Sofia Coppola sabe cómo acaba de verdad el cuento
La directora de cine ha mostrado en la gran pantalla biografías que han sido soterradas bajo las carreras de sus parejas. Nos abre la puerta que hay detrás del éxito: aparta a ese supuesto gran hombre y enfoca a esa mujer.
Fotograma de la película ‘Priscilla’.
Recuerdo la primera vez que vi una película de Sofia Coppola. Era su primer trabajo, Las vírgenes suicidas. Yo tenía 17 años, la misma edad que Kristen Dunst, una de las protagonistas y la más popular de las actrices que interpretaban a las hermanas Lisbon. Salí del cine atónita por tanta belleza, misterio y dolor que emanaba esa historia. Ahí conocí a Sofia Coppola y, aunque yo no lo sabía, ahí comenzó mi auténtica relación con el cine.
Esa unión quedó confirmada cuatro años después, cuando se estrenó Lost in translation. A partir de ahí fue Sofia Coppola a secas, y no la hija de Francis Ford Coppola. Ella ya tenía su sello de identidad propio en el séptimo arte. Y, a diferencia de la filmografía de su padre, ella mostraba a mujeres. Lejos de la violencia, oscuridad y ajustes de cuentas, mayoritariamente protagonizados por hombres, Sofia Coppola se encarga de relatos más introspectivos, llenos de calma y colores pastel. Unos tonos que son reconocibles en todas sus películas y en todo su legado. De color rosa claro es la portada de Sofia Coppola Archive, un compendio de archivos acumulados de todas sus películas. El libro es un collage hecho con detalles de rodajes, notas y fotos nunca vistas, material extraído de la propia Coppola. En su introducción, la periodista Lynn Hirschberg da la mejor tesis y más concisa de su filmografía: “Examina cómo las niñas se convierten en mujeres (o no) y cómo esas transiciones pueden ser emocionantes o traumatizantes”. No hay mejor resumen para 25 años de carrera.
Coppola ha basado su obra en el mundo privado de las chicas. Ha mostrado en su carrera diversos tipos de refugios femeninos, universos burbuja de distinto calibre. En Las vírgenes suicidas, plasmaba la adolescencia desde el dolor y los recuerdos. Y con contundencia, que le venía de familia; la frase “Obviamente, doctor, usted nunca ha sido una niña de 13 años” es tan potente o más que “Le haré una oferta que no podrá rechazar”. Película tras película, Coppola ha acercado universos antagónicos con precisión y cuidado. No importa que enseñe una escuela femenina en plena guerra civil norteamericana (La seducción) o las andanzas de unos adolescentes obsesionados con el éxito y las redes sociales (The bling ring). Todos han tenido su alta dosis de afecto. Coppola fue la primera en dignificar la adolescencia. En el último tramo de los 90 y los primeros 2000, las películas dirigidas a los jóvenes desbordaban chistes hechos por y para ellos. Las chicas eran retratadas con clichés y unas pocas secuencias de metraje. Casi toda la acción recaía en sus compañeros de instituto.
Hirschberg añade que “la sutileza y la atención al detalle de Coppola son clave para la naturaleza y realización de sus proyectos, y que, además, una y otra vez, ha desafiado (elegantemente) el mundo de las películas, en gran parte masculino, con una especie de intimidad de ensueño”. Así es. Si algo le ha interesado en su carrera es mostrar a las mujeres que se sitúan en la cara B del éxito.
El cine en general -y el de su padre, más- está sobrecargado de discursos masculinos. Artistas, políticos, narcotraficantes, da igual. Sus tramas avanzan mientras que a las mujeres se las ha invisibilizado, sean cual sean sus inquietudes personales y laborales. Ellas se han mantenido en un backstage continuo. Sofia Coppola se ha empeñado en poner la cámara en ese lugar, dando un nuevo significado a la manida frase que nos hemos hartado de escuchar: “Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”. Gracias a ella, ahora decimos que “detrás de un supuesto gran hombre, hay una gran mujer con una historia estimulante que contar”. Y esa por ejemplo es Priscilla, la última que ha llegado a los cines.
Detrás de un supuesto gran hombre, hay una gran mujer con una historia estimulante que contar
Coppola ha regresado este 2024 con un biopic sobre Priscilla Ann Beaulie Wagner. Esta mujer conoció a los 14 años a su ídolo y, para su sorpresa, este se quedó prendado de ella. Así se cumplía la aspiración más inalcanzable para cualquier adolescente: su mito, su icono, quiere ser su pareja. Pero ese sueño tiene una parte de pesadilla de la que es bastante difícil salir. Y más cuando el ídolo se llama Elvis Presley. Coppola recoge el periodo de tiempo que Priscilla Presley pasó junto al Rey del rock. Con su habitual abanico de tonos pastel dibuja cómo fue la relación de una de las parejas más icónicas del Siglo XX. La directora hace uso de los espacios -cerrados, una vez más- para componer bellísimas puestas en escena que reflejan lo que es la soledad, el hastío y, sobre todo, el abuso de poder del artista sobre Priscilla, a la que saca diez años. La cromática saturada y brillante que siempre se achaca a la estrella de la música tornan aquí a colores mate, empolvados, casi grisáceos, la gama que mejor representa su estancia en Graceland. Esa vida no era tan rosa como prometía el discurso vendido a los medios.
Los cuentos -habitualmente- tienen como desenlace a la princesa feliz con su príncipe, en un castillo de ensueño. Pero Coppola sabe que la vida posterior no es fácil. Tras las perdices hay mucha incomprensión, soledad y falta de cariño. Esa árida sensación se palpa también en Lost in translation, la película que la encumbró como cineasta. Ahí nos presentaba a Charlotte, una joven recién casada con un fotógrafo al cual ha acompañado a Tokio debido a su trabajo. Mientras él entra y sale del Hyatt Park, ella franquea las horas como puede. En esos paseos por el fastuoso hotel conocerá a Bob, un actor en horas bajas con el que tendrá vivencias únicas.
El personaje que interpretó Scarlett Johansson va en paralelo con la protagonista de su siguiente largo, aunque no comparten ni continente ni siglo. María Antonieta fue una moneda de cambio para fraguar las relaciones entre austriacos y franceses. Mientras su joven esposo se prepara para ser rey, esa chiquilla desprotegida ha de sobrevivir en la pomposa e hipócrita corte versallesca. Ambas jóvenes cuentan con toda clase de comodidades. El cinco estrellas y Versalles son expendedores de chucherías. Disfrutarán y se encontrarán a sí mismas bien en un karaoke, bien en fiestas de disfraces.
Para sus maridos, el día a día de ellas son sus tiempos muertos. Así lo hemos asumido. Coppola nos demuestra que esos lapsos están vivos. Nos abre la puerta que hay detrás del éxito: aparta a ese supuesto gran hombre y enfoca a esa mujer, a la que sitúa delante. Muestra en la gran pantalla las biografías que han sido soterradas bajo las carreras de sus parejas. Ellas han tejido una identidad, han hilvanado una personalidad que finalmente ha echado a volar. Y, princesas o plebeyas, son mujeres con una gran historia que contar.
Sofia cuida y reverencia a los personajes femeninos, algo que el cine no ha acostumbrado a lo largo de sus más de cien años de historia. Ella fue una pionera en eso de reivindicar el espacio para las chicas. Chicas, sí, como suena, quitando el tono peyorativo que había acompañado siempre a esa palabra. Podrás olvidar cómo se llamaba la pareja con la que fuiste a ver su primera película, pero la marca que te deja Sofia Coppola es imborrable.