El futuro pudo haber sido tecno

El futuro pudo haber sido tecno

La música tecno es un recordatorio de todo lo tangible. Como un puente entre la vivencia y el cuerpo. En la pista de baile, de pronto, escucharse ya no es un privilegio.

Imagen: Gorka Olmo
26/06/2024

Fui DJ en un local de ambiente y, por el bien de la caja, me tocaba poner más pop del que me gustaría. Que no se me malinterprete. Empieza a sonar “Sobreviviré” y me vengo arriba.

O Cher. O Madonna. O cualquiera de mis divas. Pero no dejaba de sentirme esclava de un mismo paradigma.

El caso es que, el otro día, me solté el pelo y terminé la noche con un poco de tecno. Para mi suerte, la pista estaba receptiva y los cuerpos, poco a poco, se adherían a la base y se despegaban de esas canciones que se sabían de memoria y de sus expectativas.

De pronto, se me planta al lado una marica “de las de toda la vida” y me suelta: “Esto que suena es superhetero. Pon algo de Britney, tía”. Me sentí un poco triste y bastante incomprendida. ¿Hablamos un poco de la música tecno y de lo que la hace subversiva?

Tecno-historia: el baile de las máquinas

El tecno nace y (casi) muere en el Detroit de mediados de los años 80.

Detroit era entonces lo más parecido a una distopía futurista. En las décadas previas, el Gobierno había promovido la dispersión de la población a los suburbios, lo que, sumado a unas políticas hipotecarias racistas, generó una periferia poblada por una clase media blanca, mientras que el centro urbano se reducía a un corazón infartado repleto de casas desahuciadas, derruidas, llenas de personas racializadas sin futuro.

A la vez, Detroit, ciudad industrial por excelencia, sufrió una oleada de maquinización que convirtió a las fábricas que sobrevivieron en una coreografía de robots. Una ciudad cada vez más rica con una población más pobre y segregada, que veía sus salarios suplantados por engranajes y bujías. Intento imaginar a aquellos jóvenes, testigos de ese delirio mecánico, tratando de dar sentido a una estampa tan injusta como sobrecogedora, futurista, con una mezcla de odio y fascinación.

Parecía que no había futuro porque, de alguna forma, el futuro ya había llegado. El futuro era tecno.

El tecno nace en Detroit, y se destila con la música negra y el hip-hop. Algunas fábricas vacías empiezan a ver cómo otras máquinas se ponen en acción con otras coreografías. Las de jóvenes negros sin futuro que bailaban durante horas.

En ese contexto llegan a Detroit los sintetizadores de música electrónica que artistas como Kraft-werk o Moroder venían utilizando. Allí ese sonido se destila con la música negra y el hip-hop. De pronto, algunas fábricas vacías empiezan a ver cómo otras máquinas se ponen en acción con otras coreografías. Las de jóvenes negros sin futuro que bailaban durante horas. Que, más que bailar, se deshacían.

Como ya veremos, la tensión, la paradoja que conlleva negarle el futuro a una generación (de nuevo, esa idea de “no hay futuro porque el futuro ya esta aquí“) articula y caracteriza al tecno desde muchas perspectivas. Los clubes, aun a día de hoy, tienden a mantener esta estética maquínica, industrial, retro a la vez que futurista.

Tecno-colectividad: ¿por quién laten las campanas?

Piensa en tu canción favorita. Luego en una cualquiera. Ahora mira este arquetipo: Verso-estribillo-verso-estribillo-puente-estribillo-estribillo.Probablemente ambas canciones se ajustan a esta estructura. No es casualidad. Es “paradigma”.

La canción se llama canción porque sigue esa estructura fija. Escuchas canciones todo el rato. Variaciones. Ejercicios de forma. Desde el pop, el rock, el metal o una cumbia latina. El problema no está en la canción, sino en su tiranía. No sabemos pensar la música si no es poniendo a la “canción” como única perspectiva. En la música clásica, el jazz, el cante o el tecno, no hay canciones sino “temas”.

Piezas más largas, sin letra, con otro lenguaje, que requieren entrega, escucha activa. Son, al mismo tiempo, variaciones imprevisibles. Sobre una base, siempre la misma, entran y salen voces sin previo aviso. Aprender ese lenguaje no es difícil, pero implica cierta rebeldía. Por eso el tecno puede funcionar como un antídoto a la expectativa. A la inmediatez. Dejar de tratar de conquistar la noche para dejarse conquistar por la misma.

El tecno es colectivo porque está hecho para todas, en cuanto a ritmo como a sonido. Vengas de donde vengas, escuches la música que escuches, eres capaz de entender este ritmo: uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro. Esa base penetrante, ese pum pum que tanto critican, no es el sonido seco de una batería. Es un sonido húmedo, el de una bomba. El primer sonido.

Porque la base del tecno es un latido. Una bomba húmeda que asemeja a ese sonido que, como humanas, nos conecta entre nosotras. Nueve meses nos pasamos escuchando ese y solo ese sonido. El corazón de la persona que nos gesta.

Una de las falsas creencias en torno al tecno más extendidas es que es música centroeuropea para blancas. Quizás ahora la tónica sea esa, pero este parecer tiene más que ver con la figura de Berlín que con otra cosa. Al principio de este texto dejé caer que el tecno, ya no tanto como música sino como fenómeno cultural, nació y murió en el Detroit de los años 80. Sin embargo, algo ocurrió en Berlín al final de esa década. Berlín, una ciudad y dos. Una ciudad deshecha. Imagina por un momento dos sistemas económicos, dos patrones musicales, siempre dos. Entonces cae el muro, las berlinesas salen de fiesta y quieren celebrar y celebrarse en colectivo. Sin ánimo de establecer causalidades simplistas, el tecno encaja a la perfección con esa intención de fusionarse, construir desde una base democrática y simple. 30 años después, el tecno sobrevive en Berlín, elevado a culto, a fundamento y a lenguaje.

Tecno-límites: la danza de un cadáver exquisito

Lo más bello del tecno es no saber si es mecánica o mística. Es como si coexistieran la ausencia de identidad y la colectividad más extrema.

No me gustaba salir de fiesta. Estoy llena de taras y me da una ansiedad terrible ese juego de miradas, esa conquista en que se transforma la noche entendida desde el ligar, capital erótico y capital social. Pasar revista. Pero cuando entré en una pista de tecno por primera vez, todas esas ansiedades se fueron al saberme tan solo una pieza, un engranaje en una máquina engrasada de sudor y estupefacientes. Me deshice en el baile y bailé, no con la gente, sino entre la gente. Y ya no había juegos ni apariencias. Tan solo un ritmo recurrente que nos recorría y nos deshacía, y ya solo había cuerpos y no gente. Es una maldita experiencia religiosa. Meditación a contracorriente.

Quizás la rave sea un lugar (i)legítimo donde conectar con el propio cuerpo a través del baile, para todas aquellas que no encajan en el gimnasio

Hace poco, escuché que la fortuna (o la condena) de lo queer es que nunca puede “ser”. Que lo queer solo deviene. Siempre “está siendo” y a la vez nunca lo llega a ser.

Qué curioso. Siento que el tecno es una clara analogía sonora a ese proceso de “estar-siendo” pero “nunca-llegar-a-ser”. Un mantra simplificado, un ir y venir de voces, sin estribillos, ni expectativas. Un continuo que se prolonga durante horas con el latido ininterrumpido de la base como única norma. Frente a la identidad sólida y normativa de la canción, el tecno produce amagos de ser efímeros y líquidos.

En las primeras fiestas de tecno solo había humo y luces de estrobo. Como un flash repetitivo que produce imágenes inconexas, la estética del tecno es eso. Un juego a caballo entre un nihilismo futurista y un romanticismo retro. Pura paradoja, pura indiferencia, vacía de roles de género, una mezcla de chándal, fetiche, rejilla y lentejuela.

Al mismo tiempo, como ocurre siempre, allá donde hay goce, se acaba generando mitología. Resonancia visual. La cuestión esa de si el hábito hace al monje.

En el tecno, grosso modo, hay dos submundos. El del club y el de la rave (que es la fiesta ilegal, callejera y anarquista). Cada reino tiene sus reglas. Mientras que en uno se estilan arneses y maquillajes fantasía, en el otro las botas de monte y las chaquetas de colores noventeras deportivas. Pero, como hilo conductor, una cuestión de género. Aunque cambie el arquetipo, el resultado confluye cuando “él” y “ella” se disuelven con cada golpe. Ya sean entre la pose y la moda o entre el barro y la anfeta, el tecno deviene queer tanto en el sonido como en la imagen.

Tecno (y) cuerpo: conectar como privilegio

La droga y el tecno casan bien. El por qué da para otro texto. No pretendo romantizar el consumo, pero a veces pienso que quizás la droga tan solo predispone a una fascinación, a una entrega al momento y al placer que nos abre la puerta a otros patrones ajenos a la canción. Otras formas de entendernos, de relacionarnos. Ahora bien, recordemos: el tecno es históricamente música de negros sin futuro y aún menos dinero. Y la droga no es barata. Sin saber si esto fue una decisión política o simplemente una circunstancia, bailar tecno se convierte en una droga sin sustancia. “Tener que drogarse” nunca fue una condición. Iría en contra de su objetivo de colectivizar, de democratizar el sonido de la noche. Mediante el mantra de un sonido rítmico, recurrente, el tecno busca activar las vías de placer, generar una energía y mantenerla en el cuerpo y el ambiente. El tecno y la droga funcionan bien, pero el tecno se creó para ser droga suficiente. La dopamina fluye desde el altavoz.

Si bien es cierto que amantes del tecno las hay todas las edades, es también un hecho que sus pistas de baile y, sobre todo, las raves, tienden a tener un público muy joven. Decir que ese público es mayoritariamente queer quizá sea exagerado, depende mucho de la noche y de la fiesta. Pero, a todas luces, algo tiene este submundo que tanto nos tienta.

El tecno es feminista sin necesidad de pancartas o consignas. Porque nos une, nos diluye, nos vacía y nos desata.

Une amigue me confesaba hace poco que es una pena que las maricas descubramos que “tenemos en cuerpo“ a partir de los 30. Esa edad, bromeaba, en la que el cuerpo empieza a mostrar los primeros límites, los primeros amagos de achaques. Como marica en la veintena, estoy bastante de acuerdo. Yo misma confieso no saber conectar con mi propio cuerpo. Creo que a todas nos pasa un poco lo mismo, pero en personas maricas o trans jóvenes lo veo muy a menudo. El cuerpo es casi más un medio, un lugar de paso. Los típicos lugares donde el cuerpo se celebra, no nos pertenecen. Intento desaprender esta perspectiva, pero vinculo el ejercicio al deporte, y el deporte con todo un código de normas en torno a la salud, al bienestar y, sobre todo, al género. El cuerpo es, para las personas queer, un espacio muy complicado. La que no tiene disforia tiene culpa, y la que no tiene culpa, tiene complejos. Quizás la rave sea también una reacción inconsciente a todo eso. Un lugar (i)legítimo donde conectar con el propio cuerpo a través del baile para todas aquellas que no sintieron su cuerpo como suyo en el gimnasio. En las clase de Educación Física. Esquivando balones en el recreo. Porque si el destino de lo queer es devenir, la condena de les niñes queer es “devenir-sin-cuerpo“. Desde la culpa y la vergüenza, proyectarse mentalmente en un futuro que, nos dicen, será mejor.

El tecno es un recordatorio de todo lo tangible. Como un puente entre la vivencia y el cuerpo. En la pista de baile, de pronto, escucharse ya no es un privilegio.

Tecno (y) futuro: lo que pudo haber sido tecno

Las feligresas de la pista de baile decimos a menudo que “el futuro será tecno”. Quizás porque le vemos ese poder para unir sin unificar. Porque en un mundo tan frenético y guionizado, nos basta ese golpe rítmico para hacernos volver al centro, adentro de un cuerpo que no celebre más que el puro movimiento, a la vez que la identidad que lo reviste y complejiza se deshace y ya no importa.

En el fondo, lo que se destila entre los golpes de la base es un lenguaje de silencios. Un lenguaje sin palabras, sin esas letras que nos hablan de amor y de celos y de todo eso. El tecno no. El tecno dice, pero no habla. Ni lenguaje inclusivo, ni letras emancipadoras. Nada.

El tecno es feminista sin necesidad de pancartas. O de vocear consignas o citas o pies de página. El tecno es feminista porque nos une, nos diluye, nos vacía y nos desata.

Ahora llega el final del cuento, que es triste. Una resaca. Y es que el futuro pudo haber sido techno y no lo fue. De lo que pudo haberse convertido en una suerte de esperanto musical, de un código que aspiraba a ser accesible y universal, solo quedan retazos.

Música de blancos centroeuropeos en macrofestivales. Música del Bershka. El techno era una apuesta mística, política e intelectual, pero se quedó en eso. En un pum pum que la gente percibe como música de ‘chungas’ y ‘drogatas’.

Lo que más me apena es que así lo entienden también las nuevas generaciones de trans, bolleras o maricas que, a menudo, ven el techno como música de heteros, y no como una oportunidad para explorar sus cuerpos, la colectividad y el deshacerse de la expectativa.

Ahora sí, te lo prometo: llegan a entender de lo que te hablo y, créeme, lo bailarían.

Este análisis fue publicado en el anuario número 9 de Pikara Magazine, que puedes comprar en nuestra tienda online.
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