Cuerpos en disputa, segundo asalto
Escribo este artículo un mes después de que haya pasado toda la vorágine pública y mediática sobre el cuestionamiento de los cuerpos de algunas mujeres en los Juegos Olímpicos de París 2024. Ahora estoy tranquila pero aún tengo rabia. Escribo desde ahí. Como mujer intersex. También desde la decepción y la tristeza.
Collage de la revista Volcánicas sobre el ataque a Imane Khelif en redes sociales*
El primer día que escuché de fondo, en los informativos, cómo una boxeadora italiana había abandonado una pelea contra una boxeadora argelina a los cuarenta y seis segundos del primer asalto, no le di mayor importancia. Pensé: “qué oportuno, una lesión ahora”. Puse una de mis listas de Spotify y seguí cocinando. Al día siguiente, tenía que ir al hospital. Mi abuela estaba ingresada. Mientras aumentaba mi preocupación por su estado de salud, mi teléfono empezaba a vibrar. Estaba ubicado en un sofá rojo que había en la esquina opuesta a la cama de mi abuela. Desde mi posición, podía ir viendo como la luz de la pantalla se encendía y las notificaciones se acumulaban. ¿Qué está pasando? Olvídate del puto móvil, me dije. La puerta se abrió y empezaron a llegar personas. La enfermera, primero. La sangre, el suero. “¿Todavía hay? Avísame cuando se acabe”. Las auxiliares, después. “¿Puedes salir un momento?”.
Y, entonces, cogí el móvil y abandoné la habitación. Leí todo por encima, rápidamente. Até cabos. El abandono de la boxeadora italiana se había producido por el debate sobre quién era más mujer y quién no era tan mujer. No me lo podía creer. Otra vez a vueltas con el sujeto mujer. Mi instagram ardía. Algunos grupos de WhatsApp empezaban a enviar una oleada de artículos con titulares interfobos, tránsfobos y racistas. Con información desinformada y ofensiva. Con comentarios de personas que, sin tener ni idea, confundían términos, categorías, colectivos. Con comentarios de personas que, aún teniendo idea, preferían continuar omitiendo algunos conceptos. Intersexualidad.
Una mujer cuestionando a otra mujer. Aparentemente, por no ser tan mujer. Su compañera de profesión. De una forma sucia y violenta. Una mujer europea a una mujer africana. Una mujer con un fenotipo más normativo a una mujer con una fenotipo menos normativo. No era la primera vez.
¿Era yo la única persona en el mundo entero que no había visto el combate? Me enteré de todo muy rápido y de forma atropellada. En el momento más angustioso del mes de agosto y sentada en el suelo del pasillo de un hospital. Sentí una sensación de agobio muy fuerte.
“Puedes entrar”. De repente, desperté del shock. Me levanté. Ahora no es momento para esto. Quise apagar el móvil pero no podía. Estaba sola y mi familia podría llamar. Busqué cómo eliminar todas las notificaciones de mi pantalla. Lo hacía mientras entraba, de nuevo, a la habitación. Mi abuela me necesita. Tengo que estar fuerte. Pero todo lo que acabo de leer me interpela. Es por lo que lucho a diario, lo que soy. Nos están apedreando públicamente. A Imane, a mí, a compañeres de mi comunidad, de mi colectivo. A otras mujeres. Otra vez. “Abuela, ya estoy aquí. Agárrame fuerte la mano”. Y rompí a llorar en silencio junto a ella.
Una mujer cuestionando a otra mujer. Aparentemente, por no ser tan mujer. Su compañera de profesión. De una forma sucia y violenta. Una mujer europea a una mujer africana. No era la primera vez. Racismo. Una mujer con un fenotipo más normativo a una mujer con una fenotipo menos normativo. Por sus características sexuales. Interfobia, transfobia. Públicamente. Una deportista olímpica a otra en mitad de unos Juegos Olímpicos. “No es una mujer”. Mientras el mundo entero miraba y juzgaba.
“¿Qué es ser mujer?”. Llevo años pensando sobre esta cuestión. Y qué difícil me sigue resultando encontrar una única respuesta. ¿Acaso la hay? Pero ese día, durante esos días, todo el mundo lo tenía claro. Todos los cuerpos de mujeres son iguales. Porque todas las mujeres tenemos las mismas hormonas. Los mismos niveles de estrógenos y de testosterona. ¿Las mujeres también producimos andrógenos? Todas tenemos los genitales de la misma forma. La vulva, el clítoris, exactamente idénticos unas a las otras. La vagina, con la misma profundidad y anchura. Las gónadas, dos y en su sitio. Las mamas, igual de grandes o de pequeñas. El vello, igual de fino o grueso. La misma cantidad, además. Porque todos los fenotipos de los cuerpos de las mujeres son iguales. Todas encajamos en un único prototipo de cuerpo femenino, el estéticamente deseable. ¿Y los cromosomas? Todas las que hemos sido asignadas como “mujer” al nacer tras observar nuestra genitalidad, sabemos cuáles son nuestros cromosomas. A todas nos han hecho un cariotipo.
Es ironía. A principios de agosto, todo el mundo, en todos los países y continentes, hombres o mujeres, parecía tener muy claro qué características sexuales debe tener un cuerpo de mujer. El cuerpo de la mujer.
Yo entiendo poco de deporte y lo único que sé sobre unas pruebas genéticas, de verificación de sexo, que se han tendido a hacer a las mujeres deportistas desde hace décadas, me lo ha enseñado María José Martínez Patiño. Otra mujer, atleta profesional y miembro del panel de expertos de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional (COI). Alguien que, ya en los años ochenta, sufrió las consecuencias de estas pruebas. Además de ser sometida a un escarnio público. María José es mi amiga y, por eso, me contó su historia y toda la experiencia de discriminación sufrida durante sus años como atleta en el libro La rebelión de las hienas publicado por la editorial Bellaterra (2022). Un relato que ha vuelto a revivir, casi cuarenta años después, en los Juegos Olímpicos de París.
Estamos en 2024 y no hemos evolucionado nada. En la actualidad, cinco nanomoles de testosterona es la cantidad máxima aceptada para que las mujeres puedan competir. Las mujeres. ¿Cuáles son los nanomoles de testosterona para que los hombres puedan competir? Machismo. Pero vamos un poco más allá, ¿son los estrógenos hormonas femeninas y la testosterona una hormona masculina? O, en cambio, ¿es la lectura cultural que hacemos de esas hormonas las que hacen que sean denominadas masculinas o femeninas? Para comprender un poco más sobre esta cuestión, este artículo de Dau García Dauder debería ser leído.
Pero, entonces, ¿Imane Khelif qué es? No lo sé porque ella no lo ha dicho. No tiene por qué revelarlo. Porque algo fundamental aquí es el derecho a la intimidad.
Pero, entonces, ¿Imane Khelif qué es? ¿Es intersex? ¿Es trans? ¿Es una mujer? ¿Es un hombre? ¿Qué es? Si ha llegado ahí, compitiendo, habiendo pasado toda una serie de rigurosas pruebas, que no son precisamente ni las más feministas ni las más inclusivas ni las menos racistas, ¿cuál es el conflicto? Yo no sé si la boxeadora argelina tiene unos niveles de testosterona más altos o más bajos ni tampoco sé si tiene dos cromosomas X o un cromosoma X y otro Y o cromosomas mosaicos. No lo sé porque, en ningún momento, ella lo ha dicho. No hay constancia. No tiene por qué revelarlo. Es más, desde el año 2016 toda esta información sobre las pruebas genéticas que realiza el COI es reservada y confidencial. Porque algo fundamental aquí es el derecho a la intimidad. De ella, de les deportistas, y de todas las personas.
Lo que sí puedo afirmar, es que se ha puesto en duda, una vez más, a una mujer por tener unas características sexuales en su cuerpo que no encajan con esa idea, con ese arquetipo estético, de cómo tiene que ser un cuerpo de mujer.
Y eso es precisamente la definición de la intersexualidad. De las intersexualidades. Las personas intersex hemos sido señaladas porque nuestros cuerpos no encajaban en ese molde. No somos una tercera cosa ni somos otro sexo. Somos hombres y mujeres dentro de la sociedad binaria y heterosexual en la que vivimos. Las personas intersex lo somos porque han diagnosticado a nuestros cuerpos por poner en jaque el binarismo sexual. Los han modificado a través de mutilaciones, cirugías u hormonaciones, por una cuestión estética. No por una cuestión de salud. En muchas ocasiones, de manera obligatoria y sin nuestro consentimiento. Por no ser lo suficientemente válidos ni deseables. Por no encajar en el arquetipo establecido. Para reforzarlo. Para que no haya duda, a los ojos del resto de la sociedad, de que somos mujeres-mujeres o de que somos hombres-hombres. Somos muchas las que vivimos estas situaciones en diferentes grados. Afortunadamente, con los años, nos hemos ido colectivizando y nos hemos atrevido a ponerle un concepto: cuerpos intersex. Y una identidad política: sujetos intersex.
Escribir con un poco de distancia en el tiempo me ha permitido observar algunas consecuencias que ha ido dejando esta situación. La actualidad de una noticia, hoy, dura lo mismo que el debate que genera en redes. En unos días, todo habrá pasado. Otro tema nuevo abrirá titulares. Un nuevo colectivo será señalado, criticado y juzgado. Pero las secuelas que deja en las personas atacadas permanece. No se va tan rápido. Una cuestión crucial que deberíamos tener presente cada vez que depositamos nuestra frustración en un tuit o en un comentario de Instagram. La salud mental de las personas que sufren esos ataques, de sus familias y de su círculo más íntimo, es algo que pasamos por alto. Lo ignoramos. El sufrimiento que genera, el dolor, los malestares. A veces, irreversibles. A nadie le gusta que ataquen a la persona que más quieren.
¿Cómo habrá vivido esto Imane Khelif? ¿Con qué apoyos y herramientas habrá contado? ¿Qué estarían sintiendo miles de personas identificadas con la boxeadora de algún modo? ¿Cómo celebrar su corporalidad?
Imaginemos, además, si somos la víctima atacada. ¿Cómo habrá vivido esto Imane Khelif? ¿Con qué apoyos y herramientas habrá contado? A la vez, no hacía más que preguntarme qué estarían sintiendo miles de criaturas, de adolescentes, cualquier persona que estuviese sintiéndose identificada con la boxeadora de algún modo. Y solo me venía una palabra a la mente: silencio. Otra vez, silencio. ¿Cómo alguien con una corporalidad que no encaja en el arquetipo de mujer (o de hombre) construido socio-culturalmente va a sentirse con derecho a hablar de ello o a querer contar su historia? ¿Como alguien cis, trans, intersex, que sigue en el armario en cualquier parte del mundo, va a celebrar su corporalidad? Se me parte el alma.
Por todo esto, he intentado ser muy cuidadosa con lo que publicaba en esas mismas redes sociales que no cesaban de generar discursos de odio. Discursos racistas, xenófobos, tránsfobos, interfobos. No iba a alimentar esos debates pero, como activista, no podía dejar de aportar herramientas. Tampoco iba a hablar con ninguno de los periodistas que me escribían por primera vez. No lo iba a hacer para que terminasen publicando una noticia escueta, elaborada en tiempo récord, con un titular probablemente sensacionalista. Porque aunque tuviesen la mejor intención, la polémica estaba servida. Y yo, esta vez, no tenía fuerzas para gestionarlo. A los que lo hicisteis, sacar de contexto las palabras de compañeres del colectivo que aceptaron, buscando el morbo y el clickbait, o publicar sin su consentimiento expreso cuando así había sido indicado, ¿dónde quedó la ética periodística, la responsabilidad social, como profesionales? A continuación, publicareis otro artículo hablando de la importancia de la salud mental en nuestra sociedad.
Y a las personas que habéis utilizado mi imagen para continuar creando contenido en redes sin ningún tipo de escrúpulo, cuidado ni empatía, mientras, además, me comparabais con otras mujeres poniéndome una diana en la frente, no volváis a hacerlo. Si quieres apoyar al colectivo, contacta con el colectivo. Si quieres escribir un post, pregunta cómo. Si tu deseo es posicionarte a mi lado, escríbeme y te diré qué necesito. Basta de tratarnos como a objetos. No somos objetos. Hemos trabajado mucho para tener agencia, para convertirnos en sujetos.
Ahora somos multitud y, después de muchos años de trabajo, hemos aprendido a defender nuestros derechos y a reivindicarlos. También a denunciar las discriminaciones y violencias que sufrimos. Todo el rato. En momentos y situaciones así, no estamos solas. Somos un bloque, somos familia. Pero estamos cansades y no podemos evitar sentir frustración. Recuerdo el día que mi amiga y activista intersex, Mireia Martí, me escribió lo siguiente: “A veces es como darse cabezazos contra un muro”. A lo que yo respondí: “Lo estamos haciendo bien, tenemos que seguir”. No me lo creía ni yo. Algunes colegas me enviaban mensajes de apoyo mientras otres compartían stories recomendando entrevistas en las que hablo de cuerpos plurales e intersexualidades. Alma Gormedino, actriz y activista LGTBIQA+, hasta publicó un vídeo en Instagram leyendo un fragmento de mi libro. También, mucha gente desconocida se manifestaba de formas diferentes para visibilizar lo que estaba ocurriendo. Gracias de corazón. Con mis hermanas de lucha, Laura Vila Kremer y Camino Baró, intercambiaba, durante esos días, mensajes de cariño. Porque eso era lo que necesitábamos. El amor de otras hienas, hacer manada. Ojalá que todos los mensajes de apoyo que mandábamos, Imane, te hayan llegado. A ti y a todas las personas que se estuviesen sintiendo interpeladas.
Pese a todo y con todo en su contra, Imane Khelif ha ganado este combate. Mi abuela, esta vez, también lo ha hecho. Yo continúo aprendiendo y resisto. Respiro hondo, cojo fuerzas. Se ha hecho justicia, de algún modo. La boxeadora argelina, lejos de quedarse callada, va a por todas. Como ya hiciera María José Patiño en los ochenta. Como volvió a hacer Caster Semenya en los dos mil. Como seguimos haciendo todas esas personas y organizaciones de activistas que ponemos el cuerpo trabajando por los derechos humanos en todo el mundo. Porque los discursos de odio, el racismo, la interfobia, la transfobia, la LGTBIQAfobia en redes, el ciberacoso en general, tampoco debe quedar impune.
*Collage tomado del artículo “Más de 10.000 trinos coordinados. Así fue el ataque contra Imane Khelif en X“