“Los deseos indefinidos o los que no se llegan a concretar pueden ser dolorosos”
Paula Ducay publica su primera novela, ‘La Ternura’ (Altamarea), un libro sutil y veraniego donde la escritora indaga en las relaciones humanas y explora conceptos como el deseo, la ternura o la diferencia de edad.
Paula Ducay./ Foto cedida
La ternura como un sentimiento resbaladizo, un concepto ambiguo que, en muchas ocasiones, no está tan lejos del deseo. De hecho, más veces de las que creemos, es difícil colocar la línea divisoria entre ambos.En esta tensión entre ternura y deseo se desenvuelven Naima y Marco, protagonistas de La Ternura (Altamarea), la primera novela de Paula Ducay (1996), la mitad del exitoso podcast Punzadas sonoras en Radio Primavera Sound. Un libro delicado en el que lo que no se expresa es casi más importante que lo que se dice explícitamente, y con el verano también como protagonista, esa estación en la que no pasa nada y a la vez puede pasar todo. En la novela, Ducay explora las relaciones humanas, en este caso marcadas por la diferencia de edad y la complejidad de los sentimientos. Hemos hablado con ella.
¿Cómo ha sido el proceso de escritura de tu primera novela? ¿Dónde dirías que te has sentido más vulnerable y cuándo has podido disfrutar más del proceso?
La escribí de verano a verano después de darle vueltas a la idea durante varios días mientras estaba de viaje. Una vez tuve claro el principio, las cosas fueron más o menos surgiendo. Es una novela donde lo que no se dice es muy importante, y fue complicado elegir qué cosas explicitar y qué cosas dejar sumergidas para que al leerlas se rescaten por sí solas. En general he disfrutado mucho del proceso; pelearse con el lenguaje no es fácil pero a ratos es divertido. Creo que el momento de mayor vértigo fue cuando Altamarea me contrató el manuscrito, que todavía no estaba terminado. Cuando me senté a escribir una vez hube firmado el contrato, la sensación era muy extraña: sabía que lo que escribiera a partir de ahora lo iban a leer mis editores primero y la gente después. Tuve que hacer un esfuerzo por quitarme de encima esa vigilancia que en ese momento estaba solo en mi cabeza.
¿Por qué el verano? ¿Qué tiene esta estación que inspira tantas historias?
Creo que el verano es un territorio muy fértil para las historias porque es una especie de paréntesis vital que sucede cada año. En verano tenemos la sensación de que pueden pasar cosas que no pasarían en otras estaciones, estamos aburridas, nuestros cuerpos están más expuestos, si tenemos suerte estamos en algún sitio desconocido y nuevo… y ahí pueden pasar muchas cosas. Como lectora y como espectadora, me atraen mucho las historias que suceden en verano, y supongo que eso se refleja en mi narrativa. A veces estoy escribiendo algo y antes de que me haya dado cuenta, de repente el texto supura calor, hay mosquitos y una playa cerca. Y pasa casi sin querer.
La novela tiene que ver con la ternura, pero también hay implícito un deseo que ni Marco ni Naima tienen muy claro qué significa. ¿Qué hacemos con los deseos indefinidos?
Pues el tema de los deseos indefinidos es gran parte de lo que quería explorar, creo que es interesante ver de qué manera los personajes (y las personas) lidiamos con esas contradicciones que surgen cuando no sabemos qué estamos sintiendo por otra persona. A veces se instala esta concepción de que tenemos que tener muy claro todo el rato qué es lo que sentimos y cómo expresarlo y gestionarlo, pero me parece muy difícil eso, y muy humano a ratos no saber nada. Sí que creo que los deseos indefinidos o los que no se llegan a concretar del todo pueden ser dolorosos. Quizás porque hay un elemento de imaginación y anhelo con el que es difícil lidiar…
“Que haya una diferencia de edad importante hace que automáticamente el resto de personajes sospechen de ese vínculo, de esa amistad. Más allá de que existen dinámicas de poder evidentes entre hombre mayor y mujer joven, los vínculos humanos son mucho más complejos”
¿Sientes que en general tendemos a infravalorar la ternura? Parece que no nos basta, pero sin ella cualquier relación, del tipo que sea, está destinada al fracaso.
Creo que puedes tener razón, que si buscamos todo el rato los fuegos artificiales en cualquier relación, podemos olvidarnos de esos afectos que están construidos sobre algo más tranquilo, más amable, pero también posiblemente doloroso, como comentábamos antes. Me interesaba explorar la ternura como sentimiento, porque es ambiguo y puede darse en relaciones muy distintas; de hecho, en la novela hay una especie de expansión de la ternura: empieza en Naima y Marco, y poco a poco recorre al resto de los personajes. Creo que en ciertas relaciones la ternura puede bastar, puede ser suficiente; sobre todo en ese tipo de vínculos que son muy complicados de navegar, que tenemos un poco que negociarlos con nosotros mismos y con los otros.
En ciertos momentos de la historia, Naima reflexiona sobre la mirada de Marco, la mirada del otro. Rescato esta parte: “Sabe que lleva meses conviviendo con la mirada de Marco incluso cuando él no está presente, como si la tuviese inscrita en algún lugar recóndito del cráneo y la obligase a comportarse de ciertas maneras”. Me interesa mucho esta cuestión de actuar como si la otra persona nos estuviera mirando aún cuando no hay nadie que nos observe.
Bueno, creo que las magas de este tema son Andrea Gumes y Anna Pacheco con sus reflexiones en Ciberlocutorio, ojalá respondieran ellas a esta pregunta. Creo que, sin duda, la idea de que las mujeres llevamos un hombre dentro (o fuera) que nos mira todo el rato es interesantísima y muy certera. Y creo que esto se intensifica siempre que nos atrae alguien o que trabamos una amistad intensa; todo parece de repente condicionado por lo que nosotras pensamos que esa persona pensaría, o por los juicios que imaginamos que él o ella harían de nosotras. En esta novela, y en el verano en que sucede (volviendo al tema de los cuerpos expuestos), creo que hay mucho de Naima siendo consciente de su cuerpo: de dónde está, de dónde están los cuerpos de los otros personajes, de cómo interactuan entre ellos… y todo eso resulta en un baile de miradas, reales e imaginadas.
La diferencia de edad entre Marco y Naima es un rasgo que define su relación, muchas veces a su pesar. Diferentes circunstancias vitales, pero aún así su conexión es muy fuerte. ¿Por qué te interesaba establecer esta diferencia de edad?
Es una manera muy directa y efectiva de marcar una distancia entre ambos personajes y sus circunstancias vitales. Que haya una diferencia de edad importante hace que automáticamente el resto de personajes sospechen de ese vínculo, de esa amistad. En la novela también quería plantear la pregunta de por qué no vamos a tener amistades de cualquier edad. Más allá de que existen dinámicas de poder evidentes y que todos conocemos entre “hombre mayor” y “mujer joven”, los vínculos humanos son mucho más complejos que las etiquetas que queramos ponerles, y ahí es donde la ficción puede tener cosas que decir, que explorar, dilemas que plantear.
Comentabas en una entrevista en la Cadena Ser que te parece bonito que haya cierta indeterminación en los personajes (ponías el ejemplo del abuelo). Cuando comenzaste a escribir, ¿tenías claro cómo eran Naima o Marco, o a lo largo del proceso se fueron construyendo, por decirlo de alguna manera?
Se fueron construyendo solos, o por lo menos esa es la sensación que tengo, aunque evidentemente soy consciente de que allí no había nadie más que yo escribiendo y dándole a las teclas. Una vez empecé a conocer bien a los personajes, tenía la sensación de que decían cosas y hacían cosas que no respondían a nada que yo hubiera planeado conscientemente. Esto suena a trance místico, pero creo que es así para muchos escritores. También pienso que es verosímil dejar abierta esa indeterminación; si los personajes ya se conocen y es una novela muy basada en sus conversaciones, no habría tenido sentido que se pusieran a explicar aquellas cosas sobre las que el lector o la lectora pudiera tener dudas. Y creo que es más interesante que ellos y ellas completen el sentido de la historia con su propia indeterminación a que se lo den todo masticado; creo que eso sería demasiado fácil para mí como autora, y demasiado aburrido para la gente que va a leer la novela.