De aquí o de afuera: ¿la misma clase obrera?
En las reivindicaciones sostenidas por diferentes actores sector agrario se pierde la oportunidad de hacer visibles las conexiones entre el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.
Hace un par de años fui al cine a ver Alcarrás, la aclamada obra de Carla Simón, y, como buena feminista aguafiestas, salí bastante decepcionada al tener que observar durante 120 minutos el papel de figurantes que las personas migrantes, en especial afrodescendientes, desarrollaban en la película. Me pareció una oportunidad perdida abordar semejante problema económico, ambiental y social como el que muestra le película solo desde la perspectiva de la blanquitud. En especial cuando la vida de muchas personas migrantes en Catalunya y en el Reino de España brindan elementos centrales para explicar la crisis del actual modelo alimentario.
Cada vez que escucho noticias sobre movilizaciones de sectores relacionados con la agricultura vienen a mi cabeza los conflictos que tuvieron lugar en 2008 en Argentina durante el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Mientras el imaginario popular asociaba “al campo” con pequeños agricultores que luchaban por sobrevivir con producción ecológica, nos dimos cuenta que se trataba de grandes empresarios que se enriquecían con el agronegocio, generando más daños ambientales y empobrecimiento al pequeño campesinado.
Con estos antecedentes, el miércoles 7 de febrero, durante la jornada de lucha organizada en Catalunya contra el genocidio que enfrenta el pueblo palestino, recibíamos noticias de la llegada de aproximadamente 2.000 tractores al centro de Barcelona. Tras una fugaz esperanza de que fuera en solidaridad con Palestina, supimos que se trataban de acciones en el marco de jornadas de protestas agrarias convocadas en distintos puntos del Reino de España.
En las redes sociales las informaciones se cruzaban entre quienes acusaban a los manifestantes de ser cercanos a la ultraderecha y negar el cambio climático, y quienes señalaban la radicalidad de su lucha. En este sentido, la experiencia argentina nos enseñó que el sector agrario es profundamente heterogéneo y en su interior existen variedad de posiciones políticas. No están en la misma situación los grandes agricultores, que reciben el 80 por ciento de las subvenciones, que los pequeños que luchan por sobrevivir y se ven ahogados por las imposibles condiciones de competencia que exige el modelo neoliberal en el que vivimos.
En este sentido, la propuesta interseccional (blanqueada en estas latitudes) de Kimberlé Crenshaw nos aporta herramientas para analizar la cuestión. La autora cuestionaba las políticas de identidad desplegadas en Estados Unidos para combatir el sexismo y el racismo al mostrar que las categorías usadas privilegian algunas experiencias y excluyen a otras. Es decir, que la identidad del grupo se centra en las experiencias de unas pocas personas, generalmente de quienes tienen el poder para colocarlas como dominantes, e ignoran las diferencias que existen en el interior. En este sentido, quienes tienen la voz dominante en la disputa agraria actual no son precisamente quienes más se perjudican de políticas europeas. Las jornaleras de Huelva en lucha, por ejemplo, pedían a sus jefes que “entre protesta y protesta” se acordaran de cumplir con las mínimas y exiguas condiciones laborales establecidas por la ley, como subir el salario mínimo y pagar las horas extras.
En las reivindicaciones sostenidas por diferentes actores sector agrario advertimos que la situación de los y las jornaleras queda totalmente excluida del debate y, al igual que en la película Alcarrás, se pierde la oportunidad de hacer visibles las conexiones entre el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Y lo más problemático es que muy probablemente contribuyan a reforzarlo.
Si hiciésemos un análisis interseccional, como proponen las autoras antirracistas, veríamos que muchos de quienes actualmente trabajan en el campo eran antes campesinos y campesinas en sus tierras y se vieron expulsados por las políticas económicas europeas. Veríamos que el actual genocidio al pueblo palestino no podría entenderse sin las políticas de Israel con relación al campo, la seguridad alimentaria y a la ocupación de sus tierras. Hubiera sido hermoso ver llegar a Barcelona tractores que expresaban la solidaridad con la lucha Palestina y exigían un cambio radical del modelo alimentario. Sin embargo la experiencia nos ha enseñado que “los de aquí y los de afuera” no somos la misma clase obrera.