“Se han instrumentalizado las realidades trans”
El punto de partida de esta entrevista es el libro 'Moio. Era imposible esconderlo' de Kattalin Miner. Pero la conversación con la activista transfeminista y autora del libro da para más: reflexiona sobre las realidades trans, sobre la transfobia y sobre todo, critica esta sociedad binaria
Kattalin Miner muestra las dos ediciones de su libro (cedida)
Diez años después de la muerte de su amigo, la escritora y periodista Kattalin Miner comenzó a recopilar de forma colectiva la historia de Moio. Lo planteó como un reto para combatir el silencio, y el resultado es un ejercicio de memoria histórica trans y del colectivo LGTBIQA+. De hecho, su amigo se suicidó por la transfobia. La traducción al castellano con la editorial Libros del K.O. llega seis años después de la publicación del libro en euskera. Ahora, la activista transfeminista está presentando el libro por todo el Estado, consciente de que aún quedan muchas cosas por cambiar.
¿Qué te llevó a abordar este libro en el décimo aniversario del suicidio de Moio?
Miro esa época con una distancia de diecisiete años, pero cuando llegó el décimo aniversario, hace siete, sí fue sobre todo una forma de afrontar el silencio que se había generado. Personalmente me vino una inquietud en esa fecha. Al principio creía que tenía que ver con el duelo, pero sobre todo me di cuenta de que no hablaba ni oía hablar de quién había sido mi amigo, y sentía que lo que en su día fue una muerte tan pública y politizada estaba silenciada. Ahí empecé a reflexionar, pero me di cuenta de que también quería oír a otra gente y saber cómo vivían ese silencio. La mayor motivación fue pensar: “Si esto no lo hacemos ahora, se perderá”, esa era la intuición, y cuando empecé a hacer las entrevistas, me di cuenta de que sí, de que todas estábamos en una situación similar.
Hace siete años de esa publicación, y ahora Moio ha sido traducido al castellano. Alguien podría pensar que las cosas han cambiado en estos años… Y, sin embargo, el libro sigue siendo pertinente.
Una cosa es pensar qué cambios ha habido dentro de la realidad trans: las leyes están ahí — la de la CAE [Comunidad Autónoma de Euskadi] y la del Estado —, también se han dado pasos en la visibilidad, pero otra cosa es la de la memoria trans. Es pertinente, porque tenemos una deuda pendiente con las personas trans y con la historia del colectivo LGTBIQA+. Creo que el feminismo nos ha demostrado lo importantes que son las genealogías, y en nuestro caso acabamos de empezar. Recurrimos a menudo a la guerra de 1936 para recuperar las cosas, sin tener en cuenta que no tenemos constancia de lo ocurrido hace diez años. Y si eso no se recoge, y de aquí a 25 años viene alguien queriendo recogerlo, que no se haya trabajado antes será un fracaso. También es hacer memoria recoger lo ocurrido ahora o recientemente. Por tanto, su pertinencia está en los dos sentidos: por un lado, porque por mucho que se profundice en las leyes, la transfobia es tremenda — en la calle, sí, pero también en la sanidad y en el ámbito judicial —, y por otro, porque para saber quiénes somos y de dónde venimos es imprescindible tener consciencia de lo qué pasó ayer.
“Me gustaría que esos impactos fueran motores de cambio, no de desesperanza. No solo para combatir la transfobia, sino motor de cambio para una sociedad que se organiza en torno a unos géneros binarios y rígidos”
Hablando de memoria, el libro narra entre otras cosas el impacto qu tuvo el suicidio de Moio en un pueblo como Hernani. Es más, se organizó una despedida pública a petición del propio difunto. En el momento en que escribías el libro, Ekai Lersundi se suicidó en Ondarroa. Por razones parecidas, en un pueblo y un contexto similares. ¿Cómo te afectó?
Para mí fue un gran crac, ya que me habían concedido la beca Tene Mujika para escribir el libro, y quería hacer un planteamiento más optimista, pensando que las cosas habían mejorado. Así que fue un golpe duro, porque me hizo empatizar mucho con el pueblo y la familia, y porque me hizo pensar que la transfobia seguía operando con la misma fuerza. Es más, incluso teniendo ya el libro publicado e incluso traducido, en el País Vasco no, pero en el Estado ha habido suicidios, y la salud mental tiene mucha importancia en las vivencias trans. Me gustaría, sin embargo, que esos golpes o impactos fueran motores de cambio, no de desesperanza. No solo para combatir la transfobia, sino motor de cambio para una sociedad que se organiza en torno a unos géneros binarios y rígidos. Eso no quiere decir que no provoque dolor. Por ejemplo, hace un mes que se ha suicidado la artista trans Roberta Marrero, y eso te activa porque te muestra una cruda realidad.
El ejercicio del libro consiste precisamente en analizar el impacto que ese golpe tuvo en la comunidad. Para ello, has entrevistado a gente cercana, amistades, comunidad militante feminista, agentes culturales… y a la familia de Moio. ¿Qué es lo que has recibido?
Una generosidad total. Cada persona a la que me acerqué me dio el sí, y me parece que las conversaciones están hechas desde una gran sinceridad y autocrítica. Pocas personas intentaron quedar bien, y eso es muy generoso, porque todas queremos dar nuestra mejor versión, pero ver cuánto hemos aprendido de lo que tanto nos sacudió y cuánto tenemos que aprender es importante para mí. Por otra parte, he visto que esa muerte, y después el libro, sigue activando un deseo de pensar y cambiar las cosas. Para mí, el sentido que tiene el libro es ese.
El libro no aborda el tema desde una perspectiva victimista. Al contrario, es una historia contada de forma colectiva y desde la resistencia.
¿Qué importancia tiene dejar de considerar a las personas trans como víctimas pasivas y reconocer la comunidad como un agente activo?
Cuando tienes que escribir en torno a una tragedia hay que hacer muchas elecciones políticas: cómo recoger eso y para qué. Y yo tenía claro que quería que fuera un libro social y político, y eso no estaba en manos de las personas entrevistadas, sino de mí. Tenía claro que muchas de las acciones que hubo en esa época fueron activas, transformadoras, solidarias y hechas desde la responsabilidad, así lo quería recoger y eso es lo que me he encontrado. Nadie se quedó dando vueltas en la tragedia, aunque cada una hizo su camino en el duelo.
Al contrario, cabía el riesgo de caer en el morbo. El libro recoge, entre otras cosas, la carta de despedida de tu amigo y la que tu le hiciste a él.
Era uno de mis mayores temores. Yo no quería que la biografía de Moio contara lo buena persona que era mi amigo y lo dura que fue su muerte. Eso está claro, y es importante, pero lo importante es qué vamos a sacar de aquí. Y ahí uno de los principales temores era no conseguir deconstruir algunos axiomas que se relacionan con la realidad trans: que las vidas trans sufren violencia, que tienen una vida difícil y van ligadas al suicidio. Y era muy difícil escapar de eso porque también quería recogerlo. Entonces, entrevistar a Brayan [Altimasberes], un activista trans de otra generación que lo vive de otra manera, fue muy importante para soltar un poco los nudos que tan interiorizados tenemos. La gente dice que el final tiene algo de esperanza, fuerza y luz.
“El hecho de que lo de Moio haya ocurrido en un pueblo como Hernani demuestra algo sobre nuestro pueblo. En ese momento, dar una respuesta colectiva a una muerte o a través de una organización popular deriva de otros conflictos que hemos tenido en este país”
En el libro participan Txurrus e Itu, miembros del colectivo Medeak. En esos tiempos fueron un referente para las feministas que éramos adolescentes. Hace casi quince años ya se hablaba del transfeminismo en Euskal Herria y…
Las integrantes originales de Medeak son diez años mayores que yo, nos conocimos en un proyecto de Hernani y luego la vida me llevó a mí a militar en Medeak. Para mí son referentes políticos, pero también personales. Diría que trabajaron y trabajamos para traer algunas bases del transfeminismo al movimiento feminista de Euskal Herria. Y creo que en el momento en que estamos hoy, el movimiento feminista de Euskal Herria ha bebido y asimilado mucho de eso. Claro, no todas pensamos igual y no todo el mundo se considera transfeminista, pero quien se considera feminista también tiene unas bases del transfeminismo y unos debates muy interiorizados. Eso lo vi en las últimas jornadas feministas de Euskal Herria, a pesar de nuestras diferencias. Quizá hoy deberíamos tener una actualización en las bases del movimiento, por ejemplo en torno al tema trans, pero creo que ese discurso entró bien y que las nuevas generaciones asumen muchas de las bases del transfeminismo. Sobre temas trans, sobre prostitución, sobre migrantes… al fin y al cabo, sobre lo que está en los márgenes.
Un ejemplo de ello es que en el libro escrito en euskera Genero ariketak [Ejercicios de género], en 2013, ya se recoge una explicación de lo que significan los prefijos trans y cis, aunque esto se haya utilizado más en los últimos años. Por el contrario, ahora tenemos debates y conocimientos que no existían en 2017 y, has comentado que la versión en euskera quizá se ha quedado obsoleta en algunos conceptos, ¿no?
Cuando empezamos con la traducción Irati [Iturriza] y yo, nos dimos cuenta de que en cinco años hubo un cambio terminológico, conceptual y vivencial, lo que significa que el movimiento trans ha hecho una serie de reflexiones, decisiones y posicionamientos para autodenominarse. Por complicado que sea para la traducción, para mí es una satisfacción, porque significa que es un movimiento vivo. Está reflexionando sobre su autodesignación y posición política, y lo seguirá haciendo. Si tenemos que editar algo de aquí a cinco años, ojalá tener que adaptar algunos conceptos. Para mí eso no es un problema, al contrario, es una buena noticia. Eso es lo que me lleva a pensar que quizá me gustaría adaptar algunos términos en la versión en euskera. Por el contrario, en otros aspectos, desde la publicación del libro en 2018 han ocurrido cosas que no esperábamos: el reaccionarismo. No lo supimos ver, y ahora hemos tenido que aclarar en algunas notas al pie en la traducción al castellano que durante estos años se han producido avances legales o sobre la memoria, pero también que ha habido una reacción desde algunos ámbitos supuestamente feministas.
Volviendo a la traducción, ¿cómo has percibido tu voz en otra lengua? ¿Cómo habéis trabajado en ello?
Ha sido muy raro, nunca había pensado traducir mis libros a otra lengua, pero tampoco tenía demasiado debate interno. No estaba ni a favor ni en contra. Sencillamente, no entraba en mis planes. Pero este libro, además de ser mío, es una experiencia colectiva que cumple una función, y tenía claro que quería que fuera útil para el mayor número de personas. Así que en este caso no me ha generado ninguna duda moral. Lo que ha sido raro es encontrar mi voz en español, y eso lo he hecho junto con Irati. Paradójicamente, siendo el euskera mi primera lengua, y sintiéndome y pensando en euskera, me parece que en español mi voz es más emocional. O me parece que en las presentaciones en español tiene una emocionalidad que no le veía en euskera, y creo que tiene que ver con que verme en otro idioma me permite tomar una distancia, por lo que tengo la posibilidad de ver la historia desde fuera. Ahí entiendo cuando la gente me dice que se ha emocionado mucho con el libro, porque a mí me ha pasado ahora en las presentaciones de la traducción: “Qué fuerte lo de Moio”.
El tema de la memoria ha salido a menudo en esta charla, y precisamente te concedieron una beca que consiste en recoger la memoria contemporánea del País Vasco para escribir este libro. ¿Quién y qué es un cuerpo o un acontecimiento con tanta legitimidad como para recordar? ¿Y qué sujetos componen la memoria?
A través de la beca Tene Mujika se han tratado todo tipo de temas, pero muchos tienen que ver con la guerra de 1936 o la violencia político-armada. Y me preguntaba: ¿Qué lugar ocupa esta historia en todo esto? Porque era algo relativamente reciente y, además, el sujeto central era una persona trans y no una persona que ha sufrido eso que supuestamente llamamos violencia directa. Para mí fue un clac recibir la beca, porque estamos dispuestas a reconocer que nuestra memoria colectiva no es una y única, y a ver que este país tiene otras visiones y otras aristas de memoria que pueden hablar también de lo que se llama un gran conflicto. Porque, por ejemplo, el hecho de que lo de Moio haya ocurrido en un pueblo como Hernani — y eso se ve bien en el capítulo de Iratxe Retolaza — demuestra algo sobre nuestro pueblo. En ese momento, el hecho de dar una respuesta colectiva a una muerte o hacer un adiós público a través de una organización popular, creo que deriva de otros conflictos que hemos tenido en este país. Así que, si no podemos recogerlo todo, no podemos contar la historia completa.
“Creo que es muy difícil que alguien lea un libro así y siga con actitudes transfóbas sin más”
No sólo en el libro, también te has dirigido recientemente a tu amigo en las redes sociales, en segunda persona. ¿Cómo te atraviesa Moio?
Él, su muerte y lo posterior a la muerte son los que han construido gran parte de lo que yo soy hoy. En cuanto a la militancia, es evidente. No es casualidad que siempre haya estado en torno a las realidades trans, siempre en relación con el feminismo, que tuviera claro dónde quería estar en el surgimiento del transfeminismo, y dónde quiero estar en los conflictos actuales. Por lo tanto, más allá del dolor personal que me pudo causar la muerte de Moio, está claro que eso que soy políticamente, lo soy por esto. Y luego, personalmente, cuando te toca enfrentarte a algo así muy joven, te da una percepción de ti misma, del dolor, de la salud mental, de tener que cuidarte entre amigas, de tener que construir… eso tiene mucho que ver con el feminismo.
En el libro hablas de que te preocupa qué pensará él de esto. ¿Qué pensaría del viaje que está haciendo su libro?
Para quedarme tranquila, quiero pensar que estaría de acuerdo. Pero sí, tengo claro que él hizo que su muerte no fuese silenciosa, escondida y convertida en tabú, sino todo lo contrario. Lo hizo público, pidió que fuera público y quería que las cosas cambiaran. Así que el libro me ha enseñado que sí, que ha servido para eso, y estoy muy tranquila. Otra cosa es el pudor que le habría dado. Pero estoy muy contenta y orgullosa de mi amigo, y de todo lo que el libro me ha traído.
Ya has comentado que la transfobia está vigente, tanto desde una rama fascista como desde el feminismo radical transexcluyente (TERF). Actualmente trabajas con adolescentes e instituciones. ¿Cómo ves la situación?
Yo creo que, como nos ha pasado otras muchas veces, ha habido una instrumentalización de la realidad trans. Lo que quiero decir es que no creo que la existencia de lo trans en su día a día y el hecho de que las personas trans tengan derechos influya realmente en aquellas personas que tienen una actitud tránsfoba. Y, sin embargo, genera un gran odio. Esa ha sido siempre otra excusa para pegarnos entre las que estamos en los márgenes. Es parecido cuando a la gente le fastidia que otra gente cobre la RGI [Renta de Garantía de Ingresos]. Con las personas trans pasa eso. Crea un odio muy visceral, difícil de entender para mí. Cuando ocurre desde un supuesto feminismo, aún más. Creo que es paradójico lo que ha ocurrido con la ley del Estado español. La gente ha estado tratando de poner de relieve el efecto que los derechos trans pueden tener sobre otra gente, inventando teorías y, en cambio, aquí teníamos una ley similar desde 2019 y no ha habido ruido hasta ahora. Es doloroso, pero creo que muchos y muchas de las que están en posiciones tránsfobas y TERF no conocen la realidad trans. No hablarían así. O eso quiero pensar. Creo que es muy difícil que alguien lea un libro así y siga con actitudes transfóbas sin más. Eso sí, lo de la pedagogía no sé yo… Hay temas en los que no conozco realidades de primera mano, y sé dónde posicionarme políticamente. Ahí hay una elección política.
Y esa elección política se materializa en decisiones cotidianas, por supuesto.
Es positivo que la gente sienta una cierta preocupación por las personas trans después de leer el libro, y que utilice correctamente pronombres o marcas de género, por ejemplo. Y eso es muy importante, pero hay que dar un paso más: la realidad de las personas trans no demuestra la existencia de algunas personas erradas. La existencia de personas trans nos muestra una organización social muy rígida, por lo que deberíamos pensar cuánto contribuimos a esa rigidez. Cuánto mantenemos y fortalecemos ese sistema de género en nuestro día a día. Ese es el bumerán de la responsabilidad, y nos cuesta más porque tenemos que cuestionar nuestros roles de género, esa lógica binaria.
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