“La aguafiestas nos une y nos recuerda que la comunidad feminista no es cálida ni cariñosa”
Sara Ahmed acaba de publicar en castellano ‘Manual de la feminista aguafiestas’. En esta entrevista, la escritora feminista aborda el papel de esta figura “electrizante” y repasa su salida de la academia tradicional.
Sara Ahmed, en su paso por Bilbao. / Foto: Bulegoa z/b
La escritora feminista y académica independiente Sara Ahmed ha visitado Euskal Herria, con sendas paradas en Los encuentros de Pamplona y en el espacio Bulegoa z/b de Bilbao. Ahmed ha escrito, entre otras cuestiones, sobre el imperativo de la felicidad, las reorientaciones queer o los usos del uso. En su obra más reciente publicada en castellano sigue indagando en la feminista aguafiestas, una figura “electrizante” a la par que incómoda. Charlamos con ella en el hall de un hotel de Bilbao en torno al arduo trabajo que supone seguir denunciando lo que sigue pasando y construir alternativas “lidiando con lo que tenemos”.
Se te considera una voz clave dentro del giro afectivo desde que publicaras La política cultural de las emociones hace 20 años, pero es importante decir que tus planteamientos en torno a las emociones tienen una clara perspectiva política: feminista, queer, y antirracista.
Cuando la gente empezó a hablar del giro afectivo, era muy consciente de que mi trabajo y el de mis colegas de la Universidad de Lancaster y de otros lugares se basaba en una larga historia feminista de escritura sobre la emoción. No era nada nuevo. Cuando la gente lo llama giro afectivo, a menudo se olvidan de este conjunto de literatura anterior en los estudios negros y feministas que trataban sobre la emoción del cuerpo. Se toma como punto de partida a [Brian] Masumi, [Baruch] Spinoza y [Gilles] Deleuze, y ese trabajo me resulta muy interesante, pero no es de donde venimos. Yo recurro a escritoras y activistas clave que creo que son muy importantes para explicar dónde estamos ahora.
¿Por ejemplo?
Una de las más obvias para mí es Audre Lorde, que me enseñó a pensar políticamente sobre la emoción. En uno de sus artículos en La hermana, la extranjera, cuenta cómo está sentada en el metro de Nueva York, cuando ve a una mujer blanca mirándola, o mirando a algo que cree que tiene al lado, con odio, y piensa ¿hay una cucaracha que no quiere tocar? Y luego se da cuenta de que es ella, su propio cuerpo negro, a lo que la mujer blanca está reaccionando con tal odio. Lorde nos estaba mostrando cómo las emociones funcionan para realmente dar forma a quién llega a ser visto como cercano y próximo, y no solo a nivel de juicio —te juzgo como la causa de mi miedo u odio— sino en la acción —la mujer blanca se aleja, rechazando la proximidad de la niña negra—. El trabajo feminista negro nos muestra cómo las emociones hacen cosas a un nivel muy práctico y visceral: ciertas personas son vistas como la causa del malestar de otras y se convierten en personas odiosas, temibles, indeseables o abyectas. Es un tipo de literatura muy importante para explicar el papel de las emociones hoy, pero queremos explicarlas sin psicologizarlas, no queremos que las estructuras se entiendan como resultados de los sentimientos individuales. Queremos pensar en los sentimientos como algo que está determinado por la estructura. Y lo mismo con las emociones positivas. Incluso hace 20 años me di cuenta de que gran parte del discurso fascista utilizaba el lenguaje del amor. “No te odiamos, simplemente amamos a nuestro país”. Y creo que es muy importante cuestionarlo porque es mucho más difícil hacer el trabajo de oponerse a algo que se presenta en términos moralmente buenos.
En el libro ¡Denuncia! compartiste historias de denuncias por acoso dentro de la universidad. Y en un momento dado dejaste la institución. ¿Cómo fue ese proceso?
Cinco estudiantes de doctorado y dos académicas estábamos tratando de conseguir una denuncia por acoso sexual por parte de al menos tres personas en un departamento de la Universidad de Lancaster. Les estudiantes no estaban llegando a ninguna parte; fue entonces cuando me involucré y nos convertimos en un colectivo de denuncias. Y renuncié, creo, tres años después de comenzar el proceso. No fue una historia de no lograr nada. Dos académicos que eran acosadores en serie se fueron como resultado de las denuncias de les estudiantes. Pero lo que hizo la universidad fue mantener todo en secreto y a menudo nos amenazaba, diciéndonos que, si decíamos algo, nos meteríamos en problemas. Estoy resumiendo. Dijeron que no podíamos hablar de ello porque teníamos que proteger la confidencialidad de les estudiantes, pero en ese período, les estudiantes no estaban siendo protegides. Había todo tipo de acusaciones y amenazas volando con bastante libertad porque la universidad no se hacía cargo de lo que estaba sucediendo. Y también protegieron a la persona que dirigía el departamento, que más tarde se jubiló con pensión completa. Fue un proceso arduo. Y llegué a un punto en el que ya no podía hacer el trabajo. También me di cuenta de que si permanecía ahí tendría que hacerlo en silencio, no podría decir nada sobre lo que había estado sucediendo. Recuerdo que iba caminando hacia la reunión donde escuché por primera vez lo que habían pasado les estudiantes a lo largo de años y años, y simplemente pensé: no puedo hacerlo. No puedo volver a mi trabajo y tener las mismas reuniones de siempre hablando de esto y aquello. No puedo. Y fue así [chasquea los dedos].
Luego publicaste una nota sobre los motivos tu renuncia.
Si renuncias por el silencio, no puedes hacerlo en silencio. Y entonces fue cuando compartí en mi blog, tan solo un pequeño blog, lo que había estado sucediendo, y fue suficiente para comenzar una situación realmente grave desde el punto de vista de la universidad. Entraron en modo relaciones públicas, protegiendo su reputación y diciendo que no toleraban el acoso sexual, excepto que lo hicieron. La cuestión es que la gente se enteró y no solo descubrieron lo que pasaba sino que nosotras habíamos dicho que no, que no íbamos a hacerlo más. Y muchísimas personas comenzaron a escribirme. Entonces, en cierto modo, decidí hacer el trabajo sobre la denuncia antes de renunciar, pero la renuncia fue el método, porque muchas de las personas que hablaron conmigo me encontraron debido a ello.
“Tienes que seguir diciéndolo porque ellos siguen haciéndolo es una verdad aguafiestas”
¿No hubiera sido posible si te hubieras quedado?
Es una gran clave. A veces necesitas salir para que otras personas puedan compartir sus historias contigo porque estás en otro lugar, no en la institución. Una vez que te ves involucrada en una denuncia como esa te das cuenta de lo difícil que es porque muchos de tus colegas no quieren saber. Su lealtad a la institución es muy primaria, al parecer. Yo, personalmente, no lo entiendo, pero así es como parece funcionar: las personas, incluso las feministas, cuando están en la institución, se sienten amenazadas por cualquier denuncia que implique a la institución, tal vez porque reciben recursos de ella o simplemente porque están trabajando muy duro y no quieren trabajar para una institución mierdosa. Al dejarlo me convertí en un lugar al que la gente podía acudir. Y eso es lo que yo describiría como prestar el oído, mi oído feminista; eso hizo que la gente viniera a mí. Como resultado, surgieron historias muy específicas. No fue un proyecto de investigación tradicional, la gente se desahogó de verdad. Me contaron exactamente lo que había pasado y cómo se sentían. Y yo todavía estaba bastante traumatizada porque fue muy doloroso dejar un trabajo que amaba tanto. Así que fue un momento muy específico. Las historias son muy importantes y también hay algo que va más allá: sentir que éramos parte de ese “no, no vamos a hacerlo más”. Eso afecta realmente al tono y a la calidad del trabajo.
¿Aun así, crees que se pueden hacer cosas desde dentro?
Creo que se puede trabajar desde dentro. Se pueden hacer ciertas cosas que yo no puedo hacer al no estarlo. Pero creo que lo realmente bueno del trabajo feminista es que a menudo implica mucho movimiento. Por lo general, las personas que ingresan a la institución como feministas vienen de otros lugares —grupos activistas, comunitarios…— y traen consigo ese conocimiento. Y muchas feministas se van de la institución porque no quieren renunciar a sus principios. Entonces pasan a otros tipos de espacios donde hacen algo más parecido a lo que yo hago, que voy más a festivales o a librerías para compartir. Y creo que dependemos de ese movimiento para que la gente no se involucre solo en una forma específica de hacer las cosas.
Tienes un estilo de escritura muy particular.
Me interesa trabajar especialmente con la repetición. Se resume en una verdad aguafiestas: “Tienes que seguir diciéndolo porque ellos siguen haciéndolo”. Sin embargo, se considera que eres tú quien se está repitiendo, porque lo que no se ve es la repetición que estás señalando, el hecho de que ellos siguen haciéndolo. Entonces, tengo que seguir repitiendo el punto sobre la repetición, y es difícil porque, en realidad, la repetición, en su terquedad, es como la blanquitud de la institución. Es difícil moverla. La repetición no es solo una bonita melodía, es algo realmente duro. En el contexto de la escritura, siempre soy consciente de la gente que lo va a leer y de cómo puede afectar a las personas que han sido una de las únicas personas de color en la institución blanca o la única persona queer en el restaurante, o lo que sea que te haga sentir fuera de lugar; soy consciente de que es difícil leer sobre eso. Uso el lenguaje y últimamente la rima para tratar de aligerar las cosas porque creo que las palabras, por mucho que las repitamos, también transmiten movimiento, una sensación de danza o posibilidad. Me voy volviendo más consciente del sonido en la obra y eso es, en parte, no para hacer que la escritura suene bien, sino para darle más espacio para respirar.
“La aguafiestas tiene que ver para mí con una manera de hacer comunidad”
Acabas de publicar en español el Manual de la feminista aguafiestas. La vivencia de ser una feminista aguafiestas puede resultar muy solitaria, y creo que tu manual sirve para aliviar en cierto sentido ese sentimiento, y crear comunidad.
Al hablar de las feministas aguafiestas en diferentes partes del mundo aprendí que la gente conectaba mucho con esa figura. A pesar de que la experiencia de ser una aguafiestas puede hacerte sentir sola, y, sinceramente, triste, porque puede ser duro ser la causa de la infelicidad de aquellos a quienes amas, hay algo bastante electrizante en encontrarla y, por lo tanto, también en encontrar a otras personas que ven en ella una promesa o potencial. Cuando has pasado por el proceso de convertirte en la causa de la infelicidad de otras personas, ya sea tu institución o tu familia, hay cosas que sabes y ves que de otra manera no sabrías ni verías. Y cuando conoces a otra persona que ha pasado por eso y puedes ver que lo está viendo, es un tipo de visión muy particular entre personas. Así que, definitivamente, la aguafiestas tiene que ver para mí con una manera de hacer comunidad. Pero la aguafiestas no es solo lo que nos une. La aguafiestas también nos recuerda que la comunidad feminista no es cálida ni cariñosa: podemos convertirnos en aguafiestas entre nosotras. En el contexto británico, por ejemplo, tenemos un enorme problema de transfobia, y sacar a relucir el racismo nunca ha sido bien recibido, a pesar de todo. Por tanto, es importante pensar que, por electrizante que sea la conexión, no significa que estemos todas juntas en esto, y que las divisiones que a veces señala la aguafiestas feminista vienen con ella y son parte del nosotras que se reconoce en la aguafiestas. Es muy importante decirlo.
En tu cuenta de Instagram te defines como feminista poco profesional. ¿Me puedes hablar un poco de esto?
Ah, es una pequeña historia aguafiestas. Como he dicho antes, compartí la noticia de mi renuncia en mi blog: la primera vez que alguien decía en público que se habían realizado investigaciones importantes sobre acoso sexual en Goldsmiths, la Universidad de Londres, considerada internacionalmente como una institución muy radical. Si yo no lo hubiera dicho, todavía sería secreto, y probablemente hay muchos secretos de ese tipo en muchas instituciones radicales que permanecerán como tales para siempre. En todo caso, al escribir esa pequeña nota de renuncia no esperaba que tuviera un impacto más allá de explicarle a mi gente la razón por la que me iba. Pero por algún motivo, probablemente por el momento en el que se publicó, la nota fue recogida por los periódicos del Reino Unido y recibí un par de correos electrónicos furibundos de una profesora feminista blanca de alto rango de la universidad que decían: “Sara, esto es realmente imprudente. Sara, tenemos una comunidad feminista encantadora y estimulante. Sara, esto es algo muy poco profesional”. Y desde entonces me he estado llamando así.
Como decías antes, ese tipo de críticas no son bien recibidas en la institución.
La imagen del archivador se ha convertido en una parte importante de mi pensamiento sobre cómo funcionan las instituciones. Lo llamo el armario institucional, en cierto modo para evocar esa historia queer de estar en el armario, pero esta vez es la institución la que guarda sus secretos. Solo que los secretos también son tuyos porque son tus denuncias las que se silencian. Así, ser profesional es, en cierto modo, estar dispuesto a ser un armario institucional. Estar dispuesto a guardar todos los secretos de la institución. Una de las cosas en las que realmente quiero trabajar y mostrar mucho más en el libro que acabo de terminar, The complainer’s handbook [El manual de la queja], son los mensajes que siguen transmitiéndose. A muches de mis estudiantes les dicen: “Sí, puedes criticar la institución, pero todavía no, cariño. Un poco más tarde, espera hasta establecerte, y entonces podrás criticarla”. Solo que para entonces ya será demasiado tarde. Para entonces ya habrás internalizado la institución hasta tal punto que probablemente no la criticarás. Y así es cómo sigue sucediendo. Me interesa mucho eso, y no solo pasa en la universidad, pasa en muchos lugares de trabajo.
Una última pregunta. ¿Cuál es tu perspectiva en torno a la esperanza?
Como decía, acabo de terminar de escribir otro libro sobre quejas —en parte porque ¡Denuncia! está muy centrado en la universidad, y no es todo lo accesible que podría ser—, y en la tercera parte, “Desmantelamiento y construcción de mundos”, hablo más sobre la esperanza. En los esfuerzos prácticos por crear espacio en instituciones que son hostiles para muchas de nosotras es donde estamos creando alternativas. Se trata de una especie de futuro, y de abrir la esperanza para lo que todavía no es. Pero eso no lo hacemos mirando hacia adelante, sino lidiando con lo que tenemos ahora. Y lo que tenemos ahora es una herencia de una historia muy larga que no es necesariamente visible como herencia para quienes se benefician de ella. Por tanto, es mediante el minucioso trabajo diario de tratar de desmantelar las instituciones tal como son que realmente adquirimos esperanza. Pero la llamo esperanza cansada porque también se parece mucho al cansancio que sentimos al tener que presentar estas quejas una vez más, porque siguen sucediendo las mismas cosas.