Moda, ¿amiga o enemiga?

Moda, ¿amiga o enemiga?

Si no soy la misma ahora que hace un mes, ¿cómo voy a llevar la misma ropa? Es una forma de mudar de piel y exteriorizar el punto en el que estás, es un termómetro emocional increíble.

17/01/2024

**Aviso de contenido sensible: TCA, anorexia, bulimia

Selfie de Cris Lizarraga con uno de sus looks actuales.

Este artículo pertenece al monográfico de Moda, publicado en noviembre de 2021, y que puedes conseguir en pdf por 3 euros.

No sé si por mi sol en Tauro, mi luna en Leo, porque nací en los años 90 en la parte privilegiada de Europa, o porque crecí dibujando todo lo que me daba placer visual (siendo gran parte de ello el imaginario de la estética construida como femenina), siempre me ha apasionado la moda.

De pequeña la disfrutaba jugando con ella, inspirándome en pelis o series, mediante el dibujo, las muñecas y, sobre todo, mi cosa favorita, los disfraces. Llevé uniforme hasta los 15, así que aprovechaba al máximo mis momentos de libertad estilística. Había días en que no se sabía si lo mío era experimentación dudosa dosmilera o directamente disfraz. Una mezcla entre Spinelli, Punky Brewster y Lindsay Lohan en Ponte en mi lugar. Jugar con la ropa era un refugio y una vía de escape. Se fueron sumando referentes que interioricé sin darme cuenta con series como Embrujadas, Friends, Sabrina, cosas de brujas o Buffy Cazavampiros, hasta que comenzó el conflicto entre lo que realmente me gustaba y lo que quería demostrar al vestirme, aka, la misoginia interiorizada, combinada con la vergüenza corporal que me provocaron los primeros acosos callejeros en cuanto empecé a desarrollarme y me entró el miedo a la ropa que marcaba esas nuevas curvas.

También por aprensión al grupo de chicas que me lo hizo pasar mal en el cole, me convertí en la amiga de los tíos que rechazaba todo lo girlie por ser sinónimo de superficial y estúpido, y empecé a ponerme pantalones de la sección masculina™. Miraba a Avril Lavigne con ansias de poder ser la mitad de la mitad de guay que ella. Hacía muchos esfuerzos por esconder que me fijaba y me gustaba la ropa, pero seguía dedicando tiempo a ver qué me ponía para parecer skater sin skate, y todes sabemos que el look desenfadado puede ser el más elaborado. Por eso, me cuesta creer a quien afirma que no piensa en lo que se pone, aunque se ponga siempre lo mismo. No puedo evitar ver ahí una carta de presentación. Entré en el maravilloso mundo de las tiendas de segunda mano (del cual no pienso salir) y empecé la que es mi única colección hasta la fecha, camis de grupos, las condecoraciones de mi impecable gusto musical, siguiendo en esa construcción de la identidad que quería proyectar.

Me resulta muy aburrido no variar porque necesito reflejar cómo me siento aunque sea a través de una sudadera y un vaquero

Me divierte leer a las personas a través de su estética porque es un metalenguaje muy revelador, y tengo una memoria sin filtro que me permite acordarme de todos los looks, aunque no queden registrados. Llevo muchos años preguntándome cuál será mi estilo (como esperando a que se asiente alguna de mis facetas estéticas, mira que soy bisexual hasta para eso) porque me resulta muy aburrido no variar porque necesito reflejar cómo me siento aunque sea a través de una sudadera y un vaquero. Si no soy la misma ahora que hace un mes, ¿cómo voy a llevar la misma ropa? Es una forma de mudar de piel y exteriorizar el punto en el que estás, es un termómetro emocional increíble.

Ese mismo medio de expresión, sin embargo, se convirtió durante unos años en un territorio pantanoso, que desgraciadamente aún hoy me atormenta. Resulta que acabo subida a un escenario como integrante de un grupo bastante conocido a escala local y me doy de bruces con la realidad machista a través de la prensa musical. Crónicas que se paran a comentar lo que llevo puesto y los cambios de mi cuerpo. Mi buena memoria visual ya no me hace falta, lo que llevo y mi aspecto queda registrado en internet, y soy hiperconsciente de cómo me queda la ropa, así que, en vez de disfrutarla, me escondo detrás de lo más básico y plano para evitar comentarios que se meten en mi cabeza en forma de autojuicios, volviendo al rechazo hacia mi cuerpo y hacia la moda que lo marca. En 2016, harta, publico una carta contra esta lupa gratuita sobre quienes estamos expuestas aunque sea a pequeña escala, a la vez que desarrollo un trastorno por atracón que desemboca en anorexia nerviosa y bulimia. Adelgazo tanto que por fin “me veo bien”, en parte por haber crecido con unos referentes estéticos como los citados, efectivamente, mujeres cis blancas normativas, cuya delgadez imperante hemos asociado al estilo, a la clase y a la felicidad. Me ha costado entender que he hecho cosas terribles a mi cuerpo no solo por moda, sino por querer ser feliz, pero es así de jodido. Tampoco ayudan los comentarios que celebran tu delgadez o las parejas que te absorben y trasladan neuras, miedos y ansias de control con la comida y el ejercicio físico. Molaría dejar de creer que los TCA (Transtornos de Conducta Alimentaria)* son solo cosa de mujeres o del colectivo LGTBIQA+ porque hay unos cuantos cisheteros por ahí traumaditos y traumando.

Sigo saliendo de ese agujero y también es gracias a la moda, con la que he podido reconciliarme, una vez más, porque mi situación me lo permite y porque, dentro y fuera de lo mainstream, de ese mundo cruel (que no deja de ser el reflejo de la dictadura patriarcal presente en todos los ámbitos) hay creadores alternatives e inspiradores que se preocupan por ensalzar los cuerpos diversos. Necesitamos referentes que reconozcan y muestren la diversidad (no todes somos iguales, y eso está bien) para combatir nuestras taras gordófobas, tránsfobas, racistas y capacitistas. Vuelvo a jugar con la moda desde una posición más adulta y consciente, de una forma un poco más amable conmigo misma (cuanto más cómoda, más guapa me veo). Incluso usándola como paleta reivindicativa, como cuando salí del armario haciéndome una blusa-bandera bisexual que mi madre me ayudó a rematar, o el “Britney Askatu” que me pinté hace poco en una camisa.

No hay moda sin modelos, no hay ropa sin cuerpoS

No deja de ser otro campo de batalla en el ámbito ético por los factores de consumo y explotación directamente enfrentados a la postura feminista y antiespecista que intento defender. Consuelo el picor de las contradicciones donando ropa, usando aplicaciones y tiendas de segunda mano, evitando Inditex y defendiendo a capa y espada el diseño local. Confieso que ahora que sé que mi estilo es tan cambiante como mi piel y mis pensamientos, y que estoy tratando de ser más maja conmigo misma, he purgado mi fondo de armario de todas aquellas prendas maravillosas que ya no me valen y que tenía ahí con la esperanza de volver a caber en ellas, porque no quiero pelear por perder unos kilos a costa de mi tranquilidad. Y porque a mi amiga Ainhoa le quedan genial.

Pese a que se sigan imponiendo los cánones estéticos imposibles y la validación social se obtenga por ser o no deseables, la ropa nos acompaña tanto para seguir la corriente como para nadar a la contra, y te puedes aliar con tu parte mamarracha sin dejar de lado tu espíritu crítico, incluso usar lo que lleves puesto como statement político. No hay moda sin modelos, no hay ropa sin cuerpoS, y la calle es nuestra pasarela. Now, sissy that walk.

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