Y después de años de resistencia, Rayka Abu Dakka tuvo que abandonar la Franja de Gaza

Palestina

Y después de años de resistencia, Rayka Abu Dakka tuvo que abandonar la Franja de Gaza

Ha estado ocupada por británicos, egipcios e israelíes desde la Primera Guerra Mundial. Hay personas refugiadas de los años 48, 67 del siglo pasado y ahora de 2023. No hay nadie ya que pueda recordar una Palestina libre de colonización. La vida de Rayka Abu Dakka, refugiada en Bizkaia, recorre la historia reciente de la Franja de Gaza.

Rayka Abu Dakka, en la casa de su hijo Fares. / Foto: María del Vigo

03/07/2024

Cuando Rayka Abu Dakka cursaba primero de Secundaria, en la ciudad de Khan Younis, Palestina estaba controlada por Egipto, así que los exámenes de aquel junio llegaron a la Franja de Gaza custodiados desde El Cairo. “Nos juntaban a todos en espacios grandes, como campos de fútbol, para hacer los exámenes oficiales a la vez, y luego se los volvían a llevar”. Este es un ejemplo de la imposición de la Administración egipcia en aquellos años. El 6 de junio de 1967 una joven Rayka terminó de hacer sus exámenes y reanudó los 15 kilómetros que tenía de vuelta a casa, en Abasan Al Kabeera, también en la Franja. Tuvo suerte, recuerda, de haber llegado a su destino antes de que los tanques israelíes empezaran a rodar por ese mismo trayecto. Acababa de empezar la guerra de los Seis Días. Para esta mujer menuda, de aspecto afable y manos fuertes, el miedo llegó entonces para quedarse. 57 años de resistencia después, se ha visto obligada a abandonar su pueblo. Rayka Abu Dakka es una de las palestinas refugiadas en Euskadi. La entrevista es posible gracias a la traducción de uno de sus hijos, que cede la cocina de su casa para la conversación, en la que también están presentes su mujer y sus cuatro criaturas.

Rayka Abu Dakka nació el 21 de febrero de 1952, cuatro años después de la creación del Estado de Israel. Con la Nakba, las condiciones económicas de la Franja de Gaza empeoraron notablemente y cerca de 200.000 personas llegaron como refugiadas desde otros lugares de Palestina a esos escasos 360 kilómetros cuadrados. En un mapa, una Rayka ya vieja marca las zonas en las que se ubicaban las tierras que tenía su familia hasta que Israel las ocupó en el año 48. Señala especialmente una al sureste de la Franja, que quedó partida por la mitad; fue lo único que pudieron conservar. Explica que perdieron miles de kilómetros cuadrados en aquella ocupación en la que más de 700.000 personas de la Palestina histórica se convirtieron para siempre en refugiadas. De aquellas tierras vivían varias familias, ya que se gestionaban conforme a una de las antiguas fórmulas otomanas de explotación de la tierra: “Otras personas las cultivaban, se quedaban con dos tercios de la cosecha, y nos daban el otro tercio a modo de renta”.

El experto en Oriente Medio Álvaro Zamarreño explica que “precisamente las fórmulas tradicionales de control de la tierra facilitaron la entrada a la colonización sionista y a su legitimación, así como a la realización de la Nakba”. En la época otomana, aclara, “convivían los pequeños propietarios con medianos terratenientes, que en general recibían pago en especie, como el padre de Rayka, con las propiedades estatales, trabajadas o no, que son las primeras con las que se hace la agencia judía, y con otras fórmulas más complejas, como el waqf”.

El waqf es una donación religiosa. Se traduce literalmente como detener e implica que una determinada propiedad donada para el usufructo no puede ser después vendida ni regalada por ninguna de las partes. Esta jurisprudencia islámica no fue respetada por los colonos. Zamarreño apunta otras dos claves. Por un lado cuenta que “mucha gente no tenía ningún título de propiedad de sus tierras, porque en el sistema otomano no había hecho falta hasta entonces”. Por otro, comparte que había grandes terratenientes que vivían fuera de la Palestina histórica, en las grandes ciudades del imperio, como podía ser Estambul: “Estos propietarios ausentes fueron clave en el proceso de colonización sionista porque vendieron sus tierras a la agencia judía dando por hecho, como era la costumbre otomana, que las personas que trabajaban las tierras no cambiarían aunque cambiara la propiedad. Pero no fue así. De esta forma, miles de campesinos fueron expulsados de las zonas rurales de Palestina hacia las ciudades”.

Perdidas la mayor parte de las tierras, el padre de Rayka decidió reinventarse. “No sabía leer ni escribir pero era muy bueno con las matemáticas. Su cabeza era como un ordenador. Aquí [en Europa] le llamarían emprendedor”. Se dedicaba al comercio de distintos productos, especialmente de telas. Se le daban tan bien los números, insiste, y hacía las veces de contable para la gente del pueblo, que solía acercarse a su casa para pedirle ayuda con la gestión de sus respectivos asuntos. ¿Era ese su negocio? “No, no, eso lo hacía gratis, claro, para ayudar a los vecinos. Su principal negocio era el comercio. Montó una pequeña empresa de transporte”, aclara, mientras cuida de que sus pulseras no tintineen contra el cristal de la mesa de la cocina interfiriendo en la grabación.

En los años 50, Abasan Al Kabeera (Abasan la grande) no tenía escuela, así que Rayka pasó su etapa educativa yendo y viniendo a distintas ciudades. En la etapa infantil, recorría a pie junto con sus compañeras de clase los cuatro kilómetros que separaban su pueblo de Bani Suheila, y recuerda entre risas, rejuvenecida de repente por una mirada pilla, las broncas de las maestras porque solían entretenerse jugando por el camino y llegaban tarde la mitad de los días. Sonríe de nuevo al recordar en las palabras de sus compañeras en el camino de vuelta: “Vamos a la tienda de la madre de Rayka”, decían. Se referían a su casa. No había tienda, pero siempre caía algo. Aquella mujer, que crio a 10 hijas y tres hijos, fingía a menudo que necesitaba que niñas y niños le llenaran un cubo de agua para darles a cambio unos dulces o algunas monedas. Todo eso era antes del 67, cuando no había horarios para el toque de queda. Antes de “perder la libertad y de que empezaran los registros del Ejército en nuestras casas”. Tras la guerra de los Seis Días, Israel ocupa Cisjordania y la Franja de Gaza, así como Jerusalén Este, la península del Sinaí egipcia y los Altos del Golán sirios. Solo han devuelto la península del Sinaí.

Mezquita Al-Dakkat antes de los bombardeos. / Foto cedida

Mientras acuna con delicadeza a su nieta de meses, marca el año 67 como punto de inflexión en su vida, como lo es en la historia de Palestina. No habla expresamente de una sociedad civil organizada, pero sí de un sentimiento de comunidad profundamente arraigado que se expresa con naturalidad en lo cotidiano: “Muchos chicos jóvenes se salvaron gracias a las mujeres. Sobre todo en la Primera Intifada”. Se trata de una revuelta a la que Israel responde intensificando los controles y los registros tanto en la Franja de Gaza como en Cisjordania. “Era habitual que entraran en las casas a buscar a nuestros hijos para llevárselos y usarlos de escudo humano o simplemente para humillarlos y asustarnos. Yo me encaré una vez a los militares porque querían llevarse a mi hijo pequeño, que tenía ocho años, para que apagara unos neumáticos que habrían prendido otros chicos. Vinieron tres o cuatro jeeps a casa para llevárselo, pero conseguí evitarlo”. Durante aquella intifada se colgaban banderas palestinas en lugares visibles, como símbolo de resistencia. La suegra de Rayka salvó a ese mismo hijo en otra ocasión en la que intentaron llevárselo para que retirara una de esas banderas que alguien había colgado en lo alto del minarete de la mezquita Al-Dakkat. A ambas les movía el miedo a lo que pudiera pasar: “Les pegan y torturan mientras les llevan para bajar una bandera o a apagar un fuego, otras veces se llevan a los niños y no los devuelven”.

Mezquita Al-Dakkat después de los bombardeos. / Foto cedida

Por eso escondían en su casa a niños y jóvenes para evitar que los atrapara el Ejército israelí: “Las mujeres nos enfrentábamos porque en aquel entonces los soldados israelíes todavía escuchaban. Les costaba más matar. Se lo pensaban”. Rayka asegura que en la Segunda Intifada, que arrancó en septiembre de 2000, aquella mínima comunicación había dejado de existir: “La mayoría de las veces las mujeres ya no conseguíamos rescatar a los chavales, pero la decisión de matar seguía sin ser tan fácil como a partir de 2006”.

El 25 de enero de ese año Hamás gana las elecciones legislativas en la Franja de Gaza e Israel pone en marcha el bloqueo de la Franja por tierra, mar y aire. Además activa una ofensiva militar detrás de otra: 2006, 2008, 2009, 2012, 2014, 2021 y 2022.

“El mayor miedo no es la muerte, sino la detención, las humillaciones y lo que nos puedan hacer antes de matarnos”

En 2014 Israel dio un paso más en la violación del derecho internacional humanitario: atacó las escuelas de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA) en las que se resguardaban más de 300.000 personas, y dio comienzo a una estrategia de desprestigio de la agencia, que ha terminado con acusaciones de terrorismo en 2024. “Las instalaciones de UNRWA que hay dentro de la Franja de Gaza son edificios de Naciones Unidas, no pueden ser violados. De entre todas ellas, más de 200 edificios funcionaban como escuelas. Se consideran zona segura, por eso se abren durante las ofensivas para que la gente se resguarde en ellas”, explica la directora de comunicación de UNRWA en el Estado español, Cristina Poveda.

“El mayor miedo no es la muerte, sino la detención, las humillaciones y lo que nos puedan hacer antes de matarnos”, dice Rayka. Su relato viaja al presente. Cuenta que los primeros días tras el 7 de octubre de 2023 pasaba las noches en casa de su hija, en el barrio de Shahaida, en Abasan Al Kabeera. Poco después, recibieron un mensaje de Israel diciéndoles que tenían que moverse a Khan Younis: “Pero no entraron [los soldados israelíes], no cruzaron la frontera. Solo bombardearon algunas casas, pero no entraron hasta diciembre, después de la tregua. Mi familia se fue [a Khan Younis] porque nuestra casa está aislada y muy cerca de la frontera. Más en el interior, muchos familiares siguieron en sus casas a pesar del SMS y murieron bajo los bombardeos”. No había decisión correcta, porque tampoco Khan Younis era un lugar seguro: Israel lo bombardeó hasta la “destrucción total”, según evaluó una misión de las Naciones Unidas en abril, al ver que la mayoría de los edificios habían sido dañados, las carreteras destruidas. También comprobaron la existencia de numerosas municiones sin detonar y constataron la imposibilidad de acceso a alimentos, agua o atención sanitaria.

Complejo escolar Al Awda antes de los bombardeos. / Foto cedida

En noviembre del año pasado, poco antes de la tregua, parte de la ciudadanía al sur de la Franja Gaza, entre la que se encontraba la familia Abu Dakka, solicitó a la UNRWA la protección de otras escuelas públicas, más allá de las propias de la agencia, insuficientes para tantas personas refugiadas. “Así entró nuestra escuela, que está entre Abasan y Bani Suhaila, y la mayoría de nuestra familia decidió desplazarse a ella, junto con otras muchas familias de Abasan Al Kabeera. Así que fui para estar con mi gente, pero después no pude aguantar mucho porque tengo las dos rodillas operadas y no puedo sentarme en el suelo. Uno de mis hijos consiguió ir a casa para traerme una cama. Los niños y las mujeres dormíamos en las aulas. Los hombres y los jóvenes estaban en la calle, bajo la lluvia y el frío. Pero lo peor eran los baños. Con suerte, en una hora llega tu turno. Nos duchábamos una vez al mes”. Los hijos e hijas de Rayka, los que estaban con ella en la Franja y los que viven en el extranjero, decidieron que ella no podría aguantar esa situación mucho más tiempo. La convencieron para que abandonase la Franja de Gaza aprovechando su pasaporte jordano. Tras 20 días solicitando el asilo en Jordania, lo logró el 20 de noviembre de 2023. Adquirió la nacionalidad jordana tras casarse con un hombre que a su vez la había heredado de su padre. Al suegro de Rayka, que vivió bajo el mandato británico, le dieron la posibilidad de obtener el pasaporte jordano o el británico, y se decidió por Jordania en un acto de rebeldía contra la ocupación británica.

Uno de los edificios de Al Awda, el complejo escolar en el que la familia Abu Dakka se refugió, tras los bombardeos. / Foto cedida

Rayka llegó a Ammán agotada. Sin familiares cercanos allí, los dos hijos que viven en Arabia Saudí tramitaron un visado de turista para ella. Antes de que se terminara ese permiso, su hijo Fares Abu Dakka, que tiene nacionalidad española, logró tras mucho insistir un permiso por reagrupación familiar en el Estado español. “Soy la única persona de mi familia que tiene posibilidades de darle a mi madre una vida digna en el tiempo que le queda, hasta que pueda volver a los escombros de su casa, y vosotros tenéis la oportunidad de hacer esto posible o no”, escribió entonces a la Embajada de España en Jordania. Rayka llegó a Bilbao el 1 de mayo de 2024.

Salió de la Franja de Gaza cruzando el paso de Rafah y dejando allí a seres queridos a quienes el pasaporte jordano no les sirvió de mucho. Como un hijo al que Egipto no dejaba salir por ser miembro del equipo médico del hospital Al-Shifa, y considerar, por tanto, que posee información sobre los rehenes israelíes capturados por Hamas el 7 de octubre o sobre los miembros de la resistencia palestina. O como una hija con seis criaturas que ya no heredan la nacionalidad. A ella tampoco le sirvió tener un hermano con pasaporte español. El Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación reiteró en varios correos electrónicos que su responsabilidad se limita a la ciudadanía española y a sus familiares en primer grado. Los de segundo grado no tienen derecho a ser evacuados. La solución para poder salir, como para tantas otras gazatíes, fue sobornar a las autoridades egipcias en la frontera. En 5.000 euros está el peaje ilegal que muchas personas han tenido que pagar para salvar la vida. El precio baja a 2.500 euros para las criaturas.

Quedan en la Franja Gaza las personas que no tienen pasaportes extranjeros, familiares en otros países, ni dinero suficiente para cruzar la frontera. También hay quienes han decidido asumir el riesgo y aguantar por convicción: “Sobre todo los descendientes de los refugiados del 48, que llevan toda la vida escuchando cómo sus abuelos dejaron sus casas pensando que sería para una semana y nunca pudieron volver, no se han movido”, explica Fares.

Uno de los edificios de Al Awda, el complejo escolar en el que la familia Abu Dakka se refugió en octubre, ha sido destruido por completo. De la mezquita Al-Dakkat, donde ondeaba la bandera palestina en la Primera Intifada, apenas se intuye la cúpula turquesa. Rayka anhela cada día que se declare el alto al fuego para volver a lo poco que queda de su casa.

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