esto no ha sido algo frecuente para la mayoría de las mujeres con un diagnóstico (o varios) de trastorno mental grave, psiquiatrizadas e institucionalizadas. Muchas de ellas tampoco podrían hacerlo, siquiera materialmente aún. Decenas de las que escribirían lo mismo que yo, tienen las muñecas atadas a una cama en el preciso momento en que tecleo estas líneas, esperando a que en la planta se apiaden y les suelten al menos una mano. Son las Virginas Woolf, las Camilles Claudel y las Leonoras Carrington de hoy, por si cabe la menor duda, solo que todavía están vivas. Hablando de ideas inusuales consensuadas y no, compartidas o no, y de realidades muy crudas y manifiestas en las que participamos todas, estas mujeres no existen, son invisibles, no hace falta que nadie las borre, lo común es cerrar los ojos ante ellas. Personalmente, hace mucho que no me atan y que no se me pliega a la involuntariedad, y si esto dejó de sucederme, no es un logro de los psicofármacos o las terapias, sino fruto del privilegio. No se me malentienda, privilegiada en relación a la mayoría de las “psicóticas” psiquiatrizadas, no es que esté llamando privilegios a lo que son derechos. Espero que esta afirmación genere la suficiente inquietud a quien pueda leerla. Esto también se invisibiliza. Somos ya muchas y cada día muchas más, quienes encarnamos otras narrativas del enloquecer y el desenloquecer que ponen en cuestión demasiadas cosas y no precisamente el funcionamiento deficitario de nuestros neurotransmisores.

Volviendo a la cita sobre la locura y la sabiduría, la asocio aquí a un pensamiento recogido en unas jornadas de medicina primaria y expresado por el psiquiatra Fernando Colina. Más o menos: A veces hay que estudiar muchos años para darnos cuenta de que hacemos tonterías o de lo mal que hacemos las cosas. Pues sí. A pesar de que estaba muy mal que lo dijéramos, lo hemos repetido sin cesar. Pero aunque ya lo hubiéramos dicho, ayuda poder referir que, en esa ocasión y ante el saber académico, tuvimos el gusto de que lo dejara dicho él, un erudito en lo suyo.

Cuando hace un cuarto de siglo la “enfermedad mental” irrumpía en la vida de una mujer joven, el “problema” representaba, parecía ser, uno de los mayores misterios acerca del comportamiento humano que se pudiera concebir. Digo “se enfrentaba”a propósito, ya que más allá de apoyos de cualquier índole, el problema invariablemente era suyo y solo suyo, de ella: que “se volvía loca”. Vaya.

Pensar en comprender tú misma algo sobre las causas de la locura aparentaba suponer un reto equivalente al estudio en profundidad de los agujeros negros. A pesar de todo, parecía haber muchísima ciencia y evidencia avalando la idea de la locura como una patología más.. No se sabía nada pero al mismo tiempo estaba todo muy claro: diagnóstico exprés y tratamiento ad libitum. Y tú, “padeciendo” este “mal”, y sin una década de sesudos estudios, ciencia y evidencia (les avalan), no debías plantearte entender demasiado. Se sabía muy poco pero: esto es como la diabetes, qué le vas a hacer, te descompensas, te ha tocado, es genético, algo le ocurre a tu química cerebral, no sabemos; algunas referencias al estrés como detonante, agravante… Una palabra intercalada de carrerilla si te ponías pesada: ¡“Biopsicosocial”! La consabida alusión a los consumos de drogas y a los hábitos “poco saludables”, que venían siendo todos los no “normóticos” o los moralmente poco recomendables, o los que fueran a resultar mínimamente emocionantes (según subjetividades, auténtico azar). En casos extremos, aquello que le incordiara al entorno. Cosas que tanta ocultación han conllevado, que tanta denuncia o reivindicación razonable enmudecida y tanto diagnóstico han contribuido a encasquetar. La condena inscrita en la palabra “cronicidad”, el anuncio de la medicación de por vida como una losa y el único ritual imprescindible y posible para sostenerte, la presión de todo el conjunto en una macabra coreografía colectiva por tu bien, para tu adhesión, para que te medicaras, “controlaras”, para que te vigilases los “pródromos” [síntomas iniciales], para que llevaras una vida “saludable”, regulada, ordenada. Resignación.  Y los efectos secundarios. Y todos los efectos. Principalmente una desconcertante pérdida de derechos de ahí en adelante y para el resto de tu vida. Tú loquísima, todo lo demás, fenomenal y muy saludable.

Antes de las crisis, de las políticas salvajes y de los recortes, diagnóstico era sinónimo de jubilación o mísera pensión. Más recientemente, la zoombificación (“eficacia de los neurolépticos”) y la encapsulación del emergente malestar en la mujer “enferma” y su taponamiento mediante todo un arsenal psicofarmacológico, dejó ver que podría realizar tareas productivas, potenciando el fomento de nuestra esperanza en el inexistente empleo, con el surgimiento de lemas como: “Medicadas pueden hacer una vida normal”. Y había que poder tener el cuajo de sentarse a compartir y escuchar cuáles y cómo eran, cómo son aún aquellas vidas “normales” que se publicitaban como un éxito, en su menguada extensión. Cosas secundarias: mantenerse “cuerdas” a base de “antipsicóticos”, resta vida, unos veinte años de me dia. Vaya. Qué se le va a hacer, males menores se consuela la parte cuerda. Discúlpeseme el humor loco, es que del cuerdo estamos que rebosamos. Aquella campaña financiada por una farmacéutica apuntaba otro eslogan: “Las enfermas mentales también podemos trabajar”, y así optamos al empleo “protegido” o bajo el convenio de discapacidad, con condiciones retributivas muy inferiores por los mismos desempeños que quienes son “capaces” y a menudo en condiciones indignas o abusivas, además de muy rentables para unos pocos, más y mejor capacitados (sobre todo bien dotados por sus derechos).

Pretendidas “compensaciones”, “adaptaciones” e “inserciones” que, una vez expuesto solamente esto, más bien parecen “incrustaciones” a unos contextos y unas situaciones. Debe ser necesario haber estudiado muchísimos años una milonga detrás de otra para no ser capaces de ver y relacionar estos contextos conel hecho de enloquecer (una y otra vez), querer matarse o tener sufrimiento psíquico. Soterradas bajo el enfoque del modelo médico y la psiquiatría biologicista, aparecen las auténticas narrativas del malestar y sus causas.

Un escandaloso enterramiento de la verdad en drogas legales que se hizo de una intensidad insoportable en un momento en que todas sabíamos muchísimo de lo poco que sabíamos sobre la complejidad del cerebro y sus redes neuronales, de los posibles orígenes genéticos, los diagnósticos. Una ingente producción de material propagandista y pastillero, infladas las tertulias de asertos acientíficos que lo invadían todo en una papilla de sinapsis, déficits… y a todas horas referencias a nuestra supuesta agresividad. Una sociedad bañada en una lluvia permanente de falsedades y violencia simbólica sobre nosotras que permitiera, tanto obviar las causas reales de nuestro sufrimiento, como nombrar a la locura enfermedad y perpetuar la tolerancia social ante nuestra opresión, discriminación y tortura sistemática. Invisibilidad e impunidad. Y vender muchos, muchos neurolépticos y psicofármacos. Para “tratarnos”. Una camisa de fuerza estructural y transversal hecha discurso.

Enfoques, teorías, escuelas psicológicas, referentes, terapias, filosofía… Ya. Acudir a la psicoterapia representa un coste inasumible y una violencia añadida para la mayoría. Las mujeres no podemos transformar individualmente condiciones inflexibles a nosotras. Tampoco las psicólogas pueden. Nadie puede transformar individualmente las causas de algo que debería denominarse “locura contextual” mientras laloca eres únicamente tú. Para eso se precisa corresponsabilidad. Acerca de nuevo del saber y la locura, por lo visto Foucault escribió algo sobre las luchas de poder, los intereses y sobre que el saber no entra en lo que no debe saberse… Con esto espero estar dándole respuestas a algunos saberes o al saber que “no entra”, desde el saber profano, que sí que ha entrado, por si lee esto.

Nos han querido “pacientes”, “adecuadas” y “colaboradoras”. Palabras y violencias revestidas de autoridad poblando informes junto a anotaciones como “combina mal la ropa”. Flotando en el ambiente el mensaje “nos gustas cuando callas” y un “la psiquiatría te tortura lo normal”, haciendo eco en la sociedad y la cultura: tu locura no tiene ninguna razón. Y, además, no aporta.

Represión de la expresión del malestar y sus desbordes para existencias oprimidas, violentadas, llenas de carencias de diversa índole. Y negación de cualquier relación causal en él o responsabilidad en su gestión. Ponerle freno y necrosarlo sin opción al cambio, invisibilizando la violencia “no diagnosticada” de la cordura consensuada, muy resumidamente, motivo principal de la locura y del sufrimiento psíquico, que no es exactamente lo mismo. Escribo esto hoy debido a que hace tiempo que más y más mujeres locas contribuimosa desatarnos unas a otras. Es necesario llegar a comprender que, a sabiendas o no, todas atamos y desatamos. Me gustaría que el feminismo escuchase y diese voz al feminismo loco, a las mujeres locas. A las que están vivas hoy. La locura no se cura, ni se rehabilita, ni se psicoeduca, ni se recupera: se repara, quizá. Reparación individual, colectiva e histórica. Restaurar los derechos  perdidos y garantizar derechos básicos resulta imprescindible para iniciar cualquier proceso de salud. Que no te torturen es tan sólo un punto de partida. Escuchar a la locura ofrece la posibilidad de iniciar proyectos y procesos de salud colectiva. Lo esbozaba Jeanette Winterson en referencia a lo más individual o íntimo y en relación a su experiencia de escucha de voces: enloquecer no es la conclusión, sino el inicio de un proceso. O debería de poder serlo, añado yo. Las locas del momento no solemos poder ni ver ni reflejar demasiado de salud en la cordura de los tiempos, contextos y sistemas en que se nos ubica y clasifica. Y parece que en estos últimos nuestros, el sufrimiento psíquico aumenta. Pandemia aparte, y aunque creo que nos está ofreciendo muchas claves: será que la cordura anda muy mal.

Hace poco leí un cartel que rezaba: “Freud me come el coño, el feminismo me cambió la vida”. Hagamos de esto una realidad para todas, creemos a través de la locura feminista y del feminismo loco realidades feministas que permitan transformar entre todas las realidades y las vidas de todas, de todes, de todos. Aunque, tal y como estamos, no faltará quien pueda venir a argumentar que esto de lo que hablamos las locas “no entra” en el feminismo. Que es loquismo con neoliberalismo y sin empirismo, de una vertiente genealógica ajena. Pura ideología demente del orgullo loco, un sacrilegio engendro del queeresmo para el borrado de la cordura y volver loca a toda la infancia, que ya no sabrá distinguir a las cuerdas biológicas. Y que siendo la cordura un hecho biológicamente constatable e indiscutible y llena de razón, como todo el mundo sabe, y nosotras realidades discapaces biológicamente constatables, el feminismo tampoco “entra” en ello, o algo similar. Olvidándose quizá, de que es humana y el mundo lo ha inventado ella, y de que vive en una auténtica ficción en la que, quizá, en los últimos treinta años, haya podido estar encarnando una realidad suya feminista en la que, quizá, nos haya estado poniendo un poquito la pierna encima a algunas de las demás mientras encarnábamos las nuestras. Entonces ella, podría concluir finalmente, que el feminismo y ella locas y a mí y a nuestros derechos, e incluso tienen muchísimas amigas locas, pero que feministas no somos, ni lo es lo que decimos. Y que por eso nos van a decir quiénes somos, lo que somos, cómo somos, lo que necesitamos, lo que debemos hacer y a gobernar y legislar por nosotras, por nuestro bien de todas. Pero que además de eso, no tienen por qué ocuparse de estos/mis/nuestros problemas específicos, de los que en absoluto se sienten parte. ¡Qué películas se me ocurren! ¡Salud, perseverancia, orgullo loco, amor y humor!

Este texto ha sido publicado originalmente en el monográfico sobre LOCURA que editamos en 2020. Una de las principales apuestas de Pikara Magazine pasa por garantizar que todos nuestros contenidos estén en abierto. Por eso, a pesar de que el monográfico sigue disponible en .pdf, publicamos el texto en abierto. Suscríbete para que siga siendo posible

 

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