Nada más rancio que Los Serrano

Nada más rancio que Los Serrano

Revisitar la serie, que cumple ahora 20 años, podría parecer un ejercicio anacrónico, pero hay quien todavía defiende que es una serie fantástica. Bajo el sol abrasador de Santa Justa, ‘Los Serrano’ representó la España más rancia.

20/02/2024

Imagen de promoción de la serie Los Serrano.

No puedo evitarlo: soy una nostálgica. Vi hace poco que Carolina Iglesias presentaba un reencuentro de los actores y actrices de Los Serrano y decidí volver a ver la serie. Ya me la había tragado antes. Recordaba que era una serie de mierda, pero, la verdad, no tanto. En esta ocasión, no he pasado de la primera temporada.

En el reencuentro, que se ha publicado en el canal de YouTube de Fran Perea, los actores y las actrices protagonistas presumen de que la serie sigue viéndose hoy. “Nadie se da cuenta de que no aparecen móviles” o algo así dice un orgulloso Antonio Resines. En 2003, año en el que se estrenó la serie, todavía no sabíamos que era tan personaje.

El caso es que yo escucho eso de “en un andén de la estación, bajo el sol abrasador, tú hablabas de un rascacielos del cielo de Nueva York” y no puedo evitar sentir un gusanillo en la tripa. Me tragué todas las temporadas de la serie sin que nadie a mi alrededor me advirtiera de la basura que estaba consumiendo. Mi madre siempre nos puso pegas para comer en el McDonald’s, pero nunca dijo nada de que viéramos Los Serrano.

Ahora, a pesar del entusiasmo con el que se ha celebrado el vigésimo aniversario de la producción de Telecinco, no he podido evitar escandalizarme ante algunas escenas. En el diálogo que modera Iglesias, cuentan –y se ríen– que Paolo Vasile decía que la serie era un “arma de destrucción masiva”. Y tanto, Vasile.

Por si alguien no ha visto la serie, pues no tiene mucho misterio. Diego Serrano (Antonio Resines) se queda viudo con tres hijos: Curro (Jorge García Jurado); Guille (Víctor Elías) y Marcos (Fran Perea). Por cosas de la vida, vuelve a encontrarse con Lucía (Belén Rueda), su amor de la adolescencia. Ella, que vivía en Barcelona, se muda a Madrid con sus dos hijas –Eva (Verónica Sánchez) y Teté (Natalia Sánchez)– para vivir todos juntos y revueltos. Todos los capítulos son iguales: Diego, su hermano Santiago (Jesús Bonilla) y Fiti (Antonio Molero), su mejor amigo, generan algún conflicto o confusión que es el hilo conductor de cada uno de los capítulos. En esa estructura tan sencilla, el sexismo, la LGTBQIA+fobia, el racismo y la caspa campan a sus anchas por Santa Justa, el barrio ficticio en el que está ambientada la serie.

El amor en Santa Justa

Sí. Ha pasado mucho tiempo y hacer un análisis, hoy, de esta serie, es anacrónico, pero solo pretendo evitar que paséis por el mal rato de volver a verla si a vosotras también os entra la nostalgia. Es que, además, Resines sigue diciendo que la serie es magnífica. Por ahí no paso.

Todas las relaciones de pareja que encontramos en la serie son relaciones absolutamente atravesadas por el patriarcado. Los celos, por ejemplo, están presentes en muchos capítulos. En una ocasión, Lucía cena con su jefe –un antiguo amor– y se arma la de cristo en casa. Diego, muy ufano, le tira un par de pullitas para que no vuelva a acercarse a su mujer. No soporta tampoco a su exmarido, un hombre mucho más exitoso, en términos capitalistas, que él.

Más allá de los celos, todas las relaciones son heterosexuales y siempre son ellas las encargadas de salvar a sus machitos de los malentendidos que generan. Fiti y Candela –una pareja amiga de la pareja protagonista– hacen amago de divorciarse en un capítulo. La reconciliación llega cuando ella cree que él va a suicidarse: “Si te tiras, yo me tiro contigo”, dice. Pues eso, magnífico.

Las mujeres de la serie, a pesar de que son siempre las que solucionan todos los problemas, juegan a no pintar nada

La idea más rancia de familia

El romance entre Eva y Marcos es el gran conflicto de la serie. El padre de Marcos está obsesionado con que un idilio entre su hijo y Eva, la hija de su mujer, es puro incesto. No paran de repetir continuamente que son hermanastros y, a partir de esa idea falsa, se construye el gran dilema de la serie. Diego, en una ocasión, lleva a su hijo Marcos al psicólogo. Psicólogo, por cierto, al que ridiculizan en decenas de ocasiones. Él también lo tiene claro: un romance entre ambos supondría un cisma sin comparación en la familia. Luego, amor y amor romántico. Ellos, que no pueden evitarlo, deciden dar rienda suelta a su historia a pesar de los pesares.

Las mujeres de la serie, a pesar de que son siempre las que solucionan todos los problemas, juegan a no pintar nada. En un capítulo, por ejemplo, se muestra sin ningún pudor que Lucía no tiene ningún control sobre los gastos de la casa. Ella, que también trabaja en el instituto del barrio, no sabe que su marido está arruinado y no parece tener acceso a las cuentas del banco. La tónica habitual es que la suegra y el cuñado del matrimonio protagonista, siempre a la gresca entre ellos, están continuamente en casa metiéndose en los asuntos más íntimos de la familia. La suegra, representada como una mujer pesada y metiche, es objeto de burlas continuamente. A diario, desayunan todos juntos churros en una cocina repleta de publicidad de marcas, antes de que el padre se vaya a trabajar a la taberna y la madre empiece sus clases en el mismo instituto al que van sus hijos. El insti, la taberna y la casa son los principales escenarios de una serie en la que también el bullying campa a sus anchas.

El personaje de Guille –que, por supuesto, acaba teniendo un idilio con Teté, su hermanastra de la misma edad– es un agresor. En el instituto no para de meterse con todo el mundo y, a pesar de que eso genera ciertas fricciones con su padre, la condena de sus actitudes nunca es firme. Hace comentarios sexistas, LGTBQIA+fóbicos, racistas, gordofóbicos.

El sexismo, en el ADN de Los Serrano

Solo en la primera temporada de la serie, el sexismo se muestra sin ningún pudor en decenas de escenas. Teté quiere jugar al fútbol, cosa que, por supuesto, tratan de impedir a toda costa. Además, ante una situación económica complicada del club del barrio, la solución que encuentran es poner a las chavalas a hacer de animadoras; las representaciones de género no pueden ser más tradicionales y estereotipadas: ellas, obsesionadas con la belleza y las compras; ellos, hombres desastrosos a los que solo les interesa el fútbol.

El leitmotiv de la serie es la voz de Curro, el hijo pequeño, contando con una voz tierna e infantil lo que pasa en su familia: “Dice mi seño que los hombres y las mujeres somos iguales. Será, verdad, pero yo no me lo creo. A las mujeres de mi familia les gusta hablar, tomar café, darse besos a lo tonto y cosas tan raras como quitarse pelos de las cejas, cocerse al sol o escribir poesías”, cuenta en el último capitulo de la primera temporada. ‘La guerra de los Martínez’, se titula y, en él, Marcos y el ex de Eva –un personaje con apariencia de hippy al que ridiculizan continuamente– compiten por un premio de música y, por supuesto, por el amor de Eva. Gana Marcos y, menos mal, porque 1 más 1 son 7, la banda sonora de la serie, es lo único que puede rescatarse y solo por pura nostalgia. Me quedo, sin duda, con esta versión con Despistados, autores de la banda sonora de Física y Química. Bastante bien estamos.

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