Víctimas de trata, sí; migrantes pobres, no gracias
Las mayoría de las víctimas de trata con fines de explotación sexual son mujeres de países empobrecidos que han de recurrir a las mafias para poder migrar debido a la política de cierres de fronteras. Los mismos partidos políticos que han convertido esta problemática en una prioridad global, raramente afrontan sus causas.
La trata es uno de los tres negocios internacionales más lucrativos, junto al tráfico de armas y de drogas, porque comparten el mismo motor: las fronteras. Ese negocio de la xenofobia que, como vemos en la Unión Europea (UE), cuanto más fracasa en la consecuención de sus objetivos declarados –reducir el número de personas que consiguen llegar a su territorio– más presupuesto recibe para su reforzar la militarización tecnológica de las rutas de acceso. La razón es porque el verdadero objetivo de la Europa fortaleza es que las que consigan llegar a su destino lo hagan tan debilitadas física y psicológicamente que puedan ser explotadas sin apenas oponer resistencia, como evidenciaba el investigador Eduardo Romero en su libro Un apasionado deseo de trabajo más barato y servicial (Local Cambalache, 2010). Incluidas las supervivientes de trata.
La lucha contra la trata con fines de explotación sexual -la laboral no parece importar a casi nadie-, se ha convertido en una de las grandes causas de la política institucional del Estado español, por ser este un país de tránsito y destino de sus víctimas, pero también por la estrategia que el movimiento abolicionista lleva desarrollando desde hace dos décadas, para forzar la realidad y presentar como sinónimos prostitución y trata con el fin de acabar con la primera –porque ¿quién podría defender la esclavitud?– mientras promulgan políticas que, precisamente, fortalecen y promueven la segunda. El mismo PSOE que lleva dos décadas insistiendo en que más del 90 por ciento de las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen forzadas, cuando no existe ningún estudio nacional o internacional que valide esa conclusión. El partido que más ha contribuido a la creación de todo tipo de fronteras –físicas, administrativas, legales y culturales– destinadas a imposibilitar que estas mismas mujeres puedan viajar a Europa por vías seguras, y que aquellas que lo logran de manera irregular, sean por ello condenadas a la clandestinidad.
Cuando más fuerte es el discurso y las políticas abolicionistas, más víctimas de trata hay, atendiendo a los datos policiales. Y aún así, hay un consenso en que las mujeres identificadas son una minoría ínfima.
Políticas mafiosas
Cada vez más las mujeres de países empobrecidos tienen que recurrir a las mafias para sortear las fronteras que los países del norte global han cerrado a cal y canto. Fronteras en forma de vallas de púas, con puestos de control militares, a los que solo se puede acceder previo pago a las mafias; puestos fronterizos que hay que atravesar escondidas en los bajos de un coche previo pago a las mafias; fronteras que son mares cuyas olas solo podrán sortear previo pago a las mafias; fronteras que son aeropuertos a los que solo se puede acceder con pasaporte falso, previo pago a la mafia –para terminar encerrada en la habitación de No-Admitidos donde no podemos entrar las periodistas, donde no sabemos quién está, ni por qué, ni quién es deportado a la casilla de salida, de nuevo, previo pago a la mafia–. Porque eso es lo que hace el Estado español y todos los de la UE cuando pagan a un tercero para que acepte a seres humanos, supuestamente, de su nacionalidad a cambio de dinero: engrasar esa red corrupta de políticos, funcionarios y mafiosos que impiden salir o transitar por sus países a hombres, mujeres, niñas y niños que huyen a un esperado sitio mejor. En los acuerdos bilaterales no se especifica, pero para ello habrá que pegarlos, extorsionarlos, encarcelarlos, vejarlos, violarlos. Para protegerse del contenido de estos acuerdos europeos, para que esas palabras no se hagan realidad contra sus cuerpos, las migrantes han de recurrir a las redes de trata para realizar el viaje en condiciones más seguras, ya sea en su totalidad, o en los tramos más peligrosos.
El norte global está en guerra contra las personas migrantes y refugiadas, por eso no duda en subcontratar a ejércitos de estados fallidos o con serias deficiencias democráticas para que se empleen a fondo contra ellas, y por eso destina importantes sumas de dinero a multinacionales dedicadas a la tecnología del control social, a las infraestructuras antiinmigración y a Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para que desarrollen labores de defensa. Por eso, como en todo conflicto, las mujeres somos el botín de guerra.
Las ‘otras’ tratas
Solo cuando la lucha contra la trata se reduce a un enunciado vacío de significado o a una tapadera para prohibir la prostitución, se puede reclamar esta digna causa sin exigir el fin de un sistema económico como el neoliberal –que se sostiene en la reproducción de la desigualdad– el fin de la política de cierre, militarización y transnacionalización de las fronteras de la Unión Europea, la derogación de la ley española de extranjería, y la inmediata regularización de todas las personas que se encuentren en territorio europeo.
De lo contrario, tendremos que admitir que estas políticas contra la trata y contra las víctimas de trata están diseñadas para premiar a las que incumplen sus reglas. O lo que sería aún más deleznable: las mismas migrantes que se ven forzadas a recurrir a las redes para migrar, ¿han de poder demostrar ser víctimas de trata para tener derecho a su compasión y a la protección del Estado? En la práctica, sí.
Mary es una maliense de 30 años cuyo marido trabaja con contrato desde hace ocho en Francia. Tienen un hijo y han solicitado en numerosas ocasiones la reunificación familiar. La república gala no se la ha concedido porque el empleo del padre no llega al mínimo que la Administración estima necesario para cubrir las necesidades de un hogar de tres integrantes. Ante la imposibilidad de viajar de manera regular, Mary voló hasta Rabat acompañada del crío de cuatro años. En autobús llegaron a los montes Gurugú, donde la madre ha tenido que pagar a un migrante que costea su propio viaje trabajando para la mafia, para que les preste sus servicios de protección frente a otros grupos, y para que les gestione el viaje en patera. Llegó hace dos años a un puerto malagueño, desde donde fue trasladada a un centro de una oenegé, de la que salió a los pocos días rumbo a su nuevo hogar familiar en el sur de Francia. El Gobierno de España la considera potencial víctima de trata, por ser de África subsahariana y por un controvertido artículo del Código Penal, el 177, que incluye “la vulnerabilidad de la víctima” como un elemento definitorio de la trata. En la práctica, se interpreta que cualquier mujer pobre de un país empobrecido es vulnerable y, por tanto, potencial víctima. Desestimar el valor de las decisiones adoptadas por una persona, en el mayor o menor margen de maniobra en el que puede tomarlas, por su “vulnerabilidad” es una forma de infantilizarla y negarles su capacidad de razonamiento.
Incluso obviando esta cuestión, lo que es muy habitual y parece no preocupar a las instituciones, es la llamada trata sobrevenida. Muchas mujeres que logran llegar al norte global por sus propios medios o pagando a redes clandestinas en tramos de sus viajes, se encuentran absolutamente desamparadas cuando llegan a su destino: sin documentación, sin empleo, sin entorno que las arrope y con un pavor a ser deportada, se ven abocadas a buscar apoyo en sus comunidades y es entonces cuando terminan cayendo en la trata o en la explotación sexual. Una vez en suelo europeo, ante nuestros ojos, por nuestra legislación y racismo institucional y estructural.
Si algo he comprobado en esta década trabajando y reporteando sobre la trata con fines de explotación sexual es que, al principio, una parte significativa de las mujeres eran trasladadas a Europa con falsas promesas laborales, sin saber que iban a ser explotadas sexualmente. En los últimos años, por el contrario, cada vez son las que me cuentan que sí sabían que iban a ejercer la prostitución, pero no en qué condiciones, ni por cuánto tiempo, ni que no podrían decidir nada sobre sus vidas. Ambas situaciones son de trata y, precisamente por eso, no es necesario omitir esta información. Porque ellas no lo hacen y porque explicar los matices es también respetarlas. Y porque aunque nos resulte inconcebible, para muchas de ellas la prostitución forzosa es una violencia más de las que llevan soportando años, tremendamente dolorosa y torturante, como lo fue la mutilación genital por la que muchas migran con sus hijas para que no la sufran; como la violencia intrafamiliar de la que huyen; como las violaciones que pueden sufrir en el viaje por parte de policías de distintos países que reciben fondos europeos para impedirles el paso, o por parte de miembros de esa misma mafia que es resultado de su política de cierre de fronteras; como los abortos forzosos realizados en Marruecos para prostituirlas cuanto antes; como la separación de sus hijas e hijos para que no huyan de la red; como el ser encerradas en un Centro de Atención Temporal de Emigrantes (CATE) en condiciones infrahumanas cuando llegan a nuestras cosas; como el ser encerradas en un (Centro de Internamiento de Extranjeros) CIE sin saber si van a ser deportadas.
La trata siempre ha existido, pero nunca ha afectado a tantos millones de mujeres y niñas porque nunca la desigualdad entre territorios ha sido tan pronunciada, porque nunca se ha tenido tanta información sobre la diferencia de oportunidades que había entre un lugar y otro, y porque nunca como hoy se ha repetido desde tan distintos altavoces que las mujeres tenemos derecho a ser lo que queramos ser y a vivir libres de violencias. Pero también porque nunca como hoy las fronteras fueron tantas, tan diversas y tan violentas. Hay que derribar todos esos obstáculos y se reducirá sustancialmente ese problema. O al menos verbalizarlos, incluirlos, denunciarlos en los discursos para que no parezca que lo que interesa es que haya víctimas de trata para la lucha abolicionista, pero no que existan las mujeres migrantes de países pobres que habitan bajo esa etiqueta. La trata es una frontera para la dignidad, no de sus supervivientes, a las que no hay quien se la robe como han demostrado sobradamente, sino para quienes la emplean en beneficio propio, convirtiéndose así en un victimario más de las mujeres.
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