“Hemos perdido la capacidad de no estar de acuerdo”

“Hemos perdido la capacidad de no estar de acuerdo”

Asesora jurídica en derecho internacional y divulgadora feminista, Noor Ammar Lamarty ha publicado su primer ensayo, 'Una revolución', en el que defiende el respeto a la humanidad de las personas como un consenso básico indiscutible

Texto: Sol Acuña

Noor Ammar Lamarty./ Foto cedida

09/10/2024

Noor Ammar Lamarty (Tánger, 1998) no vino a este mundo para quedarse callada. Su trayectoria como asesora jurídica en derecho internacional público con énfasis en género e infancia y como divulgadora feminista en redes sociales la ha llevado a explorar diferentes canales para cumplir con un propósito: hacer de este mundo un lugar justo para las mujeres y las niñas. Y esa lucha se nutre de conversaciones incómodas. Inquieta, curiosa y, por supuesto, indignada, su pódcast, ‘Petit Comité’, es un ejemplo de ello. Ahora, nos hace llegar su primer libro, Una revolución, a través del cual nos lleva al corazón de su infancia –donde comenzaron a brotar todas sus inquietudes– en un ensayo íntimo, reflexivo y cómo no, completamente humano.

Afirmas que el feminismo no es un lugar cómodo, ¿cómo se puede crear un feminismo global entre mujeres que también se ven atravesadas por prejuicios como el racismo, el clasismo, el supremacismo blanco, la xenofobia, etcétera?

Es una pregunta muy conciliadora, y esas son las que nos hacen falta en este momento. Es importante conocer nuestros propios privilegios, condiciones y circunstancias, que es lo que yo hago en el libro. El feminismo negro y el feminismo islámico ―contra el que yo me he posicionado muy firmemente durante mucho tiempo― han tenido el buen efecto de permitir que muchas mujeres, sobre todo racializadas, si es que podemos llamarlas así, ya que no estoy de acuerdo con el término en sí, se sintiesen identificadas con el feminismo. Y también ha generado el efecto inverso, es decir, un muro que no ha permitido explicar a las demás qué está pasando si no solo eres mujer, sino que también eres negra, migrante, pobre y que eso es inherente a tu persona y que da igual la teoría feminista que te echen encima. Por eso es importante que la teoría evolucione con marcos realistas. No se puede seguir teorizando en materia de feminismo en España sin tener en cuenta que hay más de tres millones de mujeres migrantes. Hay corrientes que son paralelas, pero que se desechan mutuamente. Tenemos que ser honestas y preguntarnos: ¿cuál es mi lugar? Si nunca en tu vida una mujer hablando de su opresión te ha hecho sentir incómoda, no has reflexionado en profundidad. No somos más importantes las mujeres que podemos pensar con tiempo, dedicación y trabajo que las mujeres que tienen que sobrevivir día a día a la miseria. Quizás podemos empezar por ahí.

“No se puede seguir teorizando en materia de feminismo en España sin tener en cuenta que hay más de tres millones de mujeres migrante que sostienen este país”

Reconozcamos que dentro del agravio que una sufre por cuestión de sexo, otras mujeres ven empeorado ese mismo agravio por sus circunstancias y, en comparación contigo, es una cuestión incómoda de resolver. Por eso, o nos hacemos cargo de todas o nos estamos engañando, porque este país lo sostiene una clase trabajadora de mujeres que no son españolas y que se dedican a los cuidados. ¿Y qué entendemos por feminismo en el marco nacional? Quizás ese es el problema, solo hacemos una lectura de lo que pasa con las mujeres españolas. Pero no, estamos hablando de sociedades globalizadas por las que pasa un flujo migratorio; entonces la pregunta es más bien: ¿qué pasa con las mujeres en España?

En ese sentido, diversos informes corroboran que la condición laboral de las mujeres migrantes en España apenas se conoce, ya que a menudo trabajan en sectores de la economía sumergida. Mientras estas realidades se nos escapan, ¿crees que desde la sociedad en general como desde algunos sectores del feminismo caemos en una cierta condescendencia hacia estas mujeres?

Estamos hablando todo el tiempo de techos de cristal. Todo gira en torno al poder público, a que las mujeres asuman puestos de gobernanza, lo cual me parece estupendo y muy importante, pero no se habla de la autonomía propia, del poder privado. Se ha despersonalizado el aporte del feminismo a la vida, y no me refiero a las ambiciones de las mujeres o al deseo de progreso y poder, sino más bien a la intimidad de las mujeres en su propia psique, cuando hay un sistema que las sigue agraviando por ser mujeres. Entonces, ¿cómo ajustas eso? El éxito no es solo que haya más mujeres CEO, sino que aquellas que tienen menos estudios y capacidades económicas puedan vivir mejor y con más garantías sociales. Las mujeres migrantes viven bajo un sistema que está diseñado para que no puedan salir nunca de los trabajos precarios, y tienen muy difícil el poder estudiar.

Hablas explícitamente de tu pertenencia a una clase social acomodada en Marruecos. En un ejercicio de sincericidio tremendamente humano, narras cómo de niña te chocaste de bruces con tu propio clasismo. ¿Por qué es importante hablar de la clase social en materia de feminismo?

Yo he tenido la opción de vivir al margen de lo que les pasaba a las demás, pero creo que el acto político revolucionario es pensar el feminismo como una forma de generosidad hacia las demás, no como limosna, sino como una lucha consciente. La clase social nos atraviesa, y yo tengo la sensación de que las mujeres españolas de clase obrera saben más de lo que pasa con la inmigración, por ejemplo, de lo que podemos saber todas las que teoricemos sobre las mujeres migrantes. Si en tu entorno no hay mujeres en esas circunstancias, más allá de la mujer que viene a limpiar tu casa o a cuidar, pues tienes una relación de poder con ellas y eso no te permite comprender su realidad, ya que esta solo se puede percibir cuando otra mujer no está en una situación de subordinación con respecto a ti. No existe la horizontalidad necesaria, y para ello obviamente hay que incluirlas en el sistema. Si una mujer ha conquistado derechos, yo creo que lo lógico es desear y conquistar lo mismo para otras, escuchándolas y sobre todo entendiendo que las redes feministas no van a funcionar si no hablamos entre todas. Por ejemplo, ¿por qué las abolicionistas de la prostitución no van a reunirse con las regulacionistas? ¡Pero es que esa es una conversación importante! Es la única forma que tenemos de pretender crear un sistema que no promueva la prostitución y que intente de alguna forma de que las mujeres tengan otras opciones.

Te he oído decir anteriormente que España tiene una deuda enorme con las mujeres migrantes. ¿Cómo puede saldarse esta deuda?

Reparando a todos los niveles. Hay dejar de ver a “las otras” como un medio para un fin y dejar de ver a “las otras” como una masa homogénea completamente deshumanizada. Esa es una de las deudas más grandes. Por otro lado, está la memoria colonial; recordemos que las mujeres originarias de América en su momento han sido durante muchísimo tiempo las cuidadoras, las sirvientas, las esclavas y han emigrado mucho tiempo después para volver a seguir siendo lo mismo, simplemente que ahora esto es democracia y todo es supuestamente maravilloso. Es problemático que se siga negando la leyenda negra en España y no ver lo ofensivo de negar la memoria colonial de otros países. Solo se puede reparar con muchísima conciencia y sabiendo que el feminismo por sí solo no va a salvar el mundo, sino que tiene que ir acompañado de consciencia de clase, del fin de la corrupción, del fin de sistemas religiosos opresivos, etcétera.

Noor Ammar Lamarty en la prsentación de su libro./ Foto cedida

Noor Ammar Lamarty en la prsentación de su libro./ Foto cedida

En el libro explicas cómo la crisis de valores y la rotura de la brújula moral son fruto del relativismo de la verdad y la moral, algo que ha traído terribles consecuencias: “El relativismo no promueve intentar comprender lo que sabemos, sino cuestionar desde donde comprendemos la verdad” y añades: “En una era de posverdad, olvidamos demasiado pronto que no todo cuestionamiento es ético, ni es un ejercicio de la capacidad crítica”. ¿Cómo podemos volver a poner el humanismo de vuelta en el norte de nuestras brújulas morales atrofiadas?

Hemos normalizado poner en duda aquello que durante muchísimo tiempo fue incuestionable. La historia del mundo contemporáneo se ha basado mucho en cómo los hombres han solucionado los conflictos, y esa misiva nos arrastra a las mujeres. No somos seres de luz ni para lo bueno ni para lo malo, también formamos parte de las lógicas bélicas del mundo y formamos parte de los sistemas de violencia. Hemos sido cooperadoras a través de un sistema llamado patriarcado. La brújula es importante porque, en algún momento, la ira por la opresión ha opacado el humanismo de la defensa. Yo no estoy de acuerdo con el velo, pero al mismo tiempo, ¿en qué momento te crees que puedes juzgar la vida de una mujer porque lleva un velo? Una cosa es lo que tú pienses que implica ideológicamente el velo y otra muy diferente es que quieras vencer la humanidad de esa mujer a través de tu discurso ideológico. ¡Ese es el matiz que hemos perdido! La capacidad de no estar de acuerdo, respetando que la humanidad de las personas es un consenso básico indiscutible. Y eso está por encima de nuestra opinión sobre la gente y de nuestra necesidad de hacer análisis simplistas de las realidades ajenas. Por eso yo creo que lo que está pasando en Palestina dice más de todos nosotros que de Palestina o Israel. ¿Qué vamos a hacer con esto a nivel moral? Mi única fractura moral completa con cierto sector del feminismo y mujeres en general es la deshumanización completa del contexto palestino. Se ha roto un consenso muy grande y es que la vida de todas es importante y eso no se somete a discusión.

“¿Quién eres cuando te dejan de aplaudir, o cuando te dejan de insultar? ¿Qué te hace feliz? ¿Tiene todo eso coherencia con lo que eres públicamente? A veces sí, pero muchas veces no. Hay que vivir con ello”

De hecho, planteas una “revolución justa” que no se casa con ideologías más de lo necesario y que no defiende siglas, solo principios humanitarios básicos. ¿Quiénes serán los o las líderes de esta revolución?




Lo tengo muy claro, pero es muy difícil porque al mismo tiempo es muy ambiguo: la gente buena. Estoy convencida de que lo único transversal a todas las personas que logren hacer un cambio revolucionario positivo en valores para la sociedad será la bondad. De hecho, lo primero que pone en tela de juicio esta crisis que estamos viviendo es la capacidad de reconocer la bondad. La gente buena no es tan fácil de corromper, y aquellos que son capaces de reivindicar la bondad, incluso en los lugares más hostiles, hacen de esta un acto revolucionario.

Me llamó la atención cuando mencionas que el espejo más importante de una feminista no es el que refleja lo que sucede de puertas para afuera, sino de puertas para adentro. En el caso de las relaciones sexoafectivas heteronormativas, creo que no es arriesgado decir que para muchas feministas puede haber confrontación en ese campo. En tu experiencia, ¿cómo dirías que se traduce esto?

El feminismo te obliga a preguntarte quién eres tú como feminista y como persona cuando decides vincularte a un hombre o a una mujer. Pero sí que es cierto que algo pasa con lo heteronormativo, aquello en lo que nos educaron. Creo que todas las mujeres descubrimos que a lo largo de nuestras vidas no puedes solo ser la feminista completamente emancipada, independiente, conocedora y reconocedora de todo lo que sucede, porque dentro de todo eso también somos mujeres que necesitamos sentirnos humanas. Hay una revolución muy bonita que muchas mujeres no han podido hacer por el patriarcado que sigue existiendo, pero que está basada en no tener que mutilar una parte de nosotras mismas para que otra parte se pueda legitimar. Somos las primeras que nos hemos impuesto una forma de ser feminista. Pero cuando digo que pasa de puertas para adentro, me refiero a tus amigos, familia, pareja, cuando estás librando una batalla afuera. ¿Quién eres cuando te dejan de aplaudir, o cuando te dejan de insultar? ¿Qué te hace feliz? ¿Tiene todo eso coherencia con lo que eres públicamente? A veces sí, pero muchas veces no. Hay que vivir con ello. Yo no quiero renunciar a aquello que nos han dicho que por naturaleza nos hace débiles, porque es todo lo contrario. 

El amor pasa por humanizar y nosotras nos hemos subido en un movimiento que ha sido importantísimo para nosotras. No queremos que nos quieran más, queremos que nos quieran mejor. Pero estamos un poco huérfanos como humanidad para saber querer. Con todo lo que se habla del amor en materia de derechos de las mujeres, se han logrado campañas maravillosas como que el amor no duele y en contra de la violencia machista, pero también hay un lugar poco esclarecedor sobre lo que es el amor. Amar, en general, sí duele; duele, querer a tu madre como es, a tus amigos, duele, lidiar con la decepción, las ilusiones rotas…, por supuesto que duele. Entonces, ¿cómo pasamos de decir que obviamente no te puede doler una violencia psicológica o un tortazo, pero que tenemos que reconstruir las relaciones de pareja desde un lugar sano donde comprendamos que sufrir es parte de la vida?

En el libro explicas tu propuesta de crear la ‘Convención sobre la violación’, ya que el derecho internacional no tiene una definición clara de lo que es una violación sexual. ¿Podría la definición española impulsada por el Ministerio de Igualdad ser la precursora de una definición en el derecho internacional?

Gracias a las leyes tan bien hechas contra la violencia machista que se han logrado hacer aquí, España, junto a los países escandinavos, podrían ser estados pioneros en sentar en una mesa a la comunidad internacional y crear una convención. Es simple voluntad política, y esto sí que es sinónimo de una brújula moral rota, porque es una vergüenza que a estas alturas no exista. España tiene que buscar buenos aliados, defenderlo y llevarlo ante el Parlamento europeo y debe suponer una humillación para todos los países que no sean signatarios. No puede salir tan barato violar a mujeres. No puede haber tanta impunidad. Lo importante es tener un dosier para tirarle a la cara a los países cuando se cometan estas barbaridades. Esta convención no debe ser solo para mujeres y niñas, sino también para hombres y niños. Debe tener una parte dedicada a menores, y explicar cuáles son las formas en las que se perpetúa la violencia sexual contra hombres y mujeres, sea política, religiosa, racial, económica, tráfico de personas, bélico, etcétera.

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