“A las mujeres y a las disidencias no nos sirven los relatos heroicos”

“A las mujeres y a las disidencias no nos sirven los relatos heroicos”

Hablamos con la escritora ecuatoriana Yuliana Ortiz Ruano sobre resistencias afro, geografías afectivas, memoria oral de las resistencias y la larga estela de la dolarización.

Yuliana Ortiz Ruano en su visita a Bilbao. / Hodei Torres, ARGIA

A veces el mérito de las entrevistas corresponde enteramente a la persona entrevistada. La escritora e investigadora Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, Ecuador, 1992), tirando de un pequeño hilo, despliega su inteligencia ante ti como un regalo. Ha venido a Bilbao a presentar su novela Fiebre de carnaval de la mano de la asociación Ecuador Etxea.

Se licenció en Literatura, con mención en artes y escritura, y hoy en día trabaja como investigadora en la Universidad de las Artes de Guayaquil. Ha publicado tres poemarios y ganado diversos premios. En 2022 publicó la novela Fiebre de carnaval, que ha obtenido gran reconocimiento tanto en Ecuador como internacionalmente. Actualmente está trabajando en su segunda novela.

Eres de Esmeraldas, y ese territorio tiene mucha importancia en tu literatura. ¿Me puedes hablar de él?

Esmeraldas es uno de los primeros territorios libres de América. Fue poblado por personas afrodescendientes que escaparon de la esclavización a través de un naufragio. Y básicamente es como un accidente, porque no tenía que suceder que estas personas se quedasen ahí, pero gracias a eso hubo tres siglos de resistencia y no hubo esclavización en esa zona. Mientras en otros espacios había hacendazgo, en esa zona se dio el cimarronaje, una cooperación entre afrodescendientes e indígenas.

¿Y después?

En Esmeraldas siempre ha habido una esclavización tardía; no empezó con la primera colonia, ya que fue una zona de resistencia, sino que sucedió más bien en la República. A partir de la cesión o de ese apoderamiento que hace la República del Ecuador de la zona de Esmeraldas empieza la problemática de cesión de derechos, la esclavización, explotación de recursos naturales. Esmeraldas se caracteriza por tener varias revueltas; es un territorio muy comunalista y comunista también, donde la gente siempre ha tenido que luchar por todo: por el agua, por la educación, etcétera. No es el territorio más afrodescendiente del Ecuador, pero sí es el territorio donde las personas afrodescendientes ocupan espacio público. Hay profesoras afrodescendientes, directoras de escuelas. No hay una división colonial tan marcada del trabajo como la hay en la capital o en Guayaquil; generalmente, esas ciudades ves a personas afrodescendientes atendiendo o limpiando, y no ejerciendo derechos y de ocupando espacios de poder.

“Esmeraldas es un territorio de disputa y un territorio de liberación que está siempre amenazado por el Estado, pero también por el narcotráfico, que es parte del Estado”

¿Y cómo está la situación ahora?

Esmeraldas es un territorio de disputa y un territorio de liberación que está siempre amenazado por el Estado, pero también por el narcotráfico, que es parte del Estado, porque es el que ha generado un ambiente propicio, con sus políticas de libre acceso y circulación. Los helipuertos en los puertos fueron clausurados en la época del correísmo y, desde la pandemia, la derecha los abrió de nuevo. Ahora estamos viviendo una crisis superfuerte de desplazamiento forzado por el narcotráfico; estamos en guerra. En Esmeraldas tenemos también una petrolera que causa mucho daño, como los incendios. Está muy marcado el tema de la extracción de recursos humanos y naturales, a menudo de manera ilícita. El estado es el que cede los territorios a las multinacionales internacionales: tenemos un puerto que ya no es nuestro, que es de China, en el que se descarga basura.

Yuliana Ortiz Ruano. Hodei Torres / ARGIA CC BY-SA

La escritora está escribiendo su segunda novela en Granada./Hodei Torres. ARGIA

¿De dónde viene tu relación con la literatura?

Esmeraldas tiene un vínculo muy fuerte con la oralidad y la poesía. Yo no conozco a nadie en Esmeraldas que no escriba poesía, que no declame poemas, que no haga música. Hacer lo que hago tuvo que ver también con el vínculo que tenían mi madre y mis tías con la literatura; no solo oral, también con los libros. Ellas eran bibliotecarias, de bibliotecas creadas con grandes esfuerzos. Por ellas me fui haciendo muy cercana al libro como objeto.

Investigas archivos coloniales.

Mi investigación es para escribir ficción y poesía. Trabajo mucho de la mano de varias investigadoras que también lo hacen. Saidiya Hartman, por ejemplo, trabaja mucho la fabulación crítica a partir del archivo. Yo trabajo siempre con archivo colonial, pero la memoria oral también es muy importante para mí, porque el papel, lo que se guarda y lo que se archiva es el grafo o la letra del perpetrador. Las personas afrodescendientes en la época de la colonia eran objetos, eran posesiones y no hay una primera persona, o si es que la hay, en un juicio por ejemplo, es la letra del escribe. En la memoria oral es otra historia la que se teje.

Y también mediante la música. Las canciones están muy presentes en tu novela.

Yo creo que las crisis producen una sonoridad y unas estéticas, y eso está muy presente en la comunidad afrodescendiente, porque la forma en la que nosotras accedemos a la historia es a través de la música, antes de que se enseñe en las escuelas. A finales de los 90 hubo este proyecto de etnoeducación, para que la idea ya no fuera representar la comunidad afrodescendiente e indígena a través de la mirada blanco mestiza, sino que se produjeran textos desde las comunidades, con investigadores, profesores, afrodescendientes e indígenas, y que se pudiera aprender quichua también. Y eso cambió un poco las cosas en algunas zonas, porque en otras zonas, como en la capital y Guayaquil, se resistieron a recibir esta educación. En Esmeraldas, sobre todo, fue un proceso de autoeducación muy importante. Antes de eso, la música siempre ha sido un proceso de resistencia muy importante. Hay una política y una poética que le permite al pueblo aprender a entender su condición, a tomar conciencia de lo que está viviendo.

Otra constante en tu obra es el mar.

Me obsesionan mucho las contradicciones del mar. Es tan amplio, y a la vez tiene sus límites, que ponen los estados. Parece un espacio muy libre, pero a la vez está muy controlado y estratificado. El mar es otro territorio en el que se trabaja la economía de la zona de donde soy, porque soy isleña. La mayoría de las cosas que tenemos, lo malo y lo bueno (porque la droga también entra y sale por el mar) son parte de ese territorio. Se permiten cosas muy fuertes: en Esmeraldas hay mucha prostitución en alta mar.

Quería preguntarte por Fiebre de carnaval. ¿Cómo empezaste a escribir el libro?

Yo estaba investigando sobre la infancia, porque me interesa mucho. Si pensamos en la etimología de infante, es lo que no tiene voz; no porque no pueda hablar, sino porque no tiene poder en la polis. Y yo quería adentrarme un poco en la forma en la que un infante, un cuerpo sin agencia, puede tener potencia, porque la potencia se ejerce de una manera diferente que el poder. Empecé a encontrar la voz de Ainhoa y la quise sostener. Fue una cosa muy orgánica, muy sencilla, y también fue un compromiso con el placer y con el goce. Me parecía que la forma en la que estaba encontrando esta voz me liberaba de un montón de cosas y me hacían ver un territorio, una geografía afectiva, desde otra mirada. Yo tengo un bagaje cultural y político que Ainhoa no tiene, y era muy interesante reencontrarme con algunas cosas desde otra mirada, una mirada inocente, una mirada que se encuentra con las cosas por primera vez.

¿Te resultó fácil desarrollar el libro?

No fue fácil, pero fue liberador. Me costó tiempo, unos seis años, pero se me pasó rápido. Creo que lo más difícil era cómo mediar con esas cosas que yo quería colocar en el libro, pero que también me daban miedo, como el embarazo infantil o el abuso sexual. Para mí, las geografías también son problemas: no quería obviar las situaciones violentas que hay en una geografía y en un determinado grupo social.

“Quiero escribir una ficción antiadulta. Para mí la adultez es un fallo del sistema. A veces necesitamos que nos cuiden, que nos protejan”

Y lo consigues, pero manteniendo siempre la perspectiva de la niña.

Me gusta la idea de que la escritura sea una posibilidad de convocar otras voces. Mi vida es muy aburrida. Yo no puedo escribir solo de mí. Me parece un aburrimiento total. La vida adulta también es aburrida, hay mucha literatura adulta. Yo quiero escribir una ficción antiadulta. Para mí la adultez es también un fallo del sistema. A veces necesitamos que nos cuiden, que nos protejan. Yo no sé cómo funciona el mundo, pero el adulto tiene que performar todo el tiempo que sí sabe. Y para mí eso es una mentira. Las ficciones antiadultas me ayudan a recordar que nadie sabe cómo es el mundo, porque a lo que accedemos es un fragmento pequeño; hay muchas otras realidades, y si algo pasa y nos quitan de nuestra zona de confort, ya no somos adultos (ni siquiera humanos a veces). Entonces me gusta mucho pensar en las posibilidades del borde: qué pasa con la lengua en el borde de las cosas, del territorio, en la orilla, en la frontera.

La lectora está sumergida en ese fragmento del mundo en el que vive Ainhoa, y de repente aparecen los eventos macropolíticos: la crisis social y económica en Ecuador a principios de la década de los 2000. ¿Era una época que querías tratar específicamente?

Sí, total, porque la dolarización sigue siendo una herida abierta en Ecuador. La gente se empobreció mucho, perdieron todos sus ahorros. Había mucha gente que se había graduado de la universidad con mucho sacrificio, y luego tenía que venir acá o a Estados Unidos a limpiar pisos. También hubo gente que se enriqueció, claro. Es una economía concertada, y la mayoría de los problemas que tenemos se derivan de ello.

¿Me puedes explicar un poco más eso último?

Si piensas en los países dolarizados —Panamá, Costa Rica, Ecuador—, son paraísos fiscales básicamente, es idóneo para el lavado y el desvío de activos. Puedes hacer un montón de cosas que no están reguladas, porque es una economía regulada en Estados Unidos, y Estados Unidos tiene muchas maneras de sortear el impuesto. La dolarización solo beneficia a la banca, no beneficia a la persona, porque la gente puede perderlo todo en cualquier momento y eleva los costos de vida de una manera muy bestial.

“La ficción me parece una herramienta liberadora que permite pensar en un problemática trascendental (como la dolarización) desde una perspectiva diferente”

¿La literatura puede servir para tratar ese tipo de procesos desde otro lugar?

Hace poco un investigador de una universidad en Ecuador hizo un ensayo sobre la dolarización, y yo no lo sabía pero no había ningún libro de literatura que hablara de ello. El único libro que habla de la dolarización es de Jamil Mahuad [expresidente de Ecuador y empresario), que es quien dolarizó el país, y que tiene un discurso muy neoliberal, claro. Yo no hablo exactamente de la dolarización; lo hago de una manera muy abierta, porque es la voz de una niña, un relato menor de algo que es trascendental, algo que cambió la vida de toda la comunidad proletaria, negra y del margen. Creo que en las ciudades hubo más beneficios, como siempre. Pero las personas de la periferia seguimos esperando un beneficio que no llega. Muchas veces se habla de esa realidad desde una perspectiva documental, que puede resultar estresante y compleja. La ficción me parece una herramienta liberadora que permite pensar en un problemática trascendental desde una perspectiva diferente.

Para ver cómo afecta en la vida de las personas.

Sobre todo porque Ecuador está marcado por las migraciones dolorosas. La gente perdió todo. Desde principios del siglo XXI, todo ha sido pérdida. La economía se reguló un poco con el correísmo, incluso hubo un plan retorno en el que volvió mucha gente (de España, sobre todo y de Estados Unidos), pero la banca volvió a tener el poder. Y estamos otra vez en un proceso de ostracismo muy fuerte.

Estos últimos meses has estado fuera, presentando las traducciones de tu libro y en una residencia de escritura.

Estuve un mes en Granada, luego fui a Italia y a Portugal, y luego volví a Granada un mes más. Ha sido una experiencia muy linda. Granada me ha parecido un lugar muy interesante, sobre todo por la influencia de la cultura árabe y la africana. Ahora a finales de mes me vuelvo a Ecuador.

En Granada has estado escribiendo una nueva novela, ¿verdad?

Estoy escribiendo una nueva novela a partir de archivo, pero desde una fabulación crítica. Pero no es una novela histórica. A mí me gusta mucho la historia, pero creo que no es posible, que la historia misma no es posible. Siempre es un relato de un otro, un relato que viene de una mirada heroica, y lo heroico es un problema. A las mujeres y a las diferencias no nos sirven los relatos heroicos, porque para nosotras no son así. Me gusta pensar en la ficción matizada de historia, porque también la historia es una ficción. La forma en la que nos cuentan la historia puede ser también muy ficcional. En Granada, por ejemplo, hablan de la Reconquista, pero ¿la reconquista de quién? Ese relato no sirve a todo el mundo, y para mí la ficción puede tener otra potencia muy interesante. Hacía tiempo que quería escribir esta nueva novela, pero me había dado un poco de miedo. Ahora lo estoy haciendo, aprovechando la distancia.

Te daba miedo… ¿Me lo puedes explicar?

A mí en general me da miedo escribir. Creo que por eso escribo. Escribo sobre una serie de cosas que me preocupan, pero siempre estoy como bordeando el miedo, sorteándolo. Para mí siempre hay una especie de vértigo cuando escribo.

 

Entrevista publicada originalmente en ARGIA. Euskarazko bertsioa irakur dezakezu.
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