“El movimiento LGTBQIA+ se ha convertido en un espacio más de prestación de servicios que de activismo”

“El movimiento LGTBQIA+ se ha convertido en un espacio más de prestación de servicios que de activismo”

Investigador y activista. Víctor M. Ramírez apuesta por la memoria y celebra que los avances logrados en los últimos años están facilitando también la recuperación de una memoria, hasta ahora, fragmentada.

24/01/2024

Víctor M. Ramírez. / Foto cedida

Víctor M. Ramírez es una referencia indiscutible. Si hablamos de memoria y disidencias, las pistas nos llevan rápidamente a él. El autor de Peligrosas y revolucionarias. Las disidencias sexuales en Canarias durante el franquismo y la transición alerta de los riesgos ante la falta de rigor: “Desde la exageración y la hiperdramatización no llegamos a ningún lado”. Más allá de la necesidad de una normativa que unifique el acceso a los archivos, la memoria oral es imprescindible para poder hacer una historiografía completa del movimiento LGTBQIA+.

A las personas LGTBQIA+, ¿nos falta memoria?

Faltaba memoria. Se ha tardado en abordar la memoria de la disidencia sexogenérica. Sobre todo, en lo relacionado con la represión franquista. Los primeros estudios son de principios de este siglo. Cada vez hay más gente interesada, cada vez conozco a más investigadores e investigadoras que abordan el tema, pero ha habido una época en la que no era de mucho interés y, si lo era, había gente que no se atrevía a abordarlo. Ha hecho falta un cambio social grande.

¿Y la historia que nos llega es una historia confusa?

Es cierto que se mezclan muchas cosas. Se confunde y se tiende también a exagerar. Hay que ser riguroso porque no deja de ser un tema que nos afecta profundamente. Desde la exageración y la hiperdramatización no llegamos a ningún lado. A la realidad histórica no se le pueden imponer mitos, falsedades, confusiones.

¿A qué se debe?

No sé. Creo que la prensa tiene algo que ver porque, a veces, se publican artículos con datos que no son ciertos. Hay un ejemplo clarísimo: el hecho de que se haya extendido la idea de que [la colonia agrícola de] Tefía era un campo de concentración para homosexuales. Es verdad que los únicos que han dado testimonio de su experiencia fueron dos homosexuales, pero eso no quiere decir que fueran únicamente ellos las víctimas. Es un mito muy habitual e, incluso, lo he leído en textos académicos muy recientemente. Hay que insistir constantemente para intentar romper con esa mitificación extraña, evitar querer ser protagonistas de una situación en la que hubo otras personas implicadas.

Pero, ¿era o no era un campo de concentración?

Rigurosamente era un establecimiento de rehabilitación de los previstos en la ley de vagos y maleantes. Era una colonia agrícola penitenciaria igual que había otros centros que se llamaban establecimientos de trabajo. Luego otra cosa es cómo funcionan. Es cierto que tanto Juan Curbelo y Octavio García [las dos personas que han dado testimonio de su paso por Tefía] identificaron su experiencia con los campos de concentración del nazismo: hambre, tortura, trabajos forzados. También es cierto que, rigurosamente, los campos de concentración son establecimientos que se crean con el fin de recluir a los enemigos de los vencedores fundamentalmente como instrumentos de represión política. La colonia de Tefía se utilizó como instrumento de represión social y, especialmente, de represión de las disidencias sexogenéricas.

¿Se da una confusión similar con los centros de Huelva y Badajoz? [En estas provincias se establecieron, a partir de la ley de peligrosidad social, sendos centros para la rehabilitación de homosexuales]

Eran prisiones, no eran campos de concentración ni colonias agrícolas. Eran centros penitenciarios que se habilitaron para recluir en ellos a los peligrosos o vagos. Lo que establecía la ley [de peligrosidad social], a partir de la reforma del 54, era que debían estar separados de los demás para evitar el contagio. En esas prisiones se establecieron partes especificadas, por este mandato legal, para las disidencia sexogenéricas. Funcionaban de forma diferente a las colonias, que eran teóricamente centros para enseñar a los presos tareas agrícolas y estaban ubicadas en espacios rurales. En las ciudades había establecimientos de trabajo en los que se aprendían, en teoría, oficios propios de la ciudad.

Me refería a si también se ha generado cierto mito en torno a estos centros como ha ocurrido con Tefía.

Son centros que conozco menos. Me ciño a lo que en general se está publicado. Sí existían espacios específicos para las disidencia. Entiendo que era un régimen más carcelario, pero tampoco es un tema en el que haya profundizado demasiado.

¿Qué pasa con las lesbianas? Entiendo que analizando los expedientes has encontrado menos casos que de hombres homosexuales, personas trans o travestis.

He estudiado solo expedientes de la ley vagos y maleantes [que estuvo en vigor hasta 1970, año en el que se aprobó la de peligrosidad y rehabilitación social]. Entre 1954 y 1960 encontré tres expedientes de mujeres por prácticas lésbicas. Tres expedientes, además, muy relacionados entre sí. Era una hija que denunciaba a su madre, a otra mujer y a la hija de la segunda por prácticas sexuales entre las cuatro. Las relaciones sexuales están muy meticulosamente descritas, de una forma hasta morbosa. Al final son absueltas. No son consideradas peligrosas, sin que se sepa muy bien por qué. Son los únicos casos que he encontrado entre los 196 expedientes, más o menos, que pude ver, si no recuerdo mal. Vi más expedientes de mujeres, pero la mayoría por prostitucion o proxenetismo. El resto eran de hombres o personas leídas como hombres.

Es lo habitual, sí. Sin embargo, analizando expedientes del Patronato de Protección a la Mujer [institución franquista dedicada, en teoría, a la reeducación de mujeres] sí encontramos muchos casos. En muchos casos, acaban siendo trasladadas a centros psiquiátricos.

Yo no he accedido a los expedientes del Patronato. Efectivamente, esa es la impresión. El control era diferente a través de instituciones religiosas, del Patronato y, en algunos, efectivamente, a través de instituciones mentales como manicomios. Es precisamente ahí donde se daban con más frecuencia electroshocks, que no sé si se dieron en cárceles y mucho menos en Tefía.

Pero, sin embargo, se ha extendido la idea de que las lesbianas no fuimos tan represaliadas por la dictadura.

Porque no aparecen en los expedientes y porque encontrar los rastros de la represión de las mujeres es mucho más complicado. Por ejemplo, ¿se puede acceder a los informes médicos de las instituciones mentales? Es complicado. Parece que la represión fue menor, pero no podemos ocultar que se dio en todos los estamentos. En primer lugar, la familia. Además, había más dificultades para acceder a los espacios públicos. Los hombres estaban más controlados porque utilizaban más los espacios públicos.

Últimamente se han publicado varios trabajos que abordan nuestra memoria: La Veneno, Las noches de Tefía, Te estoy amando locamente. ¿Qué valoración haces?

Es un salto importante. Era necesaria la representación de esta represión también a través de instrumentos que no fueran solamente documentales o textos académicos, porque llegan a menos gente. Las películas y las series pueden llevar esta realidad a toda la sociedad, de forma más sencilla y digerible. Evidentemente, sabiendo que, cuando lo abordas desde la ficción, no pretendes hacer historia en el sentido riguroso. En Tefía, evidentemente, las cosas no pasaron como pasan en la serie, pero de alguna forma refleja los mecanismos represivos del sistema aunque los personajes no sean reales, aunque tenga elementos de fantasía. Plantean de manera simbólica cómo funcionaba el contexto.

¿Tendemos a releer nuestra historia en términos de drama?

No lo sé, pero fue dramático. Por un lado hay aspectos muy duros de la represión. Cuando he hablado con personas que estuvieron en Tefía, detenidas en las calles, agredidas, violadas, obligadas a tener prácticas sexuales en comisaría… Hay drama, sí, pero en esas vidas también había otras cosas. No hablamos de cómo se divertían, de qué hacían los fines de semana, de quién se habían enamorado, de cómo eran esos amores. A lo mejor no solemos tender a hablar tanto de lo positivo. Hablamos de la visión más represiva y eso es lo que se traslada, a lo mejor, a nivel general. Fueron vidas duras, sí, pero también tuvieron momentos luminosos, con mecanismos de resistencia y espacios de socialización en los que podían ser hasta cierto punto. Las noches de Tefía aborda mucho el tema de la represión y los elementos más alegres están dentro de la ficción: Tindaya. Ese lugar mítico en el que todo el mundo podía ser cómo era, en el que se podía resistir con mucha mayor facilidad. Esos lugares, hasta cierto punto, llegaron a existir.

Canarias está a la cabeza en la recuperación de la memoria histórica.

Somos un espacio muy abierto desde siempre. Madrid y Barcelona también, por supuesto, pero en Canarias, por la distancia, logró crearse un espacio, quizá en Gran Canaria de forma especial, de cierta libertad. Hubo mayor represión pero probablemente porque había mayor visibilidad. El carnaval, el turismo, el puerto, que trajo a muchas personas de fuera a vivir. Desde británicos que se establecieron aquí para temas comerciales hasta gente que vino de India a montar sus tiendas de electrónica. Eso permitió que la gente se adaptara también a la diversidad. En realidad, la investigación aquí se inicia realmente tarde. Hemos sido más pioneros en derechos que en investigación, aunque se ha desarrollado desde el ámbito académico, activista y político.

¿Eso facilita el acceso a archivos?

La primera vez que pedí el acceso al Archivo Histórico de Las Palmas, me lo negaron. Lo volví a pedir más adelante, después de haber publicado un par de artículos y de haber participado en un par de congresos, y me lo permitieron en 2019. El director actual permite acceder tanto al archivo de vagos y maleantes como al de peligrosidad social. Con ciertas condiciones, claro. Hay otras comunidades donde no se puede. Hace falta una normativa que lo unifique porque hay tantas diferencias que no se entiende. Los archivos son muy importantes. Es importante conseguir testimonios de los que todavía puedan darlos, pero también son importantes otros documentos públicos o privados. Dan información detallada: de dónde provenían las personas que estaban reprimidas, de qué edades, clase social.

“El activismo se está disolviendo. Creo que tiene que florecer y ser más combativo que nunca”

¿Qué más necesitamos?

Falta dignificar a las personas en sí mismas, dignificar sus vidas. Lo más importante es recuperar esas vidas y reconocerlas, a través de publicaciones, por ejemplo. En su momento, hubo aquellas indemnizaciones del Gobierno de [José Luis Rodríguez] Zapatero. Aquí en Canarias también hubo algo parecido para personas en situación de precariedad social como consecuencia de una vida de represión. Ni siquiera se exigía que fueran personas que habían sido condenadas. Reconocer sus vidas, hablar con esas personas, significar espacios.

Piro Subrat, supongo que le conoces, me dijo en una entrevista que creía que la memoria del colectivo estaba en manos del PSOE.

Hay que tener en cuenta que representó durante muchos años a gran parte de la izquierda. Hay algunos colectivos que sí están muy vinculados con el PSOE, pero no necesariamente todos. Respecto al movimiento creo que ha habido un problema en los últimos años, no sé si en todos los lados, y es que se ha convertido en un espacio más de prestación de servicios que de activismo. Es un elemento sobre el que hay que llamar la atención porque el activismo se está disolviendo. Creo que tiene que florecer y ser más combativo que nunca. Tiene que salir de abajo, desde la calle, no desde espacios que son la pura burocratización del activismo. La libertad que tienen ahora es muy quebradiza.

¿Cómo conjugamos la recuperación de la memoria con la intimidad?

Yo cada vez que veo un señor muy mayor por la calle, que veo que es marica, me dan ganas de pararle y hablar con él. Las historias de vida son fundamentales. Los archivos dicen lo que le interesa al sistema, pero también necesitamos historias de vida aunque también contengan falsedades. Hay gente que se inventa: “No, yo no hice nada”. Luego, encuentras otras cosas, pero ¿por qué no tenía educación? ¿Por qué acabó robando? Las historias de vida son fundamentales para completar lo otro.

¿Son especialmente importantes en la historiografía LGTBQIA+?

De la represión política se ha escrito incluso aunque sea desde la clandestinidad. Se ha pensado, escrito, hablado. Nuestras historias no se han escrito nunca. No tenemos materiales escritos. No hay evidencias físicas, hay recuerdos que se van a olvidar, que se pierden con la muerte. De ahí que los mecanismos de recuperación de la memoria oral sean mucho más importantes. Las memoria de vida son fundamentales por la falta de otra documentación y porque además sirven para contrarrestar los documentos oficiales que son más fríos y ocultan muchas cosas. En un documento oficial no se dice que fueron torturados, abusados sexualmente, que tuvieron que hacer felaciones en un cuarto de la policía.

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