Nuestras madres

Nuestras madres

Publicamos un adelanto de la novela 'Nuestras madres', de Gemma Ruiz Palà. Escrita y publicada originalmente en catalán, consonni publica la edición en castellano el 5 de febrero. La novela rinde homenaje a la generación que renunció a sus sueños para que sus hijas sí que pudieran escoger.

17/01/2024

Por Gemma Ruiz Palà

Ilustración de portada del libro ‘Nuestras madres’ (consonni, 2024).

Lali

Lali, historia viva de su tiempo. Testigo privilegiado del progreso. Del nuevo confort, del nuevo bienestar: del nuevo consumo. De la vida moderna, tú, que ya era hora de que ellas también catasen el sabor de la contemporaneidad, que el cerdo de Franco ya la ha diñado, que ya no hay crisis del petróleo, que se ha acabado la guerra del Vietnam y la ONU acaba de declarar el Año Internacional de la Mujer. Y, por si fuera poco, otra efeméride: el primer hijo de Lali llega al mundo el mismo año que los primeros pañales de un solo uso. ¡Benditos dodotis! ¡Ni gota ni gota!

Para ellas, la modernidad será un invento para no tener que tocar tanta eme. Y eso, para una madre, sí que es nacer con una flor en el culo: Lali pertenecía a la primera generación que no tendría que lavar a mano, en el lavadero o en el fregadero, con jabón de pastilla bien neutro, de coco, a ser posible, los paños y paños y más paños de tela manchados de pipí y cacota que los bebés pringaban día sí y día también. Ya dicen que por más gloria que coman los niños…

Y por si haber tenido dodotis cada vez más perfeccionados para el segundo hijo no fuera privilegio suficiente, y dodotis que rozaban la excelencia para la tercera todo un lujo, a Lali le llega además justo a tiempo la modernidad de los pañales con velcro, transpirables, de máxima absorción, dermatológicamente testados y anatómicamente adaptados a las necesidades de las personas mayores. En el momento preciso en que los necesitará para su madre, llega lo que ahora ya nadie llama gasas ni dodotis y se ve que ahora hay que llamar pañales desechables.

Un entrenamiento de primera, los pañales advanced que también ha acabado utilizando con su padre. Una ganga, poder hacer prácticas con los progenitores impedidos ella sola. Un gran qué, ese señor currículum a la espalda. Porque cuando llegue su primer nieto, Lali le sabrá poner los puñeteros pañales en un segundo, con una sola maniobra, con un solo dedo.

Y ahora que ya tiene más de un nieto, ahora que Lali ya vuelve a estar a la última moda y sabe dónde encontrar en Barcelona pañales ecológicos, fabricados con materias primas naturales y renovables, con base de maíz libre de OMG, sin olor, sin perfume y sin plástico, tal como la han evangelizado su hijo mayor y su nuera: ¿y ahora esta broma de los pañales de tela?

—¡¿Que vuelva cuarenta años atrás?! ¡¿Me estás pidiendo que vuelva cuarenta años atrás?! —Lali estaba en la cocina. Tenía a su hijo mayor al teléfono, en modo altavoz, y el pollo en las manos, cortándolo en cuartos—. Ni hablar, yo no pienso lavar pañales, no pienso enmerdarme las manos como en la época de mi madre —Lali, cerrada en banda. Y ¡clac!, cuchillazo a un ala.

—Maaama…

—No me da la realísima gana —¡clac!, golpe con la macheta en la otra ala—. Como si no hubiera tenido bastante con oler las cagarrutas de toda la familia —¡clac-clac!, cuchillada en cada muslo—. La de mis tres hijos, la de los abuelos, que Dios los tenga en su gloria, y la de tus hijos.

—Que no tendrás que lavarlos a mano, maaama, no seas plasta, te lo he explicado tropecientas veces: los pañales de tela pueden meterse perfectamente en la lavadora, mira el paquete que te he dejado esta mañana, ¡lo pone bien claro!

—Y el día que destape la cagada y me encuentre con unos zurullos bien duros y hermosos, ¿qué? ¿Los meto también en la lavadora a que den vueltas? —Lali tenía ya todo el pollo troceado y esparcido en la bandeja del horno.

—Al váter, mama, es un momentito, los tiras al váter y pones el pañal a lavar.

—Tú lo ves todo siempre muy fácil. De lejos, lo ves tú —¡clec-clecclec-clec!, ahora eran las patatas las que pasaban por el cuchillo.

—Oye, que yo también cambio pañales, ¿eh?

—No quieras competir porque te gano por goleada —¡clec-clecclec-clec!, bien finas, que así no tardan tanto en hacerse.

—Vale, en eso sí que te doy la razón. Pero venga, por favor, abraza el cambio, mama, que está calculado: un solo bebé genera entre novecientos y mil cien kilos de pañales, ¡y son residuos que no se pueden reciclar!

—Yo también soy un residuo que no se puede reciclar y aquí me tienes, dando el callo como cuando tenía veinte años, a la zaga de tus hijos —¡clec-clec-clec-clec!, y esta ya es la última

—Va, mama, hagamos un trato: si tú aceptas los pañales de tela, yo hago lo que me pidas.

—La vasectomía —¡chac!—. ¡Ay! ¡Hostia! —Lali se ha rebanado la punta de un dedo con el cuchillo de las patatas.

—¿Qué dices?

—Que me acabo de cortar y que te hagas la vasectomía, eso digo.

—Cojones, mama, solo te comenté que Margot y yo nos lo estábamos planteando.

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