Doce textos de la literatura palestina contemporánea. Parte II
La literatura palestina contemporánea ha reflejado lo particular de su Nakba al tiempo que nos retrata como humanidad.
Lee la primera parte de esta compilación: ‘Doce textos de la literatura palestina contemporánea. Parte I’.
El primer registro de resistencia por parte de mujeres palestinas contra la ocupación data de 1893 y se produjo en la localidad de Afula en protesta contra la construcción de asentamientos israelís. Posteriormente, en 1920, 29 mujeres palestinas refutaron públicamente la decisión inglesa sobre la creación del Estado de Israel en sus territorios: “Nosotras, mujeres musulmanas y cristianas que representan a otras mujeres de Palestina, protestamos vigorosamente”, en referencia a la Declaración de Balfour, ratificada en 1917. Casi una década más tarde, el 26 de octubre de 1929, se celebraba el Primer Congreso de Mujeres Árabes Palestinas en Jerusalén, con los objetivos primordiales de denunciar los abusos contra la población árabe y promover la creación de un movimiento nacional. Por descontado, no todas las mujeres tenían acceso a tales espacios de debate público, pero esta genealogía habla de una sociedad cuyos avances, también en cuestiones de género y lucha antipatriarcal, se han visto menguados bajo la ocupación, que subyuga y descompone cualquier horizonte propio.
Hace dos semanas cerrábamos la primera parte del repaso a la literatura palestina con un poema de Mahmud Darwix, publicado en 1986, un año antes de la Primera Intifada. Hoy arrancamos con otro texto del mismo autor, incluido en un volumen que vio la luz 20 años más tarde, durante la década sangrienta de la Segunda Intifada, y proseguimos hasta completar el recorrido en los últimos días de 2023.
La literatura palestina contemporánea ha reflejado lo particular de su Nakba al tiempo que nos retrata como humanidad. Jamal Al-Durrah, padre de Muhammad, el niño cuyo asesinato por fuego israelí dio la vuelta al mundo en los noticiarios del año 2000, declaraba recientemente: “La sangre de Muhammad sigue fluyendo”. Lo decía después de enterrar a dos hermanos masacrados por los ataques de octubre pasado, cuando todavía la cifra de víctimas no se acercaba a la que es hoy. El compromiso de humanidad que les debemos no empieza ni se detiene en la literatura. Estas reseñas apenas son el exordio a un viaje que permita conocer su historia desde dentro, una invitación a sacudirnos la cómoda decisión de no saber.
Texto número I, de En presencia de la ausencia, de Mahmud Darwix (2006)
En palabras de Jorge Gimeno, prologuista para la edición de Pre-Textos, estamos ante el testimonio autobiográfico de Mahmud Darwix. Una autobiografía que no reniega de su contexto, pero, como siempre consigue su autor, lo trasciende. De aquellos años quedaron otras obras útiles para completar un panorama con más texturas, tal es el caso de Imagen, icono y promesa, de Sahar Khalifeh; Cuando el bulbul dejó de cantar: un diario de Ramallah bajo asedio, de Raja Shehadeh; o Guía de perplejos, del jazzista Gilad Atzmon. Pero, sin duda, el texto número I de este libro de Darwix supera y subsume la lucha de un hombre, que puede ser todos los hombres, por el sentido de su existencia, sin que esto pueda ser leído únicamente como época e identidad. En cambio, sí que permite ser interpretado como un proemio que inaugura la intención autobiográfica de un poeta sabio ante el final de sus días. ¿Quién soy? ¿Quién fui? ¿En cuántas partes y aristas habitó mi ser fragmentado?, parece preguntarse la voz poética. ¿Acaso importa? Importa en el sentido de no haber malgastado los años en una existencia baldía. En que el cambio de piel que supone la muerte deje, entre el cuerpo mortal y el ego intelectual, una especie de cadáver metafórico, una memoria, que sea digna de haber transitado este mundo. ¿Puede un hombre en exilio permanente regresar a morir a alguna geografía? Tal vez la memoria sea el único lugar. Tal vez una parte de su alma esté buscando, como reza el poema, una segunda vida en algún lector que haya sobrevivido al impacto de un meteorito. Este poema en prosa refresca el sentido del humor de Darwix y su obsesión por el ritmo y la estructura de los textos, incluyendo elementos metaliterarios. La escisión entre esas dos partes del yo supone un empeño en simplificar su autobiografía, en salvarla del peso oscuro de la vanidad y del dogma hasta volverla liviana, para que así pueda transitar entre todos los seres y los territorios, para que así recupere el derecho a ser, nada más y nada menos, que la memoria de un hombre.
Si lo que pretendía Suheir Hammad era que viéramos con sus ojos lo que ella vivió, su logro como poeta es absoluto
Gaza suite, (2009), de Suheir Hammad
Cinco poemas escritos durante los ataques a Gaza de 2009 y recitados en el Festival de Literatura Palestina del mismo año. En su declamación, Suheir Hammad explicó al público que había trabajado duramente en los textos, pues quería que fueran capaces de ir a cualquier sitio, que el arte del lenguaje fuera tan preciso que ni siquiera el ritmo pudiera impedir que se viera lo que comunicaban. Cada uno de los cinco poemas integrados en Gaza Suite lleva el nombre de una localidad: Gaza, Rafah, Tel al-Hawa, Jabalya y Zaytoun. Nombres que, ubicados sobre el mapa del presente, ratifican en el tiempo una cartografía del horror. En su núcleo, Gaza suite incorpora el testimonio coral de quienes escapan de la muerte entre bombardeos. Madres que alimentan a sus familias en los refugios, que siguen preocupándose por calentar un poco de té entre los escombros y por la higiene de sus criaturas. Hermanas rendidas ante la pérdida de otra hermana. Padres que intentan recomponer con sus manos una realidad destrozada. Funciona como un conjunto orgánico, un recorrido geográfico por barrios y municipios para atestiguar, con una mirada casi periodística, cinematográfica y visual, el horror que se vivió en los bombardeos de 2009. El ritmo interno del texto, leído por Suheir Hammad, empuja hacia el epicentro de la vivencia, la recupera y la expone como si se repitiera aquel cúmulo de noches siniestras donde surgió la escritura. Algo tremendamente difícil en poemas breves donde no existe una voz lírica única, sino seccionada y polifónica. A veces parece que hable una mujer desesperada, otras parece que se trate de un cronista. En ocasiones lo hace la ciudad, en otras, da la impresión de que los versos emerjan de un libro apocalíptico. Y mientras se produce esa avalancha de gente intentando salvarse y salvar a los suyos, las palabras caen como las bombas sobre las escuelas y los hospitales, las bombas arrasan ciudades y pueblos. En ese sentido, si lo que pretendía Hammad era que viéramos con sus ojos lo que ella vivió, su logro como poeta es absoluto.
And here I am (2017), de Hassan Abdulrazzak
Hassan Abdulrazzak es el único de los autores aquí mencionados que no son originarios de Palestina, junto a Gilad Atzmon. La elección se fundamenta en la figura objeto de su obra, el dramaturgo Ahmed Tobasi, de The Freedom Theatre, ubicado en el campo de refugiados de Jenin. El argumento de la obra teatral escrita por Abdulrazzak relata el itinerario real de Tobasi desde la resistencia armada hacia el arte. La búsqueda de una ubicación propia, auténtica y no automática, en medio de una tragedia colectiva. “La ocupación siempre está presente, como una radiación cósmica de fondo”, relata Ahmed entre sus juegos de adolescente. 14 años más tarde, en 2002, la ofensiva israelita contra el campo de Jenin dejó decenas de muertos, y su brevísima extensión, apenas 0,4 kilómetros de tierra, arrasada. Pero también supuso el arresto y encarcelamiento sin juicio del joven Ahmed Tobasi, trasladando el argumento hasta el interior de la cárcel, suceso que permite una mirada autocrítica hacia la complejidad de la sociedad palestina. Y fue en este contexto desmoralizante que el teatro se tornó en su herramienta de lucha y Tobasi decidió convertirse en actor. Sin embargo, fuera ya de la trama y de la obra, Tobasi ha acabado siendo también director artístico de The Freedom Theatre, levantado dentro del campo de Jenin tras la Segunda Intifada. Su trabajo le ha supuesto el reconocimiento internacional y, en contrapartida, la última detención de la que fue objeto, el pasado mes de diciembre. El dramaturgo ha explicado en sus redes sociales la violencia física que envolvió el arresto, no solo para él, sino también para su familia y para las propias instalaciones del teatro, que fueron desmanteladas. La obra, por su parte, en tanto que fiel reflejo de las consecuencias de la vida en Jenin y puerta abierta a la esperanza de un cambio, fue prohibida por el alcalde de Choisy-le-Roi, Francia, el 13 de octubre pasado, argumentando que se debía respeto a todas las víctimas. Pero esta censura, análoga a la que sufrió Adanía Shibli con Un detalle menor en la Feria de Frankfurt, solo reitera las posibilidades del arte como motor de cambio político y desnuda el terror de quienes ejercen la censura.
¿Dónde está mi madre?, (2019), de Marwan Makhoul
Hay un verso de Marwan Makhoul que se ha hecho viral en las últimas semanas y que responde por sí solo a los vanos intentos de despolitizar cualquier deriva del arte: “In order for me to write poetry that isn´t political I must listen to the birds, and in order to hear the birds, the warplanes must be silent”. Nacido en un asentamiento no reconocido, uno de esos no-lugares que caracterizan la geografía palestina, el interés artístico de Makhoul se centró, desde muy joven, en la liberación. Con el tiempo, tal como se aprecia en este texto que da título al poemario, el decurso de su escritura se haría más complejo y desgarrado, menos esencialista y unívoco. ¿Dónde está mi madre? podría haberlo escrito cualquier buen poeta en cualquier lugar. Por momentos, acuden a la memoria reminiscencias de Aniversario, aquel poema de Fernando Pessoa cargado de nostalgia por la calidez perdida del hogar infantil. Pero en los versos de Makhoul se percibe algo más que ese vacío. Plantea una suerte de dialéctica intergeneracional, un ajuste de cuentas con lo que se supone que es la madurez y la plenitud de un ser humano. A diferencia de Pessoa, Makhoul opera con su saudade en el aire, es decir, sin paisaje.
Por el camino
los desvelos preguntaron por mi nombre,
les contesté que tuvieran paciencia hasta que pudiera saber en quién me había convertido,
podría ser tu cartero
a un mundo en que me espera la madurez, o
podría no serlo.
A dos décadas lejos de ti, madre,
heme aquí y ahora en busca de mí mismo
sin guardián
y sin acompañante allí.
¿Por qué me empeñaste a las pericias de la vida?
¿Me preparaste para lo que había que hacer, luego me entregaste
al vacío
para que me diera bofetadas?
¿Quién dijo que ahora soy más fuerte?
El poema posee un sentido literal donde el hijo conversa con la madre ausente, estupefacto ante un mundo cargado de dureza. Sin embargo, basta la parte central, en esta traducción de Khédija Gadhoum, para entender que al mismo tiempo se abre a sentidos metafóricos. La antigua tradición palestina que equipara la madre con la tierra, no como derecho o posesión al estilo del colono israelí, sino como matria, lugar de reconocimiento y membranza, es una de ellas.
Cómo mato a los soldados, (2021) de Ahlam Bsharat
Cómo mato a los soldados es un poema, que, desde su título, no esconde su carga de violencia. Una violencia convertida en venganza. Una venganza segura de su justicia.
Así que si ustedes, lectores, ven a un soldado
paseándose por mi poema,
tengan confianza en que lo he abandonado a su destino
así como se abandona un criminal
por los años que le queden,
aquellos que se encargarán de ejecutarlo.
Si la poesía es capaz de interrogar todo lo humano, el ejercicio estético que propone Ahlam Bsharat conquista el derecho de convertirla en maldición eterna. La elipsis de los gentilicios del soldado y la poeta amplifica el alcance del sentido sin llegar a despegarlo de su lógica situada. En esas decisiones reside parte de la tensión entre lo meramente estético y el diálogo que el arte establece con su época y su contexto. En una entrevista concedida durante el Festival de Poesía de Medellín, la autora declaraba lo siguiente: “Hay dos factores principales que dirigen y dominan en la relación de la poesía con el movimiento de lucha palestino que son los factores del tiempo y del lugar. Ahí está la Historia. (…) Por eso la condición de la existencia en el exilio, o la presencia bajo la imposición de la ocupación, afecta profundamente al poeta y deja huellas en su poesía, que se convierte en una réplica rotunda de la ocupación misma. (…) El artista palestino no vive su ansiedad solo a través de su relación con su pasado ni solamente desde su lucha contra la ocupación, aunque esto es realmente esencial y natural, sino que está abierto a la lucha del arte mismo en el mundo. (…) Si tu pie está encima de la mina, que es la ocupación, y tu cabeza está en contacto con una nube, esto no significa que hayas sobrevivido. Esta ansiedad y este miedo entre la estrella y la mina, es la lucha que vive el artista palestino hasta este momento”. Esta afirmación resulta especialmente relevante en voz de una autora que desempeña parte de su quehacer literario en el ámbito de la narrativa juvenil. Una vocación que redobla su sentido para enfrentar las deshumanizantes palabras de Golda Meir: “Los ancianos morirán y los pequeños olvidarán”. Bsharat, como cualquier poeta mortal, no puede ganar contra la muerte, pero puede hacerlo contra la desmemoria.
Si he de morir (2023), de Refaat Alareer
La propuesta final de nuestro recorrido son las últimas voluntades del poeta Refaat Alareer, asesinado por los bombardeos israelís el 6 de diciembre de 2023. En este caso, guardo el silencio necesario para que hable el poema. Estar a punto de ser asesinado y que te brote una anáfora. Estar a punto de ser asesinado y apurarte a escribir una alegoría, a corregir un símil, a ajustar el peso de una metáfora. No recoger el testigo que nos deja Alareer en estos versos, implicaría tal inhumanidad que dejaríamos de merecer la poesía.
Si he de morir,
tú debes vivir
para contar mi historia
para vender mis cosas
para comprar un trozo de tela
y unos cordeles,
(hazla blanca
con una larga cola)
para que un niño
en alguna parte de Gaza
al mirar al cielo
mientras espera a su padre
que partió en una llamarada—
y no se despidió de nadie
ni siquiera de su propia carne,
ni siquiera de sí mismo—
vea la cometa, la cometa
que me hiciste, volando
en lo alto
y piense
por un instante
que ahí está un ángel
devolviéndole el amor.
Si he de morir
deja que inspire esperanza,
deja que sea una historia.