Fantasías problemáticas

Fantasías problemáticas

Las ficciones problemáticas pueden ofrecer un descanso, liberarnos por un momento de la culpa, el dolor o la responsabilidad. A veces, lo que hay detrás de una fantasía problemática es la simple búsqueda del alivio.

Texto: Elisa Coll

Fotograma de 'Crepúsculo'.

Aviso de contenido: este artículo habla, en parte, de violencia sexual.

La última vez que pasé por una ruptura fui incapaz, durante los primeros días, de ver absolutamente ninguna serie o película. Al cabo de una semana, me senté por fin en el sofá y me puse una película sobre un accidente en el que mueren decenas de personas y los supervivientes pasan todo tipo de penurias espantosas. Era lo único que podía soportar ver: una historia ficticia de personajes que estuvieran sufriendo muchísimo más que yo, enmarcada dentro de uno de mis grandes miedos (morir en un accidente). Accedía así al espejismo de convertir mi dolor en algo soportable, casi una especie de alivio. Ver sufrir a otras personas de forma ficticia me devolvía una perspectiva sobre mi propio dolor y miedo a sufrir, sin la culpa o el conflicto ético que podría suponer dado que no se trataba de un sufrimiento real. Estaría hecha una mierda, pero estaba a salvo, en mi sofá, pudiendo sentir algo de control y perspectiva sobre un dolor que se me hacía insoportable, incontrolable.

No estoy descubriendo nada nuevo si digo que la fantasía y la ficción pueden proporcionar un espacio de liberación para algunos de los impulsos que no nos atrevemos a explicitar, incluso ante nosotras mismas. Hay incluso un concepto pop que se acerca un poco a esto en un plano mucho menos problemático e incluso algo inocentón: el guilty pleasure, el placer culpable, esa película o artista que disfrutas pero te da vergüenza admitir. Por supuesto, lo que consideramos placer culpable está vinculado inevitablemente a su contexto social: hace unos años podría considerarse placer culpable escuchar la música de Hannah Montana, pero ahora que está incorporada a la cultura del mamarracheo y la nostalgia milenial, ya no da vergüenza decirlo. Algo parecido busca el mundo kink y BDSM en el terreno sensual/sexual, a través de escenarios seguros para fantasías socialmente estigmatizadas. El potencial liberador de la fantasía, siempre vinculado a una restricción social, no es nuevo y sin embargo aún cuesta mucho hablar de ello. Ponerme una película de accidentes para relativizar mi propio dolor me hizo sentir mala persona, una sádica. Explorar el deseo en el marco de ciertas fantasías problemáticas me hace sentir mala feminista, una farsante. La culpa, como siempre, asoma su carita.

Y aquí es donde entra la exfilósofa y youtuber Contrapoints (Natalie Wynn) y su vídeo de casi tres horas analizando la saga Crepúsculo.

Tenemos miedo respecto a lo que nuestras fantasías pueden decir de nosotras mismas

Wynn habla de Crepúsculo como ejemplo de fantasía sexual “problemática”. La protagonista, Bella, desea obsesivamente a Edward, un vampiro que acosa, que es un depredador y que siente literalmente el impulso instintivo de matarla. Lejos de negar la problemática de romantizar a un personaje así, Wynn la pone sobre la mesa con el objetivo de ir más allá: “La gente ve esto y dice ‘ay dios, esto es masoquista, esto es misoginia interiorizada, es abusivo, es patológico’, pero creo que estas preocupaciones, aunque comprensibles, vienen de una falta de entendimiento de cómo funciona la fantasía.” Y desde ahí entra, con un cuidado y serenidad pasmosos, al delicado tema de analizar la fantasía del no consentimiento. Wynn explica que, aun siendo ésta una de las fantasías más comunes, desde los feminismos nos preocupa que hablar de ello pueda instrumentalizarse como prueba de que “en realidad buscamos ser violentadas por los hombres”. Así que callamos. También, me atrevo a añadir, tenemos miedo respecto a lo que estas fantasías pueden decir de nosotras mismas. ¿Estaré rota? ¿Estaré romantizando la violencia? ¿Estaré aún hackeada por el patriarcado? (Preguntas que, por cierto, también nos machacan como bisexuales, vaya vaya, este tema para otro día). Sin embargo, este enfoque obedece a una lectura literal, y no emocional, de esta fantasía, que tiene una función liberadora de una de nuestras mayores cargas: la culpa, tradicionalmente vinculada a la expresión del deseo sexual y emocional de cualquier persona que no sea un hombre cis heterosexual. Wynn lo explica muy claro: “La fantasía del no consentimiento es un artefacto que absuelve a la mujer de la culpa (…) Así que la fantasía del no consentimiento es el cumplimiento de un deseo no en un sentido literal, sino emocional (…) En una fantasía, que es un escenario ficticio donde tú estás en control, la situación de no consentimiento satisface tus necesidades emocionales, para gratificar tu deseo sin la carga de vergüenza, culpa y ansiedad que acompañan el responsabilizarte de tu deseo”.

Apunto esto no para abordar el tema concreto del deseo sexual y hasta qué punto es una construcción (esto ya ha sido explorado extensamente por pensadoras como Clara Serra), sino para señalar que, muchas veces, no se trata tanto de un deseo sexual como de uno mucho más simple: el deseo de sentir alivio, de liberarte de una carga. No me interesa tanto la fantasía en sí como lo que hay detrás, que a menudo es una simple exención de nuestras responsabilidades. Sin agencia no tienes que elegir nada, y sin elegir nada no hay responsabilidad, y no hay nada más liberador, en un contexto de sobrecarga de responsabilidades y culpas (emocionales y sexuales, pero también laborales y de tantos otros tipos), que no tener responsabilidad. Es por esto que tal vez una pregunta que podríamos hacernos al abordar este tema tan complejo sería: ¿por qué sentimos tanta carga de responsabilidad en general y en el deseo las mujeres y personas queer en particular?

¿Banalizo la violencia si me expongo a su relato distanciándome de él a través de una aproximación ficcionada?

Asustada por estar metiéndome en camisas de once varas, escribo a un par de amigas para pedirles su opinión. En un audio, le digo a Anna: “Lo que me interesa es el espacio de alivio que pueden ofrecer las fantasías, ya sea a través de una película de un accidente para relativizar un dolor que se siente como el fin del mundo, como en el ejemplo de la fantasía de no consentimiento en la que no tienes que hacerte cargo de tu deseo, o como con los true crimes, que los escuchas y una parte de ti piensa ‘joder, menos mal que no me está pasando a mí’ precisamente porque sabes que hay un peligro de que te pase a ti”.

(Lo de los true crimes, al no ser ficción, entra ya en otra categoría que daría para otro artículo entero. Si te interesa el tema, nada como leer a Nerea Barjola)

¿Significa esto que deseamos exponernos a estos relatos sobre violencia en cualquier momento y de cualquier manera? Absolutamente no, precisamente esa es la agencia que nos aporta la fantasía, y por eso son tan importantes los avisos de contenido. Sin ellos, podemos encontrarnos de forma no consentida con imágenes o relatos violentos y explícitos que pueden afectar a nuestra salud mental, por ejemplo, haciendo de disparador de un trauma. Tanto la fantasía como el aviso de contenido pueden darnos agencia, precisamente, sobre estos relatos y la manera en la que nos aproximamos a ellos, que no siempre tiene que ser revictimizante sino que, en algunos casos, puede servir incluso para abordarlos desde un lugar de seguridad o de control.

Pero aún me quedan, como siempre, muchas preguntas.

¿Banalizo la violencia si me expongo a su relato distanciándome de él a través de una aproximación ficcionada? ¿Es esta una manera de disociarme de la violencia que yo misma he sufrido, o de acercarme a ella desde un lugar que siento seguro? ¿Sería más feminista no hacerlo? ¿Qué es ser “más feminista”? ¿Qué dice la necesidad de relativizar mi propio dolor con una película de accidentes sobre nuestra gestión colectiva del sufrimiento? Y el silencio socialmente impuesto sobre estas conversaciones, el miedo a redactar estas líneas, ¿qué función tiene? ¿Qué puede aportarnos hablar de fantasías y ficciones problemáticas que nos liberan de la sensación de culpa y vergüenza, cuando es precisamente no hablar sobre ellas lo que aumenta esa culpa y vergüenza?

Aunque intuyo algunas, no tengo respuestas. Espero que este texto sirva, al menos, para abrir conversaciones y así ir lijando poco a poco los obstáculos que nos impide dar con ellas.

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