La derecha cuqui de Instagram

La derecha cuqui de Instagram

La red social es el lugar donde la publicidad actual ha encontrado su mayor filón, sobre todo a través de las influencers, cuentas que son una mezcla de reality show con consejos prácticos y venta de productos. En ellas también se filtran opiniones políticas, rozando la línea entre publicidad y propaganda.

Imagen de la cuenta de Instagram de María Pombo.

23/10/2024

Si hay una red social hecha para lo cuqui es Instagram. En ella se encuentran los aguacates más hermosos, las fiestas más chic, los hoteles más lujosos, la ropa más in, las marcas más guais, las playas más paradisíacas vaciadas de gente con Photoshop y las casas más blancas y con mejor diseño del mundo. Todo lo que aparece ahí, apetece.

Y no hay un lugar más interesante para que el odio encuentre una puerta sutil por la que entrar que el espacio más cuqui del mundo. Las influencers son la meca del cuquismo, en especial las que venden un estilo de vida mientras te anuncian todo lo demás. Ellas -sobre todo son mujeres, al menos son las que más éxito tienen- han dado con la clave del éxito publicitario del momento. Una mezcla entre el reality show y la valla publicitaria en la que, entre producto y producto venden, de paso, ideología. Desde Chiara Ferragni en Italia (27,9 millones de seguidores) a las hermanas Pombo en España (encabezadas por la pequeña de las tres, María, con 2,7 millones), pasando por Lidia Bedman (233.000), casada con el líder de Vox, Santiago Abascal, son modelos de éxito que venden vidas de lujo al mismo tiempo que encarnan el rol de supuestas mujeres perfectas: casadas jóvenes, heterosexuales, blancas, madres en la veintena, delgadas y guapas. Con fiestas de cóctel y aficiones femeninas (arcilla, costura, pintura, cocina, gym). Su estrategia es distinta de las de las tradwives: no profesan un odio expreso al feminismo ni piden una vuelta al modelo de ángel del hogar, o no necesariamente, aunque algunas sí lo practiquen en cierta medida. De hecho, ellas son trabajadoras, ejemplo de la cultura del esfuerzo, mujeres de su tiempo: dirigen sus propias marcas de ropa, colaboran con compañías de cosmética, diseñan colecciones de joyas, montan clínicas de estética y festivales de música, colaboran en programas de televisión y radio y otras tantas cosas de una larga lista. Son el ejemplo contemporáneo de una mujer de bien: las que no se victimizan porque un hombre las soba en el metro -viajan en coche, avión y yate-, las que agradecen un piropo de un desconocido -solo se encuentran con gente de su urbanización que les dice que están guapas-, las que no necesitan políticas públicas de conciliación -tienen dinero para pagar internas-, las que no se acomplejan de su feminidad -están buenísimas, hablando en el sentido normativo del término- y las que no se sienten discriminadas por ser mujeres -a ellas, que se han esforzado, les va muy bien-.

En el artículo ‘La prensa que destiñe’, la periodista Andrea Momoitio hablaba de revistas como ¡Hola!: “La prensa rosa retransmite grandes hitos que, sin embargo, no encontraremos en los libros de Historia”. Son publicaciones consideradas de mujeres, por tanto, irrelevantes. Lecturas que incluso da pudor reconocer. Placeres culpables. Esa supuesta irrelevancia es la que comparten con el fenómeno influencer de lifestyle -de hecho, muchas instagramers aparecen en la revista mencionada y otras cabeceras-, por lo que el análisis de estas cuentas no suele hacerse desde las tribunas sesudas de las izquierdas. Pero las instagramers también retratan la actualidad política -que algún día será histórica-. Es más, la venden. Porque cuando María Pombo decide ir a una manifestación por la unidad de España en 2020 con el lema ‘Por el futuro de España Unida’ y retransmitirlo en sus redes sociales, no solo está contando algo que pasa, está vendiendo una opción política. Cuando se pone una prenda de ropa de Zara se agota en horas porque quienes la siguen la ven como un referente. Les gusta ella. Su simpatía, su espontaneidad, su familia, casa y cuerpo perfectos. Les gusta su estilo de vida. Y eso incluye que vaya calando también como referente ideológico. Además, y esa es otra clave, no da la vara con política. Probablemente porque le salió rana decir que estaba en contra del aborto y eso no es bueno para el negocio. Pero este no dar la vara permite que el mensaje sea subliminal. Y más cuqui. Mientras los nazituiteros a sueldo de Vox linchan de forma burda a políticas de izquierdas y feministas visibles, las tradwives puntúan su valor en función de su virginidad y la machoesfera se refiere a las mujeres directamente como zorras, en el otro lado del mundo de las redes sociales, matrimonios heterosexuales de guapos y guapas se abren paso discretamente. Sin molestar casi. Entre producto y producto, entre fiesta y fiesta, entre parto y parto. Sonriendo siempre.

“Empezarán a quitarnos también nuestro dinero?” (sic)

Fernando Lozada, influencer (3,4 millones de seguidores): “Yo apoyo mucho al medio ambiente, por eso voy a votar por el Partido Verde. Mi opinión, mis cosas…”; Romi Marcos (697.000): “Y… me topé con el partido verde. Nunca lo había visto, nunca lo había escuchado…”; Alejandro Fernández (2,7 millones): “Miren, yo estuve viendo varias propuestas de varios partidos, y vi una del Partido Verde que a mí me gusto”. Las declaraciones corresponden a diferentes influencers de México que en 2021, durante las elecciones presidenciales del país, decidieron incluir entre sus consejos diarios su intención de voto. Una treintena de cuentas dijeron que votarían al Partido Verde -que no engañe el nombre, es un partido de derechas que hace unos años defendía la pena de muerte y que ha votado contra propuestas ecologistas y feministas- y animaban a quienes les siguen a optar por la misma opción.

Esta propaganda electoral, al parecer, no constaba como tal en los gastos de campaña. Las cuentas de influencers hablaban del partido como su opción personal, sin informar de que les habían pagado por ello como se comprobó después que había sido. El partido llegó a pagar a 500 dólares la story. Las declaraciones se hicieron, además, en plena jornada de reflexión, lo que supone un delito en el país. La formación política aseguró que las opiniones vertidas en la red social eran preferencias personales de las y los influencers, que nada tenían que ver con propaganda pagada. Eso a pesar de que las frases eran similares o iguales en todos los casos. Fer Moreno (1,1 millón) fue la primera en confesar: “Se podía o no hacer y lo hicimos, reconozco que lo hicimos”, publicó en sus redes. La Fiscalía actuó de oficio para investigar el caso.

Las estrategias para ganar las elecciones de Joe Biden y Dondald Trump en Estados Unidos también contaron con influencers. Según el estudio ‘Social Media Influencers and the 2020 U.S. Election: Paying ‘Regular People’ for Digital Campaign Communication’ (Influencers de las redes sociales y las elecciones de Estados Unidos en 2020: pagar a ‘gente normal’ por campañas digitales de comunicación), de la Universidad de Texas, las cuentas escogidas fueron las que tenían menos de 100.000 seguidores, como las de Sarah Smith (27.800 seguidoras), en la que suele hablar de su día a día como madre.

Si la publicidad en Instagram a través de las influencers ya está poco controlada -la regulación española exige advertir cuando se está cobrando por recomendar algo, es decir, cuando se hace publicidad, pero no se suele hacer o está poco visible-, ¿cuánto se controla el pago directo para campañas encubiertas?

No quiere decir esto que todos los y las influencers que muestren sus ideas políticas estén a sueldo de alguien, pero las afinidades que promocionan son evidentes. María García de Jaime (538.000 seguidoras) y su marido Tomás Páramo (347.000), son conocidos por sus ideas antiabortistas, ya que se hicieron famosos por tener un hijo cuando estaban todavía en la universidad. Páramo ha puesto alguna story alabando a la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso (PP) y la pareja, aficionada a los toros, es también íntima de Victoria Federica de Marichalar y Borbón. A esta, por cierto, los medios “de mujeres”, acompañados de las secciones “femeninas” de cabeceras de medios generalistas de derechas, la están convirtiendo en influencer a la fuerza para crear en ella una figura cercana y querida, ocupando así el hueco que ha dejado su abuelo, el emérito campechano, y para contrarrestar, probablemente, la imagen de fiestero y vago de su hermano, la presencia hierática y distante de la reina y la seriedad que exige el cargo a las princesas. La nietísima es una mujer elegante y discreta, pero cercana. Amiga de sus amigos, sale y disfruta como cualquier chica de su edad.

Los ideales de la derecha capitalista casan bien con el mundo cuqui de Instagram, donde vende más una boda que una asamblea

García de Jaime, por cierto, forma parte de la lista de ‘mesías’ de Instagram publicada por Vanity Fair, donde se incluye el nombre de otras influencers como Rocío Osorno (1,5 millones). Osorno estuvo casada con Jacobo Robatto, senador de Vox. La boda fue en la Catedral de Sevilla y los bautizos de sus dos hijos coincidieron, en años distintos, con el día de la hispanidad.

La que no aparece en esa lista de mesías es Grace Villarreal (621.000 seguidoras) o su hermana Melissa Villarreal (252.000). Quizá porque no son católicas. Son hijas de un pastor protestante, Jaime Villarreal, al que la más famosa de las hermanas ha sacado varias veces en su Instagram. El pastor en concreto predica pasajes de la Biblia en sus redes, ha lanzado varias publicaciones homófobas y promociona carteles y eventos de organizaciones contra la ideología de género. Grace ha aparecido en diversos medios, como en Vanitatis, revista de El Confidencial, hablando de su fe.

Marta Pombo (661.000), la mediana de las tres hermanas, colabora en el programa La influencia, de COPE, la cadena de radio de la Conferencia Episcopal. En 2020, contestó a un tuit de Pablo Iglesias publicando en su Instagram: “Empezarán a quitarnos también nuestro dinero?”. En el pantallazo del tuit del exlíder de Podemos se podía leer: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general (Artículo 128 de la Constitución). #EsteVirusLoParamosUnidos”. Debajo, Pombo seguía: “Porque a amigos que trabajan en banca ya les han pedido listas de nombres de las personas con más dinero en sus bancos”. La afirmación se convirtió en noticia para algunos medios como La Razón, que le dio un titular: ‘Marta Pombo, contra el Gobierno: “Que nuestros amigos venezolanos nos empiecen a dar consejos”’. Pombo terminaba diciendo que podían llamarle “hija de Franco”, pero que aquello era su “opinión personal”, a pesar de que fuera acorde a las soflamas de la ultraderecha.

Es cierto que Marta Pombo no es la única que ha dado su opinión y que no todas las cuentas que triunfan son de derechas. Pero a la izquierda hay que conformarse con un progresismo light como el de Dulceida (3,1 millones), defensora de los derechos LGTBIQ+, y alguna otra con menos tirón, pero un discurso más fresco: Roenlared (389.000) o Carolina Iglesias (315.000) -que en realidad es cómica, pero marca tendencia en esta red-. Los ideales de la derecha capitalista casan bien con el mundo cuqui de Instagram, donde vende más una boda que una asamblea. Quizá la resistencia se acopla mejor a otras plataformas como Twitch o Youtube, donde no hace falta que el mundo sea perfecto. Al fin y al cabo, Dulceida no fue la portada de la revista Forbes cuando publicaron el ranking de las cien cuentas de influencers mejor valoradas de España en 2021. Eso a pesar de ser la segunda en seguidores en cuanto a cuentas de estilo de vida se refiere -solo por detrás de Georgina Rodríguez (27,2 millones en el momento de la publicación) y superando a la mismísima Tamara Falcó en esa fecha (1,1 millón). La portada fue para María Pombo.

 

Este análisis pertenece al monográfico de Odios, publicado en 2022, y que puedes encontrar en nuestra tienda online.
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