Soy vieja, luego existo

Soy vieja, luego existo

Representarse vieja ha constituido un acto de resistencia política para muchas artistas frente a una cultura estética en la que el cuerpo de las mujeres se construye como objeto contemplativo y sexualizado. El sistema del arte, que rechaza los cuerpos femeninos viejos, es el mismo que sólo legítima y reconoce a las artistas cuando son ya ancianas.

‘Autorretrato’, 1980. Alice Neel

“Las mejillas quedaron tan rosadas, porque me costó tanto trabajo pintar este cuadro que casi muero en el intento”, declaró la pintora estadounidense Alice Neel (1900-1984) al referirse a la obra en la que se representaba desnuda a los 80 años de edad. Neel comenzó este magnífico cuadro a mediados de los años 70 y tardó cinco años en retomarlo y finalizarlo. En él se retrataba con gesto sereno y digno, mostrando su vientre abultado y desprendido, su cabello completamente blanco, así como la flacidez de un rostro y cuerpo ya ancianos.

Pudimos admirar el autorretrato de Neel en la retrospectiva que hizo sobre ella el Museo Guggenheim Bilbao en 2022. En este cuadro la artista nos obliga a fijar la mirada sobre su cuerpo anciano. Como sabemos un cuerpo femenino (ya sea joven o viejo), desprovisto de connotaciones sexuales, pierde su función social en el sistema heteropatriarcal. Pero el cuerpo anciano de las mujeres es además ignorado, invisibilizado, y, por tanto, no digno de existir y mucho menos de ser significado como bello, ni de ser elevado a la categoría de arte.

Con esta pieza Neel dinamita el canon del desnudo femenino occidental, directamente asociado con la juventud, la idealización, la pasividad y con la función de deleitar y complacer sexualmente al espectador masculino. Con su autorretrato la artista rompe con la idea de ser un cuerpo para ser mirado, y se va a representar sin ropa; simplemente siendo ella misma. Lo hace además depositando un pincel en su mano derecha y un trapo en la izquierda; ambos elementos claramente disruptivos para un desnudo femenino. Con ellos, parece querer vindicar su profesión de artista y superar el estereotipo edadista, desde el cual la vejez es leída como un espacio de letargo, no creativo, ni productivo.

Neel desafía la arraigada concepción del desnudo femenino en el arte occidental, que implica ser un cuerpo para ser mirado, y se va a representar sin ropa; simplemente siendo ella misma

Autorretratarse vieja

Se considera a Alice Neel como una de las primeras mujeres artistas en autorretratarse desnuda en la vejez. Aunque lo cierto es que podemos encontrar mucho antes referencias de artistas que, de forma más o menos intencionada, también abordan el paso del tiempo en sus piezas. Un ejemplo de ello es el autorretrato que realizó la pintora Suzanne Valadon (1865-1938) en 1932, a la edad de 67 años. La artista francesa, que en su juventud había posado como modelo para pintores como Renoir o Toulouse Lautrec, en este cuadro decide mostrarse con los senos desnudos de una mujer mayor. La pieza la aleja absolutamente de la identidad de “bella musa” que le habían atribuido en su época como modelo.

‘Autorretrato’, 1932, Suzanne Valadon.

Pocos años después del cuadro de Valadon, en 1938, la artista alemana Käthe Kollwitz (1867-1945) realiza Autorretrato de perfil a la derecha. En esta litografía, como en muchas otras de sus obras, Kollwitz se autorretrata dejando un claro registro del paso del tiempo en su cuerpo, símbolo de ello son: su espalda encorvada, su cabello blanco, su rostro caído y sus pequeños ojos entrecerrados.

A mediados de los años 60, la artista germano-suiza Meret Oppenheim (1913-1985) se autorrepresenta con 51 años mediante la radiografía de su propio esqueleto en autorretrato X-Ray of M. O.’s Skull (1964). Con su característico ingenio y a través de una radiografía hipnótica, Oppenheim expone su propia muerte y su yo más profundo. El esqueleto porta joyas en su dedo anular y meñique y unos generosos pendientes de aro. Los abalorios no dejan de ser un símbolo de belleza y coquetería femenina; aspecto negado a las mujeres mayores, que Oppenheim subraya en la imagen. Dos décadas después, realizará Retrato con tatuaje (1980) en el que se fotografiará con fuerza y solemnidad a los 67 años.

El tiempo constituye también una de las materias centrales del trabajo de la artista contemporánea Esther Ferrer (1936-). En su serie fotográfica Autorretrato en el tiempo nos muestra dos mitades de diferentes momentos de su propio rostro, alternando medias caras pertenecientes a distintos años. Desde 1981 Ferrer registra su rostro cada cinco años, a través de imágenes en blanco y negro que nos recuerdan a fotografías de carnet. En ellas mantiene el mismo encuadre, la misma luz, el mismo fondo blanco. La pieza reflexiona, entre otras cuestiones, sobre el trabajo que el tiempo hace por sí solo y que puede percibirse por las huellas y marcas que este deja: las arrugas, las líneas, la gravedad… En palabras de la artista donostiarra: “Para esta serie elegí la idea del tiempo en la fotografía, porque todas las caras llevan escrita una biografía. Todo lo que pasa deja huellas sobre tu cuerpo y me parecía que hacer retratos era la manera más fácil de mostrar el paso del tiempo…”.

‘X-Ray of M. O.’s Skull (1964)’, Meret Oppenheim.

Considerada la mayor precursora de la performance en el Estado español, Esther Ferrer realiza desde mediados de los años 60 performances en las que se apropia de su cuerpo como forma de reivindicación política y de resistencia ante el sistema patriarcal y capitalista. Lo cierto es que su apuesta es firme y se mantiene fiel a ella a sus 85 años. La artista, que tras la concesión del Premio Nacional de Artes Plásticas en 2008 se definió como “anarquista, feminista, sin dios ni patrón ni nacionalidad”, en las últimas décadas ha continuado haciendo distintas performances desnuda. A través de ellas reclama su derecho a envejecer sin sentir culpa ni vergüenza. Es el caso de su pieza El arte de la performance: teoría y práctica, que llevó a cabo desnuda en Es Baluard Museu el 26 de enero de 2012 cuando tenía 75 años. “Tengo derecho a ser mujer y no tener vergüenza de mi cuerpo, tengo derecho a ser vieja y mostrar mi cuerpo. aunque algunos lo vean como monstruoso” o “sigue siendo una revolución que te vean el culo. Me desnudo por militancia. Una mujer tiene que ser perfecta, guapa y tener siempre 20 años, y yo con 74 años me doy el derecho como mujer a ir como quiero” son algunas de las declaraciones que ha hecho en relación al uso de su cuerpo desnudo en sus performances.

¿Tienen que ser las artistas viejas para entrar en un museo?

Resulta paradójico que el sistema del arte rechace como tema los cuerpos de las mujeres artistas (especialmente los desnudos) y que la sociedad se siga escandalizando ante ellos y, sin embargo, la mayoría de las artistas (mujeres) necesiten envejecer para poder ser legitimadas y reconocidas dentro del mismo sistema.

‘Autorretrato en el tiempo. 1981-1999’, Esther Ferrer.

Jemima Stehli (1961-) en su performance Strep (2000) invitó a varios hombres del sistema del arte (curadores, críticos de arte…) a fotografiar su propio cuerpo mientras se desnudaba. La artista les invitaba a disparar la fotografía en el momento que ellos desearan. Se trataba de un trabajo en el que Stehli jugaba a la cosificación y se convertía a la vez en sujeto y objeto de la imagen. Al terminar le preguntaron si lo hubiera hecho sin tener el cuerpo que tenía (pregunta que por supuesto nunca le hubieran hecho a un artista hombre). Una respuesta “difícil”, contestaba la artista. Ella misma reconoce que cuando realizó esta performance (a la edad de 39 años) tenía un cuerpo normativo y deseable y que en realidad lo hizo para responderse a la siguiente pregunta “¿cómo puedo ser la mujer que soy y que me tomen en serio?”.

Precisamente sobre la necesidad de envejecer para ser legitimadas escribe Siri Hustvedt en su obra La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayo sobre feminismo, arte y ciencia (2019). En ella afirma que a las artistas les conviene envejecer: “El rostro arrugado es más adecuado cuando ‘el artista’ resulta ser mujer”. El cuerpo de las mujeres mayores no encierra la amenaza del deseo erótico y por tanto será más viable que una mujer anciana pueda ser legitimada dentro del sistema del arte, frente al cuerpo de una mujer joven que será visto como un objeto sexual deseable, pero no se le atribuirá talento o genialidad; “el cuerpo lozano, fértil y apetecible no puede tomarse realmente en serio, no puede ser el cuerpo que hay detrás del gran arte. El cuerpo de un hombre joven, por el contrario, el de Jackson Pollock está hecho para la grandeza. El héroe del arte” afirmará Hustvedt. Para ejemplificar este axioma pondrá como ejemplo el caso de la artista Louise Bourgeois (1911-2010), cuyo talento empezó a reconocerse muy tarde; a raíz de que el MOMA de Nueva York, le dedicase en 1982 una retrospectiva, cuando ella tenía ya 71 años.

Resulta paradójico que el sistema del arte rechace como tema los cuerpos de las mujeres artistas (especialmente los desnudos) y que la sociedad se siga escandalizando ante ellos y, sin embargo, la mayoría de las artistas (mujeres) necesiten envejecer para poder ser legitimadas y reconocidas dentro del mismo sistema

La crítica de arte Haizea Barcenilla alude a razones estructurales y sociales del sistema del arte para explicar la falta de legitimación de las artistas, entre ellas la construcción de un canon androcéntrico que expulsa e invisibiliza a las artistas mujeres. Barcenilla denuncia además el tardío reconocimiento de algunas de ellas cuando llevan toda la vida produciendo. La historiadora ironiza sobre este hecho a través de lo que ella denomina “el fenómeno Esther Ferrer” por el cual en la actualidad parece que Ferrer siempre ha sido una referencia importante para el sistema de arte del País Vasco: “Parece que ahora todo el mundo queremos a Esther Ferrer y nos fascina y que ha sido una gran referencia del arte vasco. ¡Pues es mentira!”, afirma. Argumenta que la primera vez que Esther Ferrer realizó una performance en una institución pública vasca fue en Arteleku en 1996, cuando ella tenía 58 años, y no realizó su primera exposición individual en un museo vasco hasta 2005, concretamente en el Museo Koldo Mitxelena, cuando la artista tenía 68 años. Para entonces Ferrer ya poseía una larga trayectoria y había realizado performances y exposiciones en instituciones relevantes en toda Europa y España (en 1985 en el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou y en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo en Bélgica; en 2001 en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía). Pero las exposiciones y los premios importantes en el País Vasco han llegado mucho más tarde. Todos ellos cuando la artista tenía ya más de 70 años (exposición individual en el Museo Artium 2011; exposición individual en el Guggenheim Bilbao en 2018; exposición en Tabakalera 2019 y Premio Gure Artea de Gobierno Vasco 2012).

El caso de Esther Ferrer, el de Louise Bourgeois, como también el de Alice Neel o el de Lee Krasner no son una excepción; su reconocimiento y legitimación por parte del sistema del arte ocurrió siendo ellas casi ancianas o después de su muerte. Como sabemos el de muchas otras, ni siquiera llegó.

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