¿Cuánto pesa nuestro deseo? La gordofobia también se cuela en nuestras camas
La gordofobia está presente en todos los aspectos de nuestra vida, y sí, lo está también en nuestras camas. Este mes hablamos de sexualidad desde lo incómodo, lo gordo y lo cuir, para pensar en un orgullo gordo que se atreva a amar a pesar del miedo, el odio y la vergüenza corporal.
Integrantes de Nadie hablará de nosotras.
Soy gorda y sé que mi cuerpo significa muchas cosas, muchas más de las que me gustaría si pudiese elegir. Significa que no me cuido, que no me preocupo por mi salud, que no soy capaz de controlarme, que me falta fuerza de voluntad y que no tengo mucho amor propio. Ninguna de estas cosas es cierta, no tienen nada que ver conmigo, pero son los estereotipos gordófobos que nos acompañan a las personas gordas, un conjunto de creencias y mitos que reproducimos socialmente y sostienen la violencia y discriminación hacia nosotras.
Pero no son los únicos, hay más: por ejemplo, cuando era adolescente aprendí que ser gorda también significaba que no le iba a gustar a ningún chico, que nadie me iba a amar o iba a querer follar conmigo.
Cuando era adolescente aprendí que ser gorda también significaba que no le iba a gustar a ningún chico, que nadie me iba a amar o iba a querer follar conmigo.
Años de socialización gorda han ido tejiendo un manto de ideas sobre cómo debo y puedo relacionarme.
Puedo-debo ser la mejor amiga. (Es que tú no eres cómo las otras chicas)
Puedo-debo ser simpática. (Tú sí que me entiendes)
Puedo-debo ser graciosa. (¡Ay tía eres tan graciosa!)
No puedo-debo gustarle a los chicos. (¿A quien le va a gustar una chica gorda?)
No puedo-debo quejarme. (Cállate puta gorda)
No puedo-debo comer lo que quiero. (¿Es que no puedes controlarte?)
¿Llegará un día en el que la gente se atreva a amarnos?, ¿y si ese día ha llegado y no sabemos verlo?, ¿y si la gordofobia ocupa tanto que no deja espacio al amor?
A las chicas gordas no las quieren los chicos buenos. En el relato “Elegidas” (publicado en el libro Sacrificios humanos, María Fernanda Ampuero nos regala una escena final dónde las muchachas gordas y pobres que miraban desde la distancia a los chicos guapos, blancos y ricos, acaban cumpliendo sus fantasías, y bailan y follan con sus cadáveres en el cementerio:
“Llegaría el día, sí señores en el que todos se fijarían en nosotras y dirían a quien pudiera escuchar: ámenlas. Ámenlas, ese mandato recorriendo la tierra. Ese día llegaría: el día de limpiar todas y cada una de nuestras lágrimas”.
Ámenlas… ¿llegará un día en el que la gente se atreva a amarnos?, ¿y si ese día ha llegado y no sabemos verlo?, ¿y si la gordofobia ocupa tanto que no deja espacio al amor?
Ahora me doy cuenta de que mi experiencia de adolescente se parece mucho más a la de mis compas trans, bolleras o discas que a la de mis amigas del insti.
Mi adolescencia se parece más a la de las protagonistas del cuento de María Fernanda que a las historias que me contaban las revistas y series de televisión de mi época: la Bravo, la Superpop, la Vale, Al salir de clase, Compañeros, Nada es para siempre, Un paso adelante. Mi adolescencia estuvo llena de amigas, de libros y de fantasías, pero también lo estuvo de silencios jugando a yo nunca, de terror si alguien proponía jugar a beso-verdad-atrevimiento, de sorpresa si alguien se acercaba a mí con mirada juguetona y de desconcierto ante la posibilidad de un encuentro sexual. Mi adolescencia no se parece mucho a la de mis amigas en esa época. Éramos amigas, íbamos a la misma clase, vivíamos en el mismo barrio, nuestras familias se parecían, pero nuestra experiencia y nuestro sentir eran muy diferentes.
Ahora me doy cuenta de que mi experiencia se parece mucho más a la de mis compas trans, bolleras o discas que a la de mis amigas del insti. Siempre sentí que no estaba cumpliendo con lo que debía cumplir una chica porque no solo era una chica, era una chica gorda.
Ya sé, ya sabemos, que las opresiones no se miden, comparan y jerarquizan. Soy mujer, soy gorda y soy muchas otras cosas más. Menos mal. Pero en mi caso, la gordura fue mi puerta de entrada al mundo y eso ha conformado mucho de lo que soy ahora. Igual que la pobreza y la precariedad me enseñaron a acumular y a no tirar nada por si acaso, a guardar la comida rica por si era la última o a llevar los calcetines y las bragas rotas aunque pueda comprarme unas nuevas. La gordofobia me enseñó a no mostrar mi deseo, a ocultarlo para no hacer el ridículo, a vivirlo en mi imaginación antes que en mi cuerpo.
Esta experiencia tampoco es única de las personas gordas. Alana S. Portero habla de algo similar en La mala costumbre:
“Una parte fundamental de la estrategia de construcción de mi armario consistía en aparentar desgana ante cosas que estaba loca por hacer pero que, de hacerlas con entusiasmo, desvelarían una naturaleza no especialmente masculina. Lo primero que una niña trans aprende cuando el entorno es hostil a su causa, antes incluso de saber que lo es, cuando todo son intuiciones, es a controlar la ilusión, o a fingirla hasta que casi ni ella misma sabe cuándo es cierta y cuándo no”.
Aunque de otra manera, yo también aprendí a negar y castigar mi deseo frente a una posible humillación, oculté mis pasiones para prevenir posibles sonrisas burlonas. ¿Qué sexualidad podemos tener quienes la hemos vivido con miedo al ridículo y al castigo? Aunque no tengo la respuesta, sé que podemos y debemos reparar este daño, y que para hacerlo, lo primero que debemos hacer es reconocer nuestra historia.
Para mí la sexualidad siempre ha sido incómoda y ha estado cargada de vergüenza y pudor. Han sido muchos años de vivirla como espectadora y no como protagonista. Esto hace que le pregunte a la gente obsesivamente quién le gusta, les pido detalles de sus encuentros, me emociono con cada romance: ¿qué pasó?, ¿qué hicistéis?, ¿qué te dijo?…. Sé mucho de la sexualidad de las otras, pero ¿qué pasa con la mía?
Mi deseo está atravesado por la gordofobia y mis relaciones también, por la mía propia y por la que me rodea, que no es poca. Sé que la tarea de disolver la vergüenza es colectiva.
Mi deseo está atravesado por la gordofobia y mis relaciones también, por la mía propia y por la que me rodea, que no es poca. La gordofobia es un prisma con muchas caras: la salud, la discriminación laboral, la violencia en el espacio público o el bullying… Las activistas no nos cansamos de denunciarlas. Pero hay una cara difícil de ver y de la que no hablamos tanto: la sexualidad. Una sexualidad muchas veces construida a partir de la negación y el odio hacia los cuerpos como el mío, que no tiene representación y cuando la tiene es un chiste o una parodia. Una sexualidad que da vergüenza. Dice Sonya Renee Taylor que una vergüenza, cuando es compartida y comprendida, deja de ser una vergüenza, así que aquí estoy yo compartiéndola porque sé que no es sólo mía, y la tarea de disolver la vergüenza corporal es colectiva.
Tantos años de odio, de decirnos que nuestro cuerpo estaba mal, de aprender que nadie nos iba a querer, han generado en muchas de nosotras una sensación de vergüenza corporal que nos acompaña en la calle y en la cama. Escribe Renee Taylor en Tú cuerpo no es una disculpa:
“Nuestra vergüenza corporal es una historia cuyos capítulos comenzaron a escribirse en algunos de nuestros recuerdos tempranos. La vergüenza corporal no es una novela emocionante cuyas páginas no puedes dejar de pasar, sino un texto agotado de bochorno, enjuiciamiento y duelo. Nuestra historia nos ha hecho creer que nunca tendríamos amor, que nunca seríamos lo suficiente, que siempre nos rechazarían. Décadas más tarde nos vemos aún en este atasco, con una historia de vergüenza corporal puesta en bucle en nuestras mentes. No tenemos por qué conservar esa historia.”
Tal y como plantea Magda Piñeyro en el libro Stop gordofobia y las panzas subversas, ¿cómo me voy a sentir libre en la cama si vivo mi cuerpo como una cárcel?, ¿cómo desear abierta y activamente si he aprendido que no iba a ser correspondida?, ¿cómo voy a comunicar todo esto si hay un tabú gigante sobre la gordofobia y lo que hace en nosotras?
En el manifiesto del Orgullo crítico del año pasado (2023) en Madrid la voz gorda gritaba esto:
“A las gordas no se nos considera personas dignas de amar y ser amadas. Ni deseades, ni bien tratadas. Y, aunque nos encantaría decir que venimos aquí orgullosas, porque aún a día de hoy recibimos odio en las calles, discriminación en los médicos, en el trabajo y nuestras propias familias, no podemos estarlo porque sabemos que ahora mismo, muchas de las que estáis escuchando estas palabras y asintiendo con fuerza nuestra lucha, no soportaríais la idea de tener un cuerpo como el nuestro.”
En los últimos años el bloke gorde en Madrid (colectivo gordo autónomo y autogestionado de acción directa) participa activamente en la convocatoria del Orgullo crítico y en la plataforma intercolectivos. No es casualidad esta afinidad con colectivos trans, discas, cuir o locos. Los colectivos gordos del Estado español están compuestos en su mayoría por bolleras, asex, no binaries, bisexuales, marikas y trans. Además, sucede que la violencia que vivimos muchas veces confluye con la que viven compas discas (“mira que gorda está si no puede subir bien las escaleras”, “es un problema de salud no ves que no puede salir al monte a caminar”) y locas (“come mal porque tiene un problema de autoestima”, “si fuera al psicólogo adelgazar”). En ambos casos se utilizan cuestiones derivadas de nuestro cuerpo como una movilidad diferente o la dificultad de acceso a diferentes espacios como si fuera un problema cuando no lo es.
Nuestra grasa rompe con los mandatos corporales que se esperan de nosotras, cada kilo, cada estría, cada nueva lorza, nos va restando capital corporal. Un capital cada vez más necesario para acceder al empleo, la ropa, el transporte y, por supuesto, el amor. Todos ellos elementos esenciales e impuestos para la supervivencia dentro del sistema. El cuerpo hegemónico que se va imponiendo desde el modelo racista, binario, patriarcal, heterosexual y capacitista-cuerdista está atravesado por la delgadez. Lo blanco es delgado, lo rico es delgado, lo hetero es delgado, lo productivo es delgado, lo sano es delgado. Lo gordo es lo malo y nuestra grasa es una barrera que nos separa del mundo, que nos deja en el lado más bestia de la vida, que diría Albert Pla.
Virgie Tovar habla de cómo les afecta a los hombres gordos el hecho de tener tetas cuando “no deberían tenerlas” o de que la barriga oculte el pene y los testículos
En el mundo en el que vivo ser una mujer gorda que no intenta adelgazar significa ser una mala mujer. La delgadez se ha convertido en un requisito indispensable para nosotras. Si antes lidiábamos con la presión de ser buenas madres, cuidadoras del hogar, cocineras o esposas, ahora le sumamos el mandato de ser sanas, guapas y deseables: todo lo que a ojos del mundo occidental no somos las mujeres gordas. Una mujer que no se cuida no es una mujer deseable, tampoco es una buena madre, una mujer gorda no es una buena mujer, es una mujer que debe ser castigada y señalada. Dice Roxanne Gay en su libro Hambre:
“Mi grasa corporal capacita a las personas para suprimir mi género. Soy una mujer, pero no me ven como tal. Muchas veces me confunden con un hombre. Se dirigen a mí como “señor” porque la gente se fija en lo que ocupa mi cuerpo e ignora mi cara, mi peinado, mi abundante pecho y las demás curvas”.
Pero la gordofobia no es un problema exclusivo de las mujeres. A pesar de que una parte de los feminismos se empeñe en vincular la gordofobia con la violencia estética (en parte por incapacidad de ver más allá, y en parte por la lógica institucional que obliga a hablar de violencia para recibir subvenciones), la gordofobia es un sistema de discriminación más allá del género, cuyas raíces se asientan en el racismo, el colonialismo y el capitalismo. A los hombres la grasa parece acercarles a lo femenino y esto tiene un coste, la alianza misógina entre homofobia y patriarcado nos enseña que lo peor que le puede pasar a un hombre es parecer una mujer. Aunque con menos presión, los hombres son menos hombres cuanto más capas de grasa rodean su cuerpo. Desde Pablo Motos a Pedro Sánchez, vemos como los modelos de masculinidad en el territorio español se construyen alrededor de la salud y la fuerza: un hombre que no se cuida no es un hombre exitoso, un hombre deseable.
La gordura es una barrera en la construcción de género, ya que el género se performa en el cuerpo, y tanto el cuerpo masculino, como el femenino o el no binario se imponen delgados. Internet está plagado de artículos sobre la relación entre la grasa y los estrógenos (“hormonas femeninas”), y en oposición, sobre la delgadez y la testosterona (“hormona masculina”): cuanto más estrógenos más grasa, cuanta más testosterona más fuerza y firmeza. Virgie Tovar habla en Tienes derecho a permanecer gorda sobre cómo les afecta a los hombres gordos el hecho de tener tetas cuando “no deberían tenerlas” o de que la barriga oculte el pene y los testículos. Pienso también en la presión por tener cuerpos fuertes y delgados que se impone sobre los hombres gais, o en cómo el cispassing impone la delgadez a las personas trans como requisito para cumplir con los mandatos de género.
Si eres gorde, la gordofobia te atravesará sin importar si eres cis, trans, bollera, hetero o asex, da igual, los cuerpos gordos molestan, esto lo aprendimos desde bien peques. Ahora bien, como con cualquier otra discriminación, tú experiencia será única y tendrá tantos matices cómo poros tiene tu piel. La gordofobia se cuela en nuestra forma de relacionarnos (estemos gordas o no) porque sabemos que la forma de vivir y disfrutar con nuestro cuerpo y de nuestras relaciones cambiará mucho si somos gordas o no. Y es que muchas personas todavía creemos que solo seremos (bien)amadas si somos delgadas, y en el lado contrario, muchas personas solo se atreven a amar y desear a cuerpos delgados. Tenemos la asignatura pendiente de engordar nuestro orgullo, de llenarlo de lorzas y que se vuelva gordo. Para algunas es difícil posicionarnos como heteros, lesbianas o bis porque no pudimos habitar nuestro deseo libremente, porque no tuvimos la posibilidad de pensar en lo que nos gustaba, ¿cómo hacerlo si mi deseo siempre ha dependido del deseo de otras?
Han sido muchos años de vivir un deseo oculto y avergonzado. Nos queda un camino largo para transformar estos aprendizajes, un camino que requiere de valentía para mirar de frente a la gordofobia que tenemos, para reconocer cómo entra en nuestros espacios íntimos y cómo afecta a nuestra forma de desear y de amar, para atrevernos a desear otros cuerpos y atrevernos a incorporar la vergüenza en nuestro deseo.