Notas nocturnas sobre la nostalgia

Batido de ortigas

Notas nocturnas sobre la nostalgia

Lástima: los momentos que más me muero por narrar se mantienen intocables, protegidos por la urgencia de la nostalgia.

Texto: Elisa Coll

Phoebe Waller-Bridge, creadora y protagonista de Fleabag, en una imagen promocional de la serie

La nostalgia: un candado

Escribir sobre un recuerdo significa modificarlo. No durante la escritura, sino después, al releer el texto, al pasar la mirada una y otra vez por las partes que decides narrar y al apartar una y otra vez las que dejas de lado. El recuerdo queda finalmente sustituido por las palabras escogidas, que ahora son surcos en la nieve mientras la memoria no manufacturada queda enterrada bajo un manto engañoso. Y ya ni hablar de si al texto le metes ficción: llegan a crearse imágenes híbridas fantasíarrealidad que quedan registradas en la cabeza, imágenes con las que el cerebro va tiñendo el recuerdo original. Ejecutar la creatividad tiene el coste de la desfiguración de la memoria.

Por eso hay recuerdos sobre los que no me atrevo a escribir. Los tengo guardados en una vitrina tras la que pierden color con el paso del tiempo, pero al menos no los voy a deformar con mis tontos dedos aporreando teclas. Lástima: los momentos que más me muero por narrar se mantienen intocables, protegidos por la urgencia de la nostalgia.

La nostalgia puede ser un dispositivo de borrado —o recuperación— de la memoria colectiva.

 

La nostalgia: un tren llegando a Atocha

Volviendo a Madrid. Así me paso toda la primavera. Hace cuatro años la ciudad me escupió como a una colilla chuperreteada, pero ahora me engatusa de tal forma que consigue que olvide aquella expulsión. Consigue hacerme creer que, en el fondo, siempre fue así. Yo vuelvo a sus brazos eufórica perdida y, en una de estas, me tatúo un clavel. Durante semanas lo miro de soslayo en cada espejo que me cruzo. Lo observo con sospecha, es una flor tatuada a mediodía, pero se siente como el nombre del novio tóxico tatuado en un arrebato de borrachera a las cuatro de la mañana. No ha dado tiempo a que la nostalgia dé el beneplácito reposado a este tatuaje garabateado con urgencia, persiguiendo la promesa de que ahora sí, ahora verás que estaremos enamorados para siempre. Como antes.

 

La nostalgia: un delito a media noche

No has borrado casi ninguna de las playlists que se supone que hay que borrar después de. Nunca las escuchas de día y siempre te aseguras de tener activado el modo sesión privada.

Te sientes como la abuela que tiene el paquete de cigarros pegado detrás del váter con cinta de carrocero y se espera a que esté todo el mundo dormido para sacarlo con cuidado y escabullirse al balcón. Respirar hondo y volver a otro tiempo. Una ceremonia solemne que ya es solo suya.

 

La nostalgia: también la tienen ellos

No son insensibles. No están emocionalmente desconectados. Miro una pancarta de propaganda electoral de ultraderecha y me pregunto si lo mismo que sentimos algunas respecto a épocas idealizadas que nunca hemos vivido (basic bitches imaginándose a sí mismas en San Francisco en los años 60) es lo mismo que sienten ellos al imaginarse como parte de una horda de energúmenos bramando victoria en 1939.

Le pido a ChatGPT que me haga una lista de pros y contras de la nostalgia. Ni en los pros ni en los contras aparece que sea una herramienta de movilización política. La nostalgia puede ser un dispositivo de borrado —o recuperación— de la memoria colectiva.

En el grupo de terapia me dijeron: el control sobre el relato se convierte en el control sobre la realidad.

Recorremos el espacio, modificamos el espacio, volvemos una y otra vez a los espacios escarbando con los sentidos, rastreando como animales ansiosos las más sutiles huellas de otra era.

La nostalgia: parte del Producto Interior Bruto

Cosas que he comprado por nostalgia:

entradas para ver a Avril Lavigne dentro de una semana

entradas para ver a Green Day, hace años

billetes de avión

billetes de tren

billetes de bus

(Me dijo el otro día una ex que el bus es de lesbianas y el tren de bisexuales. Me pareció acertado).

Tang (seguía estando rico)

chuches con forma de huevo frito (seguían estando duras y asquerosas)

Chupachups

pintalabios

exactamente las mismas lucecitas para decorar mi cuarto desde 2015 porque me recuerdan a 2015

en realidad, entradas para la mayoría de conciertos a los que he ido

tabaco.

Leo en una publicación de la Universidad Autónoma de México: “La nostalgia es un factor poderoso en el proceso de decisión de consumo por la gente”.

Recorremos el espacio, modificamos el espacio, volvemos una y otra vez a los espacios escarbando con los sentidos, rastreando como animales ansiosos las más sutiles huellas de otra era.

Subo el volumen: el pasado ya no es un lugar peligroso. Puedo elegir por qué parajes caminar y por cuáles no.

La nostalgia: el pie en la puerta modo vendedor de enciclopedias

En una lista de reproducción aleatoria, salta una canción. El vello de mi nuca reacciona de una manera, mi tráquea de otra, mis dedos de otra. El gesto inmediato es pasarla, pasarla, como quien cierra apresuradamente una puerta que nunca debió abrirse. Justo antes de presionar la flechita que apunta hacia la derecha, se entremezcla la tentación de escucharla entera con un latigazo de culpa. ¿Qué pasa si la dejo sonar? ¿Qué dice eso de mí? Quien me mostró esta canción es el mismo que durante tantos años temí encontrarme por la calle o que apareciera un día en mi casa con los ojos llenos de furia por haber contado lo que me hizo. Qué absurda me parece, al estar escribiéndolo —bendita escritura, chatas—, la terrorífica posibilidad de que sentir placer al escuchar esta canción pueda significar nostalgia de todo aquello. La sola idea me da escalofríos. Vuelve el impulso de pasarla para espantar este pensamiento, como he hecho tantas veces antes, pero mi dedo no llega a presionar la flechita que apunta hacia la derecha. En cambio, subo el volumen: el pasado ya no es un lugar peligroso. Puedo elegir por qué parajes caminar y por cuáles no. Acercarme al río y rescatar de su orilla lo que desee rescatar.

Fotograma del episodio final de Fleabag

Fotograma del episodio final de Fleabag

La nostalgia: it’ll pass

Algunas emociones no se pueden explicar, como por ejemplo lo que te hace sentir el final de Fleabag.

 

La nostalgia: recordatorio de quién eres

La nostalgia reconforta porque en ella siempre hay sensación de pertenencia. Hermana, tu cuerpo es tuyo, sí sí, pero perteneces inamoviblemente a todo lo que extrañas. Por eso se puede conversar no solo con los muertos, también con todo lo que ya ha sido. Cerrar los ojos y recorrer aquel piso. Tú de pequeña. Aquella noche. Volver allí a pasar un rato, de la misma forma que se visita a una abuela. Y en épocas de soledad y hastío y desconexión y ansiedad y horas extra y agotamiento y cinco whatsapps sin responder, las emociones que te atravesaron se convierten en la única prueba de que sigues siendo capaz de sentirlas.

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