“No denuncies violencia obstétrica, a menos que tengas claro todo lo que vas a perder: tiempo, dinero y salud mental”

“No denuncies violencia obstétrica, a menos que tengas claro todo lo que vas a perder: tiempo, dinero y salud mental”

La ONU ha condenado al Estado español por la violencia que sufrió Nahia Alkorta en su primer parto, pero ni el Gobierno central ni el vasco han acatado la resolución. Ha escrito el libro 'Mi parto robado' para socializar lo vivido, y explicar que se trata de un problema sistémico.

Nahia Alkorta Elezgarai en una imagen cedida.

19/06/2024

Nahia Alkorta Elezgarai (Zizurkil, 1986) es conocida entre las madres feministas de Euskal Herria por impulsar el espacio de información y acompañamiento Sabeletik Mundura (“del vientre al mundo”) y el podcast Ama(T)asunak (juego de palabras entre maternidad y hortigas). De ese rol de acompañante pasó al de protagonizar las noticias, ya que su caso es uno de los tres por los que el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) ha condenado al Estado español por permitir la violencia obstétrica.

Alkorta ha publicado en el libro Mi parto robado (Arpa, 2023) su testimonio: el parto de su primer hijo empezó con actitudes autoritarias y vulneración a su derecho a la información, terminó en una cesárea sin consentimiento, y todo ello desencadenó en ella un trastorno de estrés postraumático. Explica también cómo dio el salto de reconocerse como víctima a emprender una batalla judicial. En vez de quedarse en la narración en primera persona, amplía el foco para contextualizar la violencia gineco-obstétrica en el marco tanto de los derechos sexuales y reproductivos como en el de las violencias machistas, y hace un importante ejercicio de memoria histórica.

Todavía son muchas las heridas sin sanar: entre otras, que el Gobierno español no haya acatado la resolución de la CEDAW, que Osakidetza no haya asumido su responsabilidad y que el movimiento feminista no la haya acompañado en la denuncia pública.

Llevas doce años de lucha en los tribunales, y aún no ha terminado. ¿Cuándo decidiste utilizar el formato de libro para difundir tu historia?

Tenía muy claro que, si llegaba el reconocimiento internacional a mi caso, querría socializarlo. Cuando salió la resolución, decidí dar la cara, poner el cuerpo. Hubo una gran cobertura mediática, pero la parte de socializar el tema quedó fría. Consideré necesario contar mi historia en profundidad y contextualizarla bien.

Es muy habitual que te digan quieren imponerte una intervención: “Si no haces esto, a tu bebé le pasará algo”

¿Qué es la violencia gineco-obstrétrica y por qué es machista?

Es una forma de control sobre nuestros cuerpos, y se puede dar en cualquier proceso gineco-obstétrico, aunque el más visible es el parto. Quiero subrayar que la clave no es la instrumentalización, porque la violencia también consistir en negar una intervención; las vulneraciones del derecho al aborto son un ejemplo claro de ello. La clave está en la mirada patriarcal que predomina en el sistema médico, y en el trato que recibimos: esterotipaciones, juicios de valor (gordófobos, sexófobos, LGTBIQA+fóbicos…). Tiene un marcado aspecto psicológico: amenazas, coacciones, meterte miedo… Es muy habitual que te digan lo siguiente cuando quieren imponerte una intervención: “Si no haces esto, a tu bebé le pasará algo”. Según el último estudio realizado en el Estado español sobre violencia obstétrica, el 40 por ciento de las mujeres reconoce haberla vivido. A esa cifra debemos añadir aquellas que no son conscientes.

En tu relato se observa la similitud con la violencia sexual, tanto por la misma violencia como por el sufrimiento psiquiátrico que te causó.

En cualquier otro ámbito no habría dudas: meter los dedos en la vagina de alguien sin consentimiento es un abuso. En cambio, está normalizado que durante el parto no sepas cuántos tactos te han hecho ni por parte de cuántas personas.

En tus presentaciones suele darse un efecto Me too. ¿Cómo llevas esa carga emocional?

Ahora la gestiono con bastante facilidad, porque he tomado distancia, pero cuando salió la resolución fue difícil, porque recogí más de 200 testimonios y estaba en un estado emocional sensible. La dinámica Me too es interesante, pero se queda sobre todo entre madres. El reto es llegar a personas que no son madres pero que han vivido violencia gineco-obstétrica.

¿A qué atribuyes esa falta de interés por este tema?

Por un lado, creo que todavía hay un discurso antimaternal muy marcado. Por otro lado, al desconocimiento se suma el dolor. Muchas creen que no tiene nada que ver con ellas hasta que se identifican con un testimonio. Es un proceso muy duro psicológicamente reconocerte como víctima.

“La negación es una herramienta del sistema: de entrada, piensas que estás loca, que estás exagerando, que no es para tanto”

Me ha llamado la atención leer que te costó identificar la violencia por culpa de lo que llamamos el “oasis vasco”.

¡Hace doce años Osakidetza tenía una mejor campaña de marketing! Yo sabía que existía la violencia obstétrica, era muy consciente, pero creí que no me iba a pasar aquí, siendo blanca, joven y delgada. Me costó mucho deconstruir esa idea. Busqué culpables dentro de mi propia casa: el bebé, mi pareja, yo misma… Hasta que me di cuenta de que es un problema sistémico. La negación es una herramienta del sistema: de entrada, piensas que estás loca, que estás exagerando, que no es para tanto… Como cuando nos tocan el culo de fiesta.

Te culpaste incluso por pedir que te atendieran en euskera.

Sí, pedí en mi plan de parto ser atendida preferentemente en mi lengua materna, porque para mí era importante en este proceso. Me pasó lo que nos pasa en los controles de la Guardia Civil: me atendieron de usted, pero ese trato de aparente respeto escondía un ejercicio de poder, incluido el lingüístico.

Tu primer paso fue enviar una carta de queja al hospital y no obtuviste respuesta. La respuesta pública del Gobierno Vasco a la resolución del CEDAW ha sido lamentable: que el acompañamiento obstétrico que brinda Osakidetza es “excelente e inolvidable”.

Me resultó muy sorprendente. Cuando puse la queja en el hospital me parecía evidente que había habido mala praxis: a un hombre no le harían una vasectomía sin firmar un consentimiento. ¡La cesárea es una cirugía mayor que requiere de abrir siete capas de tejido! Pensé que mostrarían algo de empatía. Pues no, lo hicieron a la perfección.

El patriarcado fomenta la culpa en las mujeres y la ira en los hombres. Me ha llamado la atención que no culpases a las profesionales que vulneraron tus derechos. ¿Tal vez reprimiste tu ira?

Creo que también fue un mecanismo que me ha permitido entender bien lo que me pasó. Si me hubiera enfocado en esas tres o cuatro profesionales, seguramente mi proceso de recuperación habría sido más duro, y la lucha también. Y es que en la batalla judicial vas contra el gran enemigo.¿Hasta qué punto son conscientes de lo que hicieron? Pues no lo sé. Yo todavía estoy esperando esas cartas, quizá no en nombre de Osakidetza pero sí a nivel personal.

Explicas que, más que una ley concreta de violencia obstétrica, bastaría con cumplir la ley de autonomía del paciente.

Bueno, es una cuestión ambivalente. Por un lado, una tipificación específica daría cierta autoridad al asunto, pero la mención a la violencia obstétrica se ha incluido en la reforma de la ley de igualdad de la Comunidad Autónoma de Euskadi, y no estoy viendo consecuencias claras. En cambio, si se aplicara la ley de autonomía del paciente, no haría falta nada más.

“El de matronas es el colectivo con mayor prevalencia del síndrome burn out”

Me conmovió cómo describes la impotencia de la matrona.

La víctima directa de la violencia gineco-obstrética es la mujer, pero hay muchas otras víctimas. Por un lado, nacer mediante unas prácticas violentas tiene consecuencias para los bebés. Por otro, las matronas trabajan en condiciones precarias, en un sistema jerárquico en el que se ven obligadas a hacer cosas que no quieren hacer. El de matronas es el colectivo con mayor prevalencia del síndrome burn out. Las del hospital de Cruces realizaron en diciembre una campaña para denunciar cuántas faltaban en cada turno. La consecuencia directa de la insuficiencia de recursos es que se realizan más intervenciones para acelerar los partos; así lo hicieron con el mío, porque a las diez de la mañana les tocaba una cesárea programada.

Tu marido también sufrió ante esa violencia.

No le dejaron acompañarme, y además recibió un mal trato. Tras la cesárea, no me subían de la zona de recuperación a la habitación, por falta de medios. Cuando preguntó por mí, un profesional le dijo: “Lleva mucho tiempo, a lo mejor le ha pasado algo”. Es decir, mi pareja pensaba que yo estaba muerta, y yo pensaba que el bebé estaba muerto. ¡No había necesidad de hacernos pasar por ello!

CEDAW ha condenado tres veces a un estado por violencia obstétrica, y en las tres ha sido España. ¿Se debe a la fuerza de movimientos como El parto es nuestro?

Sí. La violencia obstétrica no solo se da en el Estado español, pero estas redes de mujeres son muy potentes. Tenemos abogadas y psiquiatras haciendo un activismo incansable. Cabe destacar que todos los estados que forman parte del CEDAW deben cumplir las medidas ordenadas en las tres resoluciones. Esto ha generado un enorme interés mediático a nivel internacional, mientras que aquí ha prevalecido el silencio. Las resoluciones han llegado cuando teníamos en teoría el gobierno más feminista de la historia de España. El incumplimiento del plazo de voluntariedad ha sido una elección política. Es muy preocupante porque el abogado del estado ha respondido que el Estado es soberano para incumplir la resolución internacional. Puede sentar jurisprudencia para cualquier otro caso de violencia; si recurrir a instancias internacionales ya no sirve, nos quedaremos sin salidas ante la impunidad. Ese panorama nos obliga a las tres a seguir hasta el final, aunque corramos el riesgo de tener que pagar las costas procesales.

Eso muestra otro denominador común en las violencias machistas: la revictimización en el proceso judicial.

Las mujeres me preguntan mucho: “¿Dónde puedo denunciar mis casos?” [Risa sarcástica] ¡Espera! Si no hay secuelas físicas baremables (como la incontinencia fecal), seguramente no se reconocerá que fue violencia. No puedes entrar en un proceso judicial si no tienes claro todo lo que vas a perder: además del caso, el tiempo, el dinero y la salud mental. Aquí también necesitamos autodefensa feminista y redes. La justicia patriarcal no nos va a ayudar, pero la socialización puede cambiar las cosas a largo plazo, como hemos hecho con la desnormalización de la violencia machista en el ámbito de la pareja.

Una víctima extremeña que habla en el documental Parir en el siglo XXI sufre de incontinencia fecal como consecuencia de una episiotomía y, sin embargo, las instituciones tampoco han asumido responsabilidad. ¿Cómo es posible?

En juicios de violencia obstétrica ha ocurrido que las mujeres hayan detallado todo su relato, y que el dato determinante para que el juez atienda su denuncia es cuando el marido ha dicho que llevan tres años sin follar, porque ella no puede.

Sobre esto, mencionadas una práctica obstétrica conocida como “el punto del marido”. ¿Qué es?

Consiste en coser de más el desgarro vaginal, a fin de que quede apretado, para disfrute del hombre, con los efectos secundarios que conlleva (no solo en la penetración, sino el malestar que esta tensión provoca en el día a día). “Te la voy a dejar nueva”, dicen los ginecólogos machistas. Está claro que nuestros cuerpos son campos de batalla.

Cuando salió la resolución de la CEDAW, el PSOE estaba en los ministerios de Sanidad y Justicia, y Podemos en el de Igualdad. ¿Qué papel jugaron?

Podemos se comprometió a incluir la violencia obstétrica en la reforma de la ley del aborto, pero ni el lobby médico ni el PSOE se lo permitieron. Fue un paso atrás tremendo porque era una oportunidad histórica.

“Parece que quienes hemos decidido libremente ser madres nos situamos en la periferia del feminismo”

Trataste entonces de recabar el apoyo de las asociaciones feministas de Euskal Herria para hacer presión. ¿Qué respuesta ha recibido?

Silencio. Ha sido muy doloroso. Llamamos a distintas puertas, a través de compañeras como tú. Les transmitimos que era una oportunidad histórica y he sentido un desamparo total. Que no es el momento, no está en la agenda, no queremos hablar de esto. Parece que quienes hemos decidido libremente ser madres nos situamos en la periferia del feminismo y, por ello, las violencias que ahí nos suceden son un precio a pagar. Con el aborto identificamos claramente la violencia gineco-obstétrica: tener que ir a clínicas privadas, vernos juzgadas, la presión de los grupos cristianos rezando frente a la entrada… En cambio, ¡no reconocemos la violencia de quien quiere ser madre y decide practicarse un aborto terapéutico! También en este caso, todavía estoy esperando la carta.

¿Por qué no se entiende que el parto respetado tiene todo que ver con el lema “Nosotras parimos, nosotras decidimos”?

Me parece que la violencia obstétrica se quiere silenciar para poner otras en el centro y lo entiendo, pero entonces estás dando la espalda a las víctimas. En los años 70 a 80 era necesario reivindicar la abolición de la maternidad, porque era una imposición social, porque la pareja heterosexual era el único modelo legitimado… Hoy en día la maternidad es una decisión y el aborto es un derecho (aunque haya que seguir peleándolo), pero no sabemos ubicar a esas madres libres en este nuevo esquema. Una prueba es que en la Huelga General Feminista de Euskal Herria los cuidados eran el eje central, pero la palabra madre no aparecía.

Me llamó la atención que en las jornadas de (no) maternidades feministas organizadas por Emagin no se contase contigo como ponente.

Para mí fue un regalo saber que se iba a organizar ese congreso; además fue justo después de que saliera la resolución. Es evidente que el tema de la violencia obstétrica tiene que tener cabida en un encuentro así, pero se decidió que no, y tuve que escuchar un “si quieres habla desde el público”. Menos mal que algunas ponentes lo mencionasteis. Me resultó dolorosa la centralidad que tuvieron los discursos maternófobos. Deberíamos aterrizar los discursos teóricos, y reconocer que en la calle hay muchas madres agrietando cada día el sistema heteropatriarcal capitalista. Es una gran responsabilidad educar a las próximas generaciones en la coeducación y el empoderamiento. A lo mejor esa madre que juzgas está haciendo un gran esfuerzo para que su hijo no sea un baboso.

Estas feministas maternófobas suelen tildaros de esencialistas a quienes trabajáis en maternidades feministas.

Esa etiqueta viene de los prejuicios, porque no nos escuchan y nos infantilizan. Las madres feministas nos cuestionamos constantemente, y es muy violento recibir juicios también por parte de nuestras compañeras. Siempre he defendido que todas las decisiones deben ser libres e informadas, y lo que reivindico es una maternidad gozosa. Unas obtendrán placer amamantando, otras dando biberón; unas desearán un parto intervenido, otras querrán dar a luz en el mar. Por eso yo pregunto a todas las invitadas a mi podcast: “¿Qué es para ti la maternidad feminista?”. Las respuestas son muy dispares.

Enredadas en esos debates polarizados, no reaccionamos cuando la policía irrumpió en la casa de una mujer en Oviedo para obligarla a que diera a luz en el hospital.

La mujer estaba asistida por una matrona y no había peligro, la prueba es que en el hospital no le indujeron inmediatamente el parto. Saltó a la prensa, pero no ha sido el único caso. Es inconcebible que esto ocurra con otras intervenciones médicas.

“Debemos defender a las matronas, teniendo en cuenta su escaso reconocimiento en el sistema médico. Muchas están a punto de jubilarse y no hay relevo”

En el libro mencionas las diferentes formas de violencia gineco-obstétricas que viven las mujeres gitanas, las inmigrantes, las gordas o las lesbianas.

En Cruces meten a todas las mujeres gitanas en la misma habitación, al final del pasillo, para que no molesten. A las migradas árabes que tienen dificultades con la lengua, las aíslan de sus maridos y quedan totalmente desamparadas. Durante el embarazo pueden aparecer trastornos alimentarios, debido a la gordofobia en la atención obstétrica. Cuando vas a la consulta de la matrona, te manda directamente a la báscula. Todos esos tentáculos aparecen en un proceso tan vulnerable como el embarazo y el parto.

En cuanto a la memoria histórica, recuerdas que muchas mujeres perseguidas en la caza de brujas eran comadronas, que fueron desplazadas por la obstetricia patriarcal.

Sí, las matronas son herederas de esas parteras, porque su papel es acompañar a las mujeres desde la menarquía hasta la menopausia, desde un enfoque de salud. En cambio, desde la ginecología se tiende más a mirar la patología. Muchas mujeres te dicen: “Mi parto iba bien hasta que apareció el ginecólogo o la ginecóloga”. Debemos defender a las matronas, teniendo en cuenta su escaso reconocimiento en el sistema médico. Muchas están a punto de jubilarse y no hay relevo porque es una decisión política no ofertar más plazas.

¿Qué hay de las doulas? ¿No son las brujas del siglo XXI, muy caricaturizadas y excluidas? Yo contraté a una doula, pero no la dejaron entrar en el paritorio.

Su labor es el acompañamiento emocional y la transmisión de conocimientos que antes se daban en comunidad. Muchas de nosotras no hemos sabido nada de embarazos ni hemos cogido a un bebé en brazos hasta que no hemos sido madres. Las matronas tienen capacidad y competencias para cumplir con esa función, lo que no tienen es tiempo suficiente en este sistema. En los partos solo se admite una persona acompañante, y normalmente se prioriza a la pareja en lugar de a una mujer con experiencia, aunque muchos hombres solo hayan puesto semen. Muchos maridos se preparan bien, pero otros se convierten en cómplices de la violencia obstétrica: por ejemplo, a alguno se le ha pedido que haga la maniobra Kristeller [presionar sobre el vientre, una práctica normalizada que hoy se considera violencia obstétrica] y ha accedido por desconocimiento.

En el libro explicas un concepto vasco: atsolorra.

Se trata de una fiesta que mantienen en los pueblos de Hernani y alrededores, pero, en su origen, era un proceso: las mujeres del pueblo se reunían para dar apoyo a la mujer en el puerperio. En otros pueblos se decía que hasta que no terminara la cuarentena, la madre no podía salir a la intemperie, y las otras mujeres le llevaban comida. La psiquiatra perinatal Ibone Olza explica el origen de la expresión “poner a parir”: cuando el embarazo iba para largo, todas las señoras del pueblo iban a casa de la mujer a criticarla, y la rabia activaba el parto. Mi abuela siempre decía que el embarazo duraba diez lunas; nos han robado un mes. Hasta hace dos generaciones existía ese saber y ese acompañamiento y los hombres no tenían protagonismo.

Por otro lado, también recuerdas el trauma colectivo por las tramas de bebés robados.

Ha conocido a una abuela que, cuando nació su nieta, no se movió de su lado porque creía que en ese hospital le habían robado un bebé. Analizar a fondo esta cuestión es también una asignatura pendiente para el feminismo. Es un fantasma que tiene el sistema médico, y esas víctimas también han sido muy negadas.

Para terminar, ¿qué sabor te ha dejado el proceso de escritura?

Ha sido muy terapéutico. En el proceso judicial tuve que repetir el relato una y otra vez, y me ha sido difícil coger fuerzas para salir al mundo, pero luego escribí el libro del tirón, en apenas una semana. Es mi historia, pero tiene mucho de relato colectivo.

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