“Para la mayoría de víctimas de violencia machista la recuperación es un lujo”

“Para la mayoría de víctimas de violencia machista la recuperación es un lujo”

Jenn Díaz publica 'Violencia en tres actos', un paso más en su análisis sobre las víctimas y los victimarios, que deconstruye los perfiles robot asimilados por la sociedad.

Jenn Díaz.

15/05/2024

Jenn Díaz es escritora, política y víctima de violencia machista. En febrero de 2019, cuando era diputada (ERC), lo anunció ante los micrófonos y las cámaras del Parlament de Catalunya, concretando que había sufrido “violencia física y psicológica”. Un gesto que formaba parte de su proceso de sanación y reparación que hoy sigue caminando 18 años después de haber tenido que esconder un ojo hinchado. Con la publicación de su último libro Violencia en tres actos, da un paso más en la misma dirección, entregando un mensaje a todas las víctimas de violencia machista: “Yo te entiendo”. Un libro que, en pocas páginas, deconstruye los perfiles robot de víctima y de agresor que la sociedad tiene estereotipados; que relata algunos de los hechos violentos de su experiencia y los dota de contexto, los politiza, trabaja para vaciarlos de culpa personal y llenarlos de la responsabilidad colectiva que en realidad cargan.

En las próximas líneas hablamos de etiquetas que sirven o no para sanar, de servicios sociales paternalistas, justicias feministas, de la reparación como un lujo y de violencias más sigilosas, como el silencio. Al final de la entrevista hace una confesión: después de politizar el malestar, sanar la herida y trabajar para minimizar las violencias que vivimos todas, ¿podría volver a pasarle? Por si no fuera lo suficientemente evidente, esta es una conversación entre dos supervivientes de violencia machista.

Has escrito un libro sobre violencia machista porque eres víctima de violencia machista. ¿Hasta qué punto “víctima de violencia machista” es una etiqueta o categoría que te define a ti o que puede definir a una mujer? ¿Qué tenemos normalmente asociado a esta categoría?

Jenn Díaz: Reivindico mucho la palabra víctima porque me parece que es una palabra que, asociada a otras situaciones o conflictos como pueden ser una crisis humanitaria o terrorismo, otorga una serie de derechos, acerca a una autoidentificación y a poder realizar un proceso de recuperación propio y comunitario. En cambio, a las víctimas de violencia machista lo que nos otorga es una montaña de prejuicios, vergüenza, estigma y tabúes que son de digestión lenta y dura para las víctimas. Entonces, si tú con la palabra víctima debes asumir una serie de errores propios, evidentemente nadie quiere ser víctima. Si esta etiqueta vas a vivirla automáticamente desde la vergüenza y como una especie de secreto que tienes respecto a los demás, pues no la quieres. Yo la reinvindico porque creo que debemos poder hablar de nuestra victimización desde un sitio de fortaleza, de ternura, de vida. Esto nos ha pasado, no nos define, no es nuestra identidad, pero sí que es una parte importante de nuestro desarrollo como persona.

Por lo tanto, la situación de violencia machista física y psicológica de la que explicas bastantes detalles en tu libro te ha hecho ser la que eres hoy.

J.D.: Si, claro. No solo me defino como víctima, no solo me he convertido en una superviviente. La persona que soy hoy probablemente se habría dejado muchas cosas por el camino si no hubiera vivido todo esto. Y ojalá no tuviera ciertos aprendizajes, no los necesito. No soy de las que piensa que está bien tropezar porque del dolor aprendes, Pablo Coelho no está en mi lista de referentes, pero es cierto que una vez te ha pasado y consigues darle la vuelta, una vez han pasado un montón de años y he podido hacer un trabajo de politizar mi vivencia personal, leer, escribir sobre el tema, hablarlo con las amigas, todo esto me ha conducido a un sitio del que estoy bastante orgullosa. He querido hacer un acercamiento a la palabra víctima y después a la palabra superviviente para no huir de ellas, y porque pienso que tengo una serie de derechos por haber sufrido esta violencia, porque la sufrí yo, la sufren muchas mujeres y porque se sostiene por todo el resto de la sociedad. En este sentido pienso: “¿Por qué yo debo pasar más vergüenza que una persona que está sosteniendo esa violencia que ha tenido un impacto en mi vida?”.

“Tenemos un retrato robot de cómo debe ser una víctima, en el momento en que tu experiencia no encaja cuesta mucho más conectar”

Cuando nos sentimos agredidas físicamente por la persona que pensábamos que más nos amaba, nos rompemos, la mayoría de las veces es un hecho traumático. ¿Qué debe pasar para conseguir escribir un libro sobre una experiencia tan dolorosa? ¿Cuándo empezamos a sanar?

J.D.: Para mí fue fundamental dejar de pensar que esto tenía que ver conmigo. En mi caso, hay que tener en cuenta que yo tenía 18 años y él 28, por lo tanto hay toda una serie de elementos que se ponían sobre la mesa: que quizás yo me confundí, que era demasiado joven, que no tenía experiencia, etcétera. Además, siempre he sido una tía con fuertes convicciones, entonces en mi entorno más inmediato no entendían cómo de golpe esto me había pasado por encima. En el momento en que dejo de focalizar en qué cosas he fallado y porqué “he permitido” esta violencia y empiezo a mirar qué ha permitido que esta persona me agrediera a mí y no se me activaran una serie de alertas, en ese momento empiezo a caminar hacia delante. Hasta entonces hacía también un camino, pero era disperso.

“¿Cómo te ha podido pasar esto a ti?”. Esto nos lo encontramos demasiado a menudo, sobre todo las que estamos en espacios feministas, de militancia, que tenemos privilegios de clase, de raza, que además tenemos atribuidas características de fortaleza o valentía. ¿Qué les decimos a quienes reaccionan así? ¿Cómo desmontamos el perfil de víctima que la sociedad ha montado y hacemos entender que la violencia machista lo atraviesa todo? ¿Debemos hacerlo nosotras?

J.D.: Cuando escribí el libro tenía una obsesión, enviar el mensaje de “yo te entiendo, vengas de donde vengas, tengas la información que tengas, sea cual sea tu perfil y el perfil de tu agresor, que sepas que te entiendo”. Porque, muchas veces, parece que para ser víctima necesites una serie de ingredientes y que cuando estos ingredientes se dan estás más predispuesta, pero que si no los tienes será muy difícil que a ti te ocurra. Pues no. Tenemos un retrato robot de cómo debe ser una víctima, en el momento en que tu experiencia no encaja cuesta mucho más conectar y, por tanto, yo pensaba que las dos agresiones físicas que viví eran hechos aislados. Debemos dejar de decir quién está más predispuesta a sufrir esta violencia, todas lo estamos. No tiene que ver con tu persona, tiene que ver con todo el contexto. Y cierto, no solo somos víctimas, sino que también tenemos que ser las que hacemos pedagogía, las que debemos tener las herramientas para explicar a nuestro entorno cómo acompañar sin juzgar. Si nos juzgan no podemos dejar que nos afecte demasiado y tenemos que poder sobreponernos no solo a esa violencia sino a la mirada compasiva y la mirada de juicio de la sociedad y su entorno. Esto agota mucho. Porque tu proceso de recuperación no es centrarte única y exclusivamente en analizar la situación y buscar respuestas que te ayuden a dar pasos adelante, sino que encima tienes que cargar con todo el trabajo que no ha hecho la sociedad.

La sociedad tiene también un retrato robot de los agresores.

J.D.: Si, en la mayoría de los casos el agresor no es una persona con un aura de maldad, de él también dicen “no lo parecía”. Que sean agresores, violadores o pederastas, no lo dirías nunca, porque en otros ámbitos de su vida pueden ser tíos excelentes. Entonces, entre que nosotras no encajamos y que ellos no son seres malvados, hay un cóctel que hace que generemos incomprensión, y una de las primeras soluciones que podemos encontrar desde fuera es “pues quizás ella exagera” o “quizás la relación es tensa, es intensa”. Porque dormimos más tranquilas pensando que los agresores no son nuestros amigos, nuestros hermanos o nuestros compañeros de trabajo. Uno de los mejores talleres de lectura que he hecho fue en el módulo 4 de la cárcel de Lledoners, donde hay asesinos, feminicidas, abusadores de niños y violadores. ¿Y sabes qué pensé? “Ostia, parece mentira”.

 ¿Crees que todas las mujeres que viven situaciones de violencia machista tienen acceso a herramientas para buscar acompañamiento, acceso a formación, garantías de reparación?

J.D.: No. Hemos logrado que, para la mayoría de víctimas de violencia machista, la recuperación y reparación sean un lujo. Porque la reparación individual, comunitaria, institucional y judicial solo te la puedes permitir si pones dinero sobre la mesa o si tienes cierto entorno social. Cuando estás luchando cada día de tu vida por llegar a fin de mes, por garantizar comidas en casa, y por cuidar de los demás, evidentemente la reparación es un privilegio que ni te planteas. Lo que harás es, en el mejor de los casos, acabar con esa relación e intentar sobrevivir en medio de toda esta guerra cotidiana que estás viviendo. Es una pirámide de necesidades básicas. Hemos generado víctimas de primera y víctimas de segunda. En condiciones de pobreza extrema, de precarización, a menudo no tienes una red informal y la parte institucional también tiene trabas y obstáculos.

Los espacios de recuperación y acompañamiento que ofrecen servicios sociales, por ejemplo, responden a menudo a una lógica muy paternalista. Tenemos suficientes espacios de acompañamiento y reparación propios y accesibles?

J.D.: Esto también tiene que ver con la importancia que quieres darle a ciertas cuestiones y a la precarización de las entidades que ofrecen estos servicios. La ley catalana para erradicar las violencias machistas buscaba fortalecer la red pública que ofrece estos servicios porque, finalmente, como pasa con otros recursos públicos, en el momento en que llegas a este servicio y dices “no tengo claro que me sirva”. Miras el bolsillo y, si puedes, te vas a buscar otra opción. Muchas veces la víctima lo que necesita es una escucha activa y eso muchas veces te lo ofrecen las amigas.

Lo que estamos generando es que algunas víctimas solo se puedan permitir ir a estos servicios públicos que tienen una mirada paternalista, que tienen una mirada y una lectura muy pobre sobre por qué nos ha pasado lo que nos ha pasado. Cuesta mucho articular esto porque históricamente ha sido algo que debía resolver cada una en su casa y por tanto parece que sea una osadía empezar a explicar esto a diestro y siniestro, pareces una desvergonzada por decidir politizar lo vivido y utilizar los altavoces que puedas.

“No me han vuelto a agredir físicamente, pero no siempre he sabido poner los límites a tiempo ante violencias más normalizadas”

Después de todo el camino recorrido y todo el aprendizaje, ¿crees que hoy podría volver a pasarte?

J.D.: Sí, segurísimo. Evidentemente ahora tengo muchas herramientas, muchas alertas que se activan donde antes no se activaban, me sé los recursos. Pero, de todos modos, después de aquella relación he tenido muchas más y salvo solo dos o tres. No me han vuelto a agredir físicamente, pero no siempre he sabido poner los límites a tiempo ante violencias más normalizadas. No me he respetado todos los límites.

Dentro de estas violencias normalizadas en el libro hablas del silencio como arma. El silencio puede llegar a doler mucho.

J.D.: He tenido una relación en la que los silencios eran un arma, consciente o inconsciente, y que además lo hacía desde una posición de aliada, de amor libre, de “necesito mi espacio”, y como lo hacía desde ese sitio me era muy difícil combatirlo. Porque no es un malo malísimo, es un tío concienciado, informado, sensibilizado. Y eso a mí me generaba mucha contradicción, porque yo sentía que exigir ciertas cosas que me parecían de sentido común, de respeto al otro, y de mínimos, de repente se me rebatían desde una posición de militante de la libertad. En esa relación me costó mucho poner límites e identificar si lo que me estaba pasando era paranoia mía, inseguridad, hipervigilancia, o realmente aquella persona estaba traspasando unos límites que a mí me parecían intolerables. Spoiler: los estaba traspasando. Y hasta que no reanudé la posición de poder y puse unos límites para respetarme a mí misma que él no aceptó, no terminó la relación.

Y no siempre logramos conectar con ese poder: cuando no estamos bien es muy difícil poner límites, también porque no queremos o nos cuesta estar solas.

J.D.: A mí me pasó en esa relación, pensaba “sé que si planteo esta conversación, esta relación se acabará, y yo no quiero que se acabe, ergo no puedo plantear esta conversación”. Esto nos pasa, es un círculo y podemos detectarlo pero no siempre podemos enfrentarnos a él. Ahora te hablo desde una relación en la que puedo mostrarme vulnerable, con una comunicación fluida, en la que puedo exponerme emocionalmente sin que me suponga una situación de riesgo. Ahora sí. Pero no puedo decirte que no volvería a pasarme, no.

Estamos hablando todo el rato desde la heterosexualidad: ¿será que es esa la trampa?

J.D.: Ese un temazo. Sí. Los odiamos y nos flipan a la vez. Hacer compatible que uno de los focos de violencia en tu vida lo generan las personas con las que tú quieres tener relaciones sexoafectivas es extremadamente complejo.

 

Si crees que estás sufriendo violencia machista, puedes llamar al 016. Un servicio gratuito, en funcionamiento las 24 horas del día, y en el que serás atendida por profesionales especializadas en esta materia. Este servicio garantiza la confidencialidad de los datos de las personas usuarias y atiende en 53 idiomas. También puedes comunicarte por WhatsApp en el 600 000 016 y por correo electrónico escribiendo a: 016-online@igualdad.gob.es
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