“Los maricas debemos repolitizarnos, desacomodarnos y desaburguesarnos”

“Los maricas debemos repolitizarnos, desacomodarnos y desaburguesarnos”

En el libro ‘Maricas malas’, Christo Casas pretende conectar con reivindicaciones y horizontes de la comunidad LGTBIQA+ ensombrecidos por los avances legislativos. “Recupero la palabra marica porque nos ubica en un lugar denostado”.

13/12/2023

Christo Casas posa ante la cámara. / Foto: Antonio Navarro Wijkmark

Amariconar el mundo es el llamamiento que encierra el ensayo Maricas malas (Paidós, 2023), con el que Christo Casas pretende conectar con reivindicaciones y horizontes de la comunidad LGTBIQA+ ensombrecidos por los avances legislativos. Con el matrimonio igualitario como ese eclipse total que sirvió para que se llegara a asegurar que “por primera vez en la historia un colectivo consigue alcanzar la totalidad de sus demandas”, Casas esquiva la euforia de entonces para revelar qué pretendían hacer con el mundo las personas fuera de la norma antes de que entrar en ella fuera una posibilidad.

Con el objetivo de apelar tanto a las maricas, para que descubran que “lo que nos han dicho que era peor de nosotras es lo mejor que podemos ofrecer al mundo” y se recarguen de un potencial verdaderamente amenazador para el sistema, como al resto de la población, el libro sirve como compilación de una corriente que muchos creían extinta –con Paco Vidarte y Shangay Lily como voces más citadas– para insuflar nuevas fuerzas a esas criaturas que siempre se han movido mejor en las sombras. ¿Si ya podéis casaros, qué más queréis? Pues todo lo demás.

“Gay y homosexual son términos que despolitizan”

Desde el título, el ensayo se desplaza a una terminología y a un universo que no son cómodos para todo el mundo.

La apuesta por el término marica es de todo menos inocente. Está muy extendida la palabra gay para referirse a los hombres que mantienen sexo con hombres, u homosexual, otra palabra limpia de toda suciedad y de historia. Pero esos términos, que parecen mejores porque no tienen tanta carga peyorativa, lo que hacen es higienizar la historia del colectivo, y dar a entender que no existe una biografía común repleta de semen, de suciedad, de barro, de sangre, de violencia y de mucha rabia, desobediencia y ganas de cambiar el mundo. Recupero la palabra marica porque nos ubica en un lugar denostado, ya que, si se nos denosta porque somos molestas, eso está bien. Si hacemos una propuesta que incomoda, que causa malestar y cuestiona el orden de las cosas, es algo muy positivo que contiene el término marica. Gay y homosexual son términos que despolitizan.

¿Se pretendió hacer un borrón y cuenta nueva a partir de lo gay?

Sí, se pretendió romper la genealogía con nuestras antepasadas trans, maricas, bi y bolleras molestas. Fue una forma de cortar ese hilo rosa; mientras la heterosexualidad tiene muy claros sus referentes y su pasado, con nosotras se hizo una tabula rasa en la que se nos pretendió privar de toda la potencia histórica que podíamos heredar de nuestras antecesoras.

“El matrimonio igualitario viene a higienizar las maneras diversas que teníamos de organizar nuestros afectos y de organizar nuestros lazos familiares”

Pones el matrimonio igualitario en la diana, como momento en el que muere un impulso y una serie de reivindicaciones. ¿Qué objetivos se han quedado por el camino?

No critico el matrimonio como un proyecto personal: mientras las personas cishetero puedan casarse, las personas LGTBI deben poder hacerlo. Pero si lo gay higieniza lo marica, el matrimonio igualitario viene a higienizar las maneras diversas que teníamos de organizar nuestros afectos y de organizar nuestros lazos familiares, previamente a que se nos incluyera en ese proyecto colectivo que es el Estado-nación español o europeo, a través de la familia normativa, la monogamia y los lazos familiares institucionalizados y sellados, bien por la iglesia o bien por un ayuntamiento. El matrimonio igualitario fue una derrota porque, cuando se consigue, hay un momento en que cierto diputado del PSOE sale a la puerta del Congreso y dice, por un lado, que España por fin nos abraza a las personas LGTBI, saldando la deuda que tenía con nosotras; y, por otro lado, anuncia con mucha alegría –y yo, si hubiera formado parte del proyecto, probablemente hubiera sido igual de eufórico–, que por primera vez en la historia un colectivo consigue alcanzar la totalidad de sus demandas. 18 años después, hemos pasado por ejemplo por la tramitación de una ley trans que constata que en 2005 no se consiguieron ni de lejos todas esas reivindicaciones; es más, los colectivos dan cuenta de que esa propia ley es deficitaria y ha dejado cosas fuera del tintero. Esto nos indica que debemos tener autocrítica y, además de los avances conseguidos, debemos querer ir más allá. Y en cambio, en 2005 la sensación es de autocomplacencia.

¿Qué cosas se quedaron atrás?

En el ensayo me voy a la primera manifestación LGTBI de la que hay constancia, la que recorrió las Ramblas de Barcelona en 1977, y que fue convocada por dos colectivos muy pequeños que vivían hasta entonces en la clandestinidad. Esos colectivos sumaban 200 personas y en la marcha acabaron participando más de 5000, según los registros policiales, que nunca cuentan precisamente al alza, y yo me preguntaba cómo se consiguió eso. Cuando miras el decálogo de demandas que proponía la marcha, ninguna es exclusivamente LGTBI: se reclama la vivienda digna para las personas en situación de precariedad, se pide un sindicalismo que tenga en cuenta la diversidad de la clase trabajadora y, bien al contrario de la petición de matrimonio, se apuesta por el divorcio universal y prácticamente por una abolición de la familia que permita encontrar otras formas de organizarnos. Creo que esa manifestación, que reclamaba mejoras para la vida de las personas LGTBI, acertó al encontrar puntos de conexión con el resto de la clase trabajadora, reconociendo sus necesidades y su diversidad. Y esas peticiones son las que quedaron invisibilizadas cuando el matrimonio igualitario pasó a ser el protagonista, pareciendo que era el último derecho que nos quedaba por conquistar.

“El matrimonio igualitario puede ser una herramienta para discriminar qué personas LGTBI merecen violencia”

Explicas que el matrimonio solidificó la figura de la ‘marica buena’, la persona LGTBIQ+ asimilable.

Una de las cosas más preocupantes del desplazamiento que se produjo con el matrimonio es que, al crear una marica buena, crea con su reflejo miles de formas nuevas de ser una marica mala. Al generar un solo modelo de persona LGTBI aceptable, hace que todas las que no se asimilan a ese modelo porque no pueden o porque no quieren sean algo diferente: una persona que sí puede ser merecedora de violencia, porque el Estado le ha tendido la mano, la sociedad le ha dado la oportunidad de ser respetable, de formar una familia tradicional, y no lo ha hecho. Todas las personas que, a partir del matrimonio, disienten del modelo impuesto, pasan a ser personas que son así porque lo han elegido. En ese sentido, el matrimonio igualitario puede ser una herramienta para discriminar qué personas LGTBI merecen violencia. Ahora las personas LGTBIfóbicas pueden decir: yo no soy homófobo, porque yo a Javier Maroto lo acepto, no tengo ningún problema con ellos, el problema son los molestos, lo que tienen demasiada pluma, los que exigen ciertos pronombres que no respecto, los que llaman la atención. Esto engendra unos nuevos discursos, que en el libro llamo con un término prestado de los estudios queer anglosajones, homonacionalismo, que plantea ese proyecto de marica que encaja en el modelo de Estado-nación, y que tú puedes ser marica si entras ahí, si encajas como víctima perfecta de una supuesta amenaza externa de la que el Estado va a defenderte. Eso lo vemos en los discursos de Marie Le Pen en Francia, de Alice Weidel en Alemania, que es la líder de la ultraderecha siendo una mujer lesbiana, en Serbia… y aquí lo intentó Macarena Olona. Es muy peligroso ver cómo la extrema derecha, y no tan extrema, lo que nos dice es que mientras formemos una familia, seamos productivas y generemos la siguiente generación de trabajadores, ellos nos van a defender de los malvados musulmanes y de los malvados invasores. El ejemplo supino es la utilización de las personas LGTBI por parte del Estado de Israel y quienes lo defienden, para justificar un genocidio de la población palestina.

“Con las prácticas ensancharemos las bases y tenderemos puentes con el resto de la clase trabajadora, y desde las prácticas impediremos que se adueñen de nuestras reivindicaciones”

¿Serían posibles esos discursos sin la homologación de derechos que supuso el matrimonio igualitario?

Que se puedan hacer esos discursos homonacionalistas y que se deba incluir la mal llamada tolerancia a las personas LGTBI en los discursos de derecha y ultraderecha tiene que ver con una mayor aceptación social, y con un resorte en la opinión pública que te puede penalizar por ser abiertamente LGTBIfóbico. Hay que modular los discursos y adaptarlos al clima de opinión en el que te disputas unas elecciones, quieres vender tus productos o colocar tus titulares. Precisamente por esto, planteo en el libro que lo que nos ha fallado es una verbalización de la disidencia desde lo esencialista. Es decir, en el momento en que tú mantienes que las personas LGTBI merecemos derechos porque hemos nacido así, parece que si tienes una persona LGTBI al frente de su partido o de tu empresa ya has hecho una política de inclusión. Con el mero hecho de que un banco lo presida una mujer ya es supuestamente feminista, con el mero hecho de que en VOX haya un candidato negro ya les protege del racismo. Por eso propongo que pasemos de la esencia a las prácticas. Si hablamos de prácticas, y concretamente las que compartimos con el resto de la clase trabajadora, los partidos de la derecha o las empresas no pueden lavar su cara solo porque nos tiendan la mano. Cuando yo reivindico como persona LGTBI que necesito vivienda pública –porque hasta el 40 por ciento de las personas en situación de sinhogarismo se identifican como LGTBI–, cuando hablamos de vejez digna para las personas del colectivo, porque necesitamos de mayores y mejores servicios públicos, o cuando planteamos que las personas que vienen a España buscando protección por ser LGTBI acaban con unas condiciones laborales pésimas y siendo deportadas… Hablando de todo eso desde las prácticas, desde las necesidades concretas, lo que impedimos es, por ejemplo, que VOX pueda decir “mi discurso LGTBI es abolir la ley de extranjería” o “mi discurso LGTBI es crear residencias para la tercera edad”. Por eso como colectivo debemos hacer ese viraje. Con las prácticas ensancharemos las bases y tenderemos puentes con el resto de la clase trabajadora, y desde las prácticas impediremos que se adueñen de nuestras reivindicaciones.

“Creo que lo que viene es salir de la identidad, cambiar los discursos y que, potencialmente, las etiquetas identitarias sean irrelevantes”

¿Crees que vivimos en un agotamiento de la identidad como fuerza de cambio social?

La identidad ha sido necesaria, lo reconozco, sobre todo en unos años 90 y 2000 muy duros, en que se tendía a disparar contra quien llamara la atención, contra quien se saliera de la norma. La identidad supuso una trinchera que era muy cómoda, porque solo tenías que esconderte dentro y gritar desde allí “yo he nacido así y merezco derechos”. Esto seguramente sirve en muchas ocasiones, no niego su potencial contra discursos de odio más obvios, pero la pregunta que nos debemos hacer es si queremos seguir estando ahí, en la mesa de los niños pequeños, o si queremos salir de la trinchera y conquistar nuevas metas. En este sentido, pongo en valor las políticas identitarias que nos han servido, pero creo que lo que viene es salir de la identidad, cambiar los discursos y que, potencialmente, las etiquetas identitarias sean irrelevantes. Lo que planteo en el libro es que si eres un tío cishetero pero tu objetivo en esta vida es vivienda pública, tercera edad digna, una política de cuidados colectivos para que nadie se quede fuera y abolir la ley de extranjería, para mí eres el sujeto de mi lucha política también. Esto es amariconar el mundo, compartir objetivos; igual que yo quiero bollerizarme, discapacitarme, gitanizarme… y entender otros puntos de vista que lleven a una misma meta.

“Lo marica y lo obrero están imbricados”

“Ser marica es socioeconómico”, dices en el libro. En un momento en el que hay corrientes de pensamiento que aseguran precisamente lo contrario.

Este tipo de discursos que pretender separar artificiosamente lo marica de lo obrero, o lo mujer de lo obrero, o lo migrante de lo obrero, a veces se reivindican como discursos marxistas y paradójicamente es al contrario, porque Marx lo que propuso es un modo de entender la historia desde su totalidad, explicando la sociedad con todos sus fenómenos culturales como producto de lo material y viceversa. Lo marica y lo obrero están imbricados: yo no sería marica si eso no se hubiera definido como el hombre improductivo, incapaz de generar una familia, afeminado y por tanto incapaz de asumir los trabajos físicos y que no va a engendrar la siguiente generación de trabajadores. En ese sentido, lo LGTBI es producto de la sociedad de clases, tanto como lo heterosexual. El sistema capitalista, y el devenir histórico material, viene a decir que lo heterosexual es lo productivo, porque es el espacio en el que se perpetúa la familia, en el que se perpetúa la propiedad privada, y en el que se engendra la siguiente generación de trabajadores. Esto es un planteamiento de Engels, no es de Manuela Trasobares, nadie debatirá que es profundamente marxista. Siguiendo esta analogía, en nuestra incapacidad de acumular riqueza y de reproducirnos, las personas LGTBI somos un producto de la sociedad de clases y somos, inherentemente, trabajadoras.

“El trabajo es una herramienta a través de la cual las clases dominantes nos mantienen esclavizadas”

¿Es la reducción de la jornada laboral una política marica?

Hubiera sido más marica no trabajar en absoluto, pero es un paso. El libro empieza con una cita que dice que todo trabajador que el 1 de mayo lleva una pancarta que diga “queremos trabajo” está tirando piedras contra su propio tejado, porque lo que quiere la clase obrera no es trabajar más, sino trabajar menos y posteriormente trabajar nada. ¿Por qué? Porque para esta clase el trabajo no es un sufrimiento que haya que acometer por dignidad, sino un chantaje, una herramienta a través de la cual las clases dominantes nos mantienen esclavizadas. Del mismo modo, una persona LGTBI que pide casarse también está yendo en su contra, porque está pidiendo dejar de ser LGTBI para ser indiferenciable de una familia heterosexual y normativa.

Christo Casas. Foto: Antonio Navarro Wijkmark

Defiendes en el ensayo no dar munición al enemigo, lavar los trapos sucios en casa. ¿Cuál es el peligro de encender nuestros debates allí donde nos pueden espiar?

A veces tendemos a disciplinarnos a nosotras mismas y a otras maricas por tener estilos de vida que no son modélicos, que pueden suponer una violencia hacia nosotras. Por eso creo que los debates que tengamos sobre lo que conviene al colectivo se deben tener en espacios seguros; no necesariamente solo entre maricas, pero sí sin personas que no se inmiscuyan para violentarnos. Un ejemplo obvio es el chemsex. Estoy seguro de que hay una problemática con la práctica de sexo y el uso de drogas, que no es exclusiva del colectivo, pero cuando tenemos un debate en torno a ello en público, en vez de buscar soluciones y avanzar, lo que hacemos es dar munición al enemigo: recordemos el reciente titular de El Mundo ‘La pastilla azul que dispara las ITS en la comunidad gay’. Otro ejemplo es cómo se trató el caso de la viruela del mono. La OMS se preocupó de que la pandemia de la Covid no se tratara con tintes racistas, por haberse originado en el sur global y haberse expandido antes allí, pero no dijo nada mientras se estigmatizaba el sexo entre hombres y al colectivo en general. Debemos proteger nuestros debates no solo para no dar munición, sino para no tomar prestadas las armas del enemigo, porque a veces tendemos a dispararnos entre nosotros con los argumentos que nos arrojan desde fuera. Hay una frase que lo resume: cuando usamos las armas de los enemigos, se acaban disparando por la culata.

“Twitter hoy en día es el punitivismo, es un espacio que premia el castigo público”

Esto es algo que suele ocurrir en redes sociales. ¿Cómo crees que está definiendo nuestro empuje el hecho de alimentarlo en un espacio que no deja de ser público, aunque pertenezca a una corporación?

Parte de amariconar el mundo sería amariconar las redes sociales, y ofrecer una plataforma horizontal de microblogging que no dependa de un supervillano, que ha encontrado la manera de monetizar la rabia. Twitter favorece la exposición antes que la conversación, la opción de citar no busca en ningún momento la respuesta de la persona con la que hablas, sino que te aplauda tu círculo inmediato. Y ese círculo te sigue porque opina como tú, así que es un mecanismo de confirmación del sesgo. Te aplauden personas que ya pensaban como tú. La alternativa sería un internet amariconado. Ahora mismo es un negocio privado, en muy pocas manos, que lo que hace es priorizar el enfrentamiento y la rabia, y se hace difícil. Mi viaje por Twitter ha sido largo y ha tenido muchas etapas. No reniego de la plataforma, es un lugar donde me he formado y he encontrado miradas críticas superinteresantes, pero ha ido evolucionando hacia una vertiente reaccionaria y competitiva, y me he ido alejando. Tiene consecuencias para nuestras salud mental y relacional. En el libro planteo que una sociedad mejor debe ser antipunitivista, y si algo define Twitter hoy en día es el punitivismo, es un espacio que premia el castigo público.

¿Qué te gustaría que activara Maricas malas en sus lectores?

Escribiendo el ensayo tenía dos públicos muy distintos en mente: uno son los maricas, claro, y me gustaría que el libro sirviera para repolitizarnos, para desacomodarnos y desaburguesarnos, coger lo que nos han dicho que era lo peor de nosotras y que hemos ido limpiando e higienizando de nuestra biografía y entender que eso era en realidad lo mejor que podemos ofrecer al mundo. Y lo peor de las discas, de las bolleras, de las migrantes, de las locas, eso es lo mejor que podemos aprender de ellas. El otro público son las personas cishetero que nunca se haya planteado que lo marica pueda enseñarle nada. Estoy convencido de que hay muchos tíos heteros que han renunciado a muchas cosas para poder ser eso, tíos heteros normativos; han renunciado a cuidar de sus hijos y de sus hijas, a pasar los últimos días con los familiares que murieron sin un gesto de cariño por su parte, a cosas más cotidianas como vestirse de rosa o a bailar cuando salen por ahí porque eso es de maricones. Esas renuncias para convertirse en el hombre bueno los cargan de frustración y de sentimientos que seguramente les hacen reaccionar con cierta violencia hacia las disidencias. Me gustaría que estos hombres encontraran en Maricas malas qué es lo peor de ellos, aquello a lo que les han obligado a renunciar, y lo abrazaran.

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