Estas bragas tuyas
La escritora y activista trans Valentina Berr nos presenta el primero de los relatos de ficción que ha escrito en el marco del proyecto 'Otros rastros', en el que invita a reimaginar y expandir el universo de las exnovias desde una mirada sáfica
El manchurrón seco de flujo, concentrado en el centro de mis bragas bajadas a media pierna, me rescata de la disociación. Es marronáceo, generoso y deslucido. Una mancha perenne que no es mía, que se adhirió hace ya años al tejido y a mi vida, y que no se iría ni aunque prendiera fuego a la prenda. Tampoco podría prenderle fuego, ni a estas bragas ni a nada que tuviera que ver contigo. De hecho, paso el día rodeada de cosas que fueron tuyas, como estas bragas, y supongo que es eso lo que me ha disuadido de incendiar la casa en la que teletrabajo y en la que vivo, que no sé cuál de las dos cosas es más insufrible.
Me quieres. Me lo dices de vez en cuándo. Yo también te quiero. Te lo digo un poco más a menudo que tú. Te quiero. Con todas mis fuerzas, te quiero. Pero a la vez, aunque esto te lo diga cada vez menos, odio que decidieras irte así. Si hay algo peor que sentirse sola, es sentirse abandonada. Aún siento tu repentina decisión de marcharte como una puñalada, no de traición, más bien de desquicio, un navajazo reactivo e injusto en el estómago que no cicatriza porque no encuentro a quién inculpar.
Termino de hacer pis y desbloqueo el móvil, ya de pie. Casi olvido tirar de la cadena; los antidepresivos y Tiktok me tienen frito el cerebro. Me empiezo a lavar los dientes con la mano libre mientras ignoro un vídeo en inglés que se repite en bucle. Trato de fijar la mirada en la parte inferior del espejo, pero me molestan las gotitas de pasta. Todavía ignoro cuál de mis dos compañeros de piso es el guarro que salpica tanto al lavarse los dientes. Sigo centrando la vista en esa porción de cristal, que me devuelve el reflejo de estas bragas tuyas, de un color blanco apagado, que ahora llevo yo pero que una vez formaron parte de un nosotras. Escupo, me enjuago y me pregunto qué parte de mí hay en ellas. Si hasta pone tu inicial detrás, en la parte interna de la banda. Al principio de vivir juntas, cuando recogía la ropa tendida, siempre me confundía y guardaba las tuyas en mi cajón. Las marcaste para no quedarte sin ropa interior, pero al final me las quedé yo porque a ti iban grandes. Siento que te hice adelgazar a base de disgustos involuntarios, y tú nunca te paraste a reprocharme ninguno.
Sin embargo, de repente, ahora ya no estás, para qué reprocharme nada pudiéndote marchar, tan elegante siempre tú, y a la vez sigues aquí, en mis bragas, evidenciando hasta qué punto se ha desconfigurado mi noción del yo. No sé si fue cuando lo dejamos, o cuando empezamos, ¿quizás antes incluso de conocernos?, que me perdí. El cajón de mis bragas, igual que mi vida, sigue siendo mío, pero lo que hay dentro ya no sé a quién le pertenece.
Paso rápido del baño a la habitación, pasando de puntillas sobre el viejo suelo de granito del comedor para no llamar la atención de nadie. Redirijo mis pensamientos al presente: me niego a reducir lo nuestro a un relato de pura nostalgia sobre un amor que todavía late hoy. Te fuiste, sí, eso es innegable. Te convenciste de esas milongas del contacto cero, que nos duraron una semana pero que te sirvieron como impulso, cuando lo dejamos, para mudarte lejos de mí. Para abandonar esta cama que nunca quisiste llamar “de matrimonio”. Para dejarme presa en esta cárcel de videollamadas laborales y de discusiones entre una hetero moderna y su novio ludópata al otro lado del comedor. Pero no me duele no vernos, ni vernos, ni siquiera me duele cruzarme contigo en todas las apps de ligue en las que aseguras que buscas “conocer gente y vivir nuevas experiencias”. Si supieras que te he dado like en todas me moriría de la vergüenza, pero nunca lo sabes porque tú nunca me das like de vuelta. Que yo tampoco te daría like, con esa aburridísima descripción de mierda que has puesto (faltaba lo de “me gusta la música, viajar y soy amiga de mis amigos”). Si es que no nos habríamos conocido nunca. ¿Lo preferiría? No. Bueno, a ratos, pero no te lo reconoceré jamás.
Lo que sí que me duele es que te vuelvo a dar like porque y si. ¿Y si te equivocas y deslizas hacia el otro lado? ¿Y si te deslizas hacia el Sí? ¿Y si vuelves a deslizar tu mano izquierda —siempre era tu mano izquierda— por mi vientre, surcando mis pliegues como si fueran las jorobas de un camello? ¿Y si al mirarme me ves? Y ves que soy una camella transitando el desierto, almacenando en mis jorobas la grasa que reservo para cuando llegues, para que puedas deslizarte bajo mis bragas que son tus bragas y encuentres el agua al final y me bebas toda porque toda esta agua es tuya, en verdad.
No te juzgo, decidiste dejar de mirar al verme y lo entiendo. No te puedo hacer responsable de mi deseo, ni siquiera del tuyo, que reprimes ahí dentro. Noto a ambos cómo me suplican que te libere de tus propias garras, de tus miedos, de tus convenciones prefabricadas sobre lo que es la amistad pura. ¿Acaso no podemos seguir siendo amigas sin negarle la mirada al deseo? Yo creo que sí, pero acepto también esta decisión tuya, otra de tantas que me implican y sobre las que no tengo ni voz, ni voto.
Lo único que tengo desde hace tiempo es toda el hambre del mundo aquí dentro.
Y estas bragas tuyas.