El cine de mujeres es solo una moda
Tras otro año histórico para las directoras españolas en premios y taquilla, la crítica sigue empeñada en agrupar todas sus películas en el mismo paquete, “cine de mujeres”, a pesar de las enormes diferencias entre autoras.
Barbie (2023), de Greta Gerwig, fue la película más taquillera del año pasado, rozando los 1500 millones de dólares. De los Premios Óscar, celebrados el pasado 10 de marzo, se fue con solo uno, a Mejor Canción. La directora y su actriz protagonista, Margot Robbie, ni siquiera estaban nominadas. Entre las directoras, la francesa Justine Triet fue la única en recoger algún premio, compartido con Arthur Harari, de Mejor Guión Original, por Anatomía de una caída. La gran película etiquetada como “feminista” (Barbie aparte), Pobres criaturas, recibió un galardón para su actriz protagonista, Emma Stone. Pero, ya lo sabrán, está dirigida por un hombre, Yorgos Lanthimos.
En España, las películas de directoras son las más premiadas por los festivales (en el recién terminado de Málaga la Biznaga de Oro fue para Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, pero la más premiadas fueron Los pequeños amores, de Celia Rico, y destacaron Nina, de Andrea Jaurrieta, y La hojarasca, de Macu Machín). A veces también son las más taquilleras, y sus autoras cada vez desarrollan carreras más largas, aunque sigan rodando con la mitad de presupuesto que los hombres.
Una parte de la crítica se empeña en meterlas a todas en el mismo paquete -¿como quizás hace este reportaje?-, de manera que el “cine hecho por mujeres” se analiza a modo de subgénero, semejante a la comedia, el suspense o la ciencia-ficción. Mientras tanto, las directoras de cine españolas hablan en sus obras de identidades trans o racializadas, de sexualidades reprimidas o ruedan en euskera, catalán o gallego. Pero también quieren estrenar terror o acción, y no siempre pueden.
Volviendo a los premios, el pasado 10 de febrero la película 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola, recogió tres premios Goya: Mejor Dirección Novel y Guión Original para la propia directora y Mejor Actriz de Reparto para la veterana Ane Gabarain. Llegaba como una de las favoritas tras ser elegida Mejor Película en los Premios Forqué -que votan los productores- y Mejor Drama en los Premios Feroz -que vota la prensa especializada-. Pero no pudo con La sociedad de la nieve, la gran superproducción de Juan Antonio Bayona para Netflix, una de las películas más caras de la historia de la industria local..
Habría completado un año histórico para el cine español dirigido por mujeres. La propia 20.000 especies de abejas se estrenó en la Berlinale justo 12 meses antes. La joven actriz Sofía Otero recogió un Oso de Plata por su interpretación y la película ganó luego la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga. En mayo, Creatura, de Elena Martín, fue elegida Mejor Película de la prestigiosa Quincena de Cineastas de Cannes (hasta la anterior edición llamada ‘de Realizadores’ y que cambió su nombre para ser más inclusiva).
En septiembre, O corno, de Jaione Camborda, fue la primera película de una directora española en ganar la Concha de Oro en San Sebastián. El mes siguiente, La imatge permanent, de Laura Ferrés, lograba exactamente el mismo hito en la Seminci de Valladolid. Por cierto, entre estas dos últimas sumaron dos nominaciones y un solo premio (a Janet Novás, protagonista de la película de Camborda, como Actriz Revelación) en los mismos premios Goya donde Urresola aspiraba a hacer historia.
“Pero bueno, eso pasó también el año pasado”, nos comenta Cristina Andreu, presidenta de CIMA, la Asociación de Mujeres Cineastas. “Alcarràs, de Carla Simón, había ganado el Oso de Oro en Berlín, casi todas las nominadas importantes eran mujeres… y ganó As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, que es una gran película que está muy bien, pero es llamativo”.
Andreu nos recuerda un dato: de 2176 miembros de la Academia de Cine española, 676 son mujeres, el 31,2 por ciento. “Si ves los festivales, al menos en España pero en casi toda Europa es igual, desde hace cuatro o cinco años hay paridad en los jurados. Nosotras firmamos una carta en San Sebastián en 2018 pidiendo eso y se ha notado, tanto en los comités de selección que eligen las películas como en quiénes votan lo que se premia”.
Pero hay otro dato, el que arroja el informe que su organización realiza anualmente sobre los presupuestos de películas dirigidas por mujeres y que se conocen gracias a las estadísticas del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA). En 2021 la media de películas con directoras tuvo un presupuesto de 1,036 millones de euros y las de hombres 2,077 millones. Es decir, la mitad. En 2022 la distancia se redujo: las de hombres costaron de media 2,7 millones y las de mujeres 1,5, “solo” un 41 por ciento menos.
“Creo que la diferencia se va reduciendo porque las mujeres de mi generación estamos acostumbradas a que nos den poco y trabajamos con eso, hacemos de la necesidad virtud. Mira Isabel Coixet, que rodó Un amor en menos de cinco semanas”, opina Andreu. “Ahora hay más mujeres productoras, ese cambio ha sido decisivo, y empiezan a pedir más dinero. La diferencia estará cuando no nos parezca imposible que una directora española pueda pedir un presupuesto como el de La sociedad de la nieve”.
Por otra parte “hay que reivindicar que muchas ya son dueñas de la empresa, de su propia productora”. Pero precisamente esa búsqueda de la independencia influye en los presupuestos. En España, si no hay grandes conglomerados poco habituales como Netflix por medio, las películas “caras” (de más de 3 millones de euros, ridículo para Hollywood pero muy por encima de la media en nuestro país) dependen de las grandes televisiones desde la Ley Audiovisual del Gobierno Zapatero en 2010.
Entre otras cosas porque las ayudas generales, las que da el ICAA en función de parámetros como las taquillas previas de los implicados o los premios, tienen un límite sobre el total del presupuesto que no puede superar entre el 30 por ciento y el 50 por ciento del total ni superar el millón de euros. Si quieres rodar una película de tres millones, necesitas tener dos apalabrados.
“Bueno, pues desde que existen estas normas, Mediaset solamente ha producido una película dirigida por una mujer y Atresmedia, cinco. Las que ellos producen son las que realmente tienen gran presupuesto. Esas cadenas, que son concesiones del Estado, y existe una ley de igualdad en este país. Deberían aplicarla, ¿no?” opina Andreu.
La parte de la crítica que celebra el éxito de la actual generación de directoras señala como desde 2017, precisamente con Carla Simón y su película Estiu 1993, el premio a Mejor Dirección Novel está monopolizado por las mujeres. En ese tiempo solo Isabel Coixet ha ganado el premio “mayor”, Mejor Dirección, pero es que aun así esta estadística oculta algo más: que cuando se creó el galardón para los novatos también lo ganaban directoras.
No es que este reportaje desee exagerar el peso de los galardones, pero es evidente que sirven de baremo a cómo la industria y el público percibe la importancia relativa de las películas. Los Goya existen desde 1986, el premio Novel se crea en su cuarta edición, 1989. Las dos primeras ganadoras fueron Ana Díez, por Ander eta Yul (película rodada en euskera) y Rosa Vergés por Boom, boom. Luego ninguna más hasta Ángeles González-Sinde en 2003 con La suerte dormida y Mar Coll en 2009, Tres diez amb familia (rodada en catalán). Y nada hasta la racha actual.
La principal diferencia entre las carreras de Díez y Vergés con el ejemplo recurrente de Carla Simón es que esta última solo tarda cinco años en rodar su segundo filme, de 2017 a 2022, y casi diez y marchándose a trabajar a Colombia con Todo está oscuro (1997). Vergés desarrolló el resto de su carrera en telefilmes y series de televisión, por entonces considerados trabajos de menor calado que el largo para cine.
Apenas media docena de nombres se abrieron paso en la industria en esos 30 años. Pilar Miró o Icíar Bollaín, además de la mencionada Coixet, las únicas tres mujeres en ganar Mejor Dirección en los Goya, u otras como Josefina Molina o Cecilia Bartolomé, que tarda 19 años en volver a rodar ficción entre su primer éxito de crítica, Vámonos, Bárbara, en 1978, y Lejos de África, de 1997.
Lo que se ha conseguido gracias a las ayudas es que sea posible “tener una carrera, hacer la segunda película”, explican desde CIMA. El ejemplo es Arantxa Echeverría, directora de Carmen y Lola en 2018 y que actualmente prepara su quinta película. Gracias a Netflix o Atresmedia, ha ido combinando películas sociales más personales, como Chinas (2023), con comedias como La familia perfecta (2021) y Políticamente incorrectos (2024). Ahora prepara Infiltrada, un futuro thriller policial.
El ICAA ha sido fundamental en este cambio de tendencia, cuando empezó a puntuar para las ayudas generales no solo un determinado porcentaje de mujeres en puestos de responsabilidad. No ya directora, sino directora de fotografía o montadora, que son lugares de decisión clave en el resultado final de un producto audiovisual. “Me han llegado a decir, productores hombres, que no había directoras de fotografía, que no había compositoras buenas, que no había no sé qué”, explica Andreu. En 2021 Daniela Cajías se convirtió en la primera mujer en ganar el Goya a Mejor Dirección de Fotografía por Las niñas, de Pilar Palomero, que también ganó Mejor Película.
Luego queda el asunto de la crítica. La victoria de O corno en San Sebastián provocó la publicación de varios artículos y opiniones en redes que agrupaban a toda la ola de directoras en un grupo de películas presuntamente indistinguibles, como un subgénero propio.
La película de Jaione Camborda (guipuzcoana de familia catalana dirigiendo en gallego) contaba la huida a Portugal de una partera que practicaba abortos clandestinos en la Galicia de los 70, en plenos franquismo. Por alguna razón, era empaquetada junto a títulos como La maternal y Las niñas, de Pilar Palomero, Alcarràs, de Carla Simón, y Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa. Pero también de la terrorífica Cerdita, de Carlota Pereda, o dejando fuera Suro, de Mikel Gurrea, o Matria, de Álvaro Gago, que temática y estilísticamente podían ser más cercanas, pero están dirigidas por hombres.
“Cada vez que una mujer consigue un éxito, una nominación, un premio, aparece esa oleada de comentarios que vienen a decirte que si lo has conseguido es porque eres una cuota, es la moda, es lo políticamente correcto…”, comenta a raíz de su experiencia Laura Hojman, documentalista autora entre otros de A las mujeres de España, María Lejárraga (2022), que explica la ocultación de dicha autora teatral y la apropiación de su obra por parte de su marido, Gregorio Martínez Sierra. “Si yo fuera un hombre, simplemente me habrían dicho ‘enhorabuena’”, comenta.
“Si tu trabajo o en tus películas tratas temas de cosas que nos pasan a las mujeres, se considera que son temáticas de nicho, cosas menores”, añade Hojman. En el vicio de la crítica que etiqueta el cine de las directoras como un todo la cineasta ve “un reflejo de lo que decía Virginia Woolf sobre las novelas escritas por mujeres, que los críticos varones calificaban el punto de vista de ‘débil, o trivial, o sentimental’, solo porque es diferente al suyo. No hemos cambiado nada, se agrupa todo y se clasifica como menor, cursi, tonto… algo que simplemente, no entiendes. Es más fácil despreciarlo porque no me habla desde el mismo lugar de siempre”. Eso, quienes han visto las películas, “luego está la oleada incel, pero eso es otro tema”.
Curiosamente este cine hecho por mujeres abre el abanico temático en todos los sentidos, no solo en los análisis sobre la maternidad o la familia de las películas de Simón o Ruiz de Azúa o la sexualidad de Creatura, de Martín Gimeno. También en Sis dies corrents, de Neus Ballús; Libertad, de Clara Roquet, o Chavalas, de Carol Rodríguez Colás, se habla de diferencias de clase (en la primera además con protagonistas masculinos), y siempre acaban quedando fuera las comedias comerciales con directoras, del tipo Como Dios manda, de Paz Jiménez, que protagoniza el cómico Leo Harlem, o Mari(dos), de Lucía Alemany, entre las más taquilleras del año pasado.
Concluye Cristina Andreu, de CIMA:“No es solo que trabajemos, sino que nuestro punto de vista esté en el audiovisual, y no solo en productos de autor, también a nivel comercial”.