“Cuando estás en la rueda de la reproducción asistida piensas que puedes intentarlo un poco más”
En ‘Diario de una bordadora’, Loly Ghirardi cuenta cómo el bordado se convirtió en una tabla de salvación en ese oscuro océano que es para muchas mujeres el proceso de búsqueda de su maternidad.
Srta Lylo. / Foto: Hamza Djenat
Con 28 años, Loly Ghirardi tuvo una pérdida a las ocho semanas de gestación. A los 45, supo definitivamente que no sería madre. Por el camino, desde aquella primera pérdida hasta la decisión de poner punto y final a la búsqueda, atravesó un largo y difícil proceso de reproducción asistida que incluyó varios tratamientos de ovodonación y fecundación in vitro. Pasó por más pérdidas. Fue a terapia. Y, cómo no, su obsesión por no lograr tener un hijo empezó a crecer tanto como su malestar y su ansiedad. A los 35 encontró alivio: fue gracias a una clase de bordado. Lo que no sabía en aquel momento esta argentina de voz luminosa es que en aquella sala llena de hilos no solo encontraría una tabla de salvación en un océano de incertidumbre, sino también un nuevo camino profesional. Ghirardi, también conocida como Srta. Lylo, es bordadora, pero antes fue diseñadora gráfica. Hoy combina estas dos facetas para crear los bordados que le dan de comer y le anclan al aquí y al ahora, algo que es revolucionario en un contexto que se alimenta de la velocidad y de la multitarea. “El bordado te reconcilia con el tiempo que lleva hacer algo por ti misma”, dice. En Diario de una bordadora (Lumen), ha contado la historia de esta reconciliación, con el tiempo y con su no maternidad.
En 2007 te quedas embarazada, pero pierdes a tu bebé al poco tiempo. Cuentas el momento en el que la enfermera te da la noticia, con el mismo tono, dices, que usaría para anunciar una gripe o una fractura. ¿Qué hubieras necesitado en aquel momento?
Creo que en aquella situación intervinieron muchos factores. Entiendo que eran las urgencias de un hospital, que es un escenario complejo, y que, además, los sanitarios están saturados, pero también es cierto que hay poco sostén emocional en estas pérdidas de embarazo, sobre todo si son tempranas. Jamás se me ofreció en aquel momento hablar con alguien, ni ningún apoyo de tipo emocional. Sentí que fue un trato como muy impersonal para algo que yo sentía tan trascendental.
Después de esta pérdida, hubo más, pero no lo contabas en tu entorno. ¿Qué hay en esos silencios?
En aquel momento pensaba mucho en la expectativa del resto de personas, que sabían que estaba en proceso de búsqueda de embarazo y que este no llegaba. Tenía miedo de que me trataran con lástima, con pena. También es cierto que pienso que no siempre sabemos reaccionar ante el dolor de los demás y cuando yo intentaba hablar de las pérdidas, a menudo recibía respuestas bienintencionadas que me hacían daño. Expresiones como “tienes que estar positiva” o “tienes que relajarte”, en cierto modo las sentía como una culpabilización, así que prefería no hablar del tema.
“Me costaba asumir que me estaba yendo bien con el bordado porque sentía que entonces nunca llegaría a ser madre”
La maternidad se convirtió en una obsesión y esto te angustiaba. Te apuntaste a un taller de bordado para canalizar esa ansiedad y esto te cambió la vida. Dicen que con un bebé nace una madre y tú, en cierto modo, también naciste.
Totalmente. Y me pasaba una cosa curiosa: me costaba asumir que me estaba yendo bien con el bordado porque sentía que entonces nunca llegaría a ser madre. Como que el destino me estaba dando esto y, si lo aceptaba, no se cumpliría lo otro. Muchas amigas madres me han dicho que si hubiera tenido hijos no hubiera tenido tiempo para el bordado; no al menos a este nivel, con la cantidad de proyectos y viajes que conlleva. Cuando pongo el punto y final y acepto después de muchos años que esta es mi realidad, que no voy a ser madre, y que también está bien, es cuando consigo abrazar este nuevo proyecto de vida. Diario de una bordadora es, en cierto modo, un hijo; un hijo que ha llegado de esta forma.
“Si hubiese tenido que poner en palabras aquellos años, entre 2007 y 2015, habría dicho sin duda soledad y llorar, pero también bordar”. Hay mujeres que dicen que la literatura las ha salvado. ¿A ti te ha salvado el bordado?
Por supuesto, sí, a mí me ha salvado el bordado. En aquel momento no encontraba una literatura en la que verme reflejada y sentirme acompañada. Ahora hay más, pero entonces no había historias que mostraran un final en el que finalmente no se consigue cumplir el deseo de ser madre. El único en el que me sentí nombrada fue Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión, de Paula Bonet. Por eso cuando se me propuso contar mi historia en un libro, aunque en principio me resistía porque sentía que era algo muy personal, pensé que tenía que hacerlo para contribuir a llenar ese vacío de experiencias como la mía. Y creo que está bien nombrarlo, hacerlo visible, y dar un espacio para encontrarnos, y así me lo dicen muchas mujeres que me escriben o que se acercan a las presentaciones y me lo agradecen. Creo que es esto de lo que se trata, de sentirnos nombradas y visibles.
¿Qué has aprendido bordando?
A mí el bordado me ha enseñado a estar presente, a concentrarme en el aquí y ahora. Me ha ofrecido un espacio en el que la cabeza para y deja de boicotearme. Cuando bordas estás centrada en lo que estás haciendo, no existe el modo multitarea. Me ha ayudado también a ser paciente, y a entender que a veces las cosas no salen como pensábamos, por ejemplo, cuando bordas una flor y no es como esperabas. Además, el bordado me ha dado otro camino profesional y una forma de vida. Yo tenía mi estudio de diseño gráfico, pero a los 40 años comencé a construir un nuevo proyecto alrededor del bordado.
“El bordado te reconcilia con el tiempo que lleva hacer algo por ti misma”
Diría que es revolucionario dejar de ser multitarea…
¡Totalmente! (risas). Diría que volver a lo manual es transgresor, incluso. El bordado te reconcilia con el tiempo que lleva hacer algo por ti misma. Los bordados grandes exigen horas y horas, te pones en modo cámara lenta mientras la vorágine y el tiempo rápido siguen ahí fuera.
Imagino que desnudarse en el libro no ha sido fácil. ¿Cómo lo has afrontado?
Hubo momentos en los que pensaba dónde me había metido y no dejaba de preguntarme a quién le iba a importar una historia tan personal. A medida que escribía el libro, sentía que estaba curando poco a poco, capa a capa, mis heridas, y que iba superando esos miedos iniciales. Escribir el libro también fue al mismo tiempo un trabajo de arqueología de todo lo que habían sido esos años intentando ser madre. Volví a un montón de documentos, de informes, de facturas –¡gasté muchísimo dinero intentándolo!– y de fotografías. Me gustaba mirar las fotos y pensar en quién era yo en aquel momento, cómo me sentía. En ese momento sentí mucha compasión por mí misma, pero también admiración por lo mucho que lo intenté. Cuando estás metida en la rueda de la reproducción asistida siempre piensas que puedes intentarlo un poco más.
¿Hemos normalizado los tratamientos de reproducción asistida sin pensar mucho en lo que suponen?
Sí, creo que muchas veces se cuestiona poco lo que suponen. Yo llegué incluso a recurrir a la ovodonación, algo que hoy tengo claro que nunca haría. Mi evolución como feminista me ha llevado a ver la ovodonación de una forma muy distinta. En aquel momento yo no pensaba en la mujer que había pasado un tratamiento hormonal, ni en qué situación estaba esa mujer para hacer algo así. Hoy tengo claro que no participaría en esa explotación del cuerpo de la mujer.
Es difícil reconocer esto.
Uf, fue un tema al que me costó mucho ponerle palabras. He cumplido 48 años y tengo una perspectiva distinta a la de aquella mujer que tenía 35. He conocido en este tiempo a mujeres que han donado óvulos, y conocer la otra cara de la moneda me ha puesto de frente a una realidad que quizás antes no podías ver. ¿Cuánto paga la mujer que se somete a un tratamiento de fertilidad? ¿Cuánto reciben las donantes? ¿Qué negocio hay entre ambas?
¿Cómo fue ese momento en el que aceptaste que no ibas a ser madre?
Fue muy difícil tomar la decisión. Yo sabía que para mi pareja ya era suficiente, pero yo quería continuar intentándolo. Un día, en pleno confinamiento por la pandemia, recibí un correo electrónico con el aviso de la renovación de la crioconservación de embriones. En ese momento pensé: ¿seguimos pagando esto o ponemos fin? Pensé que primero debía analizar muy bien qué quería hacer yo antes de meter en la decisión a mi pareja. Tenía 44 años y empecé a pensar en todos los condicionantes de esto, como, por ejemplo, que si me quedaba embarazada sería un embarazo de riesgo. Llamé a la doctora que llevaba mi caso para saber cuáles serían los pasos a seguir. Me habló de tener que pincharme heparina, de acudir a las consultas sola (por las medidas de protección COVID), de tener que hacerlo durante ese año (por la edad que tenía)… De repente vi una señal para parar. Me costó mucho, pero después de hacer un balance de lo que implicaba dar este paso de nuevo a nivel económico y de salud, pensé que ya había sido suficiente.
¿Qué le dirías a otras mujeres que puedan estar atravesando dificultades similares para llegar a la maternidad y estén buscando formas de expresión y sanación?
Yo nunca había bordado, pero desde pequeña tenía mucha habilidad con las manos. Me gustaba mucho hacer cosas manualmente. Y resulta que he acabado encontrando que ese era mi camino. Puede que una experiencia así te ayude a reinventarte, o puede que no. Y todo está bien. Creo que la cuestión es encontrar una vía de escape que te haga sentir bien contigo misma.