Como la Semana Santa, hay relaciones que aguantan a base de mitificar escenas. Mientras aquello dura todo es devoción, hasta que se acaba y resucitas. Solo entonces te das cuenta de que, por mucho que te empeñes en llamarlo Pasión, ahí solo había sufrimiento. Y, de un día para otro, dejas de adorar una idea.
Hace unas semanas me rompieron el corazón, no me ha dado tiempo a lavar las sábanas y ya estoy en Tinder, Bumble y Hinge. En 2024, fingir que no hay duelo is the new duelo (la procesión, ya se sabe, se lleva por dentro). Pero el verdadero calvario empieza ahora.
En 2024, fingir que no hay duelo is the new duelo; la procesión va por dentro
No hay mayor vía crucis que entrar en Tinder después de una ruptura (la que esté libre de pecado que tire la primera piedra). Al principio lo haces pa’ matar la tusa, porque estabas enamorada y ella no, y porque llevas días durmiendo menos que Jesusito en Getsemaní y llorando más que las hermandades de Sevilla después de ver la predicción de la AEMET. Hermana, como sigas en ese plan verás que no hace falta ser virgen para acabar con la facha de La Dolorosa; es justo y necesario distraerse un poco haciendo match con unas cuantas estampitas paganas.
A Tinder se entra igual que a misa: con la esperanza de que haya algo más allá. La diferencia es que la peña deja de ir a misa pero sigue siendo creyente, mientras que en Tinder una acaba volviéndose atea, pero practicante.
Por alguna razón divina, estás dispuesta a postrarte ante cualquier pintamonas que te prometa la salvación. Pero el milagro no aparece. Pediste el Éxtasis de Santa Teresa y lo que te llega es una procesión de torsos desnudos y posturas hieráticas. Para cuando descubres la Gran mentira, es demasiado tarde: estás enganchada, ya no por fe, sino por si acaso. Puede que los caminos del Señor sean inescrutables, pero los de Tinder consisten en rentabilizar la angustia existencial explotando bajas pasiones (algo que llevan años haciendo la Iglesia, Esperanza Gracia e Idealista).
Pediste el Éxtasis de Santa Teresa y lo que te llega es una procesión de torsos desnudos y posturas hieráticas
Después de una semana de penitencia, te das cuenta de que como no salgas de la cama tu edredón va a terminar convertido en el Santo Sudario. Ha llegado Jueves Santo, es hora de rendir culto a alguno de esos matches y decides quedar. La última cena del siglo XXI es la última cita en un bar de Malasaña. La diferencia es que en Judea la probabilidad de fracaso era de una entre 12, y ahora es de una entre una. Al día siguiente despiertas y no sabes si hacerle la cruz a tu cita o crucificarte tú. Es la profecía autocumplida del Viernes Santo: elegiste enrollarte con Judas, y lo sabes.
Sábado es el día del silencio, la reencarnación del ghosting, y te pasas la mitad de la mañana envuelta en la sábana santa mientras miras fotos de tu ex, y la otra mitad buscando en Google otras formas de flagelarte.
El domingo te miras al espejo, y entre el chándal de estar por casa y la marcha de tambores y cornetas que se cuela por la ventana decides que más te vale resucitar si no quieres terminar pareciéndote a C. Tangana en un Tiny Desk. Entonces, abres Tinder y vuelta a empezar. Así es la Pasión de Tinder, seis días de calvario y uno de resurrección, la cofradía del santo fracaso compuesta por todas tus citas camino del altar.