“El castellano como instrumento de poder lo ha querido muerto, pero el kichwa pervive”

“El castellano como instrumento de poder lo ha querido muerto, pero el kichwa pervive”

La autora ecuatoriana Mónica Ojeda presenta su nuevo libro 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol'. Los volcanes, el universo andino y la lengua kichwa son los grandes protagonistas, así como la violencia que acecha Ecuador.

Mónica Ojeda. / Foto: Carlota Vida

Mónica Ojeda nació en Ecuador, migró hace seis años a España, y es considerada una de las voces más potentes del panorama literario actual. Su último libro, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House, 2024), destaca por una lírica única y desenfrenada, un ejercicio poético capaz de nombrar las violencias del territorio de su infancia, ahora tan lejos y a la vez tan cerca, y de proponer la fiesta como un refugio ante la pérdida y el desamparo.

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es un viaje místico, chamánico, pero sobre todo emocional. Está protagonizado por Noa y Nicole, dos amigas que escapan de su Guayaquil natal para asistir al Ruido Solar, un macrofestival que se realiza al pie del volcán Chimborazo y que anualmente congrega, durante ocho días y siete noches, a miles de jóvenes entre músicas, bailarines, poetas y chamanes a los pies de uno de los numerosos volcanes de los Andes.

“Un volcán refunda la mirada y la escucha sobre la tierra”, dice Ojeda. Y recuerda el asombro que sintió la primera vez que vio un volcán a lo lejos: la fascinación como el estado expansivo de la mente. El magnetismo que supuso para ella. Al igual que la cordillera, el universo andino y su cosmología. Y la lengua kichwa, que también es protagonista en su novela.

“El miedo puede ser paralizante y creativo, un lugar de ternura y compasión “

¿Cuál fue el proceso de conformación de este nuevo libro?

Nace de mi obsesión y fascinación por los volcanes, por el baile, por la música. Mi obsesión por responder a la pregunta: ¿qué hace un cuerpo abandonado en este mundo? Por tratar de buscar a través de la escritura un refugio. Mis ganas de pensar el desamparo, el territorio y el miedo, por supuesto, porque todo cuerpo que transita por un espacio lleno de terremotos, de estallidos, de violencia, es un cuerpo temeroso. Pero al final el miedo siempre acaba teniendo una doble cara: por un lado, puede ser paralizante, pero por otro, puede ser creativo. Un lugar de ternura y compasión.

¿Por qué los chamanes? ¿Qué claves ofrece el mundo andino? Su simbología, su cosmovisión, su tiempo.

Los chamanes en los Andes son conocidos como yachaks. A mí lo que me interesaba de la figura de la chamana era pensar en ese viaje interior por el que pasa cuando recibe lo que se conoce como el llamado. Está vinculado con el viaje del héroe que analiza Joseph Campbell y tiene que ver con la fuente y el origen de toda la literatura, desde la oral hasta la escrita. El viaje exterior, pero sobre todo interior que pasa una persona cuando está en un momento de crisis, en el que tiene que renombrarse, reformularse, refundar su cuerpo y su mirada porque si no va a perecer. La experiencia humana de pasar por crisis que nos obligan a reformular la vida y la existencia es algo común en todos, pero es algo que se da una manera increíblemente poética y sensorial en la experiencia del nacimiento de una chamana. Un ser hipersensible, que se relaciona con la naturaleza y con lo vivo de una forma muy particular. No solamente con la belleza de lo natural sino también con la pesadilla, con la sed, con el hambre. No es una relación idílica, sino conflictiva. Pero que abraza el conflicto en vez de tratar de resolverlo falsamente. Toca infiernos interiores, espacios del inconsciente, pero luego renace. Y en ese renacimiento, traduce su sabiduría en arte. La chamana canta, compone poemas, baila. Tiene una serie de rituales y prácticas que son absolutamente artísticas.

¿Qué se puede decir en kichwa que no se puede decir en castellano?

Muchas cosas. Llevo poco tiempo estudiando kichwa, voy a paso lento, pero seguro. Hay muchos elementos del kichwa que otorga una plasticidad a la manera de entender el mundo. Por ejemplo, la palabra runa que para los kichwa hablantes significa persona, pero también entidad. Una persona que tienes enfrente es runa, pero también es una gallina o un perro. Runa pueden ser cosas inanimadas, objetos. Y esto implica descentrar la mirada antropocéntrica. Todo termina teniendo una entidad, una presencia, un lugar. Las personas, los animales y vegetales, las cosas, todos merecen respeto. Una mirada no cosificante. El castellano en Ecuador está repleto de palabras en kichwa, aunque muchos no son conscientes. El kichwa ha entrado en el español pese al desprestigio, al silenciamiento, al hostigamiento. El castellano como instrumento de poder lo ha querido muerto, pero el kichwa pervive no solo a través de ciertas palabras sino también de estructuras gramaticales y sintácticas. Se construyen oraciones de manera muy extraña para el español normativo, pero muy similares a las construcciones de la lengua kichwa. Una insurrección increíble de lo que ha querido ser aniquilado.

La música es una protagonista central en esta novela. Aparece no como un espacio de evasión sino como un elemento de interpelación, de conmoción, de goce. ¿También de conjuro?

Es imposible que alguien que se relacione con la literatura, sea en la lectura o escritura, no se sienta embelesada por el poder de la música. Existe un vínculo atávico entre escritura y música. Siento muchas experiencias artísticas como conjuros, la música, la pintura, la escritura, el teatro, el cine. Algo pasa cuando tienes la experiencia encarnada de una obra artística que te conmueve, algo pasa en el cuerpo, algo se transforma. Ese es el elemento similar al conjuro. Además, el conjuro estaba siempre hecho a través de la música y la palabra. En la idea del conjuro podemos mixturar música y literatura. Lo que me fascina de la relación entre música y escritura es que pareciera que habitaran dos polos distintos. La música en lugar del mito, de lo descontrolado, del deseo sin forma. Mientras que la palabra pareciera que está siempre bajo el imperio del logos, siempre queriendo significar, hacer sentido. Y pareciera que, en ese peligro de estar amarrada al logos, la palabra siempre está en riesgo de fosilizarse, quedarse quieta, y por ende dejar de respirar, dejar de estar viva. La poesía es un género musical también. La poesía revivifica las palabras que en el uso cotidiano empiezan a fosilizarse, las provee de un nuevo sentido, una nueva posibilidad de existencia y sensorialidad. Lo que intento hacer es reclamar en la narrativa la experiencia poética, no dejar todo bajo el imperio del significado, escribir en esa intersección.

¿Por qué los que se internan en el bosque en la novela se llaman desaparecidos?

La palabra desaparecidos tiene una fuerza, un contexto, una historicidad muy específica. Nos remite a gente asesinada, torturada, cuerpos que nunca han sido encontrados y muchos de ellos no se van a volver a encontrar. Nos remite a injusticia. No fue azaroso que este grupo de jóvenes que huyen de la violencia y están intentando crear una imaginación física y mental distinta, una nueva escucha y palabra revitalizadora que les permita reclamar un futuro para ellos, un futuro donde no haya tanta muerte, elijan llamarse desaparecidos. Hay una alusión evidente a la situación de violencia en Ecuador. Y hay una forma de darle una vuelta a la moneda y pensar en estos desaparecidos, que sí son desaparecidos de la violencia, que se van de sus ciudades a una respuesta en la música. Están tomando un camino distinto. Están vivos, pero reclaman trayendo las voces de los muertos a través del baile, de la poesía, del delirio. También cuando se ponen la máscara del Diabluma borran su identidad, ya no son ellos, son un colectivo, una fuerza política en esa reivindicación.

“Cuando uno migra se lleva el territorio consigo”

En una entrevista dijiste que las emociones que te hacen escribir, que tienen que ver con el miedo o el deseo, están asociados a un territorio específico. En este caso, el escenario es claramente Ecuador. Ahora bien, ¿qué ocurre como autora migrante? ¿cómo es trabajar este territorio desde la lejanía?

Cuando uno migra se lleva el territorio consigo. El territorio es cuerpo y el cuerpo es territorio. Te transformas en una tortuga, llevas tu caparazón encima, tu propia casa. Eso es lo que pasa en el ejercicio de la migración. Migrar implicó que se hicieran más concretas y más fuertes en mi imaginación ciertas imágenes de mi país de origen. Una tierra que no piso físicamente, pero sí mentalmente. El territorio de mi infancia lo recorro con mi imaginación y mi memoria constantemente. Migrar ha transformado mi escritura en algo diferente. Un cuerpo que esta viviendo una temporalidad con lo que ama y odia muy particular. Probablemente escribiría distinto viviendo en Ecuador, la relación con el territorio sería distinta. Ahora mismo la relación es de cercanía y distancia, una contradicción constante. Estoy a 13 horas en avión y, sin embargo, todo lo que pienso todos los días y mi manera de reflexionar y percibir el mundo está moldeada por Ecuador.

Volviendo al contexto político social: la presencia del narco, las bombas, los crímenes a diario en las calles y en las casas. ¿Cómo narrar la violencia cuando contamos con un lenguaje que muchas veces pierde sentido? ¿Cuál es el ejercicio lingüístico al que hay que aventurarse como narradora?

Es un ejercicio poético. La poesía es siempre tratar de reintensificar palabras que han perdido toda su fuerza. Y con la violencia lo que ocurre es que las palabras se vacían de significado. La violencia agarra expresiones comunes que ya no significan nada para nadie y no les hacen sentir nada a nadie. Eso es lo peligroso del trabajo con la palabra. El peligro de caer en una palabra que ya no duele, que no permite sentir nada. Eso es lo que hay que evitar cuando una escribe sobre violencia. No hay que instrumentalizar el lenguaje, hay que darle el espacio de organismo vivo. Buscar la experiencia poética. Es un trabajo difícil. La ambición es muy alta. Deseo escribir algo que resensibilice un cuerpo que a través de la violencia ha tenido que blindarse a determinados lenguaje para que ya no le toquen. Es una misión muy grande, no muchas veces se consigue, pero cuando se trabaja con la violencia tenemos que intentarlo. Proveer al lenguaje de musicalidad, de ritmo y tono. Proveerlo de un lenguaje que contenga una propuesta tanto estética como ética.

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